13 diciembre 2011
La voz a otros debida: La Navidad provenzal de Mathieu Belezi
19 octubre 2011
((SIN COMENTARIOS))
11 septiembre 2011
La doble (y sin embargo única) personalidad poética de Anne Fatosme
(Fuente: Maurtimer, http://maurtimer.wordpress.com/2010/02/14/fermanville/)
disfrutando del mar en
su Normandía natal.
http://www.visionlibros.com/detalles.asp?id_Productos=11039.
13 febrero 2011
Liberté, égalité, fraternité?... Sarkozyté!

en el puente Charles de Gaulle sobre el río Nivelle.
A la derecha, Sant-Jean-de-Luz.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
El transeúnte aprovechó una reciente estancia en Donostia para visitar estas dos localidades del lado francés de Euskal Herria [1]. Disfrutó primero de la paz invernal de Saint-Jean-de-Luz, donde comió espléndidamente, y aprovechó las primeras horas de la tarde, antes de emprender el viaje de regreso a la capital guipuzcoana, para darse una vuelta por Ciboure, a cuya entrada se había instalado un gran parque de atracciones en el que los niños parecían disfrutar de atracciones, chuches y ese algodón de azúcar que se conoce como barbe à papa.
En esta ocasión no va a describir tan bellos lugares, aunque aproveche para decir que en Ciboure nació en 1875 el compositor Maurice Ravel, el del famoso y magnífico Boléro (tan mal comprendido muchas veces). Va a contar una pequeña aventura, una de esas experiencias que dan sentido, pese a todo, a la vida del viajero.

y la Croix blanche, en Ciboure.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
Con su cámara de fotos siempre a punto para captar lo insólito, lo efímero y aquello que le llama la atención, el transeúnte pasó frente a la iglesia de Saint Vincent (con su “Cruz Blanca”, etapa de uno de los ramales del Camino de Santiago) y se adentró por la rue Pocalette, paralela al paseo que sigue la ribera del río. Hizo varias tomas de detalles y también de las fachadas de esas bonitas casas que caracterizan las tierras vascas, con sus maderas pintadas de colores alegres (azul, verde, grana…) y, despreocupado y pendiente de lo que se ofrecía a sus ojos, se vio sorprendido en la desembocadura de aquella calle por tres gendarmes que lo rodearon de inmediato y le preguntaron, de sopetón, qué estaba fotografiando.
–Perdone, monsieur, pero en la calle por la que ha pasado está prohibido tomar fotos. Muéstreme los clichés.
–No he visto ningún cartel que lo indicara –replicó el transeúnte, que suele tener mucho aplomo en estos casos, pues ha pasado por experiencias parecidas en países sometidos a regímenes totalitarios. Se suponía que no era el caso de Francia, por lo que nada debía temer.
El gendarme fue observando las imágenes en la pantalla de la cámara y obligó al transeúnte a borrar algunas, cosa que éste hizo, mal que le pesara, arrepentido ahora de no haberse plantado ante tan caprichosa decisión de un don nadie uniformado. A veces le cuesta un poco reaccionar en caliente.

que el transeúnte logró salvar.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
–Un documento de identidad, por favor… (pièce d’identité, se dice en francés, para asombro del foráneo, a quien le parece que en Francia la identidad puede despiezarse).
–¿Puedo saber qué es esto?
–Nada, monsieur, se trata sólo de un control rutinario.
El gendarme que se había apoderado del documento de identidad del transeúnte se alejó unos pasos, se conectó con su radioteléfono a algún misterioso lugar y transmitía a su también misterioso interlocutor los datos del sospechoso, que mientras tanto era custodiado por sus otros dos compañeros. Más allá, en los muelles, a orillas del río, había dos furgones celulares y otros seis o siete gendarmes.
En un momento dado, el que transmitía los datos se acercó al transeúnte y le preguntó qué significaba esa enigmática abreviatura “c/” que precedía al nombre de la calle donde vive.
–Significa rue, monsieur.
–Ah, cal-le… –suspiró tranquilizado después de haber hecho gala de su estupendo espagnol, y volvió sobre sus pasos.

