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08 febrero 2016

Lo que queda de Haití (a los seis años del terremoto que devastó el país)

El “bidonville” popular de Jalousie, en Puerto Príncipe, fue pintado 
de vivos colores en 2013 (con un coste de 1,4 millones de dólares) 
para ocultar al “gueto blanco” de Pétionville una triste realidad: 
la miseria de sus 45.000 habitantes.
(Fuente: ABC News)

En julio de 2011, este transeúnte publicó el post Haití en su agónico estertor perpetuo, donde resumía la historia de aquel país antillano y reproducía un breve pero significativo artículo de Manuel Rivas.
Lyonel Trouillot.
(Fuente: Libération)

¿Qué ha cambiado en Haití seis años después del tremendo sismo que devastó el sur del país y su capital? Dejemos que nos lo explique el 
novelista, poeta e intelectual haitiano Lyonel Trouillot en una entrevista publicada en el diario francés Libération con motivo de la presentación en París de su libro Kannjawou [1].

Los haitianos no tenemos ningún control sobre nuestro país
En enero de 2010, un terremoto causó la muerte de unas 300.000 personas en Haití. Seis años después, mientras el Palacio Nacional permanece derrumbado sobre sí mismo como símbolo de un país hundido, las elecciones presidenciales [2] han tenido lugar en medio de un clima político espantoso: después de haber quedado en segundo lugar en la primera vuelta, Jude Célestin –que ya había sido candidato en 2010– optó por retirarse ante “los fraudes y esta mascarada”, según sus propias palabras. Jovenel Moïse, el hombre designado por el presidente saliente, Michel Martelly, inauguró entonces una nueva forma de democracia en el Caribe: una segunda vuelta… con un solo candidato.
Jude Célestin.
(Fuente: Le Nouvelliste)

Lyonel Trouillot, que es vicepresidente de la Asociación de Escritores del Caribe, acaba de publicar una nueva obra, Kannjawou. En esta entrevista evoca la “denegación de soberanía” de Haití y su legitimación por parte de la comunidad internacional.
Jean-Louis Le Tousset

Para usted estas elecciones han sido una farsa…
– ¿Cómo puede vivir Haití con una mentira montada con el consentimiento de la comunidad internacional? Un candidato previamente elegido, escogido por el ejecutivo y las instancias internacionales: ese es el cuadro que se nos presentó. Ello anticipa una catástrofe institucional: un presidente que no será reconocido por el país pero sí por quienes lo han prefabricado. Desde hace diez años nos movemos en el mismo escenario. Michel Martelly, elegido por la comunidad internacional junto con una minoría haitiana hace cinco años saca de su sombrero a un nuevo candidato que cuenta con el beneplácito internacional. Es algo vertiginoso. Un diplomático de quien callaré el nombre me ha dicho: “Lyonel, vosotros que estáis acostumbrados a los dictadores, ¿por qué no soportáis a un corrupto durante unos cuantos años más?”.
Michel Martilly en febrero de 2011, durante la campaña para las elecciones 
que le llevarían a la presidencia de Haití el 14 de mayo de aquel año.
(Foto © Ramón Espinosa / AP)

Cree usted, pues, que se trata con toda evidencia de la dominación de las instancias internacionales mediante unas elecciones amañadas de antemano.
– Es la primera vez que esto resulta tan evidente. Más allá del carácter corrupto del gobierno que impone a su candidato, surge un conflicto entre la población haitiana y la “internacional”: Unión Europea, Estados Unidos, ONGs, observadores internacionales. Es la primera vez que los haitianos expresan un rechazo masivo a ese diktat sobre la realidad haitiana. Cuando hay diplomáticos que te dicen: “Bueno, habrá una segunda vuelta entre tal y tal, no hay otra opción”, el país sólo puede constatar que ya no es un país y que la denegación de su soberanía es un hecho. Incluso los partidos políticos locales se muestran sorprendidos: “Pero, ¡es imposible elegir a alguien nombrado de antemano!”, dicen. La rápida reacción de las fuerzas extranjeras, predispuestas a continuar con esta parodia, es humillante y detestable. Dejar que Haití tomara las riendas y se ocupara de sus asuntos supondría reconocer el fracaso de sus ayudas, de esas muletas impuestas por la comunidad internacional, la cual impulsó nuevas elecciones inmediatamente después del terremoto mientras era evidente que para los haitianos había muchas otras prioridades. Podría ser divertido que los ciudadanos europeos preguntaran a sus propios gobernantes: ¿por qué se convocaron deprisa y corriendo nuevas elecciones en un país donde acababan de morir trescientas mil personas?, ¿por qué auspician ustedes unas elecciones sabiendo quién las ganará? Se trata pues, a todas luces, de la imposición de una apariencia de democracia en Haití.
Manifestación antigubernamental y contra la injerencia 
internacional en la capital haitiana, Puerto Príncipe.
(Fuente: Haïtí Liberté)

