Mostrando entradas con la etiqueta SARKOZY Nicolas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta SARKOZY Nicolas. Mostrar todas las entradas

19 octubre 2011

((SIN COMENTARIOS))


"¿Carla? ¿Y si dieras a luz en el 'Air Sarko One'? ¡El pequeño podría utilizarlo gratuitamente toda su vida!"

Viñeta de Gros que ilustra el artículo "Des caprices du prince aux gaspillages de l'élite de l'État" ('De los caprichos del príncipe a los despilfarros de la elite del Estado'), publicado en el núm. 755 (8-14 de octubre de 2011) de la revista francesa Marianne, pág. 28.

13 febrero 2011

Liberté, égalité, fraternité?... Sarkozyté!

Entrada al municipio de Ciboure (a la izquierda de la imagen)
en el puente Charles de Gaulle sobre el río Nivelle.
A la derecha, Sant-Jean-de-Luz.

(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)

Ciboure (Ziburu, en vasco) es una pequeña localidad separada por el río Nivelle (Ur Ertsi, en vasco, cuyas aguas provienen de tierras navarras) de otra mayor y más conocida: Saint-Jean-de-Luz (Donibane Lohizun), con la que comparte estación ferroviaria y un pequeño puerto fluvial. Para pasar de la una a la otra hay que cruzar el río con alguna embarcación (suele estar en servicio una barca-transbordador para pasajeros) o bien dar un pequeño paseo, pasar el río por el puente Charles de Gaulle de la carretera D 810 (un ramal –denominado allí avenue Jean Jaurès– de la carretera general que enlaza París con Hendaya y el puente internacional de Irún) y bajar hacia el mar por el otro lado.

El transeúnte aprovechó una reciente estancia en Donostia para visitar estas dos localidades del lado francés de Euskal Herria [1]. Disfrutó primero de la paz invernal de Saint-Jean-de-Luz, donde comió espléndidamente, y aprovechó las primeras horas de la tarde, antes de emprender el viaje de regreso a la capital guipuzcoana, para darse una vuelta por Ciboure, a cuya entrada se había instalado un gran parque de atracciones en el que los niños parecían disfrutar de atracciones, chuches y ese algodón de azúcar que se conoce como barbe à papa.

En esta ocasión no va a describir tan bellos lugares, aunque aproveche para decir que en Ciboure nació en 1875 el compositor Maurice Ravel, el del famoso y magnífico Boléro (tan mal comprendido muchas veces). Va a contar una pequeña aventura, una de esas experiencias que dan sentido, pese a todo, a la vida del viajero.

La iglesia de Saint Vincent
y la Croix blanche, en Ciboure.

(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)

Con su cámara de fotos siempre a punto para captar lo insólito, lo efímero y aquello que le llama la atención, el transeúnte pasó frente a la iglesia de Saint Vincent (con su “Cruz Blanca”, etapa de uno de los ramales del Camino de Santiago) y se adentró por la rue Pocalette, paralela al paseo que sigue la ribera del río. Hizo varias tomas de detalles y también de las fachadas de esas bonitas casas que caracterizan las tierras vascas, con sus maderas pintadas de colores alegres (azul, verde, grana…) y, despreocupado y pendiente de lo que se ofrecía a sus ojos, se vio sorprendido en la desembocadura de aquella calle por tres gendarmes que lo rodearon de inmediato y le preguntaron, de sopetón, qué estaba fotografiando.

–Perdone, monsieur, pero en la calle por la que ha pasado está prohibido tomar fotos. Muéstreme los clichés.


–No he visto ningún cartel que lo indicara –replicó el transeúnte, que suele tener mucho aplomo en estos casos, pues ha pasado por experiencias parecidas en países sometidos a regímenes totalitarios. Se suponía que no era el caso de Francia, por lo que nada debía temer.


El gendarme fue observando las imágenes en la pantalla de la cámara y obligó al transeúnte a borrar algunas, cosa que éste hizo, mal que le pesara, arrepentido ahora de no haberse plantado ante tan caprichosa decisión de un don nadie uniformado. A veces le cuesta un poco reaccionar en caliente.


Una de las pocas fotos de la rue Pocalette
que el transeúnte logró salvar.

(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)

–Un documento de identidad, por favor… (pièce d’identité, se dice en francés, para asombro del foráneo, a quien le parece que en Francia la identidad puede despiezarse).

