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05 diciembre 2009

A modo de pórtico


Este transeúnte enciende cada mañana su farol para iniciar un nuevo trayecto. El norte que vislumbra, que anhela, no es sólo un espacio geográfico: para él es un sinnúmero de cosas y, singularmente, una metáfora, un topos literario y anímico. Quizá incluso un sueño inalcanzable.


Se siente identificado, por ejemplo, con este “Callejeo” de Jorge Guillén:


No sabe adónde va.
Ni le orienta la nube
Próxima que en el cielo
Se aísla, ni conduce
Por sí mismo sus pasos.
Le impulsa la costumbre
De pisar y avanzar.
Nada tal vez más dulce
Ni de mayor consuelo
Que la tarde de un lunes
Cualquiera paseando
De pronto. No transcurre
La hora. Permanece
Con todo su volumen
Bajo la mano aquel
Tiempo sin norte, dúctil,
Propicio a revelar
Algo impar en el cruce
De unas calles. ¡Perderse,
Hacerse muchedumbre!


Difícilmente podía haber encontrado el transeúnte una manifestación literaria tan próxima a su experiencia y a zus inquietudes, ni más precisa para expresar su afán de recorrer caminos, reales o imaginarios, y descubrir rincones insospechados.


Pessoa también tiene un par de versos preciosos en los que juega con el norte, y el transeúnte no puede resistirse a reproducirlos:


Uma folha de mim lança para o Norte,
onde estão as cidades de Hoje que eu tanto amei…


En esta bitácora (palabra más cercana al viajero que blog) el transeúnte quiere recoger paisajes: paisajes vividos, paisajes literarios, paisajes humanos, lugares imaginados, visitados o (aún) desconocidos para sus ojos. Se desvive por recorrer las sendas, a menudo intrincadas y a veces exóticas, de su biblioteca, recuperar imágenes de un mundo que le apasiona y lo transporta –en el sentido recto y figurado de la palabra-, del cual quiere sacar provecho, ganando y construyendo experiencias. Necesita alcanzar su norte íntimo.

“Norte es todo aquello que se oculta más allá de la frontera del deseo” y “La geografía soñada es norte lejano” son frases que encuentra hojeando sus notas de viaje, sus moleskine. El gusanillo, por tanto, lo ha roído desde siempre por dentro, y la estrella polar ha sido para él -¡quién sabe!- una predestinación, a pesar de su escepticismo casi radical.

En esta bitácora el transeúnte mezclará, sin duda, recuerdos deformados por el tiempo, tan inevitables como lo ha sido el paso de éste, y remembranzas confusas con dosis de ficción para ajustarlas más al ansia o al sueño que a la realidad. Le parece lícito hacerlo, porque se impone en todo y por todo, inexorablemente, la libertad. Una libertad que, como toda bitácora, comporta el riesgo de derivas: nada es absoluto, ergo todo es relativo. ¡Nada es constante!

Fotografía: Estación de Valga (Estonia).
© Albert Lázaro-Tinaut.


Traducción del catalán: Carlos Vitale.