Por lo que dice, entiendo que Haití continúa siendo “un chavalito” en manos de la comunidad internacional.
– Exactamente, lo cual significa que no somos dueños de nuestro país. Los diplomáticos son muy claros al respecto. Es como si hoy la independencia de Haití fuera imposible. Probablemente haya algo de eso, pero también de racismo velado: Haití no es más que un pequeño rebaño de negros dispuestos a obedecer a la comunidad internacional como a un buen pastor, porque ese rebaño no sabría de qué modo ni por dónde avanzar. Ese no es el caso, evidentemente. Esta situación de dependencia se reforzó en 1986, tras la caída del régimen de Jean-Claude Duvalier [3]. La intervención estadounidense de 1994 marca, en mi opinión, el inicio de esa dominación: las misiones extranjeras se ocultaron bajo otras denominaciones e influyeron decisivamente en la realidad política. Luego ocurrió la catástrofe del terremoto y el país se convirtió en una cobaya perfecta para experimentar las políticas de las potencias occidentales.
Vehículos blindados estadounidenses ante el Palacio Presidencial 
de Puerto Príncipe en septiembre de 1994.
(Fuente: solutionshaiti.blogspot.com)

¿Cómo y dónde se expresa el malestar de los haitianos?
– ¡En todas partes! En las emisoras de radio, en la calle, en la prensa, en las redes sociales y, fuera del país, en las comunidades haitianas, especialmente las de los Estados Unidos y Canadá. El mensaje que lanza la calle es este: “Hace diez años que ustedes fracasan, y fracasan en nuestro nombre. Nos organizan elecciones de las que ya conocen el ganador”. Otros ciudadanos dicen: “Esto no funcionará, ya que la organización de las elecciones ha sido confiada a personas corruptas y el candidato ha sido elegido por ustedes [la comunidad internacional]”. ¿Y qué les contestan?: “Bueno, no hilen tan fino, y además, ¿qué es lo que quieren?, ¿quieren elecciones? Pues ya las tienen, ¿de qué se quejan?”. Estas elecciones, en muchos aspectos, me recuerdan la voluntad de París de organizar a cualquier precio un escrutinio en la República Centroafricana. Cuando me encuentro con ciudadanos franceses, estadounidenses o canadienses y me refiero a la situación impuesta por sus propios representantes, parecen caer de las nubes y suelen exclamar: “¡Es increíble! Pero ¿cómo es posible?”.
A menudo, las organizaciones internacionales en Haití priorizan la propaganda.(Fuente: Asociación Audiovisual Educar desde la Infancia)

¿Cómo vive usted esa presencia internacional?
– De hecho, vivimos separados. En Haití, la mayoría de los extranjeros no viven realmente allí, no mantienen contactos con el país. No tienen el humor del país. Ni siquiera escuchan lo que dice la gente del país. Digamos que se trata de una dominación afable. Ellos viven en los guetos blancos. Cuanto peor vayan las cosas en el país, más necesaria será la ayuda de las ONGs. Esta dependencia de las instituciones del Estado está reforzada por la poderosa presencia de las ONGs. Es la “caricia” de la ocupación. “Somos amables –nos dicen–, os ayudamos, os traemos libros: os gustan los libros, ¿verdad?” Haití se radicaliza con respecto a la presencia extranjera. Haití es un paciente tratado con tranquilizantes desde hace diez años.
Viñeta ilustrativa de la ayuda internacional divulgada por la Misión 
de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití.
(© Jerry Rosembert Moise / BIT)