desde los muelles de Ciboure (donde
estaban apostados los gendarmes
con sus furgones). A la derecha,
el faro de Saint-Jean-de-Luz.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
Uno de los uniformados que retenían al transeúnte (aunque sin ponerle las manos encima en ningún momento, ¡sólo hubiese faltado eso!) empezó a interrogarlo. Le llamaba la atención que el sospechoso hablara tan fluidamente el francés y le preguntó a qué se debía. ¿Había vivido el sospechoso en Francia? ¿No? Étonnant... En lugar de contestarle, el sospechoso le espetó, irónico (siempre en fluido francés, claro):
–Hay otras lenguas que hablo mejor.
–¿Habla usted vasco? –se empezaba a vislumbrar por dónde iban los tiros.
–No.
–Pero, ¿lo entiende?
–Por qué quiere saber esas cosas, si se trata de un control rutinario, como dicen ustedes.
–Obedecemos órdenes, monsieur.

('ensaladera'), como son conocidos
popularmente los furgones celulares
de la Gendarmería francesa.
(Foto: Collection CHARLYDESIGN93)
No sabe por qué (o quizá sí), al transeúnte le pasaron por la cabeza otros momentos en que había oído y leído esa frase: los ejecutores nazis obedecían órdenes, los agentes comunistas siempre obedecían órdenes, los sicarios de las dictaduras más sangrientas se defendían en los juicios con esa misma afirmación y trataban de pasar así la responsabilidad de sus atrocidades a entes superiores. Decidió provocar:
–Si quiere interrogarme, hagamos las cosas como es debido: lléveme a comisaría, póngame en contacto con un representante diplomático español para que me facilite un abogado y conozca mi situación…
–Pero... monsieur, por favor, no exagere…
–Oiga, gendarme –al transeúnte ya no le parecía un monsieur: ¡se acabaron las buenas maneras y era hora de formalidades!–; si alguien exagera y monta el pollo (en fait tout un fromage, se dice en francés), son ustedes.
–¡Cuidado con lo que dice, monsieur!
–Escuche, soy un ciudadano libre y honesto y creo estar en un territorio libre…
–Sin duda, pero en las circunstancias actuales... ya me entiende… los extranjeros…
¡Ay lo que dijo! El transeúnte no le dejó acabar la frase, de modo que no sabe cómo iba a terminarla, ni le importa.
–¡No soy un extranjero! Soy un ciudadano europeo y estoy chez moi (es decir, en mi casa), ¿me entiende usted? ¿O es que Francia se ha dado de baja de la Unión Europea y yo no me he enterado, gendarme?
El transeúnte fingió indignación y hasta cierto desprecio al pronunciar la palabra gendarme, separando un poco las sílabas; pero la verdad es que empezaba a divertirse. El uniformado titubeó, no sabía qué decir, se sentía indefenso pese al armamento que colgaba de su cintura.
Su compañero, que había permanecido en silencio, le tocó el hombro para tranquilizarlo, y el tercero regresó con su radioteléfono y pidió al que tocaba el hombro del que se había puesto nervioso que anotara toda la filiación del transeúnte, cosa que hizo en un pequeño bloc.
–Bueno, ¿se puede saber qué pasa conmigo, gendarmes? Porque a este paso voy a perder el tren.
–Nada, no se preocupe, monsieur. Ya le hemos dicho que es un control rutinario –contestó el del radioteléfono.
–Bonjour, la routine…! (¡Pues vaya rutuina…!) –una vez más, el transeúnte no pudo evitar la ironía provocadora.
–No hemos de hacerle ningún reproche… Es… es sencillamente que en esa calle tiene su casa un ministro –añadió bajando la voz (tal vez debería entenderse lo de “ministro” en femenino, habida cuenta de que un importante miembro del gobierno francés, mujer ella, fue alcaldesa de Saint-Jean-de-Luz, como averiguó luego el transeúnte a través de internet)–. En Francia la ley prohíbe fotografiar cualquier edificio público –prosiguió el gendarme en cuestión, ya en tono conciliador–: un Ayuntamiento, una Préfecture, una estación de tren… Se lo digo para que lo tenga en cuenta. Nosotros estamos aquí para algo (pour quelque chose), entiéndalo.

