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14 octubre 2018

Nils Lätt, un anarcosindicalista sueco en la guerra civil española


Nils Lätt (agachado, a la izquierda) en el frente de Aragón en 1937.
(Fuente: Ateneu Llibertari Estel Negre)

Por Renato Simoni

El 30 de diciembre de 1907 nació en localidad de Kjulaås (condado de Södermanland, Suecia) el futuro militante, agitador y periodista anarquista Nils Lätt, también llamado Nisse Lätt, conocido en España como Nils el rubio o “el rojo”. A los quince años se enroló en la marina mercante, se afilió a la organización anarcosindicalista SAC (sigla de la Sveriges Arbetares Centralorganisation) y comenzó a aprender el esperanto.

En 1936 salió de su país y obtuvo en París un salvoconducto del Comité Anarcho-syndicaliste pour la Défense et la Libération du Prolétariat Espagnol; a comienzos de 1937 cruzó los Pirineos con algunos compañeros y el 5 de enero se puso al servicio del movimiento libertario catalán en Barcelona. En primer lugar, por poco tiempo, combatió en la formación guiada por Antonio Ortiz, sucesivamente en el Grupo internacional de la columna Durruti, que llegó a Pina de Ebro (Zaragoza), en el frente de guerra. 

Fotografía de Lätt en el salvoconducto
francés con el que entró en España.

El suizo Edi Gmür, compañero de lucha, trazó un rápido pero eficaz perfil suyo, en 1937, en aquel pueblo aragonés: “Nils el rojo es sueco. No existe índole mejor que la suya. Debe su sobrenombre a su barba rojiza [...]. Lee mucho. Además, es marinero y anarquista al ciento por ciento. Habla un poco de alemán, de inglés y de español, y perfectamente el esperanto. Su modo de discutir convincente y amigable, su comportamiento lleno de consideración y de modestia, han hecho de él uno de mis mejores compañeros” [1].

A mediados de abril de 1937 Lätt fue herido de gravedad por la explosión de una granada en Santa Quiteria (Huesca), perdiendo el ojo izquierdo. Tras las curas en el hospital de Tarragona, y al no poder volver a combatir, se integró en la colectividad agrícola de Fabara (Zaragoza).

De regreso a Suecia, en 1938, recogió inmediatamente sus recuerdos en un opúsculo: Som milisman och kollectivbonde i Spanien (‘Miliciano y obrero agrícola en una colectividad en España’) [2] relato precedido de la siguiente advertencia al lector: “Este opúsculo no pretende ser de ningún modo una descripción exhaustiva de los acontecimientos en España. Es únicamente la narración de un internacional que fue miliciano en la columna Durruti y obrero agrícola en una colectividad aragonesa”.

Nils Lätt continuó militando en la SAC de Gotemburgo, distinguiéndose por su compromiso en la difusión del pensamiento libertario: publicó el libro Havets arbetare (‘Obrero del mar’, 1945) sobre su experiencia en la marina mercante y colaboró en Syndikalismen (órgano de la SAC), oponiéndose a la línea reformista del sindicato. Más tarde, en la década de 1970, se ocupó de la revista anarquista Brand y su casa se convirtió en un punto de referencia para los militantes libertarios. Tradujo al sueco la importante obra de José Peirats La CNT en la Revolución española y en julio de 1977 participó en las Jornades Llibertàries Internacionals de Barcelona.

Lätt durante una manifestación de la SAC el 1º de mayo de 1982.
(© Archivo SAC)

Nils murió en Gotemburgo el 14 de enero de 1988. En 1993 se publicó póstumamente En svenks anarkist berättar. Minnesbilder ur Nisse Lätt liv agitador och kämpe för de frihetliga idéerna (‘Un anarquista sueco habla. Recuerdos de la vida de Nisse Lätt, agitador y luchador por las ideas libertarias’), una obra autobiográfica y a la vez un testamento político, redactada en 1982.

Cubierta del libro autobiográfico de Lätt,
publicado póstumamente en 1993.