–¿Puedo saber qué es esto?

–Nada, monsieur, se trata sólo de un control rutinario.


El gendarme que se había apoderado del documento de identidad del transeúnte se alejó unos pasos, se conectó con su radioteléfono a algún misterioso lugar y transmitía a su también misterioso interlocutor los datos del sospechoso, que mientras tanto era custodiado por sus otros dos compañeros. Más allá, en los muelles, a orillas del río, había dos furgones celulares y otros seis o siete gendarmes.

En un momento dado, el que transmitía los datos se acercó al transeúnte y le preguntó qué significaba esa enigmática abreviatura “c/” que precedía al nombre de la calle donde vive.

–Significa rue, monsieur.

–Ah, cal-le… –suspiró tranquilizado después de haber hecho gala de su estupendo espagnol, y volvió sobre sus pasos.


La desembocadura del río Nivelle
desde los muelles de Ciboure (donde
estaban apostados los gendarmes
con sus furgones). A la derecha,
el faro de Saint-Jean-de-Luz.

(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)


Uno de los uniformados que retenían al transeúnte (aunque sin ponerle las manos encima en ningún momento, ¡sólo hubiese faltado eso!) empezó a interrogarlo. Le llamaba la atención que el sospechoso hablara tan fluidamente el francés y le preguntó a qué se debía. ¿Había vivido el sospechoso en Francia? ¿No? Étonnant... En lugar de contestarle, el sospechoso le espetó, irónico (siempre en fluido francés, claro):

–Hay otras lenguas que hablo mejor.


–¿Habla usted vasco? –se empezaba a vislumbrar por dónde iban los tiros.

–No.


–Pero, ¿lo entiende?


–Por qué quiere saber esas cosas, si se trata de un control rutinario, como dicen ustedes.

–Obedecemos órdenes, monsieur.

Un típico panier à salade
('ensaladera
'), como son conocidos
popularmente los furgones celulares
de la Gendarmería francesa.

(Foto: Collection CHARLYDESIGN93)

No sabe por qué (o quizá sí), al transeúnte le pasaron por la cabeza otros momentos en que había oído y leído esa frase: los ejecutores nazis obedecían órdenes, los agentes comunistas siempre obedecían órdenes, los sicarios de las dictaduras más sangrientas se defendían en los juicios con esa misma afirmación y trataban de pasar así la responsabilidad de sus atrocidades a entes superiores. Decidió provocar:

–Si quiere interrogarme, hagamos las cosas como es debido: lléveme a comisaría, póngame en contacto con un representante diplomático español para que me facilite un abogado y conozca mi situación…


–Pero... monsieur, por favor, no exagere…


–Oiga, gendarme al transeúnte ya no le parecía un monsieur: ¡se acabaron las buenas maneras y era hora de formalidades!; si alguien exagera y monta el pollo (en fait tout un fromage, se dice en francés), son ustedes.

–¡Cuidado con lo que dice, monsieur!

–Escuche, soy un ciudadano libre y honesto y creo estar en un territorio libre…


–Sin duda, pero en las circunstancias actuales... ya me entiende… los extranjeros…


¡Ay lo que dijo! El transeúnte no le dejó acabar la frase, de modo que no sabe cómo iba a terminarla, ni le importa.


–¡No soy un extranjero! Soy un ciudadano europeo y estoy chez moi (es decir, en mi casa), ¿me entiende usted? ¿O es que Francia se ha dado de baja de la Unión Europea y yo no me he enterado, gendarme?


Saint-Jean-de-Luz desde Ciboure.
(Foto; Albert Lázaro-Tinaut)

El transeúnte fingió indignación y hasta cierto desprecio al pronunciar la palabra gendarme, separando un poco las sílabas; pero la verdad es que empezaba a divertirse. El uniformado titubeó, no sabía qué decir, se sentía indefenso pese al armamento que colgaba de su cintura.


Su compañero, que había permanecido en silencio, le tocó el hombro para tranquilizarlo, y el tercero regresó con su radioteléfono y pidió al que tocaba el hombro del que se había puesto nervioso que anotara toda la filiación del transeúnte, cosa que hizo en un pequeño bloc.


–Bueno, ¿se puede saber qué pasa conmigo, gendarmes? Porque a este paso voy a perder el tren.


–Nada, no se preocupe, monsieur. Ya le hemos dicho que es un control rutinario –contestó el del radioteléfono.