(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
La casa de un ministro, hombre o mujer (personaje público), resultaba ser un edificio público, con la particularidad de que nada indicaba esa condición extraordinaria.
–Tenga, y muchas gracias, monsieur –dijo el que había anotado concienzudamente los datos en el carnet (no sé si copió incluso la foto…), mientras le devolvía al transeúnte su documento de identidad.
–Por esta parte puede tomar clichés de todo lo que quiera –añadió el del radioteléfono esbozando una sonrisa forzada y mostrando con un amplio gesto de su mano derecha la parte ribereña del río. El transeúnte estuvo a punto de pedirles que se pusieran bien para retratarlos, pero no quiso provicar más y prefirió hacerse el maleducado y volverles la espalda para seguir su camino. Es lo que en España se dice popularmente “despedirse a la francesa” y los franceses dicen “filer à l’anglaise” (largarse a la inglesa).
Había sido una experiencia interesante, sobre todo para comprobar eso que se dice: que la República Presidencial Francesa se ha convertido en un estado policial desde que monsieur Nicolas Sarkozy (Sarko para el populacho) obra de timonel e “ingeniero” a la vez. En los años 70 del siglo pasado el transeúnte –barbudo y con ropa tejana, ¡a quién se le ocurre!– había sido detenido arbitrariamente en el norte de la Argentina (concretamente en el aeropuerto de Resistencia, topónimo que ya se las trae, en la provincia del Chaco) y sometido casi a juicio sumarísimo por un inmenso militar que no hubiera cabido en un armario de dos cuerpos, y que no lo soltó hasta que la lentísima comunicación telefónica con algún centro de seguridad de Buenos Aires le aseguró que no había ningún sospechoso con su nombre ni con sus características; y también lo detuvieron brevemente en Esztergom, al norte de la Hungría comunista, por haber sido testigo de una pelea callejera. Después de la experiencia vascofrancesa se le formó en la mente, por una curiosa asociación de ideas, un nuevo y absurdo topónimo irónicopolítico: República Soviética Sarkozyana (RSS).
Vayan ustedes con cuidado, pues las fronteras aún existen en esta Europa del quiero y no puedo, tan desunida como siempre. En Irún se lo dijeron claramente al transeúnte: con la supuesta desaparición de las fronteras físicas esperaron que, de algún modo, se estableciera algo semejante a aquella utópica República del Bidasoa con la que soñó ingenuamente Pío Baroja, “una república sin frailes, sin dogmas que nos atormenten, sin moscas y sin carabineros”, como recordó su sobrino, Pío Caro Baroja, durante de la inauguración en el centro del ensanche iruñés del monumento al gran autor de la denominada Generación del 98 (tan enemigo él de esos honores) [2], con motivo del cincuentenario de la muerte de éste, en el año 2006. Pero eso también fue un sueño utópico: las relaciones entre las poblaciones de ambas orillas del río Bidasoa son prácticamente inexistentes, y los intentos de organizar actos conjuntos casi siempre han fracasado.

