
de la poeta Lydia Koidula (1843-1886; ved aquí).
El día 11 de este mes, el politólogo estonio Agu Uudelepp comentaba en el diario Postimees que la introducción del euro como unidad monetaria de Estonia, prevista para el 1 de enero de 2011 (un euro equivaldrá a 15,6466 coronas actuales), al margen de las polémicas que suscita en el país, supondrá la pérdida de una parte de la identidad nacional: los billetes de banco en krooni (coronas; EEK, según el código ISO), sobre todo porque en esos billetes se reproducen los retratos de algunas de las principales figuras de la cultura del país y son, por consiguiente, un medio de propaganda cultural.
Billete de 2 EEK, con el retrato
del eminente biólogo y geógrafo
Karl Ernst von Baer (1792-1876),
quien estableció las bases de
la embriología moderna.
Billete de 5 EEK, donde está
representado Paul Keres (1916-
1975), uno de los mejores
ajedrecistas de todos los tiempos.
Billete de 10 EEK, con la imagen
del folclorista, teólogo y lingüista
Jakob Hurt (1839-1907).
Billete de 25 EEK, con la figura
de uno de los escritores estonios
más populares y universales,
Anton Hansen Tammsaare
(1878-1940).
Billete de 50 EEK, con el retrato
del compositor Rudolf Tobias
(1873-1918).
La corona estonia sustituyó al rublo ruso-soviético el 20 de junio de 1992; mejor dicho, Estonia recuperaba con el kroon la unidad monetaria de la primera república, que había sustituido al mark (una corona equivalía a 100 marcos) y que desapareció en 1940, con la invasión soviética del país (un rublo se cambió entonces por 0,80 coronas).
Uudelepp propone que entre los numerosos espacios de memoria que hay en Tallinn, se dedique uno al kroon, y sugiere que sea en una plaza-parque céntrica de la ciudad: la dedicada al escritor A. H. Tammsaare, justo fuera de las murallas, ante la puerta medieval de Viru a través de la cual se accede, por la calle del mismo nombre, al centro histórico.
¿Qué es lo que caracteriza a los estonios en el conjunto de los Estados europeos?, se pregunta Uudelepp. “A nosotros también se nos plantea la cuestión de cómo poder sentirnos grandes como pueblo –viene a decir en su artículo–. No nos podemos considerar la cuna de la cultura occidental, como Grecia; nunca hemos construido un imperio ni hemos gobernado como los italianos, sucesores de los antiguos romanos, ni hemos sido una fuerza naval, como los británicos, en cuyo imperio jamás se ponía el sol cuando Isabel II accedió al trono. Los estonios tampoco ganamos grandes batallas, como los franceses o los venecianos, ni tuvimos un reino propio, como los polacos y los lituanos. También es difícil encontrar entre nuestros conciudadanos a grandes filósofos y científicos, como en el caso de los alemanes, que hayan sido decisivos para impulsar el mundo. ¿Qué nos queda, pues? Puesto que el deseo de grandeza también late en nosotros, los estonios, sólo tenemos la posibilidad de acogernos a la cultura. Nuestros poetas y nuestras grandes personalidades nos ayudan a definirnos como nación y a reforzar nuestra conciencia nacional”.
Efectivamente, la cultura, en todas sus manifestaciones, pero sobre todo en la literatura, el teatro y la música, ocupa un lugar de privilegio en Estonia y, pese a la crisis actual, está bastante bien subvencionada. Las grandes librerías de ciudades como Tallinn y Tartu dan fe de ello; los teatros y las salas de conciertos, repletos, son el mejor ejemplo. El número de museos, pequeños y grandes, es enorme en proporción al tamaño y la población del país (apenas 1.300.000 habitantes). La cultura es, sin duda, la gran fuerza de los estonios, su grandeza.
Una gran librería inaugurada recientemente
en un moderno centro comercial de Tartu.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
El que la moneda nacional, a punto de desaparecer, deje de ser un escaparate internacional en el que se expone lo mejor de la cultura del país, es algo que hace reflexionar a los estonios. Este apego al hecho cultural también debería invitar a la reflexión a otras naciones que, con o sin Estado, lo mantienen demasiado lejos de sus prioridades y provocan su estancamiento, sin tener en cuenta que si no se siembra, luego no se cosecha, y que ello lleva a la pobreza espiritual, a la decadencia.
Deberíamos tomar nota.
Haced clic sobre las imágenes para ampliarlas.