Y Francia, ¿qué dice?
– Francia no dice nada, y transfiere a la Unión Europea la responsabilidad de la situación. Es una actitud bastante maliciosa echarle la culpa a Europa. Con respecto a Francia, por razones históricas y, sobre todo, por parte de los intelectuales haitianos, se mantiene una relación amistosa porque siempre se comparte algo. Ahora, sin embargo, es innegable que se está perdiendo ese espíritu de fraternidad con respecto a Francia, ya que han surgido muchas dudas. En el ámbito popular, en cambio, la situación es distinta. Evidentemente existe un pasado colonial, pero cuenta mucho la herencia que ha dejado la lengua. Aunque, en verdad, la lengua es la de la élite, la de la burguesía, la de las clases dominantes. Los hablantes criollos, que no saben francés, ven en la lengua un instrumento que les impide expresarse. La imagen de Francia paga el precio de sus crímenes históricos y de los crímenes económicos perpetrados por la élite haitiana… que habla francés. La lengua francesa es vista, por lo tanto, como un instrumento de dominación.
El presidente francés François Hollande, recibido con honores 
en el aeropuerto de Puerto Príncipe el 12 de mayo de 2015.
(Foto © Héctor Retamal / AFP)

Usted ha dicho que el lenguaje diplomático se ha relajado: eso ¿qué significa?
– “Me siento muy feliz de estar en su país, tan encantador como desesperante.” Es una frase que me dijo una autoridad consular. La diplomacia se ha ido relajando. Los obstáculos del lenguaje han desaparecido. Incluso los oficiales estadounidenses dicen frases de este estilo: “Su país tiene tantos problemas que he de trabajar para ustedes incluso los sábados”. Ahí no hay ni un ápice de diplomacia. El propio presidente Martelly es la viva expresión de ese lenguaje más bien ramplón. En un discurso, por ejemplo, puede decir groserías como que le gustaría acostarse con una mujer a la que ve… entre el público. Y los diplomáticos le sonríen la “gracia”. Mertelly ha sido el director de orquesta de esa degeneración del lenguaje. Veo en esa actitud, tanto en boca del presidente como en la de la diplomacia, la negación de Haití como entidad. Y ese lenguaje desacomplejado, percibido por la población, equivale a borrar la huella de lo que llegó a ser Haití.
El presidente Martelly dirigiéndose a la Asamblea General 
de las Naciones Unidas, en Nueva York, el 1 de octubre de 2015.
(Fuente: El Día, Santo Domingo)

Catástrofe lingüística, pero también catástrofe espiritual…
– En efecto, así es. Las iglesias evangélicas han supuesto la mayor catástrofe moral que ha sufrido Haití. El individuo se siente cada vez menos ciudadano: es un hermano de Cristo. Sostienen en su discurso que el hombre es un lobo para el hombre, recomiendan no confiar en el vecino, ni en nadie. Ese viraje sectario es inaudito, y el conservadurismo de esas iglesias, abominable. Se vio claramente cuando se produjo el terremoto. El eco procedente de esas iglesias era este: “No habéis seguido los caminos del Señor, y ahora sufrís su castigo”. Ese viraje religioso empezó bajo la dictadura de Jean-Claude Duvalier y supuso el inicio de la “sutil invasión” evangélica.
Traducción del francés: Albert Lázaro-Tinaut


[1] Lyonel Trouillot: Kannjawou, Éditions Actes Sud, Arles-Paris. 2016. La entrevista se publicó en el diario parisino Libération el 23 de enero de 2016.

[2] La primera vuelta de las últimas elecciones presidenciales a las que se alude, con 56 candidatos en liza, tuvo lugar el 25 de octubre de 2015, y el presidente Martelly fue posponiendo la segunda, prevista en principio para el 24 de enero de 2016 y no celebrada. El 20 de enero Jude Célestin anunció que retiraba su candidatura mediante un comunicado en el que decía que "quienquiera que sea la persona que participe en los comicios del 24 de enero será un traidor a la Patria"; de hecho, en la segunda vuelta habría un solo candidato, Jovenel Moïse. Tras la dimisión de Martelly el 7 de febrero de 2016, el Parlamento haitiano suscribió un acuerdo de gobierno de transición para un período de 120 días.

[3] Duvalier, conocido como “Bébé Doc”, fue un dictador que dirigió los destinos de Haití entre 1971 y 1986.