La experiencia de nuestro miliciano en la España de 1937 se articuló en tres momentos, igualmente significativos: la participación en la más conocida formación libertaria del frente de Aragón, la hospitalización en Tarragona, que le permitió vivir de cerca los trágicos sucesos de mayo de 1937 en Cataluña, y su prolongada permanencia en una colectividad rural libertaria, lo que resulta bastante excepcional entre los combatientes. Con su minucioso testimonio escrito muy poco después de los hechos vividos, el marinero anarquista Lätt nos ofrece una lectura apasionada y apasionante de los acontecimientos, con una extraordinaria lucidez y una riqueza de datos que encuentran amplia confirmación en la historiografía más actualizada. Las claras descripciones de los episodios que vivió en España se alternan con consideraciones históricas y filosóficas más amplias que nos hacen revivir la tragedia de la guerra, pero también las esperanzas que había suscitado la revolución.

La traducción al francés de Anita Ljungqvist [3] nos ha permitido acceder al texto, y nos ha estimulado a elaborar, primero, una versión para el público italiano [4] y luego esta para el lector español (en traducción de Encarnita Simoni).


Portada de la edición original sueca del opúsculo (1938).

Algunos fragmentos del opúsculo de Nils Lätt:
en el frente de Aragón

El hecho de que los obreros de Barcelona, de Valencia y de otros lugares hayan sabido derrotar la sublevación fascista del 19 de julio de 1936 no es casual; es la consecuencia lógica de sus convicciones políticas y económicas. Se sabía que una liquidación del sistema capitalista no podía tener lugar sin un choque colosal y se habían preparado a fondo. Antes de la revolución, las condiciones de vida en España eran espantosas: las masas vivían en la más absoluta pobreza. La mayor parte de la tierra pertenecía a un grupo bastante exiguo de propietarios para los cuales los trabajadores solamente eran bestias de tiro. La industria estaba principalmente en manos de sociedades extranjeras que, en España, intentaban aplicar los mismos métodos utilizados en las colonias con los indígenas. Ese bloque detentaba el poder y tenía en sus manos al país. La persistencia de esa situación aseguraba la supervivencia de los gobiernos y la más mínima rebelión de los trabajadores se reprimía con ferocidad. Pobreza y ausencia de derechos tenían la consecuencia de agravar progresivamente las relaciones entre explotadores y trabajadores: éstos veían en la revolución la solución para obtener mejores condiciones de vida. […]

En 1934, poco después de la revolución de Asturias, visité algunas ciudades del golfo de Vizcaya. En Bilbao conocía a bastantes miembros de las Juventudes Libertarias, un movimiento juvenil anarcosindicalista. […] Sus centros habían sido clausurados y se preguntaban cómo, en aquellas condiciones, podían continuar con la propaganda. […] Tras el cierre de sus locales, esos jóvenes se habían dividido en pequeños grupos, y cada uno de ellos enviaba un representante a las reuniones; las más importantes tenían que realizarse en lugares escondidos en las montañas. Durante una velada hablamos de los acontecimientos asturianos. En 1934 había habido huelgas en numerosos lugares a causa de la orientación cada vez más reaccionaria del gobierno. En Asturias la huelga se transformó en insurrección y los trabajadores de la CNT y de la UGT se unieron y ocuparon ciudades y pueblos. El movimiento fue reprimido por el ejército con sistemas increíblemente crueles. Se dio la orden, entre otras cosas, de no hacer prisioneros y en Asturias se utilizaron por primera vez Moros contra los trabajadores españoles. […]

No me sorprendió, pues, que el 19 de julio de 1936 los trabajadores españoles lograsen frustrar los planes de los instigadores de las revueltas fascistas. En aquel momento me hallaba en el mar y fue con gran emoción que escuchamos las pocas informaciones que nos llegaban por la radio. En los puertos leíamos diarios en idiomas extranjeros que antes ninguno de nosotros se habría atrevido a descifrar, pero lográbamos entender por lo menos una parte y cuando los trabajadores triunfaban nuestra alegría no tenía límites. […]

De regreso a mi país, dejé la marina [y me planteé] dirigirme hacia España o intentar realizar algo en Suecia. Había comprendido que en España hacían falta sobre todo armas y técnicos militares. Los voluntarios no faltaban. Por la prensa me enteré de que los trabajadores, paralelamente a la guerra, habían logrado poner en marcha una colectivización de las tierras, de la industria y de otros sectores. El deseo de combatir a su lado y de participar en el esfuerzo de reconstrucción se volvió demasiado fuerte. Me enteré de que uno de mis compañeros se había alistado en una columna anarquista y pensé que alguien hallaría un fusil también para mí. Conseguidos los billetes y los papeles necesarios, salí de Suecia en diciembre de 1936.

