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04 julio 2010

Contradictoria Liubliana

El edificio de la Universidad (a la izquierda) y la iglesia
de las Ursulinas (al fondo), desde el Castillo de Liubliana.

(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)

Las contradicciones históricas

Aunque a primera vista no lo parezca, la capital de Eslovenia (un país que apenas supera los 20.000 kilómetros cuadrados, es decir, poco más que Navarra y el País Vasco juntos o equivalente en superficie a El Salvador) es una ciudad bastante contradictoria. En primer lugar, porque se ha convertido en la capital de la República por carambolas históricas, ya que la auténtica capital eslovena debería ser Trieste (Trst, en esloveno), ciudad que ahora está en tierras italianas, pero donde la considerable comunidad eslovena ha sido siempre, y es, muy activa, a pesar de las dificultades que ha padecido durante años y hasta hace muy poco. Por otro lado, el alma cultural eslovena tiene muchas raíces firmemente incrustadas en Klagenfurt (Celovec, en esloveno), la capital de la Carintia austríaca, donde nacieron figuras notables de la literatura en lengua alemana, como son Robert Musil e Ingeborg Bachmann, pero también algunas personalidades relevantes de la cultura eslovena: es el caso, por ejemplo, de Jožef Stefan (1835-1893), una de las eminencias científicas y, sobre todo, uno de los grandes matemáticos europeos de su época (que también era poeta, dicho sea de paso).

Liubliana, nacida como un asentamiento militar romano que se convirtió en la ciudad de Emona (mejor dicho, en la Colonia Iulia Aemona) en las postrimerías del siglo I de nuestra era y sufrió la furia de los hunos, los ostrogodos y los lombardos, fue poblada por eslavos en el siglo VI y aún tuvo que padecer la sumisión a los francos y, más tarde (desde 1278), a la dinastía de los Habsburgo. Cuando en 1809 Napoleón anexionó de facto a Francia las Provincias Ilirias, estableció allí la capital de éstas, y cuando los territorios que las constituían volvieron a manos austríacas, en 1813, en Viena se les ocurrió convertirlos, por razones administrativas, en el llamado Reino de Iliria (1816-1849), dependiente del Imperio, que mantuvo la capitalidad en Liubliana (con el nombre alemán de Laibach), pese a que tanto Trieste como Klagenfurt formaban parte de él.



Liubliana en el siglo XVII, según un grabado del libro Die Ehre
dess Hertzogthums Crain, de J. V. Valvasor (Núremberg, 1689).
Destaca la primitiva iglesia de San Jacobo, a los pies del castillo.

La opinión de los eslovenos, sometidos, no tenía, evidentemente, ningún interés para la entonces lejana corte vienesa. La derrota del Imperio austrohúngaro en la primera guerra mundial hizo que el territorio esloveno se incorporara, en 1918, en el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos (Kraljevina Srbov, Hrvatov in Slovencev, en esloveno), el cual se transformaría, en el año 1929, en el Reino de Yugoslavia y, después de la segunda guerra mundial, en la República Federal de Yugoslavia. Sólo cuando Eslovenia obtuvo por primera vez la auténtica independencia, que fue proclamada el 25 de junio de 1991, Liubliana se convirtió en la capital de un Estado europeo, que en el año 2004 se integró tanto en la OTAN como en la Unión Europea, y el 11 de junio de 2006 sustituyó la moneda nacional, el tólar, por el euro.


Liubliana, aunque muchos eslovenos la consideran provinciana (¡la sombra de Trieste es alargada!), es una ciudad bonita y seductora, de dimensiones humanas. En ella residen unos 270.000 de los algo más de dos millones de eslovenos que pueblan la República. El centro urbano se extiende a ambos lados del río Liublianica, y el centro histórico está a los pies del castillo (Ljubljanski grad), construido en el siglo XV por los Habsburgo, como muchas otras fortificaciones fronterizas, para defender el Imperio del peligro otomano. Ahora, completamente restaurado (quizá incluso demasiado “rehecho”), es un lugar agradable –se puede acceder a él con un funicular–, desde donde se contempla toda la ciudad y, al fondo, las estribaciones orientales de la cordillera alpina, que en aquel tramo se denominan Alpes Julianos.



Uno de los dragones que decoran
los accesos al Zmajski most
(puente de los Dragones),
inaugurado en 1901 con el
nombre de Puente del Jubileo.

(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)


Hay bastantes cosas que ver en Liubliana, además del castillo, desde el Triple Puente (Tromostovje), que cruza el río a la altura de la plaza de Prešeren, donde late el corazón de la ciudad, hasta otro puente famoso, el de los Dragones, de estilo modernista, presidido por las esculturas de unos dragones alados de color verde que rememoran la mitología local, según la cual Jasón, llegado allí con los Argonautas remontando los ríos Danubio y Sava, habría vencido al dragón de Liubliana, que se ha convertido en el símbolo de la ciudad (y, no por casualidad, también de Klagenfurt).


La iglesia franciscana
de la Anunciación,
en la plaza de Prešeren,
desde el Triple Puente.

(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)



Al igual que en cualquier país católico, en toda Eslovenia se encuentra la marca jesuítica del barroco, como un vade retro contra la Reforma luterana. De ello son ejemplos, en Liubliana, la catedral de San Nicolás, de 1706, con su cúpula verde (¡todo es verde en Liubliana!), añadida en 1841; la iglesia franciscana de la Anunciación, de mediados del siglo XVII; la de San Jacobo, reformada en 1701, y la de las Ursulinas, de 1726, con su singular fachada. También encontramos algunas fuentes góticas, como la de Robba, la de Hércules, en la ciudad vieja, o la de los Tres Ríos de Carniola, en la plaza del Ayuntamiento.