13 septiembre 2015

Entrevista a Mariem Mint Cheikh sobre la esclavitud en Mauritania


Mujeres haratin en el sureste de Mauritania.
(© Ángeles González-Sinde / Intermón Oxfam)

Militante abolicionista, Mariem Mint Cheikh Dieng es una de las principales figuras femeninas de la lucha contra la esclavitud en Mauritania. De origen hartani [1], abrazó la causa abolicionista siguiendo los pasos de su padre, que fue militante de el-Hor, la primera asociación que luchó por la abolición de la esclavitud en su país.

Mariem Mint Cheikh.
(© D.R. / Mondafrique)

En 1983 Mariem se unió en su ciudad natal, Zuérate, a otra asociación, SOS-Esclaves, y en 2007 conoció a Biram Ould Dah Abeid, un militante subversivo que decidió montar su propia organización contra la esclavitud: la (IRA) Initiative de Résurgence du Mouvement Abolitionniste. Mediante sus acciones provocativas, este movimiento adquirió notoriedad más allá de las fronteras mauritanas. Entonces Mariem Mint Cheikh se convirtió en uno de sus miembros más activos, y fue detenida en varias ocasiones por sus actividades militantes. Condenada a prisión en noviembre de 2014, consiguió evitar que la encarcelaran. La entrevistamos.

Pregunta. Desde la IRA, usted denuncia las prácticas esclavistas que aún perduran en Mauritania. ¿En qué consisten esas prácticas?

Respuesta. Las grandes familias árabo-bereberes [2] que ocupan, en buena parte, los puestos de poder político y económico en el país, jamás han acabado con el sistema de servidumbre ni con el racismo. Muchas de ellas continúan teniendo esclavos en sus casas, sometidos con frecuencia a trabajos penosos. Se trata, por lo general, de personas analfabetas cuya propiedad pasa de padres a hijos. Sus hijos menores no son escolarizados y también han de trabajar para sus amos. Su condición de esclavos hace que puedan ser vendidos o intercambiados, como cualquier otro bien. En Mauritania, las víctimas de estas prácticas pertenecen a grupos étnicos de color: los negromauritanos y los heratin, que en conjunto representan aproximadamente el 90 % de la población; el 10 % restante son árabo-bereberes. Esta tradición racista ha creado un sistema social basado en la discriminación y la exclusión. Por ejemplo, como haratin, no pueden acceder a determinados escalafones en el ejército. También es muy difícil que un descendiente de esclavos pueda conseguir un título de propiedad para una parcela de tierra, sobre todo si también aspira a ella un mauro.

Manifestación contra la esclavitud en la capital mauritana, 
Nuakchot, el 26 de abril de 2015. 
(© AFP)

P.
Sin embargo, existe un auténtico arsenal jurídico que no solo prohíbe la esclavitud, sino que además debe sancionarla. Por otro lado, las autoridades han decretado una serie de medidas para intentar poner fin a esas prácticas. ¿Se ha notado alguna evolución en ese sentido?

R. Una ley de 1981 abolió oficialmente la esclavitud, pero la teoría queda todavía muy lejos de la práctica. La falta de control y el temor a actuar contra algunas familias poderosas hacen que la esclavitud persista, al igual que la discriminación. Cambian los rostros pero el sistema esclavista permanece. Una ley del año 2007 prevé, además, que un esclavo puede denunciar su situación en cualquier comisaría para que se abra una investigación y se impongan sanciones. Eso, sin embargo, no ocurre nunca. Por lo general, los esclavos que no gozan de cierta autonomía o no pueden desplazarse, no están en condiciones de tomar iniciativa alguna ni de presentar denuncias. La IRA, por consiguiente, ha decidido ir a buscar a los esclavos en los domicilios de sus amos y presentar denuncias en su nombre en la comisaría o el puesto de policía más próximo.

Una moderna comisaría de policía en Nuakchot.

(Fuente: giz.de)

P. Al convertirse en militante de la IRA, usted ha protagonizado acciones relevantes. ¿Qué aporta la IRA a la lucha contra la esclavitud?

R. En 2010 conseguimos la primera liberación de esclavos. Se trataba de dos muchachas muy jóvenes, de 9 y 14 años, que trabajaban para una mujer. Llevamos a los policías al domicilio de esa persona y pudieron constatar la presencia de las dos sirvientas menores, por lo que detuvieron a la mujer. Fue la primera vez que se puso en práctica una ley existente desde hacía tres años.