Fotografía coloreada de un tranvía colectivizado
en Barcelona (diciembre de 1936).

Un hermoso día de enero, con un resplandeciente sol sobre el azul Mediterráneo, llegué a Barcelona con algunos compañeros que encontré en París. Para un socialista era una llegada maravillosa. Toda la ciudad estaba decorada de banderas negras y rojas. Sobre autobuses, vehículos, tranvías y otros medios de transporte, se podían ver brillar las iniciales de la organización que lo había colectivizado todo. Las insignias de la CNT mostraban que sus trabajadores estaban orgullosos de su organización; las letras AIT eran el testimonio de que los trabajadores no habían olvidado el internacionalismo ni el sindicalismo internacional. Estas últimas iniciales recordaban a los trabajadores que la sección española luchaba por una causa común. […]

La central de la CNT-FAI era un monumental edificio expropiado que había pertenecido a la organización patronal. Allí se habían instalado los Comités regionales de la CNT y de la FAI.  Alrededor de la Federación anarquista ibérica aleteaba un aura de misterio a causa de su fantástica lucha contra la sumisión y la explotación. Gobierno y policía habían combatido desesperadamente para aniquilarla, pero nunca habían logrado atrapar a los “responsables”. Un breve llamamiento de la FAI era suficiente para informar y movilizar a las masas, mientras que en el exterior muchos dudaban de su real existencia, ya que nunca nadie había logrado entrar en contacto con uno cualquiera de sus líderes. […]

No había llegado a España como turista sino para combatir contra el fascismo, por lo cual tenía que dejar a otros el deber de apreciar mejor la labor de las organizaciones catalanas y de los colectivos industriales. Con otros internacionales, me alisté en una formación anarquista de la columna Durruti y me dirigí hacía el frente. Tras un agradable viaje a través de Cataluña, bella y bien cultivada, llegamos a Aragón, más árido y montañoso. Luego, poco a poco, al pueblo de Pina de Ebro, donde se encontraba en aquella época el cuartel general de la columna Durruti. […]

Participé en el Grupo internacional de la columna Durruti. La mayor parte de los miembros eran compañeros llegados de Alemania y Francia, pero gran parte de los demás países europeos estaban también representados. A causa del idioma, estábamos divididos en dos grupos principales: francés y alemán. Entré en este último grupo, donde me resultaba más fácil comprender y hacerme entender y donde había ya un compañero sueco de las juventudes sindicales. Se hallaban también allí compañeros revolucionarios que, antes y después de la toma de poder de Hitler en Alemania, habían luchado por el socialismo. Algunos habían pasado ya bastantes años en un campo de concentración; otros, como animales perseguidos, huían de un país “democrático” a otro no pudiendo abandonar la lucha por la causa. […]

Efectivos de la columna Durruti en el frente de Aragón.
(Fuente: Durruti, Sangre Anarkista)

El grupo internacional recibió la orden de reemplazar a los soldados españoles que habían sufrido bajas y nos preparamos para un eventual contraataque de los fascistas. Llegamos hacia mediodía, y los compañeros nos encomendaron vivamente que mantuviéramos la posición que ya había costado mucha sangre. […] La trinchera subía en zigzag por la cresta de la colina, delante de una construcción de piedra, una antigua ermita. Los fascistas mantuvieron la posición todo el día con fuego de artillería y, mientras estábamos al abrigo tras la colina, entre quince y veinte compañeros avanzaron para consolidar las trincheras. De vez en cuando la artillería fascista lograba asestar un batacazo a la ermita que hacía volar grava y piedras, pero tras la desaparición del polvo y el humo veíamos a nuestros compañeros que continuaban su trabajo sin tregua. Hacia el final de la jornada, recibimos la orden de avanzar. Bajo un nutrido fuego de artillería era muy difícil; cada grupo tenía que elegir su propio camino y el mejor modo para subir. […] Nada más llegar a una senda encajonada, explotaron una serie de granadas entre nosotros y la ermita. En la cavidad del sendero nos hallábamos más o menos protegidos, pero después de un minuto, durante un alto el fuego, intentamos alcanzar la trinchera corriendo. No nos quedaban más que unos cincuenta metros para estar a salvo.

