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13 diciembre 2011

La voz a otros debida: La Navidad provenzal de Mathieu Belezi

Noche estrellada en Saint-Rémy-de-Provence, pintura de Vincent Van Gogh (1889). 
(© Museum of Modern Art, Nueva York)

Mathieu Belezi (hay dudas sobre si es su propio nombre o un seudónimo) no es un escritor muy conocido. Es más bien un escritor tardío. Sus datos biográficos son escasos: nació en la ciudad francesa de Limoges en 1953, estudió geografía, dio clases en los Estados Unidos y residió en México, la India, el Nepal, las islas griegas y el sur de Italia. Ahora vive en las proximidades de Roma. 

En 1998 publicó su primera novela, Le petit roi (‘El perqueño rey’), y desde entonces ha dado a conocer otros siete libros de narrativa, entre los que destaca la novela C’était notre terre (‘Era nuestra tierra’, 2010), ambientada en la Argelia de la década de 1950, colonizada por Francia. Son sus dos obras más divulgadas, que ahora vuelven a las librerías en formato de bolsillo. 

Mathieu Belezi. 
(Fuente: Éditions Flammarion)

Le petit roi es una novela breve en la que se combinan hábilmente la crueldad como reacción a una infancia rota, y la prosa poética. Es el relato de un año de Mathieu, de doce años, traumatizado por las continuas peleas de sus padres, a quienes desearía saber muertos. Un año alejado de su madre, quien lo ha dejado al cuidado del abuelo, que vive en una granja, en un remoto y desolado rincón de la Alta Provenza, donde él construirá su pequeño reino. Allí conocerá la soledad –sólo paliada por la estrecha, cálida y cómplice relación que le une al viejo granjero–, el silencio, y vengará su calvario familiar mediante la crueldad, ejercida tanto con los animales como, vejándolos, con algunos de sus compañeros de escuela, escenas que el autor describe con desgarradora dureza. Vivirá al mismo tiempo el titubeante despertar de su sexualidad, aunque ésta será a veces objeto de sus instintos más perversos. 

Belezi intercala en su relato, escrito en primera persona, los recuerdos vívidos del niño con respecto a la difícil convivencia de sus padres, momentos que se reproducen repentinamente en su memoria como hachazos y aparecen en la novela como flashes. En el fragmento reproducido a continuación se manifiesta uno de esos momentos que, para diferenciarlo del contexto, es presentado en letra cursiva (no es así en el original). Se trata de un fragmento de la primera parte del libro, cuando todavía no se ha producido en el muchacho esa transformación que lo convertirá casi en un pequeño monstruo. En la traducción se ha procurado, sobre todo, mantener el lenguaje poético de la versión original. 


El paisaje agreste de la Alta Provenza. 
(Fuente: id2sorties.com)


El día de la Nochebuena el cartero trae una carta dirigida a mí. En el sobre, encima de mi nombre escrito con tinta azul, hay tres sellos de la India. 

Estoy solo en la cocina, el abuelo ha ido a dar de comer a las gallinas. Podría introducir la punta de un cuchillo bajo la pestaña del sobre, abrirlo y extraer de él una de esas postales imposibles que me envía mi madre cada vez que está de viaje. Prefiero echarla al fuego. 

Por el efecto del calor, el sobre se yergue un momento, permanece en equilibrio sobre las brasas y luego se arquea, hasta que de repente el fuego prende en él y lanza un fogonazo endiablado que dispersa las sombras. 

Me niego a contemplar la inevitable hilera de palmeras tras la que mi madre me abraza y me asegura que no hace más que pensar en mí. No quiero saber con qué palabras me desea una feliz Navidad. 

Anochece. Avanzamos por un sendero que serpentea por el carrascal hasta el campanario iluminado de una iglesia. Por encima de la cabeza del abuelo el cielo dispone las estrellas para que puedan escabullirse entre ellas los ángeles del advenimiento. 

Entramos en el pueblo y subimos por unas callejas hasta la plaza de la iglesia, rodeada de cipreses. Hay allí mucha gente que canta, en el templo y fuera de él. 

–Anda, ábrete paso. Lo bonito está dentro. 

–¿Y tú, abuelo? 

–Yo me quedaré aquí. 

Me abro paso a codazos, avanzo hacia los oropeles del altar, adornado con lirios y gladiolos. María y José, juntadas las manos, inclinan sus cabezas a la vez sobre un pesebre. Un asno, un buey y dos ovejas rumian a su lado. Todo el mundo, el cura con su casulla recamada, el monaguillo y los niños del coro, y la asamblea dócil de los fieles, reciben el baño de la luz divina que fluye: rezan, cantan y elevan sus alabanzas al cielo. 

Pero el niño Jesús se hace esperar. La hora de su llegada todavía no ha sonado. Aún hay que rezar mucho, cantar y proseguir con las alabanzas, y eso fatiga. 

Veo que los más viejos se han sentado, que ya no pueden con su alma. Se agarran a los respaldos de las sillas, jadean, se tragan sus secreciones de asmáticos, mientras los niños de pecho berrean en brazos de sus madres. 

¡Sé muy bien dónde estabas, cabrón! 
yo abandonaba mi tren eléctrico, abría la puerta de mi habitación; los golpes rítmicos en mi pecho, las lágrimas que asomaban a mis ojos, eran de miedo, de miedo que se pegaran otra vez; bajaba la escalera 
¡Yo hago lo que me da la gana! 
Pues no podrás seguir haciéndolo mucho más tiempo, te lo aseguro 
corría hasta el salón, donde los encontraba de pie, frente a frente, ¡y cómo!, rojos de ira y con el pelo revuelto, mirándose con los ojos rebosantes de odio y los labios apretados, y me interponía entre ellos 
No, papá, no 
¡No, papá! 
los separaba a gritos para apagar sus voces. 

Y he aquí que el niño Jesús ya está en el pesebre. ¿Quién lo ha puesto? No me he dado cuenta, tenía la cabeza en otro sitio. Es un niño de verdad, envuelto en lienzo blanco con bordados. Parece fruncir el ceño y no entender por qué lo alaban, allí y en aquel momento. Los caramillos y los tamboriles dan alas a la luz, que voltea, se agita y hace piruetas, serpentea por las bóvedas antes de difuminarse entre las sombras del ábside, donde ya no puede avivar las emociones. 