Quisimos estar presentes en el interrogatorio a esas dos muchachas. La policía había aceptado, en principio, nuestra petición, pero en el último momento nos negaron ese derecho y nos echaron de allí por la fuerza. Fue entonces cuando me detuvieron juntamente con la esposa de Biram. Nos retuvieron durante tres horas y, mientras salíamos de la comisaría, nos molieron a porrazos. Biram está ahora mismo en prisión. La IRA ha empleado siempre ese método: se trata de presionar, de no movernos de donde sea hasta que se aplique la ley.

Lo mismo ocurrió en 2011, cuando la IRA denunció el caso de seis muchachas esclavizadas en Nuadibú, al norte del país. Hicimos una sentada en la sala del tribunal con la pretensión de no movernos de allí hasta que se dictara sentencia, pero una vez más acabaron echándonos por la fuerza.

Militantes de la IRA manifestándose ante el Palacio 
de Justicia de Nuadibú el 9 de julio de 2011.

(Fuente: Nouadhibou Soir)

P. Sin embargo, el gobierno denuncia sus acciones acusándoles de violencia. Pienso sobre todo en la quema de libros religiosos realizada por Biram Ould Dah Abeid en medio de una plaza para denunciar la justificación de la esclavitud desde el punto de vista de la religión.

Biram Ould Dah Abeid.
(Fuente: Cridem.org)

R. Es algo muy paradójico. Organizamos sentadas pacíficas y presionamos para que se aplique la ley, nos oponemos sin hacer uso de la fuerza en ningún momento. Ellos, en cambio, nos echan a porrazos…, ¡y nos acusan de violentos! Las autoridades y las familias árabo-bereberes que controlan con mano de hierro el poder no soportan que se desafíe el orden social, pues de lo contrario se sentirían amenazadas.

Por otra parte, hay que tener muy claro que el islam rechaza la esclavitud. El Corán no menciona en ningún momento que la esclavitud sea una buena práctica, ni que deba perdurar. Las autoridades y los esclavistas utilizan el islam para preservar sus intereses. Lo que quemó Biram era un libro de Malaquías procedente de Egipto a partir del que algunos exegetas deducen la justificación de la esclavitud. No se trataba, pues, de la quema del Corán, como intentaron hacer creer. Muchos magistrados, pertenecientes en su mayoría a grandes familias, se apoyan en esos textos para dictar sentencias en detrimento de la ley civil, y eso es inadmisible. En 2014 un joven de 28 años fue detenido en Nuadibú por criticar la justificación religiosa de la esclavitud, fue condenado por blasfemia y, para colmo de los colmos, el presidente de la república, Mohamed Uld Abdelaziz, lo atacó en un discurso ante una multitud de seguidores. Esa interpretación religiosa no tiene ningún fundamento.

El presidente de la República Islámica 
de Mauritania, Mohamed Uld Abdelaziz.

(Fuente: Afrik.com)

P. Luego usted fue detenida y encarcelada por haber pedido que pusieran en libertad a Biram Dah Abeid. Explíquenos cuáles fueron las condiciones de su detención.

R. En noviembre de 2014, una decena de militantes de la IRA, entre ellos Biram, fueron detenidos mientras hacían campaña en el sur del país. Para el 13 de noviembre habíamos convocado una manifestación en Nuakchot con el propósito de pedir su puesta en libertad. Fue entonces cuando me detuvieron. Las autoridades sabían que yo había apoyado la candidatura de Biram para las elecciones presidenciales de junio de aquel año. Me tuvieron retenida cinco días en la comisaría hasta que me mandó llamar el fiscal. Luego me encarcelaron durante veintiún días. Allí sufrí maltratos y vejaciones. Algunos presos cómplices del personal penitenciario se dedicaron a insultarme. Estuve esposada durante varias horas y forzada a permanecer de pie. Al término del proceso fui condenada a un año de internamiento, pero con prisión suspendida. Esa es mi condición actual.

La presencia militar en las zonas fronterizas de Mauritania es constante.

(Fuente: Afroline.org)

P. Mauritania es un país aliado de Francia en su lucha contra el terrorismo en el Sahel. ¿Cómo reaccionan los responsables políticos franceses frente al problema de la esclavitud?