Fue entonces cuando oímos gritar “¡Avión! ¡Avión!”. […] Cinco grandes bombarderos de tres motores y una nube de cazas, y ya las primeras bombas silbaban sobre nuestras cabezas. Estaba con dos muchachos de Estocolmo, […] e inmediatamente después de los gritos de alarma tomamos posición. […] Intentar narrar lo que siguió va casi más allá de mis capacidades. Cada avión descargaba un racimo de bombas; y como había tres aviones en primera línea y otros dos detrás para llenar el espacio libre, las explosiones iban llegando una tras otra. La mayor parte de los proyectiles caía entre nosotros y la trinchera, pero oíamos también explosiones a nuestras espaldas. Incluso los aviones más pequeños lanzaban bombas. […]

Bombardeo aéreo en el frente de Aragón.
(© Arxiu Nacional de Catalunya)

Ese no fue el único episodio: así iban las cosas en casi todo Aragón. No era posible avanzar, pues lo que lográbamos conquistar con nuestras incursiones nocturnas gracias a la sorpresa quedaba destruido el día siguiente por la aviación fascista, con enormes pérdidas humanas. Cuando podíamos verdaderamente agarrarnos al terreno nadie volvía a tomar nuestras líneas, ni Moros, ni Arianos. Por otro lado, sabíamos que no estábamos completamente privados de aviación, puesto que habíamos sido testigos de las incursiones nocturnas contra las posiciones militares alrededor de Zaragoza. […]

Un día nos ordenaron que nos preparáramos para una marcha. En la carretera, fuera del pueblo, había autobuses; y emprendimos el viaje sin que nadie conociese el destino. […] En los pueblos que atravesábamos los habitantes que trabajaban en los campos nos hacían el saludo antifascista. En las callejuelas de las aldeas se oía: “¡Salud Compañeros! ¡Viva la FAI! ¡Muerte a los fascistas!”; y nosotros respondíamos, como podíamos: “¡Viva la Confederación! ¡Viva la revolución social!”. Al crepúsculo nos paramos en un pueblo, que intuimos no estaba lejos de Huesca. […] La batalla afectaba a la carretera entre Zaragoza y Huesca, y se esperaba un ataque. […] El día siguiente teníamos que relevar a una compañía situada sobre una de las cumbres de la montaña. Tras una subida fatigosa, finalmente llegamos allí y pudimos descansar un poco esperando que los compañeros que debíamos sustituir se prepararan para marcharse. El descanso no duró. Aparecieron un par de aviones de reconocimiento, seguidos poco después de algunos cazas que dispararon aquí y allá sobre nuestras líneas. La compañía que debíamos sustituir ya no podía dejar la posición y decidió quedarse hasta la noche. Había por eso mucha gente en las trincheras.

Milicianas de la columna Durruti.

Luego llegaron otros aviones, la artillería se dejó oír y diversos golpes de mortero silbaban sobre nuestras cabezas. Recias ráfagas llegaban además de las trincheras fascistas. Antes que esperar un ataque, era preferible lanzar nosotros mismos una ofensiva, y de golpe se oyó: “¡Arriba! ¡Arriba!”; y nos precipitamos fuera de la trinchera. […] En nuestro grupo había una española que fue la que salió primero. Llevaba pantalones y chaqueta de cuero, pero había perdido el gorro y su espesa cabellera morena ondeaba al viento. Con los ojos de fuego, brincó de la trinchera gritando: “¡Compañeros, arriba, al ataque!”. Para ella, como para muchos otros compañeros, fue el último. [5] […]