obra del artista asturiano Sebastián Miranda, inaugurado en 2006.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
No sólo los Pirineos separan la península Ibérica del resto de Europa; no sólo los Alpes separan dos conceptos de europeísmo, ni sólo las aguas del Rin dividen los territorios de Francia y Alemania. Lo que más separa a los europeos de uno u otro Estado es la falta de voluntad: ¡esta sí que es común!
[1] Denominación, en vasco, de lo que en castellano se conoce como Vasconia, es decir el espacio europeo –documentado desde el siglo XVI–, dividido entre los estados español y francés, donde se manifiestan la cultura y la lengua vascas.
[2] Baroja lo expresó por boca de uno de sus personajes más famosos, el marino autobiógrafo Shanti Andía: “A mí, la verdad, la gloria no me entusiasma. La gloria no es para los países lluviosos; tener una estatua a orillas del Mediterráneo, en una ciudad de Andalucía, de Valencia o de Italia, está bien; pero, ¿qué voy a hacer yo si en premio de este libro me levantan una estatua en Lúzaro? ¿Estar recibiendo constantemente la lluvia en la espalda? No, no; soy muy reumático y ni en efigie me gustaría estar así, a la intemperie”.
Haced clic sobre las imágenes para ampliarlas.
21 octubre 2010
((SIN COMENTARIOS))

El enfrentamiento entre el gobierno y los sindicatos en Francia por
la nueva ley de pensiones.
© Raphaelle en Libération, 21 de octubre de 2010.
15 marzo 2010
Jean Ferrat: canción, poesía y compromiso social
Anteyer, 13 de marzo de 2010, a las 12.58 del mediodía, murió en Aubenas, cerca de la pequeña localidad de Antraigues-sur-Volane (en el departamento francés de la Ardèche), donde residía, Jean Tenenbaum, el menor de los cuatro hijos de un emigrado judío ruso. Había nacido en Vaucresson, en las proximidades de París, el 26 de diciembre de 1930. Cuando tenía once años su padre fue deportado por los ocupantes nazis e internado en el campo de concentración de Auschwitz, del que ya no salió. Él pudo salvarse gracias a la protección de un grupo de militantes comunistas.
Aquel niño, al que le costó asumir la tragedia familiar, comenzó a ganarse la vida, una vez acabada la guerra, componiendo canciones, cantándolas en modestos cabarets, haciendo teatro y tocando la guitarra en una banda de jazz, con el nombre de Jean Laroche. Aunque el éxito no le sonrió de inmediato, decidió dedicarse a la música y al espectáculo, y adoptó otro seudónimo, Frank Noël, que después cambió por el que lo llevaría a la fama: Jean Ferrat.
Ferrat fue siempre fiel a su compromiso social y político, y a pesar de que no se afilió nunca al partido comunista, hasta 1968 se mantuvo próximo a la formación de quienes le salvaron la vida. Y, poco a poco, empujado por el entusiasmo y los amigos, los “camaradas”, su nombre comenzó a sonar, sobre todo desde que, en 1956, puso música al poema Les yeux d’Elsa, de su admirado Louis Aragon.* Esta canción fue popularizada entonces por un cantante que sumaba éxitos en los cabarets parisinos: André Claveau.
No obstante, el primer disco de Jean Ferrat (1958) pasó inadvertido. No fue hasta 1960, con Ma Môme (escuchadla), que se comenzó a oír su voz en las principales emisoras de radio. En 1966 ya era famoso. En 1962 escribió la canción Deux enfants au soleil para su gran amiga Isabelle Aubret, que la interpretó con gran éxito. Diez años más tarde compuso otra de sus canciones más conocidas: Mon vieux. Desde entonces, las ventas de sus discos se incrementaron: ya se había convertido en una figura en el mundo musical francés.
Mientras tanto había escrito algunas canciones comprometidas y algo atrevidas en el panorama político de la época, como Nuit et Brouillard (1963; escuchadla y leed la letra aquí) y Potemkine (1965; escuchadla aquí), cuya difusión a través de las emisoras de radio fue prohibida por la autoridad competente francesa, y también una de las piezas que al transeúnte más le han llegado al corazón: Camarade (escuchadla), en la que denuncia la invasión soviética de Checoslovaquia en el verano de 1968.
En 1972 se alejó de París y se estableció en la Ardèche, decepcionado por el totalitarismo feroz puesto de manifiesto por los más altos representantes de la ideología que defendía (las atrocidades anteriores de Stalin aún no eran suficientemente conocidas o se habían silenciado en Occidente). La paz de aquellas tierras meridionales le inspiraría otra de sus canciones más bellas: La montagne (escuchadla).
Pero Jean Ferrat quedará seguramente como el gran cantor de la poesía de Aragon (podéis escuchar una de sus canciones, Aimer à perdre la raison, aquí), al cual dedicó dos recopilaciones: Que serais-je sans toi? (1974) y Heureux celui qui meurt d’aimer (1995). El transeúnte ha escuchado estas canciones decenas de veces, y las vuelve a escuchar con emoción mientras escribe este homenaje a un hombre que ha sido siempre consecuente consigo mismo y con sus ideas, una actitud que no debe confundirse con un compromiso absoluto con el comunismo francés, sino muy al contrario: una de sus canciones, Bilan (1980), es precisamente una crítica nada disimulada al líder del PCF, Georges Marchais, por su vergonzoso balance “globalmente positivo” de los países sometidos, contra la voluntad de sus pueblos, a la rígida disciplina soviética. Una actitud que, por otro lado, lo alejó de una parte de la intelectualidad de izquierdas de su país que aún creía (o lo hacía ver, para seguir la “moda” de la época) en las bondades del socialismo real.
La música y la política fueron las dos grandes pasiones de Jean Ferrat. En este sentido, no hay que olvidar su compromiso con los movimientos de izquierdas, como el de antiglobalización liderado por el polémico líder campesino José Bové (1987), y su adhesión a la Coordination française pour la Décennie de la culture de non-violence et de paix, una asociación creada en noviembre del año 2000 para coordinar las actividades del Decenio internacional de promoción de una cultura de la no-violencia y de la paz en beneficio de los niños del mundo, promovida por la Unesco y que acaba, precisamente, este año, con algunas muestras de buena voluntad, pero, sobre todo, con una aberrante indiferencia por parte del denominado “primer mundo”, pese al compromiso (mejor dicho, las palabras solemnes y vacías de contenido) de la grandilocuente Alianza de Civilizaciones propuesta por el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, el 21 de septiembre de 2007 durante la 57.ª Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York. También fue muy crítico con las multinacionales de la música y la industria discográfica que, en su opinión, ponían en peligro la libertad de creación.
Canción, poesía y compromiso social son las palabras que, según el transeúnte, resumen la vida y la trayectoria personal de Jean Tenenbaum, más conocido como Jean Ferrat.
* Aragon (1897-1982) escribió este famoso poema, dedicado a su esposa, la rusa Elsa Triolet (Elsa Kagan [1896-1970], que era cuñada de Vladímir Maiakovski), en 1940.
Traducción del catalán: Carlos Vitale.
23 febrero 2010
Más sobre el trasiego de muertos