R. Para las autoridades francesas esa no es una cuestión prioritaria. Algunos políticos, parlamentarios y miembros de la sociedad civil de Francia nos apoyan, pero no pasan de ahí, porque el interés de Francia por mantener una alianza estrecha con Mauritania es muy grande. Históricamente hay un pacto, más o menos oficial, entre las grandes familias mauritanas y los franceses para que el Sáhara sea un territorio seguro, de manera que ellos puedan sacar provecho de ciertos recursos, especialmente mineros. Esa alianza se mantiene en vigor en el contexto de la lucha contra el terrorismo en esa zona. Los mauros se las componen siempre para influir sobre el poder.

Traducción del francés: Albert Lázaro-Tinaut

[1] Los haratin, de piel oscura, son descendientes de esclavos, pueblan el sur de Mauritania y representan aproximadamente el 40 % de la población de aquel país africano. El singular de haratin es hartani.
[2] Se refiere a los bereberes asimilados, es decir, arabizados, y no a los imazighen (bereberes originarios del norte de África, sometidos a los invasores árabes desde el siglo VII), que continúan luchando por el reconocimiento de su cultura, sus tradiciones y su lengua (véase aquí).


(Esta entrevista se publicó originalmente en Mondafrique el 13 de julio de 2015)

05 noviembre 2014

La condición femenina en el Afganistán de 1940

El desolado paisaje de Band-e-Amir, al noroeste de Kabul, que 
muy probablemente recorrieron Ella Maillart y Annemarie 
Schwarzenbach para llegar a la capital afgana.
(Fuente: getintravel.com)

En junio de 1939, poco antes del estallido de la segunda guerra mundial, y aprovechando la neutralidad de su país en lo que ya se veía venir, dos escritoras, periodistas y aventureras suizas, Ella Maillart (1903-1997) y Annemarie Schwarzenbach (1908-1942), ambas muy experimentadas viajeras, salieron de Ginebra en un resistente automóvil Ford con el reto de llegar por carretera a las lejanas tierras del Asia central, lo cual consiguieron. Annemarie fue escribiendo el relato de sus peripecias hasta que llegaron a Afganistán, y envió algunos fragmentos al diario alemán National-Zeitung, que los publicó. Varios de esos textos fueron recopilados muchos años más tarde por Roger Perret y publicados en Basilea el año 2000 con el título Alle Wege sind offen. Die Reise nach Afghanistan 1939/1940. En 2008 se tradujeron y editaron en castellano con el título Todos los caminos están abiertos. [1]

Este transeúnte, a quien pareció excesivamente densa la primera parte del libro, se fue apasionando a medida que las intrépidas viajeras, después de atravesar los Balcanes y Turquía, bordear el mar Caspio y recorrer parte de Irán, avanzaban por tierras desérticas hasta internarse en el mosaico multiétnico de Afganistán, que por aquel entonces conocía un insólito período de estabilidad bajo el reinado de un monarca muy joven, Mohammed Zahir Shah, que había ascendido al trono tras el asesinato de su padre en 1933, y que manejaría las riendas del país hasta que en 1973 su primo y primer ministro Mohammed Daud Khan, quien ya había demostrado su talante aperturista, abolió la monarquía mediante un golpe de Estado y se proclamó presidente de la nueva república con el apoyo tácito de la Unión Soviética: fue el primer paso hacia los acontecimientos que se han ido sucediendo trágicamente en aquel país y todavía persisten.

Annemarie Schwarzenbach,
(Fuente: Dalena Vintage)

A continuación se reproduce una de las diversas crónicas que Annemarie Schwarzenbach envió al mencionado diario alemán y que fue publicada por éste en dos partes, los días 13 y 14 de abril de 1940 [2]. Lamentablemente, las condiciones de vida de las mujeres afganas de nuestros días, sometidas después de casi cuarenta años de liberalización de las costumbres a un régimen totalitario y fundamentalista islámico, vuelven a ser las de aquella época: la tradición ancestral de hacerlas invisibles pervive.



En el jardín de las hermosas
muchachas de Kaisar

Por Annemarie Schwarzenbach

Hasta el momento, Ella y yo solo habíamos podido mantener conversaciones teóricas sobre las mujeres de Afganistán. En las varias semanas que llevábamos recorriendo este país de estricta observancia musulmana, habíamos trabado amistad con campesinos, funcionarios municipales, soldados, comerciantes del bazar y gobernadores de provincia: en todas partes habíamos constatado la hospitalidad de la gente y empezábamos a encariñarnos con este pueblo masculino, alegre e incorrupto.