Continuamos hacia nuestras trincheras hasta que las explosiones nos lo impidieron. Acostado, contaba las detonaciones que se acercaban progresivamente, previendo que el próximo disparo caería a mi lado; de improviso recibí un golpe en la cabeza. Creía haber llegado al otro mundo, pero después de un cierto tiempo recuperé el conocimiento. Aunque aturdido, logré alcanzar nuestras trincheras donde recibí los primeros auxilios. Había perdido un ojo y recibido un golpe en la frente. Con los otros heridos recibí los cuidados necesarios en el hospital del pueblo cercano y luego fuimos retirados, por etapas, de la proximidad del frente. […] Tras varios desplazamientos de un hospital a otro, episodios de los que no tengo más que recuerdos confusos de manos caritativas y de grandes salas llenas de camas, llegué a la pequeña ciudad mediterránea de Tarragona. Era un hospital de guerra instalado en un viejo seminario católico. Un edificio grande y magnífico ocupado desde la revolución.


[1] Edi Gmür: “Journal d’Espagne”, en Albert Minnig y Edi Gmür (Ed.): Pour le bien de la révolutionLausana, CIRA, 2006.

[2] Publicado en traducción al castellano (realizada por Encarnita Simoni) en la obra colectiva Los años de los que no te hablé, II. Caspe, Ed. Los Libros del Agitador, 2013, pp. 129-192.

[3] “Nisse Lätt, anarchiste suédois”, en gimenologues.org. 

[4] Nils Lätt. Miliziano e operaio agricolo in una collettività in SpagnaLugano, La Baronata, 2012. 

[5] Se trataba de Rosario-Pepita Inglés, que se integró el 24 de julio en la columna Durruti con otras milicianas. Sobre las milicianas y las mujeres republicanas durante la guerra véase Rojas. Las mujeres republicanas en la guerra civil, de Mary Nash (Madrid, Taurus, 1999) [Nota de la traductora].


[Estos textos están tomados de la traducción castellana del opúsculo de Nils Lätt publicada por Los Libros del Agitador (véase la nota 2). Los fragmentos escogidos pertenecen a la primera parte de la obra de Lätt, desde su llegada a Barcelona hasta que resultó herido en el frente de Aragón. La introducción, redactada por el historiador suizo Renato Simoni, ha sido reducida y adaptada con la autorización de éste por Albert Lázaro-Tinaut, quien agradece a Encarnita y Renato Simoni su amable colaboración.]

20 septiembre 2010

José Antonio Labordeta ya no camina despacio por los días…


José Antonio Labordeta ha muerto en Zaragoza esta madrugada, la del 19 de septiembre de 2010, día en que el transeúnte comienza a escribir este modesto homenaje a ese hombre que no ha sido únicamente un poeta, un cantautor, un político, un andariego, sino que, genio y figura, ha traspasado con la humildad y la dignidad que siempre le caracterizaron el umbral a través del que se llega a la auténtica libertad, aunque no aquella que él deseó tanto y reivindicó con la palabra y la voz.

El transeúnte, privilegiado una vez más, tuvo ocasión de estar presente en el multitudinario y emotivo homenaje que se le rindió en el monasterio de Veruela con motivo del IX Festival Internacional de Poesía del Moncayo, el último día del pasado mes de julio. De ello dejó constancia en La Nausea, ese río de cultura que hacen fluir sus buenos amigos Marian Raméntol Serratosa y Cesc Fortuny i Fabré (ved aquí su crónica).


Momento final del homenaje a J. A. Labordeta en la iglesia del Monasterio
de Veruela, el 31 de julio de 2010. De izquierda a derecha: junto a
la fotografía de Labordeta que presidió el homenaje, el cantante Paco Ibáñez,
el poeta Ángel Guinda, el cantante y guitarrista Luigi Maráez, la cantante
catalana Marina Rosell, el cantante aragonés Pablo Guerrero, el poeta
argentino Carlos Vitale y el poeta estonio Jüri Talvet, entre otras personas.

(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)

Nacido en Zaragoza el 10 de marzo de 1935, “en el seno de una familia pequeño-burguesa e ilustrada; en mi casa igual se leía a Virgilio que a Lautréamont” –según dice él mismo en su “Autorretrato”–, José Antonio Labordeta, hermano del poeta Miguel Labordeta (1921-1969),
supo mirar sin resentimientos hacia el pasado con la intención de entenderlo y de entender el mundo en el que se ubicaba, al mismo tiempo que procurando entenderse a sí mismo, y ese acto de introspección, individual y colectiva, es el que le permitió lanzarse hacia un futuro prometedor y superador tanto del pasado limitador como del presente limitado”, como afirma uno de los estudiosos de su obra, Mario Ruiz Arganda [1], quien añade que la voz del poeta se convierte así en un testimonio, personal y colectivo, comprometido y solidario, de lo cotidiano.
Caricatura de J. A. Labordeta por Gusi Bejer,
publicada en El Cultural (8 de febrero de 2007).