Diversas personas del mundo de la cultura y numerosos medios de comunicación franceses e internacionales se han hecho eco del caso y de las opiniones sobre la conveniencia de tener a Camus entre las celebridades dignas de aquel templo laico y republicano. [1]
Por un lado, Jeanyves Guérin, profesor de la Sorbona y autor del Dictionnaire Albert Camus [2] manifestaba en Le Nouvel Observateur que “Sarkozy es amigo de Bush, Gaddafi, Putin y Berlusconi, y que su política está en las antípodas de los valores y las concepciones que defiende Camus”; y el periodista Michel Soudais consideraba en su blog que la pretensión de Sarkozy no sólo suponía una “profanación obscena”, sino que representaba una herejía hacia un hombre que, en vida, se había mantenido al margen de las “glorias literarias”, había rechazado distinciones y había manifestado su negativa a “dejarse transformar en estatua”.
Por otro lado, el filósofo Raphaël Enthoven se preguntaba en L’Express por qué había que privar a Camus de aquello a que habían tenido derecho Rousseau, Voltaire, Hugo y Zola, y coincidía con el realizador de cine Yann Moix, quien manifestaba en la revista La règle du jeu, quizá con una pizca de ironía, que el Panthéon es “la Academia Francesa de las personas muertas”, y que Camus era “bastante académico” y estaba “bastante muerto como para descansar allí”; y no le bastó esta boutade, sino que añadió que “su obra, grande, bella y noble no contiene dinamita” y que, por tanto, “Camus no es un autor peligroso”.
En medio de este tedioso embrollo se alzaba la voz del líder ultraderechista Jean-Marie Le Pen, quien acusaba a Sarkozy de electoralismo y aún más: de pretender robar votos a su Frente Nacional apropiándose, con objetivos partidistas, de la figura de Camus.