La arquitectura renacentista (estilo en el que fue reconstruida la ciudad después del terremoto que la asoló en 1511), la ecléctica (representada por la estación ferroviaria, de 1849, la Universidad, el palacio Zois y el teatro de la Ópera, entre otros edificios) y la modernista, que apareció en las nuevas construcciones después de los destrozos de otro terremoto, en 1895, también están presentes en Liubliana. Entre los edificios modernistas (o Jugendstil) hay que destacar la casa Urbanc, de 1903, la Caja de Ahorros Municipal (Mestna hranilnica), de 1904, la casa Bamberg y el hotel Union (1907), el impresionante –y más tardío- edificio rosado del Banco Cooperativo de Negocios (Stavba Zadružne gospodarske banke), de 1921, y la construcción art déco de la Unión Cooperativa (Zadružna Zveza).



Detalles decorativos del edificio
de la Unión Cooperativa
(Zadružna Zveza).
(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)


La impresión general de la ciudad, sobre todo de su centro histórico, recuerda mucho la de las ciudades medianas austríacas. No en vano Eslovenia, contrariamente a las demás repúblicas de la antigua Yugoslavia, no es un país balcánico, sino claramente mitteleuropeo. Perderse por las calles de la ciudad vieja, disfrutar de la paz que se respira en ellas y de sus numerosos restaurantes (que en el verano instalan terrazas a la orilla del río), visitar los museos y los edificios notables o sentarse en uno de los múltiples cafés “a la vienesa” o en alguno de los numerosos parques para descansar del paseo leyendo un buen libro, deja en el visitante un regusto agradable, con ciertos toques de heterogeneidad.


Las contradicciones de ahora mismo

Situémonos en el presente y fijémonos, por un lado, en el hecho de que Liubliana ha sido declarada por la UNESCO Capital Mundial del Libro 2010, un hecho que ha pasado casi inadvertido en nuestro país (como casi todo lo que sucede más allá de Italia) pero que pone de manifiesto la importancia cultural de la ciudad (desmentida por algunos, como veremos a continuación). El programa oficial de actos, cuyo portal web (en inglés) podéis ver aquí, demuestra un esfuerzo notable, que al transeúnte le parece significativo, para poner la literatura y los libros al alcance de un público amplio y diverso, y no sólo por la presencia de autores nacionales y extranjeros en diversos actos, sino también por el cuidado que se ha tenido de acercar el libro a los niños, con las consecuencias positivas que representa sembrar germen de futuro.

El reverso de la moneda lo encontramos, en cambio, en un artículo que publicó el pasado 10 de junio el periodista cultural y editor Dejan Steinbuch en el periódico Finance de Liubliana: “Rekvijem za poslednji jazz v Ljubljani” (‘Réquiem por el último jazz en Liubliana”). El autor refleja, de alguna manera, la visión provinciana de la capital eslovena: en la primera frase del artículo dice, precisamente: “Liubliana no ha sido nunca una metrópolis”; y después manifiesta sin rodeos que entre los dirigentes y administradores de la ciudad siempre han faltado personas con talento, capaces de dar pasos adelante en la Historia: “Liubliana ha sido dirigida por la mediocridad […], en ella impera una mentalidad provinciana y pequeño-burguesa”, y añade que el peor enemigo de esta gente es la cultura urbana. “Liubliana no será nunca una ciudad que destaque en el mundo, pero puede convertirse en una capital con pedigrí específico subalpino con aires cosmopolitas”.



Drago Gajo (Liubliana, 1950),
fundador del Jazz Club Gajo.
(Foto © Pet)


Steinbuch asegura que la cultura urbana no significa únicamente cultura moderna, aunque en Luibliana haya un buen museo, un castillo, infinidad de monumentos,
una Asociación de Escritores Eslovenos, los libros de la editorial Beletrina y un parque denominado Tivoli, y sea ahora la Capital Mundial del Libro, sino que también debe haber una cultura normal, y que una parte sagrada de la cultura urbana que insufla a Liubliana al menos un cierto aliento de capitalidad es la música, y concretamente el jazz: “Una ciudad con un club de jazz nunca será un pueblo. Una capital sin un club de jazz no es una capital”, concluye Steinbuch. Se refiere al club de Jazz Club Gajo, de la calle Beethoven 8, que durante diecisiete años ha sido “el santuario de jóvenes artistas, músicos que necesitan un local para tocar” y es, además, un lugar de interés público, que deberá cerrar las puertas por decisión judicial; y se pregunta, no se sabe si muy ingenuamente, si el imperio de la ley siempre debe tener razón, si no se pueden tomar medidas de protección para este local y lo que representa; pero llega a la triste conclusión de que el club Gajo no tiene padrinos poderosos y ricos que “puedan hacer algo”.

La cara y la cruz de la ciudad, de la sociedad en su conjunto, de la cultura plural en singular. El transeúnte no saca a la luz este caso porque sea único y aislado: por desgracia, es sólo un ejemplo del trato que en los últimos años está recibiendo por doquier la cultura en todas sus manifestaciones. La cultura podría equipararse, a no mucho tardar, al cuarto mundo, a un mundo excluido del “mundo real”, un mundo marginal, sostenido por los esfuerzos de un puñado de personas a cambio de nada, o sí: de la satisfacción de sobrevivir y de disfrutar, aunque sea con el estómago vacío. En fin, algo que, por lo menos, convida a la reflexión.


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Traducción del catalán. Carlos Vitale.