Comprometido y solidario son, en efecto, los adjetivos que mejor definen la personalidad de José Antonio Labordeta. Compromiso y solidaridad, además de sensibilidad y amor, son las cualidades que transmiten sus poemas, sus canciones, esa obra suya de la que se han apropiado legítimamente las gentes de su querido Aragón que tanto le quieren (así, en presente), como quedó de manifiesto en el homenaje al que el transeúnte ha aludido.

Eso lo refleja muy bien Antón Castro en el texto que escribió a modo de prólogo en la antología de Labordeta Mal de amor. Canciones [2] al referirse a sus años mozos, cuando en la década de 1950 participaba con su hermano Miguel y otros poetas en las reuniones de la Peña Niké de Zaragoza, cobijo de artistas, periodistas, escritores e idealistas, entre ellos Vicente Cazcarra (1935-1998), que más tarde sería secretario general del Partido Comunista de Aragón. Dice Antón Castro que José Antonio Labordeta “lucía ya bigote y la gallardía de un viejo campesino: cantaba alto y fuerte. Cantaba por todos: era voz, eco y estandarte. Era el profeta en el viento muy a su pesar, porque siempre se ha confesado inseguro de casi todo, un dudante que ni quería construirse una trayectoria ni sabía qué iba a hacer mañana”.


J. A. Labordeta en un acto político
a finales de la década de 1970.

Sin embargo, J. A. Labordeta –un cascarrabias irónico, como él mismo se definió– jamás compartió las supuestas virtudes del comunismo, sino que acabó decantándose por un socialismo de algún modo utópico, sin la menor sombra de leninismo: de esas ideas nacería, primero, el Partido Socialista de Aragón (1976) y, más tarde, la Chunta Aragonesista, por la que fue elegido diputado en Madrid los años 2000 y 2004.

En el Congreso de los Diputados demostró sus firmes convicciones democráticas, que le llevarían a enfrentarse verbalmente, en marzo de 2003, con los parlamentarios del Partido Popular –entonces en el poder, con José María Aznar como presidente del gobierno– cuando desde los escaños de esa formación política empezaron a burlarse de él; lo hizo espetándoles tres palabras contundentes que se han hecho famosas: "¡A la mierda!" (es interesante a este respecto el artículo que publicó más tarde Juan Cruz en el diario El País; véase aquí ese artículo y aquí, el vídeo de la célebre intervención parlamentaria de Labordeta).


Viñeta firmada por Carlos Azagra, publicada por El Periódico
de Aragón
, que alude irónicamente la intervención
de J. A. Labordeta en el Congreso de los Diputados
de Madrid el 5 de marzo de 2003 y, a la vez,
a su rechazo del régimen franquista.

“¿Cómo y por qué se hizo cantante?”, se interroga retóricamente Antón Castro en el prólogo citado, y explica que cuando el rey Juan Carlos le preguntó de dónde le venía eso de ser cantautor, Labordeta le contestó, no sin ironía: “Ya ve, de cantarles a las chicas de la Sección Femenina en un alberge de Canfranc” [3].


El presidente del Gobierno de Aragón, Marcelino Iglesias,
deposita la Medalla de Aragón, a título póstumo, sobre
el féretro de José Antonio Labordeta en la capilla ardiente
instalada en la Palacio de la Alfajería de Zaragoza.
(Foto: EFE / Heraldo de Aragón)

Poco más añadirá el transeúnte en esta crónica de urgencia: sólo transcribe los versos de tres de las canciones más populares de José Antonio Labordeta [4], convertidas por los aragoneses en auténticos himnos a su áspera tierra, acompañados de enlaces a sus respectivas audiciones.

Albada [audición]

Adiós a los que se quedan,

y a los que se van también.

