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07 septiembre 2011

((SIN COMENTARIOS))


Viñeta de Anti Veermaa en el periódico Äripäev, 7 de septiembre de 2011.

En algunos medios de Estonia, país que abandonó la corona el 1 de enero de este año para adoptar el euro, se especula con abandonar la divisa comunitaria y crear otra, más sólida, para el área escandinava y báltica. En la viñeta, el “viejo” euro dice, llorando, algo así: “¡Aaaay! Ya no me quieren. ¡Dicen que son mejores que yo!”, y el espíritu del kroon, todavía joven (se había creado en junio de 1992), le responde desde el cielo: “Entiendo muy bien tus sentimientos. ¡Bienvenido al club!”.

30 noviembre 2010

Gibraltar: un peñón multiétnico, multilingüe y multirreligioso

El único puesto fronterizo terrestre entre España y Gibraltar, y el peñón,
vistos desde de localidad andaluza de La Línea de la Concepción.

(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)

El topónimo con el que conocemos The Rock (el Kalpe de los antiguos griegos), la colonia británica del sur de la península Ibérica, tiene su origen en la denominación que dieron los árabes al peñón donde se asienta: Yabal Tariq (جبل طارق), “la montaña de Táriq”, en honor a Táriq ibn Ziyad al-Layti (طارق بن زياد), el caudillo beréber que desembarcó allí con sus tropas el año 711 y que, según la tradición, lideró la conquista de la Hispania visigoda.


La historia de esta estratégica península de 6,5 kilómetros cuadrados, situada al este de la bahía de Algeciras, es bien conocida: formó parte de la taifa de Granada, fue tomada por las tropas castellanas en 1309, reconquistada por los benimerines en 1333, cedida por éstos al reino nazarí de Granada veinticuatro años más tarde y, finalmente, conquistada para la Corona castellana por el duque de Medina-Sidonia en 1562, aunque hasta 1501 no fue incorporada oficialmente al Reino de Castilla.


El sitio anglo-holandés que sufrió el peñón del 1 al 4 de agosto de 1704, durante la guerra de Sucesión española, obligó a las tropas borbónicas de Felipe V a capitular ante el príncipe de Hesse-Darmstadt, quien tomó posesión de Gibraltar en nombre del archiduque Carlos de Austria, pretendiente a la corona española.

A British Man of War before
the Rock of Gibraltar
, pintura

de finales del siglo XVIII,
del
artista inglés Thomas
Whitcombe.

Tras un sitio fallido por parte de las tropas hispano-francesas, mediante el tratado de Utrecht, que puso fin a la guerra de sucesión, en 1713 Gibraltar se convirtió en posesión británica, y continúa siéndolo como colonia, a pesar de los frecuentes intentos españoles para recuperar aquel territorio.


Cuando el transeúnte visitó Gibraltar, lo primero que le sorprendió, desde el autobús que tomó después de pasar a pie la frontera hispano-gibraltareña, fue ver cómo la breve carretera que conduce al centro urbano ha de cruzar la pista del aeropuerto, que se cierra mediante una barrera semejante a la de los pasos a nivel ferroviarios cuando despega o aterriza algún avión.


Al llegar a la ciudad, observó en seguida las curiosas contradicciones que se dan en aquel lugar, donde los llanitos (nombre con el que son conocidos los gibraltareños) conservan un castellano heterodoxo, con un marcado acento andaluz, mientras que el idioma oficial de la colonia es el inglés, lengua en la que están escritos casi todos los rótulos (pese a que en algunos casos aparece el bilingüismo).

Un característico autobús
inglés en el centro urbano
de Gibraltar; se pueden
observar (haciendo clic
sobre la foto para ampliarla)
las inscripciones bilingües,
en inglés y castellano.
(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)

También es contradictorio el uso de la moneda: oficialmente, se utiliza la libra esterlina británica (que tiene incluso una versión local emitida
por el Gobierno de Gibraltar: la Gibraltar pound), pero el euro circula paralelamente y con frecuencia los precios están marcados en ambas unidades monetarias. Sin embargo, la moneda europea no se admite en determinados lugares, como por ejemplo la oficina de Correos.

Un billete de 20 libras esterlinas emitido por el Gobierno de Gibraltar.