Se ha acabado. La gente sonríe y se besa en las mejillas, canta por última vez que Jesús ha nacido. Salgo de la iglesia cuando las campanas empiezan a sonar en un revuelo frenético, difundiendo por los alrededores la miel divina, y más allá de las colinas y los llanos otros campanarios les hacen eco; esa miel derramada en exceso hace que el corazón se me encoja, a mí, que no tengo a nadie más que a mi abuelo. 

Regresamos por el mismo camino, perseguidos por los repiques penosos de los campanarios. Le doy la mano. 

–¿Te ha gustado? 

–Sí, abuelo. Y tú, mientras tanto, ¿qué has hecho? 

–He fumado. 

Sobre el altiplano desierto el viento, que no encuentra otros obstáculos, se ensaña con nosotros y parece querer cerrarnos el camino; empecinados, nos esforzamos para seguir adelante. Se me corta la respiración. 

Con la cabeza envuelta en la bufanda, me siento pequeño y ridículo mientras jadeo. No tengo más protección que mi abuelo, su amplia espalda tras la que me refugio abrazándome a su cintura con toda la longitud de mis brazos y acompasando mis pasos a los suyos. 

Traducción del francés de Albert Lázaro-Tinaut 


El texto original, en francés, pertenece a la novela Le petit roi, de Mathieu Belezi. Éditions Phébus, París, 1998. 

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19 octubre 2011

((SIN COMENTARIOS))


"¿Carla? ¿Y si dieras a luz en el 'Air Sarko One'? ¡El pequeño podría utilizarlo gratuitamente toda su vida!"

Viñeta de Gros que ilustra el artículo "Des caprices du prince aux gaspillages de l'élite de l'État" ('De los caprichos del príncipe a los despilfarros de la elite del Estado'), publicado en el núm. 755 (8-14 de octubre de 2011) de la revista francesa Marianne, pág. 28.

11 septiembre 2011

La doble (y sin embargo única) personalidad poética de Anne Fatosme


El título con el que el transeúnte presenta a Anne Fatosme y su poesía resulta contradictorio a primera vista, sobre todo si no se explica. La duplicidad se debe al hecho de que escribe paralelamente en dos lenguas: su francés materno y, sobre todo, el español, cuyos entresijos conoce a la perfección y que ha adoptado como medio de expresión literario. “Lo que me parece más relevante e interesante de mi recorrido vital es que escriba en español, lengua en la que me desenvuelvo más a gusto que en mi lengua natal –afirma ella misma–. Pero el idioma no es más que una herramienta: lo que importa es lo que uno lleva dentro”. 

Nacida en Saint Lô, Normandía, en 1952, Anne Fatosme suele pasar los veranos en una preciosa localidad de su región natal, Fermanville, muy cerca de Cherburgo, esa ciudad que tan famosa se hizo en la década de 1960 –aunque ya resulte un tópico– por aquel bello filme musical de Jacques Demy titulado, precisamente, Los paraguas de Cherburgo, protagonizado por una entonces jovencísima y ya espléndida Catherine Deneuve. 

El pequeño puerto de Cap Lévi, en Fermanville.
(Fuente: Maurtimer, http://maurtimer.wordpress.com/2010/02/14/fermanville/)

Desde allí Anne se asoma a las aguas del canal de la Mancha. “El mar es un elemento vital sin el cual sería un puzle sin completar”, ha escrito en algún sitio. Ese mar que ha inspirado a tantísimos poetas y al que tan bien cantó Charles Trenet: La mer / qu'on voit danser le long des golfes clairs / a des reflets d'argent. / La mer / des reflets changeants / sous la pluie... (abrid un breve paréntesis y escuchadlo aquí).

Anne Fatosme, adolescente, 
disfrutando del mar en 
su Normandía natal. 

Sin embargo, Anne vive en Madrid desde hace cuarenta años: llegó para asistir a un curso de literatura española en la Complutense, paso previo para inscribirse en la escuela de idiomas de Ginebra, que era su pretensión; pero el amor pudo más que el futuro que se había trazado, y a los 19 años se casó con un español, tuvo cuatro hijos, se dedicó al cuidado de su familia y, al mismo tiempo, a su trabajo profesional como decoradora: el arte es otra de sus pasiones. 

Madrid no se asoma al mar, como su tierra natal, a la que se siente muy vinculada; Madrid se asoma a otro azul, el del cielo de la meseta castellana. Ya lo dice la expresión popular: “De Madrid al cielo, y en el cielo, un agujerito para verlo”; bien opuesta al “From Berlin to Hell” –‘De Berlín al Infierno’– con que algunos soldados aliados se referían despectivamente a la capital del Tercer Reich. Y esta alusión no es gratuita: viene a cuento porque fue precisamente en las costas de Normandía donde el 6 de junio de 1944 se produjo el desembarco decisivo (el día D, “el día más largo”) con el que llegaría, al fin, la paz a Europa tras el más brutal de los conflictos que ha sufrido jamás el continente. 

Poco añadirá el transeúnte a la biografía de Anne Fatosme: su padre era arquitecto y participó activamente en la resistencia durante la liberación de Francia, por lo que ocupó un cargo honorífico en la prefectura de Saint Lô; luego, su familia se trasladó a Caen (capital de la Baja Normandía) y ella estudió en el Lycée de jeunes filles de aquella ciudad, donde recibió, como dice, “una educación liberal... para la época”. Ya en su madurez intelectual, animada por el gusanillo de la escritura que ha llevado siempre dentro (es una gran lectora, y afirma que debe a su madre el amor por la literatura), cursó tres años en la Escuela de Letras de Madrid y más tarde siguió algunas asignaturas en la Escuela Contemporánea de Humanidades. 

La bambina in azzurro ('La niña de 
azul', 1918), de Amedeo Modigliani, 
una de las pinturas que más le gustan 
a Anna Fatosme, según confiesa.

Sin duda, mucho de la trayectoria personal de Anne Fatosme tiene que ver con la poesía que ahora nos regala en su primer libro, Soliloquio en blanco y negro,* un poemario bilingüe, en español y francés, donde demuestra que ha dejado de ser la promesa que se adivinaba en los relatos –siempre muy poéticos– que iba publicando y publica todavía en su blog. Demuestra, sobre todo, que ha superado su timidez inicial, que la encorsetó hasta que se dio cuenta de que la literatura es un excelente recurso para la liberación personal, y ahora saca de dentro incluso lo más íntimo a través de ese “otro yo” a veces tan difícil de descubrir y adiestrar. Así pues, se manifiesta en este libro como una mujer audaz, extravertida, que suelta, para dejarlos volar, sus sentimientos y sensaciones y los hace encajar en una poesía no sólo atractiva, sino con unos valores literarios más que notables. La mejor prueba de ello es el primero de los tres poemas reproducidos a continuación: no es únicamente una declaración de intenciones, sino una intrépida toma de posición como poeta. 