Los imponentes muros de la ciudadela de Qala Ijtyaruddin, en Herat.
(Fuente: The History Blog)

En la esplendorosa ciudad de Herat habíamos asistido a las competiciones de esgrima y a la plegaria comunitaria de los jóvenes que al atardecer se congregaban en un prado ante la puerta de la villa. Por el camino, cuando nos deteníamos a descansar tras recorrer largos tramos sin sombra, sencillos campesinos solían unírsenos y compartir con nosotras sus melones. Nunca tuvimos necesidad de montar las tiendas ni de prepararnos la sopa. En los pueblos, el alcalde nos daba la bienvenida y nos convidaba a té y uvas. Al atardecer nos llevaban a hermosos jardines, donde atentos criados servían el pilaf, el plato de arroz típico, y mientras comíamos acudía el anfitrión acompañado de su comitiva a visitarnos y, a menudo, mantenía largas y minuciosas conversaciones con nosotras.

Músicos en Bala Murghab (noroeste 
de Afganistán). Foto tomada por 
Annemarie Schwarzenbach en 1940.
(© Archivo de la Biblioteca Nacional Suiza)

Sin embargo, teníamos la sensación de estar en un país sin mujeres. Conocíamos, naturalmente, el chador [3], la túnica de cuerpo entero que visten las musulmanas y que poco tiene que ver con la idea romántica del delicado velo de las princesas orientales. Ciñe estrechamente la cabeza con tan solo unas perforaciones a manera de rejilla delante de la cara, y cae en holgados pliegues hasta el suelo dejando entrever apenas la punta bordada y los tacones gastados de las pantuflas. A estos seres embozados e informes los habíamos visto deambular furtivamente por las callejas del bazar, y sabíamos que se trataba de las mujeres de los altivos afganos que se pasean libremente por doquier, son amantes de la compañía y la tertulia amena y pasan la mitad del día ociosos en una casa de té o en el bazar. Pero esos seres fantasmales tenían en sí mismos poco de humano. ¿Eran niñas, madres, ancianas, jóvenes o viejas, tristes o alegres, hermosas o feas? ¿Cómo vivían, en qué ocupaban su tiempo, a quién prodigaban afecto, amor, odio?

Mujeres afganas enfundadas en sus burkas.
(© Bernard Chazelle)

En Turquía y en Irán habíamos visto alumnas de colegio, girls scouts, estudiantes universitarias, así como trabajadoras independientes o mujeres que desarrollaban alguna actividad en el ámbito social y cuya presencia en la vida de su nación era indiscutible, puesto que ya formaban parte de la fisonomía de ésta. Sabíamos que el joven rey Amanullah, a su regreso de un viaje a Europa, se había lanzado a introducir reformas y había intentado seguir sobre todo el ejemplo de Turquía. Actuó con demasiada precipitación. Lo que más se le reprochó fue la emancipación de la mujer. Durante algunas semanas, en Kabul, la capital, cayó en chador; luego estalló la revolución, las mujeres volvieron al harem, regresaron a la estricta reclusión de la vida doméstica, y solo pudieron mostrarse en público cubiertas por un velo. [4]

El palacio de Darul Aman, de estilo 
europeo, mandado construir por 
el rey Amanullah, a las afueras 
de Kabul, en la década de 1920.

¿Habían olvidado las mujeres esos amagos de libertad, habían sido borradas de su memoria aquellas pocas semanas de 1929? En una ocasión, siendo huéspedes de un joven de talante abierto e inteligente, gobernador de alguna aldea del norte del país, Ella se atrevió a formularle esta pregunta. Nuestro anfitrión dio muestras de comprender muy bien las necesidades del Estado afgano y habló de que la construcción de carreteras iba a suponer una apertura del país, lo que implicaba la creación de industrias, pero también de escuelas y hospitales. ¿Podía excluirse a las mujeres de un progreso semejante? ¿No debían tomar parte de la nueva vida y ser liberadas de la limitación mortificadora en la que transcurría su existencia? El gobernador respondió con evasivas. Cuando le preguntamos cortésmente si podíamos conocer a su mujer, al principio dijo que sí, pero luego encontró una excusa.