del eminente biólogo y geógrafo
Karl Ernst von Baer (1792-1876),
quien estableció las bases de
la embriología moderna.

representado Paul Keres (1916-
1975), uno de los mejores
ajedrecistas de todos los tiempos.

del folclorista, teólogo y lingüista
Jakob Hurt (1839-1907).

de uno de los escritores estonios
más populares y universales,
Anton Hansen Tammsaare
(1878-1940).

del compositor Rudolf Tobias
(1873-1918).
La corona estonia sustituyó al rublo ruso-soviético el 20 de junio de 1992; mejor dicho, Estonia recuperaba con el kroon la unidad monetaria de la primera república, que había sustituido al mark (una corona equivalía a 100 marcos) y que desapareció en 1940, con la invasión soviética del país (un rublo se cambió entonces por 0,80 coronas).
Uudelepp propone que entre los numerosos espacios de memoria que hay en Tallinn, se dedique uno al kroon, y sugiere que sea en una plaza-parque céntrica de la ciudad: la dedicada al escritor A. H. Tammsaare, justo fuera de las murallas, ante la puerta medieval de Viru a través de la cual se accede, por la calle del mismo nombre, al centro histórico.
¿Qué es lo que caracteriza a los estonios en el conjunto de los Estados europeos?, se pregunta Uudelepp. “A nosotros también se nos plantea la cuestión de cómo poder sentirnos grandes como pueblo –viene a decir en su artículo–. No nos podemos considerar la cuna de la cultura occidental, como Grecia; nunca hemos construido un imperio ni hemos gobernado como los italianos, sucesores de los antiguos romanos, ni hemos sido una fuerza naval, como los británicos, en cuyo imperio jamás se ponía el sol cuando Isabel II accedió al trono. Los estonios tampoco ganamos grandes batallas, como los franceses o los venecianos, ni tuvimos un reino propio, como los polacos y los lituanos. También es difícil encontrar entre nuestros conciudadanos a grandes filósofos y científicos, como en el caso de los alemanes, que hayan sido decisivos para impulsar el mundo. ¿Qué nos queda, pues? Puesto que el deseo de grandeza también late en nosotros, los estonios, sólo tenemos la posibilidad de acogernos a la cultura. Nuestros poetas y nuestras grandes personalidades nos ayudan a definirnos como nación y a reforzar nuestra conciencia nacional”.
Efectivamente, la cultura, en todas sus manifestaciones, pero sobre todo en la literatura, el teatro y la música, ocupa un lugar de privilegio en Estonia y, pese a la crisis actual, está bastante bien subvencionada. Las grandes librerías de ciudades como Tallinn y Tartu dan fe de ello; los teatros y las salas de conciertos, repletos, son el mejor ejemplo. El número de museos, pequeños y grandes, es enorme en proporción al tamaño y la población del país (apenas 1.300.000 habitantes). La cultura es, sin duda, la gran fuerza de los estonios, su grandeza.

en un moderno centro comercial de Tartu.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
El que la moneda nacional, a punto de desaparecer, deje de ser un escaparate internacional en el que se expone lo mejor de la cultura del país, es algo que hace reflexionar a los estonios. Este apego al hecho cultural también debería invitar a la reflexión a otras naciones que, con o sin Estado, lo mantienen demasiado lejos de sus prioridades y provocan su estancamiento, sin tener en cuenta que si no se siembra, luego no se cosecha, y que ello lleva a la pobreza espiritual, a la decadencia.
Deberíamos tomar nota.
Haced clic sobre las imágenes para ampliarlas.