Absolutamente recomendable, pues, este poemario de Anne Fatosme, del que hay que valorar, además, la elegante cubierta ilustrada con una fotografía de Juanjo Fernández. 

















Tres poemas de Anne Fatosme 


Olvidar el encierro, 
el olor a naftalina, 
la hipnosis de las agujas. 
Dejar de pisotear 
el horizonte pelado 
de la punta de mis zapatos. 
No esconderse más en la oscuridad, 
dejar de rozar sus paredes, 
no frotarse más a sus larvas. 
Dejar de temblar de frío, 
arrancar los clavos, 
abrir la tapa a puñetazos, 
oler la vegetación, y, como ella, 
sobrevivir, blindada de indiferencia. 

[Oublier la réclusion / l’odeur à naftaline / l’hypnose des aiguilles. / Arrêter de piétiner / l’horizon pelé / du bout de mes chaussures. / Ne plus chercher l’obscurité des caves, / ne plus raser leurs murs, / ne plus me frotter aux larves. / Arrêter de trembler de froid, / arracher les clous, / ouvrir le couvercle avec les poings / sentir la nature, et comme elle, / survivre, blindée d’indifférence.] 


En el seno de mi cuarto oscuro, 
te revelo. Naces y te yergues 
en el fondo de mi cubeta. 
Te ahogas, desapareces, 
te retengo con mis brazos, 
te araño con mis uñas, 
labro tu cuerpo, 
siembro en tus surcos 
racimos de glóbulos rojos. 

[Au sein de ma chambre noire / je te développe. Tu renais / dans le fond de mon bac. / Tu te noies, tu disparais, je te retiens avec mes bras, / je te griffe avec mes ongles / je laboure ton corps, / et sème dans tes sillons / des grappes de globules rouges.] 


Cuando me quedaba dormida, te tumbabas a mi lado. Acoplabas tu cuerpo al mío, me besabas allí donde nace mi nuca. Tus manos volaban sobre mi piel, brillaban en el sol del atardecer, se sumergían en mí, salpicadas de deseo. 

Me devorabas, masticando mis besos, tus manos se multiplicaban, esculpiendo nuevos contornos, aristas desconocidas donde gemía mi ser vaciado de la sangre que hinchaba tus venas. 

Aferrada a tu espalda, te pegabas contra el arco de mi cuerpo. Abríamos los ojos… millares de mariposas deslumbradas por la luz aleteaban en el extravío de nuestras miradas.

[Lorsque je m’endormais, tu t’étendais à mon côté. Tu ajustais ton corps au mien, tu m’embrassais là ou il nassait ma nuque. Tes mains volaient sur ma peau, brillaient dans le soleil couchant, plongaient en moi, éclaboussantes de désir. / Tu me dévorais en mâchant mes baisers, tes mains se multipliaient, sculptant de nouveaux contours, dans les recoins inconnus où gémissait mon être vidé du sang qui dansait dans tes veines. / Agrippée à ton dos, tu te collais contre l’arc de mon corps. Nous ouvrions les yeux… des milliers de papillons affolés de lumière battaient des ailes dans nos regards éperdus.] 


* Anne Fatosme: Soliloquio en blanco y negro / Soliloque en noir et blanc. Editorial Visión Libros, Madrid, 2011. 86 páginas. ISBN 978-84-9983-847-2. El libro, de precio muy asequible, se puede comprar por internet a través de este enlace: 
http://www.visionlibros.com/detalles.asp?id_Productos=11039

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13 febrero 2011

Liberté, égalité, fraternité?... Sarkozyté!

Entrada al municipio de Ciboure (a la izquierda de la imagen)
en el puente Charles de Gaulle sobre el río Nivelle.
A la derecha, Sant-Jean-de-Luz.

(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)

Ciboure (Ziburu, en vasco) es una pequeña localidad separada por el río Nivelle (Ur Ertsi, en vasco, cuyas aguas provienen de tierras navarras) de otra mayor y más conocida: Saint-Jean-de-Luz (Donibane Lohizun), con la que comparte estación ferroviaria y un pequeño puerto fluvial. Para pasar de la una a la otra hay que cruzar el río con alguna embarcación (suele estar en servicio una barca-transbordador para pasajeros) o bien dar un pequeño paseo, pasar el río por el puente Charles de Gaulle de la carretera D 810 (un ramal –denominado allí avenue Jean Jaurès– de la carretera general que enlaza París con Hendaya y el puente internacional de Irún) y bajar hacia el mar por el otro lado.

El transeúnte aprovechó una reciente estancia en Donostia para visitar estas dos localidades del lado francés de Euskal Herria [1]. Disfrutó primero de la paz invernal de Saint-Jean-de-Luz, donde comió espléndidamente, y aprovechó las primeras horas de la tarde, antes de emprender el viaje de regreso a la capital guipuzcoana, para darse una vuelta por Ciboure, a cuya entrada se había instalado un gran parque de atracciones en el que los niños parecían disfrutar de atracciones, chuches y ese algodón de azúcar que se conoce como barbe à papa.

En esta ocasión no va a describir tan bellos lugares, aunque aproveche para decir que en Ciboure nació en 1875 el compositor Maurice Ravel, el del famoso y magnífico Boléro (tan mal comprendido muchas veces). Va a contar una pequeña aventura, una de esas experiencias que dan sentido, pese a todo, a la vida del viajero.

La iglesia de Saint Vincent
y la Croix blanche, en Ciboure.

(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)

Con su cámara de fotos siempre a punto para captar lo insólito, lo efímero y aquello que le llama la atención, el transeúnte pasó frente a la iglesia de Saint Vincent (con su “Cruz Blanca”, etapa de uno de los ramales del Camino de Santiago) y se adentró por la rue Pocalette, paralela al paseo que sigue la ribera del río. Hizo varias tomas de detalles y también de las fachadas de esas bonitas casas que caracterizan las tierras vascas, con sus maderas pintadas de colores alegres (azul, verde, grana…) y, despreocupado y pendiente de lo que se ofrecía a sus ojos, se vio sorprendido en la desembocadura de aquella calle por tres gendarmes que lo rodearon de inmediato y le preguntaron, de sopetón, qué estaba fotografiando.

–Perdone, monsieur, pero en la calle por la que ha pasado está prohibido tomar fotos. Muéstreme los clichés.