Un pueblo de la provincia de Faryab, en el antiguo Turquestán afgano.
(© PRT Meymaneh)

No fue hasta que llegamos a Kaisar [5], un pequeño oasis en la provincia septentrional del Turquestán, que, para gran sorpresa nuestra, el hakim [6] Saib, el alcalde en persona, nos condujo sin grandes aspavientos, a través de una portezuela, al jardín interior de su casa, el jardín de sus mujeres e hijas. Dos muchachas jóvenes, vestidas con trajes de verano y cabellos cubiertos por un vaporoso y delicado velo, salieron a nuestro encuentro. Ambas eran llamativamente hermosas, al igual que la madre, de aspecto imponente, mirada seria y gesto amable, que nos recibió bajo unos enormes árboles, sobre el suelo recubierto de alfombras. Allí jugaban los niños, los hermanos menores y un pequeñín rubio, hijo de Sara, la nuera. Su otro hijo dormía en una hamaca a la sombra. En un lugar un poco apartado, bajo el saledizo de la sencilla casa de adobe, estaba el samovar. Primero nos trajeron un aguamanil y toallas, luego té y frutas. Una hora más tarde llegó el pilaf. La madre comió con nosotras, a la manera europea, sentada a la mesa. Las hijas nos sirvieron la comida y después se sentaron en la alfombra a comer con los niños, todos de la misma fuente y con las manos. Por último fueron las criadas las que despacharon los abundantes restos. Las caras de los familiares del hakim presentaban los característicos rasgos de los rostros afganos, hermosos y severos, mientras que las criadas eran, por lo visto, de raza mongola, quizá turcomanas o uzbecas. […]

La familia del el hakim Saib. Foto tomada 
por Annemarie Schwarzenbach en 1940.
(© Archivo de la Biblioteca Nacional Suiza)

Para las mujeres de Kaisar, Kabul era el gran mundo, la civilización. Y eso que las habían instruido –en casa, por supuesto–, sabían leer y escribir y no ignoraban dónde quedaba la India, Moscú, París, incluso habían oído hablar de Suiza. Sin embargo, nunca habían hecho un viaje, no se imaginaban que un día podían llegar más allá de Mazar-e-Sharif, la capital del Turquestán afgano. ¿Deseaban acaso conocer el mundo, llevar una vida diferente? ¿O se quedarían para siempre en aquel jardín soleado y rodeado de tapias de adobe bajo la patriarcal y estricta supervisión de su madre y señora?

Una joven afgana se atreve 
a mostrar su aspecto.
(© Emmanuel Dunand)

A última hora de la tarde, cuando empezaba a refrescar un poco, el hakim nos mandó llamar. El pequeño Jakub pudo acompañarnos hasta el coche; las muchachas, en cambio, se quedaron en la puerta del jardín. […] Cuando esas muchachas abandonaban el jardín siempre llevaban puesto en chador y solo podían ver el mundo a través de aquella rejilla, tras la cual su cara permanecía al resguardo de indiscretas miradas masculinas.




Billete de 10 afganis, con la imagen del rey Zahir, 
puesto en circulación en 1939.


[1] Annemarie Schwarzenbach: Todos los caminos están abiertos. Traducción de María Esperanza Romero. Postfacio de Roger Perret. Editorial Minúscula, Barcelona, 2008.
[2] Tomada de la mencionada edición en castellano, pp. 69-74. Por error, en el libro se menciona la fecha de 1939.
[3] Evidentemente, la autora confunde las
vestimentas tardicionales de las mujeres musulmanas, y habla de chador (que es la prenda que usan las mujeres iraníes y deja la cara al descubierto) cuando se refiere al burka.
[4] El uso del burka fue suprimido oficialmente en 1959 por el entonces primer ministro Daud Khan, pero en 1996 los fundamentalistas
talibanes, cuando asumieron el poder, volvieron a imponerlo.
[5] Muy probablemente se trate de la aldea denominada actualmente Sangalak-i-Kaisar, en la provincia afgana septentrional de Faryab, de población mayoritaria uzbeka y tayika, menos estricta en las costumbres tradicionales islámicas.
[6] Título honorífico de origen árabe que significa, según los lugares, “mandatario”, pero también “juez” o “médico”.