Bonjour, la routine…! (¡Pues vaya rutuina…!) –una vez más, el transeúnte no pudo evitar la ironía provocadora.

–No hemos de hacerle ningún reproche… Es… es sencillamente que en esa calle tiene su casa un ministro –añadió bajando la voz (tal vez debería entenderse lo de “ministro” en femenino, habida cuenta de que un importante miembro del gobierno francés, mujer ella, fue alcaldesa de Saint-Jean-de-Luz, como averiguó luego el transeúnte a través de internet)–. En Francia la ley prohíbe fotografiar cualquier edificio público –prosiguió el gendarme en cuestión, ya en tono conciliador–: un Ayuntamiento, una Préfecture, una estación de tren… Se lo digo para que lo tenga en cuenta. Nosotros estamos aquí para algo (pour quelque chose), entiéndalo.


Detalle de una fachada en Ciboure.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)

La casa de un ministro, hombre o mujer (personaje público), resultaba ser un edificio público, con la particularidad de que nada indicaba esa condición extraordinaria.

–Tenga, y muchas gracias, monsieur –dijo el que había anotado concienzudamente los datos en el carnet (no sé si copió incluso la foto…), mientras le devolvía al transeúnte su documento de identidad.

–Por esta parte puede tomar clichés de todo lo que quiera –añadió el del radioteléfono esbozando una sonrisa forzada y mostrando con un amplio gesto de su mano derecha la parte ribereña del río. El transeúnte estuvo a punto de pedirles que se pusieran bien para retratarlos, pero no quiso provicar más y prefirió hacerse el maleducado y volverles la espalda para seguir su camino. Es lo que en España se dice popularmente “despedirse a la francesa” y los franceses dicen “filer à l’anglaise” (largarse a la inglesa).

La estación ferroviaria de Saint-Jean-de-Luz - Ciboure.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)

Había sido una experiencia interesante, sobre todo para comprobar eso que se dice: que la República Presidencial Francesa se ha convertido en un estado policial desde que monsieur Nicolas Sarkozy (Sarko para el populacho) obra de timonel e “ingeniero” a la vez. En los años 70 del siglo pasado el transeúnte –barbudo y con ropa tejana, ¡a quién se le ocurre!– había sido detenido arbitrariamente en el norte de la Argentina (concretamente en el aeropuerto de Resistencia, topónimo que ya se las trae, en la provincia del Chaco) y sometido casi a juicio sumarísimo por un inmenso militar que no hubiera cabido en un armario de dos cuerpos, y que no lo soltó hasta que la lentísima comunicación telefónica con algún centro de seguridad de Buenos Aires le aseguró que no había ningún sospechoso con su nombre ni con sus características; y también lo detuvieron brevemente en Esztergom, al norte de la Hungría comunista, por haber sido testigo de una pelea callejera. Después de la experiencia vascofrancesa se le formó en la mente, por una curiosa asociación de ideas, un nuevo y absurdo topónimo irónicopolítico: República Soviética Sarkozyana (RSS).


Vayan ustedes con cuidado, pues las fronteras aún existen en esta Europa del quiero y no puedo, tan desunida como siempre. En Irún se lo dijeron claramente al transeúnte: con la supuesta desaparición de las fronteras físicas esperaron que, de algún modo, se estableciera algo semejante a aquella utópica República del Bidasoa con la que soñó ingenuamente Pío Baroja, “una república sin frailes, sin dogmas que nos atormenten, sin moscas y sin carabineros”, como recordó su sobrino, Pío Caro Baroja, durante de la inauguración en el centro del ensanche iruñés del monumento al gran autor de la denominada Generación del 98 (tan enemigo él de esos honores) [2], con motivo del cincuentenario de la muerte de éste, en el año 2006. Pero eso también fue un sueño utópico: las relaciones entre las poblaciones de ambas orillas del río Bidasoa son prácticamente inexistentes, y los intentos de organizar actos conjuntos casi siempre han fracasado.


Detalle del monumento a Pío Baroja en la plaza Zabaltza de Irún,
obra del artista asturiano Sebastián Miranda, inaugurado en 2006.

(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)

No sólo los Pirineos separan la península Ibérica del resto de Europa; no sólo los Alpes separan dos conceptos de europeísmo, ni sólo las aguas del Rin dividen los territorios de Francia y Alemania. Lo que más separa a los europeos de uno u otro Estado es la falta de voluntad: ¡esta sí que es común!