–No he visto ningún cartel que lo indicara –replicó el transeúnte, que suele tener mucho aplomo en estos casos, pues ha pasado por experiencias parecidas en países sometidos a regímenes totalitarios. Se suponía que no era el caso de Francia, por lo que nada debía temer.


El gendarme fue observando las imágenes en la pantalla de la cámara y obligó al transeúnte a borrar algunas, cosa que éste hizo, mal que le pesara, arrepentido ahora de no haberse plantado ante tan caprichosa decisión de un don nadie uniformado. A veces le cuesta un poco reaccionar en caliente.


Una de las pocas fotos de la rue Pocalette
que el transeúnte logró salvar.

(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)

–Un documento de identidad, por favor… (pièce d’identité, se dice en francés, para asombro del foráneo, a quien le parece que en Francia la identidad puede despiezarse).

–¿Puedo saber qué es esto?

–Nada, monsieur, se trata sólo de un control rutinario.


El gendarme que se había apoderado del documento de identidad del transeúnte se alejó unos pasos, se conectó con su radioteléfono a algún misterioso lugar y transmitía a su también misterioso interlocutor los datos del sospechoso, que mientras tanto era custodiado por sus otros dos compañeros. Más allá, en los muelles, a orillas del río, había dos furgones celulares y otros seis o siete gendarmes.

En un momento dado, el que transmitía los datos se acercó al transeúnte y le preguntó qué significaba esa enigmática abreviatura “c/” que precedía al nombre de la calle donde vive.

–Significa rue, monsieur.

–Ah, cal-le… –suspiró tranquilizado después de haber hecho gala de su estupendo espagnol, y volvió sobre sus pasos.


La desembocadura del río Nivelle
desde los muelles de Ciboure (donde
estaban apostados los gendarmes
con sus furgones). A la derecha,
el faro de Saint-Jean-de-Luz.

(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)


Uno de los uniformados que retenían al transeúnte (aunque sin ponerle las manos encima en ningún momento, ¡sólo hubiese faltado eso!) empezó a interrogarlo. Le llamaba la atención que el sospechoso hablara tan fluidamente el francés y le preguntó a qué se debía. ¿Había vivido el sospechoso en Francia? ¿No? Étonnant... En lugar de contestarle, el sospechoso le espetó, irónico (siempre en fluido francés, claro):

–Hay otras lenguas que hablo mejor.


–¿Habla usted vasco? –se empezaba a vislumbrar por dónde iban los tiros.

–No.


–Pero, ¿lo entiende?


–Por qué quiere saber esas cosas, si se trata de un control rutinario, como dicen ustedes.

–Obedecemos órdenes, monsieur.

Un típico panier à salade
('ensaladera
'), como son conocidos
popularmente los furgones celulares
de la Gendarmería francesa.

(Foto: Collection CHARLYDESIGN93)

No sabe por qué (o quizá sí), al transeúnte le pasaron por la cabeza otros momentos en que había oído y leído esa frase: los ejecutores nazis obedecían órdenes, los agentes comunistas siempre obedecían órdenes, los sicarios de las dictaduras más sangrientas se defendían en los juicios con esa misma afirmación y trataban de pasar así la responsabilidad de sus atrocidades a entes superiores. Decidió provocar:

–Si quiere interrogarme, hagamos las cosas como es debido: lléveme a comisaría, póngame en contacto con un representante diplomático español para que me facilite un abogado y conozca mi situación…


–Pero... monsieur, por favor, no exagere…


–Oiga, gendarme al transeúnte ya no le parecía un monsieur: ¡se acabaron las buenas maneras y era hora de formalidades!; si alguien exagera y monta el pollo (en fait tout un fromage, se dice en francés), son ustedes.

–¡Cuidado con lo que dice, monsieur!

–Escuche, soy un ciudadano libre y honesto y creo estar en un territorio libre…


–Sin duda, pero en las circunstancias actuales... ya me entiende… los extranjeros…


¡Ay lo que dijo! El transeúnte no le dejó acabar la frase, de modo que no sabe cómo iba a terminarla, ni le importa.


–¡No soy un extranjero! Soy un ciudadano europeo y estoy chez moi (es decir, en mi casa), ¿me entiende usted? ¿O es que Francia se ha dado de baja de la Unión Europea y yo no me he enterado, gendarme?


Saint-Jean-de-Luz desde Ciboure.
(Foto; Albert Lázaro-Tinaut)

El transeúnte fingió indignación y hasta cierto desprecio al pronunciar la palabra gendarme, separando un poco las sílabas; pero la verdad es que empezaba a divertirse. El uniformado titubeó, no sabía qué decir, se sentía indefenso pese al armamento que colgaba de su cintura.


Su compañero, que había permanecido en silencio, le tocó el hombro para tranquilizarlo, y el tercero regresó con su radioteléfono y pidió al que tocaba el hombro del que se había puesto nervioso que anotara toda la filiación del transeúnte, cosa que hizo en un pequeño bloc.


–Bueno, ¿se puede saber qué pasa conmigo, gendarmes? Porque a este paso voy a perder el tren.


–Nada, no se preocupe, monsieur. Ya le hemos dicho que es un control rutinario –contestó el del radioteléfono.


Bonjour, la routine…! (¡Pues vaya rutuina…!) –una vez más, el transeúnte no pudo evitar la ironía provocadora.

–No hemos de hacerle ningún reproche… Es… es sencillamente que en esa calle tiene su casa un ministro –añadió bajando la voz (tal vez debería entenderse lo de “ministro” en femenino, habida cuenta de que un importante miembro del gobierno francés, mujer ella, fue alcaldesa de Saint-Jean-de-Luz, como averiguó luego el transeúnte a través de internet)–. En Francia la ley prohíbe fotografiar cualquier edificio público –prosiguió el gendarme en cuestión, ya en tono conciliador–: un Ayuntamiento, una Préfecture, una estación de tren… Se lo digo para que lo tenga en cuenta. Nosotros estamos aquí para algo (pour quelque chose), entiéndalo.


Detalle de una fachada en Ciboure.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)

La casa de un ministro, hombre o mujer (personaje público), resultaba ser un edificio público, con la particularidad de que nada indicaba esa condición extraordinaria.

–Tenga, y muchas gracias, monsieur –dijo el que había anotado concienzudamente los datos en el carnet (no sé si copió incluso la foto…), mientras le devolvía al transeúnte su documento de identidad.

