
Si hay un gran mérito por el que debemos dar las gracias al compositor estonio Arvo Pärt es el de haber construido y marcado un nuevo camino para la música del siglo XX, un camino que ha conducido en muchos sentidos a la reconciliación entre el público –por lo menos, una determinada parte del público– y la música de su tiempo. El hecho de haber conseguido recuperar la tonalidad, volviendo, por tanto, a la estructura lingüística que dominó la música occidental durante un milenio, sin proponerse una retrocesión, sino, al contrario, encontrando una manera de conjugar tradición y modernidad, ha sido una especie de cuadratura del círculo para nuestros tiempos. Gracias, también, al sello ECM, que creyó en Pärt y lo ha promocionado sin reticencias, se puede decir tranquilamente que el maestro estonio se ha convertido en el compositor contemporáneo más conocido y apreciado –superado, quizá, únicamente por Philip Glass–, incluso entre los sectores de público que huyen de los sonidos de la contemporaneidad como de la peste.
Esto se ha visto también con motivo de la serie de conciertos-homenaje que tienen lugar ahora mismo en Roma. Que una sala de más de dos mil butacas esté repleta para un concierto con músicas de un autor no nacido en las postrimerías del siglo XVIII me parece una singularidad que debe saludarse con optimismo. Pero, ¿qué tiene la música de Arvo Pärt para que geste tanto? No soy un gran apasionado de las composiciones de este tímido y esquivo señor de 75 años y me lo preguntaba a mí mismo mientras iba hacia el concierto. Al llegar a la sala, encontré a un amigo que había asistido a los ensayos. “¿Cómo es esta música?”, le pregunté. Una pequeña pausa: “Relajante”, me respondió sonriendo. Pues quizá sea eso lo que gusta, una especie de antídoto contra una manera de entender la modernidad: vida plena, asociada a algo y a alguien, mente ocupada.
También merece la pena, para

Quienes busquen consuelo y sosiego en la música ahora también pueden contar con las obras del compositor Arvo Pärt. Su vocabulario musical se basa en nociones tan antiguas como la humanidad misma: sencillez y sobriedad estilística rociada con unas gotas de religiosidad. Nacido en un pueblo de Estonia en tiempos de la Unión Soviética, en 1935, las experiencias de su primera formación tuvieron un peso decisivo en su evolución como compositor. Como reacción a la doctrina comunista oficial, que obligaba a los compositores a escribir música para el pueblo, Pärt se decantó por la vanguardia occidental pasando con facilidad del dodecafonismo de Arnold Schönberg a los happenings influidos por John Cage. Pero muy pronto el compositor se desengañó de estos lenguajes excesivamente intelectuales y elitistas de los años sesenta y setenta, y se decantó rápidamente por un estilo extremadamente sobrio, sencillísimo y sobre todo muy lento. Pärt denominó a este nuevo lenguaje musical tintinnabula, o sea, etimológicamente, “sonidos de campanas”.
En 1977 estrenó Tabula rasa y su título no podía ser más explícito. La pieza es efectivamente un tablón o una tabla totalmente plana donde no pasa nada. La música, en vez de evolucionar, narrar, moverse o desarrollarse, es totalmente estática, inmóvil, estacionaria o quieta. Precisamente porque la música es estática (sin movimiento) es también extática como un raga de la India que, mediante la repetición de sonidos obsesivos, nos transporta más allá de las limitaciones del cuerpo. Aunque esta pieza no tenga un contenido religioso directo, nace de armonías ascéticas y tonos contemplativos. Con cierta insolencia y obstinación, la pieza no se mueve del acorde de re menor. Casi nada.

El 75.º aniversario de su nacimiento (Paide, Estonia central, 11 de septiembre de 1935) ha hecho que la figura de Arvo Pärt sea estudiada este año en diversos foros, como la Universidad de Boston, que ha organizado para el próximo mes de marzo de una conferencia (“Arvo Pärt and Contemporary Spirituality Conference”), que debe servir para experimentar sobre su música a partir de un estudio analítico y del desarrollo interdisciplinario de las metodologías que ha utilizado el compositor teniendo en cuenta, entre otras, esta vertiente “teológica” de algunas de sus composiciones y también al hecho que apunta Aldo Lastella: el cierre de la grieta que se ha interpuesto hasta ahora entre académicos y creadores e intérpretes, para acercar la música al mayor número posible de personas, es decir, a un público amplio.
El transeúnte deja enlaces a tres de sus piezas preferidas de Pärt, Fratres (1976, adaptación para violonchelo y piano), Spiegel im Spiegel (1978) y la “Oda IV” del Kanon Pokajanen (composición para coro, de 1997, basada en un himno ortodoxo de origen griego del siglo VIII, cuyo comienzo os recordará, sin duda, la cantata Carmina Burana de Carl Orff).
*Antoni Pizà: El doble silenci. Reflexions sobre música i músics. Edicions Documenta Balear, Palma de Mallorca, 2003.
Ilustraciones (de arriba abajo):
- Retrato de Arvo Pärt, por la pintora estonia Nelly Drell.
- Arvo Pärt (ilustración de Julian Kulpa).
- Arvo Pärt con el célebre director de orquesta estonio Neeme Järvi
(© Eesti Teatri–ja Muusikamuuseum, Tallinn).
Traducción del catalán: Carlos Vitale.