Ahora, Chopin

Monsieur Duault publicó la carta que dirigió al presidente de la República en el número de diciembre de 2009 / enero de 2010 de la revista Classica, y dice entre otras cosas que Chopin sería el primer músico que entraría en el Panthéon, después de que en 2003 fracasara el intento de trasladar allí los despojos de Berlioz; que sería también “un gran gesto europeo”, ya que se trata de un artista a la vez polaco y francés, “compositor de polonesas y de mazurcas de inspiración polaca”, pero también “de valses de inspiración vienesa, de preludios de inspiración alemana, de nocturnos de inspiración irlandesa, de una barcarola de inspiración italiana y de baladas de inspiración francesa”. ¡Un orgullo para la cultura europea! (como si no lo supiéramos…) ¿Qué tendrán que decir los polacos, que conservan como reliquia el corazón del músico en la iglesia de la Santa Cruz de Varsovia?


El transeúnte continúa pensando que los muertos, ilustres o no, deben quedar en el recuerdo de quienes los querían y los admiran, y que sus huesos, sus cenizas o sus reliquias no deben mezclarse con los homenajes, y aún menos con ceremonias macabras revestidas de solemnidad. Permitidle que recuerde estos versos de Petrarca:
Passan vostri trionfi e vostre pompe,
Passan le signorie, passan i regni;
Ogni cosa mortal tempo interrompe. [3]
[1] Podéis leer, por ejemplo, lo que han publicado Michel Soudais en su blog de Politis.fr, Jeanyves Guérin en Le Nouvel Observateur (20.11.2009), Benjamin Ivry en el New Statesman y el diario suizo Le Matin (3.1.2010), aunque en Internet encontraréis muchas más referencias.
[2] Jeanyves Guérin: Dictionnaire Albert Camus, Flammarion, París, 2010, 992 pp.
[3] “Pasan vuestros triunfos y vuestras pompas, / Pasan las señorías, pasan los reinos; / El tiempo interrumpe todo lo que es mortal.”
Imágenes, de arriba abajo:
- Monumento a Chopin en el parque Łazienki de Varsovia, obra realizada en París, en 1908, por el escultor y pintor modernista polaco Wacław Szymanowski (1859-1930). (Foto © Jaime Silva / flckr.)
- El Panthéon des grands hommes, en el Barrio Latino de París.
(Foto © BLOC.com)
- La tumba de Chopin en el cementerio de Père Lachaise de París.
(Foto © Wikimedia Commons.)
- Retrato inacabado de Chopin pintado por Eugène Delacroix en París en el año 1838. (© Museo del Louvre, París.)
- Retrato de George Sand por Auguste Charpentier (1838). (© Musée Carnavalet, París.)
Clicad sobre las imágenes para ampliarlas. (17.12.2009)
Traducción del catalán: Carlos Vitale.
28 enero 2010
Flashes: Grenoble