–Por esta parte puede tomar clichés de todo lo que quiera –añadió el del radioteléfono esbozando una sonrisa forzada y mostrando con un amplio gesto de su mano derecha la parte ribereña del río. El transeúnte estuvo a punto de pedirles que se pusieran bien para retratarlos, pero no quiso provicar más y prefirió hacerse el maleducado y volverles la espalda para seguir su camino. Es lo que en España se dice popularmente “despedirse a la francesa” y los franceses dicen “filer à l’anglaise” (largarse a la inglesa).

La estación ferroviaria de Saint-Jean-de-Luz - Ciboure.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)

Había sido una experiencia interesante, sobre todo para comprobar eso que se dice: que la República Presidencial Francesa se ha convertido en un estado policial desde que monsieur Nicolas Sarkozy (Sarko para el populacho) obra de timonel e “ingeniero” a la vez. En los años 70 del siglo pasado el transeúnte –barbudo y con ropa tejana, ¡a quién se le ocurre!– había sido detenido arbitrariamente en el norte de la Argentina (concretamente en el aeropuerto de Resistencia, topónimo que ya se las trae, en la provincia del Chaco) y sometido casi a juicio sumarísimo por un inmenso militar que no hubiera cabido en un armario de dos cuerpos, y que no lo soltó hasta que la lentísima comunicación telefónica con algún centro de seguridad de Buenos Aires le aseguró que no había ningún sospechoso con su nombre ni con sus características; y también lo detuvieron brevemente en Esztergom, al norte de la Hungría comunista, por haber sido testigo de una pelea callejera. Después de la experiencia vascofrancesa se le formó en la mente, por una curiosa asociación de ideas, un nuevo y absurdo topónimo irónicopolítico: República Soviética Sarkozyana (RSS).


Vayan ustedes con cuidado, pues las fronteras aún existen en esta Europa del quiero y no puedo, tan desunida como siempre. En Irún se lo dijeron claramente al transeúnte: con la supuesta desaparición de las fronteras físicas esperaron que, de algún modo, se estableciera algo semejante a aquella utópica República del Bidasoa con la que soñó ingenuamente Pío Baroja, “una república sin frailes, sin dogmas que nos atormenten, sin moscas y sin carabineros”, como recordó su sobrino, Pío Caro Baroja, durante de la inauguración en el centro del ensanche iruñés del monumento al gran autor de la denominada Generación del 98 (tan enemigo él de esos honores) [2], con motivo del cincuentenario de la muerte de éste, en el año 2006. Pero eso también fue un sueño utópico: las relaciones entre las poblaciones de ambas orillas del río Bidasoa son prácticamente inexistentes, y los intentos de organizar actos conjuntos casi siempre han fracasado.


Detalle del monumento a Pío Baroja en la plaza Zabaltza de Irún,
obra del artista asturiano Sebastián Miranda, inaugurado en 2006.

(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)

No sólo los Pirineos separan la península Ibérica del resto de Europa; no sólo los Alpes separan dos conceptos de europeísmo, ni sólo las aguas del Rin dividen los territorios de Francia y Alemania. Lo que más separa a los europeos de uno u otro Estado es la falta de voluntad: ¡esta sí que es común!



[1] Denominación, en vasco, de lo que en castellano se conoce como Vasconia, es decir el espacio europeo –documentado desde el siglo XVI–, dividido entre los estados español y francés, donde se manifiestan la cultura y la lengua vascas.
[2] Baroja lo expresó por boca de uno de sus personajes más famosos, el marino autobiógrafo Shanti Andía: “A mí, la verdad, la gloria no me entusiasma. La gloria no es para los países lluviosos; tener una estatua a orillas del Mediterráneo, en una ciudad de Andalucía, de Valencia o de Italia, está bien; pero, ¿qué voy a hacer yo si en premio de este libro me levantan una estatua en Lúzaro? ¿Estar recibiendo constantemente la lluvia en la espalda? No, no; soy muy reumático y ni en efigie me gustaría estar así, a la intemperie”.

Haced clic sobre las imágenes para ampliarlas.

21 octubre 2010

((SIN COMENTARIOS))


El enfrentamiento entre el gobierno y los sindicatos en Francia por
la nueva ley de pensiones.


© Raphaelle en Libération, 21 de octubre de 2010.

15 marzo 2010

Jean Ferrat: canción, poesía y compromiso social

Jean Ferrat en el año 2008. (Foto © abaca)

Anteyer, 13 de marzo de 2010, a las 12.58 del mediodía, murió en Aubenas, cerca de la pequeña localidad de Antraigues-sur-Volane (en el departamento francés de la Ardèche), donde residía, Jean Tenenbaum, el menor de los cuatro hijos de un emigrado judío ruso. Había nacido en Vaucresson, en las proximidades de París, el 26 de diciembre de 1930. Cuando tenía once años su padre fue deportado por los ocupantes nazis e internado en el campo de concentración de Auschwitz, del que ya no salió. Él pudo salvarse gracias a la protección de un grupo de militantes comunistas.

Aquel niño, al que le costó asumir la tragedia familiar, comenzó a ganarse la vida, una vez acabada la guerra, componiendo canciones, cantándolas en modestos cabarets, haciendo teatro y tocando la guitarra en una banda de jazz, con el nombre de Jean Laroche. Aunque el éxito no le sonrió de inmediato, decidió dedicarse a la música y al espectáculo, y adoptó otro seudónimo, Frank Noël, que después cambió por el que lo llevaría a la fama: Jean Ferrat.

Ferrat fue siempre fiel a su compromiso social y político, y a pesar de que no se afilió nunca al partido comunista, hasta 1968 se mantuvo próximo a la formación de quienes le salvaron la vida. Y, poco a poco, empujado por el entusiasmo y los amigos, los “camaradas”, su nombre comenzó a sonar, sobre todo desde que, en 1956, puso música al poema Les yeux d’Elsa, de su admirado Louis Aragon.* Esta canción fue popularizada entonces por un cantante que sumaba éxitos en los cabarets parisinos: André Claveau.

No obstante, el primer disco de Jean Ferrat (1958) pasó inadvertido. No fue hasta 1960, con Ma Môme (escuchadla), que se comenzó a oír su voz en las principales emisoras de radio. En 1966 ya era famoso. En 1962 escribió la canción Deux enfants au soleil para su gran amiga Isabelle Aubret, que la interpretó con gran éxito. Diez años más tarde compuso otra de sus canciones más conocidas: Mon vieux. Desde entonces, las ventas de sus discos se incrementaron: ya se había convertido en una figura en el mundo musical francés.