El transeúnte pudo constatar, además, que el pequeño núcleo urbano de Gibraltar, dividido en siete áreas residenciales y poblado por poco más de 27.000 personas, es un centro multicultural y multirreligioso muy interesante en el que se mezclan la población local (de raíces andaluzas o andalusíes), una minoría de británicos (dedicados sobre todo a tareas administrativas, comerciales y oficiales) y unas relativamente nutridas comunidades musulmana (cerca de un 7 % de la población) y judía (presente en el peñón desde hace más de seiscientos cincuenta años, la cual, aunque actualmente sólo representa el 2 % de la población, siempre ha sido muy influyente: se calcula que en el lenguaje local, el llanito, se utilizan unas quinientas palabras de origen hebreo).




























Un niño judío gibraltareño, con la característica kipá.

(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)




























Puerta de una casa de la comunidad judía de
Gibraltar.
Puede verse el año de construcción:
5655 del calendario
hebreo, que corresponde
al 1895 de nuestro calendario gregoriano.

(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)


Hombres musulmanes a la salida de una de les mezquitas de Gibraltar.
(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)

Las religiones mayoritarias, sin embargo, son la anglicana y la católica, cada una de las cuales tiene su catedral y sus templos. También hay templos de otras comunidades protestantes, hinduistas, baha’i, etc.





























La catedral anglicana de la Santísima Trinidad (Holy Trinity),

de estilo morisco y arquitecto desconocido, consagrada en 1838.
(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)





























La catedral católica de Santa María la Coronada,

levantada
en el lugar que ocupaba una antigua
mezquita.
Fue consagrada el 20 de agosto de 1462.
(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)

El llanito es un curioso dialecto castellano, muy próximo al andaluz pero a la vez característico y ecléctico. No incluye únicamente expresiones hebreas, sino sobre todo palabras inglesas y también maltesas (muchas familias maltesas se establecieron en Gibraltar), árabes, beréberes, portuguesas, genovesas y de numerosas lenguas de la India, de donde proceden muchísimos comerciantes.


El transeúnte recuerda, por ejemplo, que cuando quiso ir a Punta Europa, la conductora del autobús le advirtió (la transcripción es fonéticamente aproximada): “Vamo’ a ve’ si podemo yegá, que el tiempo ehtá muy windy”; en efecto, el día era ventoso y ello impidió al transeúnte subir a lo alto de The Rock, Signal Hill (de 387 metros de altitud, donde se encuentran los famosos monos gibraltareños), ya que el teleférico por el que se accede no funcionaba aquel día a causa, precisamente, de la fuerza del viento, y los taxistas -especulativos ellos- pedían demasiado dinero para llevarlo hasta allí.


El faro de Punta Europa,
construido
entre 1831 y 1841
y automatizado
en 1994.
(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)


Punta Europa (Great Europa Point, según la toponimia oficial británica) es el extremo meridional de la península de Gibraltar, encarado al norte de África, que es visible en la lejanía. Se trata de un pequeño promontorio rocoso y llano, donde destacan el faro, la mezquita de Ibrahim-al-Ibrahim (financiada por el rey Fahd de la Arabia Saudita e inaugurada el 8 de agosto de 1997) y el pequeño santuario católico de Nuestra Señora de Europa.


La amable conductora del autobús que condujo hasta allí al transeúnte (la fuerza del viento no era tan intensa y las olas, por lo tanto, ya no invadían la explanada como pocas horas antes), le dijo dónde lo esperaría cuando el vehículo de servicio público hiciera el siguiente viaje. De vuelta, íbamos recogiendo escolares, impecablemente vestidos con los uniformes de sus respectivas escuelas. Los policías municipales también visten un uniforme parecido al de los bobbies londinenses, con el correspondiente y característico helmet (casco). Y es que, pese a todo, en Gibraltar las tradiciones responden claramente a las costumbres del antiguo Imperio británico: en multitud de aspectos, el peñón es un pedazo del conservador Reino Unido trasplantado al sur de Europa.



Una imagen muy británica en un ambiente muy mediterráneo.
(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)


Haced clic sobre las fotografías para ampliarlas.

17 octubre 2010

¿Dónde está la grandeza de los pequeños países?

Billete de banco estonio de 100 krooni con la imagen
de la poeta Lydia Koidula (1843-1886; ved aquí).