La ciudad francesa de Grenoble, situada a unos 100 km al sudeste de Lyon, es la capital del departamento del Isère, en la región de Ródano-Alpes. La población del municipio es de unos 157.000 habitantes, aunque la de su comunidad metropolitana (que incluye algunos municipios vecinos) sobrepasa el medio millón de personas.
Grenoble es célebre, sobre todo, por haber nacido allí Marie-Henri Beyle (1783-1842), más conocido por su seudónimo Stendhal, autor de obras tan notables como Le Rouge et le Noir ('El rojo y el negro', 1830) y La Chartreuse de Parme ('La cartuja de Parma', 1839).
Au Vieux Manoir, cuyo cartel aparece en la imagen, es un célebre pub-discoteca que se encuentra en el número 50 de la rue Saint Laurent, en el barrio del mismo nombre, uno de los más antiguos de la ciudad, situado en la orilla derecha del río Isère y a los pies de la fortaleza de la Bastille.
Fotografía: © Albert Lázaro-Tinaut (clicad sobre ella para ampliarla).
19 diciembre 2009
La monetización del arte

No hace mucho, el transeúnte leía unas opiniones de Kandinsky sobre el arte y el artista* y, al cabo de poco tiempo, le caían en las manos unos recortes de prensa que lo hicieron reflexionar.
Kandinsky cita a Schumann y Tolstói: el primero afirmaba que la misión del artista es “iluminar las profundidades del corazón humano”, y el segundo (con el cual se mostraba de acuerdo el pintor moscovita), sostenía, muy llanamente, que “el artista es un hombre que lo sabe dibujar y pintar todo”.
Dice Kandinsky:
Con mayor o menor habilidad, virtuosismo y energía, surgen en el cuadro objetos relacionados entre sí por medio de pintura, más tosca o más fina. Esta armonización del todo en el cuadro es el medio que conduce a la obra de arte. Esta es mirada con ojos fríos y espíritu indiferente. Los expertos admiran la factura (así como se contempla a un equilibrista), gozan de la pintura (como se goza con una empanada).
Esta osada afirmación puede conducirnos, sin necesidad de hacer un trayecto muy largo, a la banalización del arte como tal, para reducirlo a un simple objeto de especulación, es decir, a su monetización. Así, con motivo de la feria de arte Feriarte, la 33ª edición de la cual se celebró en Madrid durante la segunda quincena de noviembre de este año, algunos galeristas y anticuarios, al tiempo que exaltaban la importancia de Internet en la globalización del comercio artístico, aseguraban que la evolución de este mercado es directamente proporcional a la situación económica (genial aseveración, que cae por su propio peso y vale, como es evidente, para cualquier mercancía que no sea de primerísima necesidad).
Pero parece que la crisis actual decanta a los coleccionistas (¿sería una audacia, salvando a unos cuantos, denominarlos “inversores” o incluso “especuladores”?) hacia el arte antiguo, que en los últimos años se ha revalorizado. Este estado de la situación lo recoge María de las Heras en una crónica titulada “Las antigüedades se globalizan” (El País, 14 de noviembre de 2009, suplemento “IFEMA / Feriarte”). Un anticuario vendedor de arqueología, por ejemplo, dice con la solemnidad de un académico: “Las miradas se centran en los clásicos y tienen a Egipto como estrella. Roma y Grecia gustan mucho. Lo importante ahora es no arriesgar, y apostar por la calidad en cualquier época”.
Al transeúnte el verbo arriesgar, tan plurivalente en función del contexto, le recuerda las recomendaciones de los asesores financieros, conservadores en tiempos de vacas flacas y atrevidísimos cuando la Bolsa se dispara (perdón por el verbo) hacia arriba. “Sí, Kandinsky –reconoce desencantado por lo que ha leído–-, los expertos disfrutan del arte igual que de una empanada o, dicho en términos más actuales, de una buena mariscada”.
En el mismo artículo se apunta otra cuestión: “Otro factor influyente en la adquisición de obras de arte es la tendencia a construir viviendas cada vez más pequeñas [...]. Empieza a faltar espacio para los objetos decorativos”, según una galerista especializada en arte asiático: he aquí que, de repente, las piezas artísticas se convierten, en Feriarte, en meros objetos decorativos, es decir, mercancía pura y dura equiparable a la reproducción a escala reducida de la estatua de la Libertad que el turista trae como souvenir cuando vuelve de Nueva York. “Sí, Tolstói –se lamenta el transeúnte–, al fin y al cabo el artista es un hombre que lo sabe dibujar y pintar todo, el mercader es quien sabe sacar beneficios, y el comprador espabilado, quien sabe obtener rendimiento”. El transeúnte no dice nada extraordinario: se limita a repetir una cantinela más antigua que la Biblia.
Pero lo que más sorprende el transeúnte es que las obras de arte no sean imprescindibles, ni tan sólo necesarias, para inaugurar un museo de arte. El MAXXI, que es el nuevo centro de arte contemporáneo de Roma –un espléndido edificio concebido por la arquitecto iraquí Zaha Hadid, del cual Nicolai Ouroussoff dijo en el New York Times que “habría agradado a Bernini”; las tres últimas “letras” de su nombre son, de hecho, los números romanos que significan nuestro siglo–, fue abierto oficialmente a mediados de noviembre... sin ninguna obra de arte de las 350 que está previsto exponer allí, las cuales se prevé que lleguen durante la primavera de 2010. Está claro que eso de inaugurar lo que sea antes de que esté acabado no es algo nuevo, y sirve sobre todo para que los políticos de turno aparezcan con cara de satisfacción en las fotografías y proclamen los éxitos de su gestión, aunque el mérito corresponda a menudo a quienes los precedieron en los cargos, que en este caso no eran precisamente de su partido, ya que la obra había sido aprobada en 1998 (cuando el ministro de Bienes y Actividades Culturales de la República Italiana, y luego alcalde de Roma, aquel mismo año, era Walter Veltroni, secretario nacional de los Demócratas de Izquierda, dicho esto entre paréntesis).