Jean Ferrat con las cantantes Isabelle Aubret y Juliette Greco
(París, 1965). (Foto © AFP)

Mientras tanto había escrito algunas canciones comprometidas y algo atrevidas en el panorama político de la época, como Nuit et Brouillard (1963; escuchadla y leed la letra aquí) y Potemkine (1965; escuchadla aquí), cuya difusión a través de las emisoras de radio fue prohibida por la autoridad competente francesa, y también una de las piezas que al transeúnte más le han llegado al corazón: Camarade (escuchadla), en la que denuncia la invasión soviética de Checoslovaquia en el verano de 1968.

En 1972 se alejó de París y se estableció en la Ardèche, decepcionado por el totalitarismo feroz puesto de manifiesto por los más altos representantes de la ideología que defendía (las atrocidades anteriores de Stalin aún no eran suficientemente conocidas o se habían silenciado en Occidente). La paz de aquellas tierras meridionales le inspiraría otra de sus canciones más bellas: La montagne (escuchadla).

Pero Jean Ferrat quedará seguramente como el gran cantor de la poesía de Aragon (podéis escuchar una de sus canciones, Aimer à perdre la raison, aquí), al cual dedicó dos recopilaciones: Que serais-je sans toi? (1974) y Heureux celui qui meurt d’aimer (1995). El transeúnte ha escuchado estas canciones decenas de veces, y las vuelve a escuchar con emoción mientras escribe este homenaje a un hombre que ha sido siempre consecuente consigo mismo y con sus ideas, una actitud que no debe confundirse con un compromiso absoluto con el comunismo francés, sino muy al contrario: una de sus canciones, Bilan (1980), es precisamente una crítica nada disimulada al líder del PCF, Georges Marchais, por su vergonzoso balance “globalmente positivo” de los países sometidos, contra la voluntad de sus pueblos, a la rígida disciplina soviética. Una actitud que, por otro lado, lo alejó de una parte de la intelectualidad de izquierdas de su país que aún creía (o lo hacía ver, para seguir la “moda” de la época) en las bondades del socialismo real.

La música y la política fueron las dos grandes pasiones de Jean Ferrat. En este sentido, no hay que olvidar su compromiso con los movimientos de izquierdas, como el de antiglobalización liderado por el polémico líder campesino José Bové (1987), y su adhesión a la Coordination française pour la Décennie de la culture de non-violence et de paix, una asociación creada en noviembre del año 2000 para coordinar las actividades del Decenio internacional de promoción de una cultura de la no-violencia y de la paz en beneficio de los niños del mundo, promovida por la Unesco y que acaba, precisamente, este año, con algunas muestras de buena voluntad, pero, sobre todo, con una aberrante indiferencia por parte del denominado “primer mundo”, pese al compromiso (mejor dicho, las palabras solemnes y vacías de contenido) de la grandilocuente Alianza de Civilizaciones propuesta por el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, el 21 de septiembre de 2007 durante la 57.ª Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York. También fue muy crítico con las multinacionales de la música y la industria discográfica que, en su opinión, ponían en peligro la libertad de creación.

Canción, poesía y compromiso social son las palabras que, según el transeúnte, resumen la vida y la trayectoria personal de Jean Tenenbaum, más conocido como Jean Ferrat.

* Aragon (1897-1982) escribió este famoso poema, dedicado a su esposa, la rusa Elsa Triolet (Elsa Kagan [1896-1970], que era cuñada de Vladímir Maiakovski), en 1940.

Traducción del catalán: Carlos Vitale.

23 febrero 2010

Más sobre el trasiego de muertos

El transeúnte ya se ha referido en esta bitácora (ved aquí) al tétrico trasiego de muertos y a las intenciones (frustradas, hasta ahora) del presidente francés Nicolas Sarkozy de trasladar los despojos de Albert Camus al Panthéon des grands hommes de París con motivo del 50.º aniversario de su muerte. (Fijaos en el matiz machista de la denominación del templo de la grandeur: nadie ha tenido, que se sepa, la idea de cambiarla por la de Panthéon des grandes personnalités, pongamos por caso, una idea seguramente más sensata que la de trasladar allí restos humanos…)

Diversas personas del mundo de la cultura y numerosos medios de comunicación franceses e internacionales se han hecho eco del caso y de las opiniones sobre la conveniencia de tener a Camus entre las celebridades dignas de aquel templo laico y republicano. [1]

Por un lado, Jeanyves Guérin, profesor de la Sorbona y autor del Dictionnaire Albert Camus [2] manifestaba en Le Nouvel Observateur que “Sarkozy es amigo de Bush, Gaddafi, Putin y Berlusconi, y que su política está en las antípodas de los valores y las concepciones que defiende Camus”; y el periodista Michel Soudais consideraba en su blog que la pretensión de Sarkozy no sólo suponía una “profanación obscena”, sino que representaba una herejía hacia un hombre que, en vida, se había mantenido al margen de las “glorias literarias”, había rechazado distinciones y había manifestado su negativa a “dejarse transformar en estatua”.

Por otro lado, el filósofo Raphaël Enthoven se preguntaba en L’Express por qué había que privar a Camus de aquello a que habían tenido derecho Rousseau, Voltaire, Hugo y Zola, y coincidía con el realizador de cine Yann Moix, quien manifestaba en la revista La règle du jeu, quizá con una pizca de ironía, que el Panthéon es “la Academia Francesa de las personas muertas”, y que Camus era “bastante académico” y estaba “bastante muerto como para descansar allí”; y no le bastó esta boutade, sino que añadió que “su obra, grande, bella y noble no contiene dinamita” y que, por tanto, “Camus no es un autor peligroso”.

En medio de este tedioso embrollo se alzaba la voz del líder ultraderechista Jean-Marie Le Pen, quien acusaba a Sarkozy de electoralismo y aún más: de pretender robar votos a su Frente Nacional apropiándose, con objetivos partidistas, de la figura de Camus.

En estos momentos, la cuestión aún no está resuelta, aunque parece que monsieur Sarkozy está dispuesto a renunciar a su “sueño”, sobre todo porque el hijo de Camus, Jean, hace uso de su “derecho moral” para impedir que los restos del escritor sean desenterrados; su hermana Catherine, en cambio, no ha aludido a este derecho, “se lo está pensando” desde noviembre, y no le parece ni bien ni mal que su padre sea panthéonisé, según manifestó personalmente al presidente de la República.