El día 11 de este mes, el politólogo estonio Agu Uudelepp comentaba en el diario Postimees que la introducción del euro como unidad monetaria de Estonia, prevista para el 1 de enero de 2011 (un euro equivaldrá a 15,6466 coronas actuales), al margen de las polémicas que suscita en el país, supondrá la pérdida de una parte de la identidad nacional: los billetes de banco en krooni (coronas; EEK, según el código ISO), sobre todo porque en esos billetes se reproducen los retratos de algunas de las principales figuras de la cultura del país y son, por consiguiente, un medio de propaganda cultural.

Billete de 2 EEK, con el retrato
del eminente biólogo y geógrafo
Karl Ernst von Baer (1792-1876),
quien estableció las bases de
la embriología moderna.



Billete de 5 EEK, donde está
representado Paul Keres (1916-
1975), uno de los mejores
ajedrecistas de todos los tiempos.




Billete de 10 EEK, con la imagen
del folclorista, teólogo y lingüista
Jakob Hurt (1839-1907).





Billete de 25 EEK, con la figura
de uno de los escritores estonios
más populares y universales,
Anton Hansen Tammsaare
(1878-1940).



Billete de 50 EEK, con el retrato
del compositor Rudolf Tobias
(1873-1918).





La corona estonia sustituyó al rublo ruso-soviético el 20 de junio de 1992; mejor dicho, Estonia recuperaba con el kroon la unidad monetaria de la primera república, que había sustituido al mark (una corona equivalía a 100 marcos) y que desapareció en 1940, con la invasión soviética del país (un rublo se cambió entonces por 0,80 coronas).


Uudelepp propone que entre los numerosos espacios de memoria que hay en Tallinn, se dedique uno al kroon, y sugiere que sea en una plaza-parque céntrica de la ciudad: la dedicada al escritor A. H. Tammsaare, justo fuera de las murallas, ante la puerta medieval de Viru a través de la cual se accede, por la calle del mismo nombre, al centro histórico.


¿Qué es lo que caracteriza a los estonios en el conjunto de los Estados europeos?, se pregunta Uudelepp. “A nosotros también se nos plantea la cuestión de cómo poder sentirnos grandes como pueblo –viene a decir en su artículo–. No nos podemos considerar la cuna de la cultura occidental, como Grecia; nunca hemos construido un imperio ni hemos gobernado como los italianos, sucesores de los antiguos romanos, ni hemos sido una fuerza naval, como los británicos, en cuyo imperio jamás se ponía el sol cuando Isabel II accedió al trono. Los estonios tampoco ganamos grandes batallas, como los franceses o los venecianos, ni tuvimos un reino propio, como los polacos y los lituanos. También es difícil encontrar entre nuestros conciudadanos a grandes filósofos y científicos, como en el caso de los alemanes, que hayan sido decisivos para impulsar el mundo. ¿Qué nos queda, pues? Puesto que el deseo de grandeza también late en nosotros, los estonios, sólo tenemos la posibilidad de acogernos a la cultura. Nuestros poetas y nuestras grandes personalidades nos ayudan a definirnos como nación y a reforzar nuestra conciencia nacional”.


Efectivamente, la cultura, en todas sus manifestaciones, pero sobre todo en la literatura, el teatro y la música, ocupa un lugar de privilegio en Estonia y, pese a la crisis actual, está bastante bien subvencionada. Las grandes librerías de ciudades como Tallinn y Tartu dan fe de ello; los teatros y las salas de conciertos, repletos, son el mejor ejemplo. El número de museos, pequeños y grandes, es enorme en proporción al tamaño y la población del país (apenas 1.300.000 habitantes). La cultura es, sin duda, la gran fuerza de los estonios, su grandeza.


Una gran librería inaugurada recientemente
en un moderno centro comercial de Tartu.

(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)

El que la moneda nacional, a punto de desaparecer, deje de ser un escaparate internacional en el que se expone lo mejor de la cultura del país, es algo que hace reflexionar a los estonios. Este apego al hecho cultural también debería invitar a la reflexión a otras naciones que, con o sin Estado, lo mantienen demasiado lejos de sus prioridades y provocan su estancamiento, sin tener en cuenta que si no se siembra, luego no se cosecha, y que ello lleva a la pobreza espiritual, a la decadencia.

Deberíamos tomar nota.

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