El transeúnte deja esta nota: “Estimado Kandinsky: como muy bien dices después de haber asumido las sencillas palabras de Tolstói, cuando han visto las obras de arte `las almas hambrientas se van hambrientas. La muchedumbre camina por las salas y encuentra las pinturas bonitas o grandiosas. El hombre que podría decir algo no ha dicho nada, y el que podría escuchar no ha oído nada. Este estado del arte se llama l’art pour l’art’. Si hubieras estado en la inauguración del MAXXI, habrías visto que la muchedumbre caminaba por las salas, pero no encontraba más que paredes y espacios vacíos, aunque pudo admirar la magnífica caja donde, si no pasa nada, dentro de poco se guardarán unas cuantas obras hechas por hombres que lo sabían dibujar y pintar todo”.
Malos tiempos, como casi siempre, para la cultura que, sin embargo, no se resigna a ser la eterna Cenicienta del poder político y económico. Ya no se trata sólo de “vivir del arte” en el sentido estricto de la expresión, sino también de “vivir y trabajar para conservar el arte”. Las instituciones que deben velar para que esto, conservar el arte y dinamizarlo, sea una realidad, a la hora de repartir ayudas y subvenciones están siempre a la cola, de manera que hasta el personal de los grandes museos de París ha ido a la huelga para mostrar su desacuerdo con las drásticas reducciones de personal impuestas por la Administración de la République.

Si alguien lo sabe dibujar y pintar todo, que siga haciéndolo: nadie se lo impedirá, y si tiene éxito, las aves de rapiña, siempre vigilantes, lo honrarán colocándolo en una nube mientras ellos, con los pies bien firmes en el suelo, harán su agosto en cualquier estación del año.
* Wassily Kandinsky: De lo espiritual en el arte
Título original: Über des Geistige der Kunst
Traducción: Elisabeth Palma,
Premiá editora, Tlahuapan, Puebla (México), 1979.
Ilustraciones, de arriba abajo:
- Wassily Kandinsky: Composición IV (Kunstsammlung Nordrhein-Westfallen, Düsseldorf).
- El MAXXI de Roma, diseñado por Zaha Hadid (foto © Image Shack Corp.)
- El Centre Pompidou de París en huelga (foto © Reuters).
Traducción del catalán: Carlos Vitale.