Ahora, Chopin

Pero hete aquí que la cuestión vuelve a estar de actualidad, ya que monsieur Alain Duault (escritor, musicólogo y animador de programas musicales en la televisión francesa), comisario por parte de Francia del Año Chopin, que se celebra este 2010 en Polonia y Francia con motivo del segundo centenario del nacimiento de uno de los más altos representantes del romanticismo musical, ha propuesto al presidente Sarkozy que los despojos del gran músico polaco de ascendencia francesa, que reposan en el cementerio parisiense de Père Lachaise, sean trasladados con todos los honores al Panthéon des grands hommes.

Monsieur Duault publicó la carta que dirigió al presidente de la República en el número de diciembre de 2009 / enero de 2010 de la revista Classica, y dice entre otras cosas que Chopin sería el primer músico que entraría en el Panthéon, después de que en 2003 fracasara el intento de trasladar allí los despojos de Berlioz; que sería también “un gran gesto europeo”, ya que se trata de un artista a la vez polaco y francés, “compositor de polonesas y de mazurcas de inspiración polaca”, pero también “de valses de inspiración vienesa, de preludios de inspiración alemana, de nocturnos de inspiración irlandesa, de una barcarola de inspiración italiana y de baladas de inspiración francesa”. ¡Un orgullo para la cultura europea! (como si no lo supiéramos…) ¿Qué tendrán que decir los polacos, que conservan como reliquia el corazón del músico en la iglesia de la Santa Cruz de Varsovia?

Y es que el compositor y pianista Fryderyk / Frédéric Chopin (nacido en la localidad de Żelazowa Wola, Mazovia –a unos 50 km de Varsovia– el 1 de marzo de 1810, y muerto en París el 17 de octubre de 1849) ha sido siempre reivindicado, justamente, por Polonia como uno de sus hombres más ilustres, pero también por Francia, por el hecho de ser hijo de un emigrado francés y por haber vivido en París desde la edad de 20 años. Francia, por tanto, se otorga ahora el derecho de acogerlo entre sus celebridades.

Hace seis años, en 2004, ya hubo un intento por parte del entonces presidente francés, Jacques Chirac, de trasladar al Panthéon los despojos de la famosa amante de Chopin, la escritora y feminista Amandine Aurore Lucile Dupin (1804-1876), más conocida por su seudónimo, George Sand, autora, entre otras obras, de Un hiver à Majorque ('Un invierno en Mallorca', 1855), donde relata su estancia, con sus hijos y su amante polaco, en la cartuja mallorquina de Valldemossa durante el invierno de 1838 a 1839. Esta pretensión fue frustrada entonces por la nieta de la escritora, Christiane Smeets-Sand, heredera de su patrimonio, la cual recibió la solidaridad de unos cuantos políticos y de representantes del mundo de la cultura, entre quienes estaba la actriz italiana Claudia Cardinale. Una curiosidad poco conocida: ¡George Sand era descendiente del rey Augusto II de Polonia!

El transeúnte continúa pensando que los muertos, ilustres o no, deben quedar en el recuerdo de quienes los querían y los admiran, y que sus huesos, sus cenizas o sus reliquias no deben mezclarse con los homenajes, y aún menos con ceremonias macabras revestidas de solemnidad. Permitidle que recuerde estos versos de Petrarca:

Passan vostri trionfi e vostre pompe,
Passan le signorie, passan i regni;

Ogni cosa mortal tempo interrompe.
[3]


[1] Podéis leer, por ejemplo, lo que han publicado Michel Soudais en su blog de Politis.fr, Jeanyves Guérin en Le Nouvel Observateur (20.11.2009), Benjamin Ivry en el New Statesman y el diario suizo Le Matin (3.1.2010), aunque en Internet encontraréis muchas más referencias.
[2] Jeanyves Guérin: Dictionnaire Albert Camus, Flammarion, París, 2010, 992 pp.
[3] “Pasan vuestros triunfos y vuestras pompas, / Pasan las señorías, pasan los reinos; / El tiempo interrumpe todo lo que es mortal.”

Imágenes, de arriba abajo:
- Monumento a Chopin en el parque Łazienki de Varsovia, obra realizada en París, en 1908, por el escultor y pintor modernista polaco Wacław Szymanowski (1859-1930). (Foto © Jaime Silva / flckr.)
- El Panthéon des grands hommes, en el Barrio Latino de París.
(Foto © BLOC.com)
- La tumba de Chopin en el cementerio de Père Lachaise de París.
(Foto © Wikimedia Commons.)
- Retrato inacabado de Chopin pintado por Eugène Delacroix en París en el año 1838. (© Museo del Louvre, París.)
- Retrato de George Sand por Auguste Charpentier (1838). (© Musée Carnavalet, París.)

Clicad sobre las imágenes para ampliarlas.
(17.12.2009)

Traducción del catalán: Carlos Vitale.

28 enero 2010

Flashes: Grenoble


La ciudad francesa de Grenoble, situada a unos 100 km al sudeste de Lyon, es la capital del departamento del Isère, en la región de Ródano-Alpes. La población del municipio es de unos 157.000 habitantes, aunque la de su comunidad metropolitana (que incluye algunos municipios vecinos) sobrepasa el medio millón de personas.

Grenoble es célebre, sobre todo, por haber nacido allí Marie-Henri Beyle (1783-1842), más conocido por su seudónimo Stendhal, autor de obras tan notables como Le Rouge et le Noir ('El rojo y el negro', 1830) y La Chartreuse de Parme ('La cartuja de Parma', 1839).

Au Vieux Manoir, cuyo cartel aparece en la imagen, es un célebre pub-discoteca que se encuentra en el número 50 de la rue Saint Laurent, en el barrio del mismo nombre, uno de los más antiguos de la ciudad, situado en la orilla derecha del río Isère y a los pies de la fortaleza de la Bastille.

Fotografía: © Albert Lázaro-Tinaut (clicad sobre ella para ampliarla).

19 diciembre 2009

La monetización del arte


No hace mucho, el transeúnte leía unas opiniones de Kandinsky sobre el arte y el artista* y, al cabo de poco tiempo, le caían en las manos unos recortes de prensa que lo hicieron reflexionar.


Kandinsky cita a Schumann y Tolstói: el primero afirmaba que la misión del artista es “iluminar las profundidades del corazón humano”, y el segundo (con el cual se mostraba de acuerdo el pintor moscovita), sostenía, muy llanamente, que “el artista es un hombre que lo sabe dibujar y pintar todo”.