Adiós a Huesca y provincia,

a Zaragoza y Teruel.


Esta es la albada del viento,

la albada del que se fue,

que quiso volver un día

pero eso no pudo ser.


Las albadas de mi tierra

se entonan por la mañana,

para animar a las gentes

a comenzar la jornada.


Arriba los compañeros

que ya ha llegado la hora

de tener en nuestras manos

lo que nos quitan de fuera.


Esta albada que yo canto

es una albada guerrera,

que lucha porque regresen

los que dejaron su Tierra.

(De Cantata para un país, 1979)


Banderas rotas [audición]


He puesto sobre mi mesa

todas las banderas rotas,

las que nos rompió la vida,

la lluvia y la ventolera
de nuestra dura derrota.


Rota permanece aquella

que levantamos al cielo

pensando que la justicia

crecería como un vuelo
de gaviotas en el mar

y vimos cómo al final

sólo nos quedó el recuerdo

de un mástil desarbolado
y unos jirones de tela

rotos por el vendaval.


He puesto sobre mi mesa…


Rota permanece aquella

que ponía libertad

y que aupamos convencidos

que al terminar la batalla

ésta íbamos a ganar;

pero todo fue una amarga

e inútil desesperanza

cuando vimos que las huellas

de los grilletes dejaban

duras marcas sin borrar.


He puesto sobre la mesa…


(De Trilce, 1989)



Canto a la libertad [audición]


Habrá un día en que todos
al levantar la vista

veremos una tierra

que ponga libertad.


Hermano, aquí mi mano,

será tuya mi frente,
y tu gesto de siempre

caerá sin levantar

huracanes de miedo

ante la libertad.


Haremos el camino

en un mismo trazado,

uniendo nuestros hombros

para así levantar

a aquellos que cayeron

gritando libertad.


Habrá un día en que todos…


Sonarán las campanas

desde los campanarios

y los campos desiertos

volverán a granar

unas espigas altas

dispuestas para el pan.


Para un pan que en los siglos

nunca fue repartido

entre todos aquellos

que hicieron lo posible

para empujar la historia

hacia la libertad.


Habrá un día en que todos…


También será posible

que esa hermosa mañana

ni tú, ni yo, ni el otro

la lleguemos a ver;

pero habrá que empujarla

para que pueda ser.


Que sea como un viento

que arranque los matojos

surgiendo la verdad,

y limpie los caminos

de siglos de destrozos

contra la libertad.


Habrá un día en que todos…


(De Recuento, 1995)



[1] José Antonio Labordeta: Hundiendo en las palabras la huella de los labios. Poesía y canción. Edición literaria de Mario Ruiz Arganda. Tarazona, Olifante, 2010.

[2] José Antonio Labordeta: Mar de amor. Canciones. Edición de Antón Castro. Tarazona, Olifante, 2010.
[3] La Sección Femenina fue una rama del partido Falange Española (el único tolerado por el régimen franquista, ya que era afín a su ideología), creada en 1934 por Pilar Primo de Rivera, hermana del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, y oficializada por el general Franco en 1937 para crear el Servicio Social de la Mujer, equivalente al servicio militar obligatorio para los hombres. Todas las jóvenes españolas debían pasar un período de instrucción en dicho Servicio para convertirse en “buenas patriotas, buenas cristianas y buenas esposas”. Esa obligación quedó derogada en 1977. En la localidad pirenaica de Canfranc, al norte de Aragón, había uno de los numerosos albergues destinados a las muchachas que cumplían el “Servicio Social”.

[4] Las letras de estas canciones están reproducidas de la edición de Antón Castro antes mencionada.


Haced clic sobre las imágenes para ampliarlas.

09 agosto 2010

[Marginalia] La armónica heterogeneidad narrativa de Alberto Baeyens

Alberto Baeyens.

En Aragón va saliendo a la luz la obra de una nueva generación de narradores y poetas que despuntan como promesas para la literatura en castellano. Alberto Baeyens es uno de esos narradores, que en el libro Naturaleza casi muerta ofrece una muestra heterogénea, pero a la vez armónica, de su capacidad literaria.