Dice Kandinsky:

Con mayor o menor habilidad, virtuosismo y energía, surgen en el cuadro objetos relacionados entre sí por medio de pintura, más tosca o más fina. Esta armonización del todo en el cuadro es el medio que conduce a la obra de arte. Esta es mirada con ojos fríos y espíritu indiferente. Los expertos admiran la factura (así como se contempla a un equilibrista), gozan de la pintura (como se goza con una empanada).


Esta osada afirmación puede conducirnos, sin necesidad de hacer un trayecto muy largo, a la banalización del arte como tal, para reducirlo a un simple objeto de especulación, es decir, a su monetización. Así, con motivo de la feria de arte Feriarte, la 33ª edición de la cual se celebró en Madrid durante la segunda quincena de noviembre de este año, algunos galeristas y anticuarios, al tiempo que exaltaban la importancia de Internet en la globalización del comercio artístico, aseguraban que la evolución de este mercado es directamente proporcional a la situación económica (genial aseveración, que cae por su propio peso y vale, como es evidente, para cualquier mercancía que no sea de primerísima necesidad).


Pero parece que la crisis actual decanta a los coleccionistas (¿sería una audacia, salvando a unos cuantos, denominarlos “inversores” o incluso “especuladores”?) hacia el arte antiguo, que en los últimos años se ha revalorizado. Este estado de la situación lo recoge María de las Heras en una crónica titulada “Las antigüedades se globalizan” (El País, 14 de noviembre de 2009, suplemento “IFEMA / Feriarte”). Un anticuario vendedor de arqueología, por ejemplo, dice con la solemnidad de un académico: “Las miradas se centran en los clásicos y tienen a Egipto como estrella. Roma y Grecia gustan mucho. Lo importante ahora es no arriesgar, y apostar por la calidad en cualquier época”.


Al transeúnte el verbo arriesgar, tan plurivalente en función del contexto, le recuerda las recomendaciones de los asesores financieros, conservadores en tiempos de vacas flacas y atrevidísimos cuando la Bolsa se dispara (perdón por el verbo) hacia arriba. “Sí, Kandinsky –reconoce desencantado por lo que ha leído–-, los expertos disfrutan del arte igual que de una empanada o, dicho en términos más actuales, de una buena mariscada”.


En el mismo artículo se apunta otra cuestión: “Otro factor influyente en la adquisición de obras de arte es la tendencia a construir viviendas cada vez más pequeñas [...]. Empieza a faltar espacio para los objetos decorativos”, según una galerista especializada en arte asiático: he aquí que, de repente, las piezas artísticas se convierten, en Feriarte, en meros objetos decorativos, es decir, mercancía pura y dura equiparable a la reproducción a escala reducida de la estatua de la Libertad que el turista trae como souvenir cuando vuelve de Nueva York. “Sí, Tolstói –se lamenta el transeúnte–, al fin y al cabo el artista es un hombre que lo sabe dibujar y pintar todo, el mercader es quien sabe sacar beneficios, y el comprador espabilado, quien sabe obtener rendimiento”. El transeúnte no dice nada extraordinario: se limita a repetir una cantinela más antigua que la Biblia.


Pero lo que más sorprende el transeúnte es que las obras de arte no sean imprescindibles, ni tan sólo necesarias, para inaugurar un museo de arte. El MAXXI, que es el nuevo centro de arte contemporáneo de Roma –un espléndido edificio concebido por la arquitecto iraquí Zaha Hadid, del cual Nicolai Ouroussoff dijo en el New York Times que “habría agradado a Bernini”; las tres últimas “letras” de su nombre son, de hecho, los números romanos que significan nuestro siglo–, fue abierto oficialmente a mediados de noviembre... sin ninguna obra de arte de las 350 que está previsto exponer allí, las cuales se prevé que lleguen durante la primavera de 2010. Está claro que eso de inaugurar lo que sea antes de que esté acabado no es algo nuevo, y sirve sobre todo para que los políticos de turno aparezcan con cara de satisfacción en las fotografías y proclamen los éxitos de su gestión, aunque el mérito corresponda a menudo a quienes los precedieron en los cargos, que en este caso no eran precisamente de su partido, ya que la obra había sido aprobada en 1998 (cuando el ministro de Bienes y Actividades Culturales de la República Italiana, y luego alcalde de Roma, aquel mismo año, era Walter Veltroni, secretario nacional de los Demócratas de Izquierda, dicho esto entre paréntesis).



El transeúnte deja esta nota: “Estimado Kandinsky: como muy bien dices después de haber asumido las sencillas palabras de Tolstói, cuando han visto las obras de arte `las almas hambrientas se van hambrientas. La muchedumbre camina por las salas y encuentra las pinturas bonitas o grandiosas. El hombre que podría decir algo no ha dicho nada, y el que podría escuchar no ha oído nada. Este estado del arte se llama l’art pour l’art. Si hubieras estado en la inauguración del MAXXI, habrías visto que la muchedumbre caminaba por las salas, pero no encontraba más que paredes y espacios vacíos, aunque pudo admirar la magnífica caja donde, si no pasa nada, dentro de poco se guardarán unas cuantas obras hechas por hombres que lo sabían dibujar y pintar todo”.


Malos tiempos, como casi siempre, para la cultura que, sin embargo, no se resigna a ser la eterna Cenicienta del poder político y económico. Ya no se trata sólo de “vivir del arte” en el sentido estricto de la expresión, sino también de “vivir y trabajar para conservar el arte”. Las instituciones que deben velar para que esto, conservar el arte y dinamizarlo, sea una realidad, a la hora de repartir ayudas y subvenciones están siempre a la cola, de manera que hasta el personal de los grandes museos de París ha ido a la huelga para mostrar su desacuerdo con las drásticas reducciones de personal impuestas por la Administración de la République.



Si alguien lo sabe dibujar y pintar todo, que siga haciéndolo: nadie se lo impedirá, y si tiene éxito, las aves de rapiña, siempre vigilantes, lo honrarán colocándolo en una nube mientras ellos, con los pies bien firmes en el suelo, harán su agosto en cualquier estación del año.


* Wassily Kandinsky: De lo espiritual en el arte

Título original: Über des Geistige der Kunst

Traducción: Elisabeth Palma,

Premiá editora, Tlahuapan, Puebla (México), 1979.


Ilustraciones, de arriba abajo:


- Wassily Kandinsky: Composición IV (Kunstsammlung Nordrhein-Westfallen, Düsseldorf).

- El MAXXI de Roma, diseñado por Zaha Hadid (foto © Image Shack Corp.)

- El Centre Pompidou de París en huelga (foto © Reuters).


Traducción del catalán: Carlos Vitale.