Nacido en Zaragoza en 1981, Alberto Baeyens de Arce, filólogo, periodista y escritor, se licenció en Filología Hispánica y se interesó en un principio por la literatura medieval, como demuestra su ensayo “El ‘Mortal enemigo’: el diablo en la obra de Gonzalo de Berceo”,* y ahora ejerce el periodismo en Zaragoza Televisión.

De Naturaleza casi muerta se ha dicho en Lecturalia que “supone un conjunto de momentos breves que transcurren tangencialmente por los círculos de la rutina. Todo en este libro recuerda a esas personas calladas que viven al margen del mundo guardándose las joyas que tiene la vida en su gabardina de rebajas. Alberto Baeyens es un coleccionista de momentos, un escritor silencioso que a lo largo de su vida ha ido tomando nota de esos instantes que resumen una vida. Un trabajador incansable, un escritor que fotografía la vida”.

El transeúnte, después de haber leído el libro y de haber rastreado en lo todavía escaso que se ha dicho sobre su autor, coincide con esta apreciación, pero también con quienes ven en su escritura una cierta melancolía, producto tal vez de su interés por la cultura francesa, por Verlaine, por la chanson, por lo que representó París en las dos décadas anteriores a su nacimiento. Francia y el Brasil de los años sesenta y setenta han tenido para él, según sus propias declaraciones, un atractivo muy particular, fácil de descubrir a lo largo de las páginas de este libro, compuesto por relatos más bien breves, incluso microrrelatos.

Para que el lector pueda formarse una idea de la expresión literaria de Alberto Baeyens, el transeúnte transcribe a continuación uno de esos relatos, “Les feuilles mortes”, en el que intercala fragmentos del poema del mismo título que escribió Jacques Prévert y musicó Joseph Kosma en 1945, una canción que interpretarían luego, entre otros, Juliette Gréco (escuchadla aquí en una grabación de 1967), Yves Montand y Édith Piaf y que, traducida su letra al inglés, divulgarían, también entre otros, Nat King Cole, Frank Sinatra y Barbra Streisand; y que además adaptarían para el jazz Miles Davis y Duke Ellington, por ejemplo. Una canción que ha estado incluso en el repertorio de cantantes líricos de renombre como Plácido Domingo y Andrea Bocelli.

Naturaleza casi muerta y su autor prometen. El transeúnte recomienda su lectura.

* Publicado en Memorabilia. Boletín de Literatura Sapiencial, Universidad de Valencia, núm. 6 (2002). Puede leerse en línea a través de este enlace.


Les feuilles mortes

Cae la noche y se la ve esperar en la calle con un frío que pela. Hay ruido y luces de autobuses llenos de números y líneas imposibles. Cruza los brazos con gesto de molestia y mueve las rodillas con un tic nervioso, a lo mejor porque hay algo más allá, y eso inquieta a cualquiera, o a lo mejor porque se le están congelando los huesos.

Les feuilles mortes se ramassent à la pelle.
Tu vois, je n’ai pas oublié…


Pasan los minutos como peces que remontan un río y aparece un coche que no ha pasado la ITV desde el 99. Aunque parece que es azar, se para justo delante de ella. En el interior hay una sombra de alguien que promete, promete demasiadas cosas, tantas que ella abre la puerta del copiloto y se mete dentro.

Et la mer efface sur le sable
Les pas des amants désunis.


El coche, con muchas multas en su vida mecánica y muchos semáforos en rojo, desaparece camuflado con los demás, bajo la atenta mirada de los edificios, las ventanas y los portales. Varias calles torciendo a la izquierda primero, luego recto alguna que otra manzana, a la derecha y de nuevo a la izquierda.

Tu étais ma plus douce amie
Mais je n’ai que faire des regrets


El destino del viaje solo lo conocen los dos pilares del puente bajo el que se cobija el coche. Y dentro del coche, miles de secretos, de besos que fueron apasionados, como la pasión de las primeras vaces sabiendo que son las últimas. Puede que también haya palabras, pero para qué desgastar las cuerdas vocales si solo importan los sentimientos. Después, la misma tristeza de siempre.


Alberto Baeyens
Naturaleza casi muerta

Editorial Eclipsados, Zaragoza, 2009
88 páginas
ISBN: 978-84-937308-6-4