[1] Denominación, en vasco, de lo que en castellano se conoce como Vasconia, es decir el espacio europeo –documentado desde el siglo XVI–, dividido entre los estados español y francés, donde se manifiestan la cultura y la lengua vascas.
[2] Baroja lo expresó por boca de uno de sus personajes más famosos, el marino autobiógrafo Shanti Andía: “A mí, la verdad, la gloria no me entusiasma. La gloria no es para los países lluviosos; tener una estatua a orillas del Mediterráneo, en una ciudad de Andalucía, de Valencia o de Italia, está bien; pero, ¿qué voy a hacer yo si en premio de este libro me levantan una estatua en Lúzaro? ¿Estar recibiendo constantemente la lluvia en la espalda? No, no; soy muy reumático y ni en efigie me gustaría estar así, a la intemperie”.

Haced clic sobre las imágenes para ampliarlas.

23 febrero 2010

Más sobre el trasiego de muertos

El transeúnte ya se ha referido en esta bitácora (ved aquí) al tétrico trasiego de muertos y a las intenciones (frustradas, hasta ahora) del presidente francés Nicolas Sarkozy de trasladar los despojos de Albert Camus al Panthéon des grands hommes de París con motivo del 50.º aniversario de su muerte. (Fijaos en el matiz machista de la denominación del templo de la grandeur: nadie ha tenido, que se sepa, la idea de cambiarla por la de Panthéon des grandes personnalités, pongamos por caso, una idea seguramente más sensata que la de trasladar allí restos humanos…)

Diversas personas del mundo de la cultura y numerosos medios de comunicación franceses e internacionales se han hecho eco del caso y de las opiniones sobre la conveniencia de tener a Camus entre las celebridades dignas de aquel templo laico y republicano. [1]

Por un lado, Jeanyves Guérin, profesor de la Sorbona y autor del Dictionnaire Albert Camus [2] manifestaba en Le Nouvel Observateur que “Sarkozy es amigo de Bush, Gaddafi, Putin y Berlusconi, y que su política está en las antípodas de los valores y las concepciones que defiende Camus”; y el periodista Michel Soudais consideraba en su blog que la pretensión de Sarkozy no sólo suponía una “profanación obscena”, sino que representaba una herejía hacia un hombre que, en vida, se había mantenido al margen de las “glorias literarias”, había rechazado distinciones y había manifestado su negativa a “dejarse transformar en estatua”.

Por otro lado, el filósofo Raphaël Enthoven se preguntaba en L’Express por qué había que privar a Camus de aquello a que habían tenido derecho Rousseau, Voltaire, Hugo y Zola, y coincidía con el realizador de cine Yann Moix, quien manifestaba en la revista La règle du jeu, quizá con una pizca de ironía, que el Panthéon es “la Academia Francesa de las personas muertas”, y que Camus era “bastante académico” y estaba “bastante muerto como para descansar allí”; y no le bastó esta boutade, sino que añadió que “su obra, grande, bella y noble no contiene dinamita” y que, por tanto, “Camus no es un autor peligroso”.

En medio de este tedioso embrollo se alzaba la voz del líder ultraderechista Jean-Marie Le Pen, quien acusaba a Sarkozy de electoralismo y aún más: de pretender robar votos a su Frente Nacional apropiándose, con objetivos partidistas, de la figura de Camus.

En estos momentos, la cuestión aún no está resuelta, aunque parece que monsieur Sarkozy está dispuesto a renunciar a su “sueño”, sobre todo porque el hijo de Camus, Jean, hace uso de su “derecho moral” para impedir que los restos del escritor sean desenterrados; su hermana Catherine, en cambio, no ha aludido a este derecho, “se lo está pensando” desde noviembre, y no le parece ni bien ni mal que su padre sea panthéonisé, según manifestó personalmente al presidente de la República.

Ahora, Chopin

Pero hete aquí que la cuestión vuelve a estar de actualidad, ya que monsieur Alain Duault (escritor, musicólogo y animador de programas musicales en la televisión francesa), comisario por parte de Francia del Año Chopin, que se celebra este 2010 en Polonia y Francia con motivo del segundo centenario del nacimiento de uno de los más altos representantes del romanticismo musical, ha propuesto al presidente Sarkozy que los despojos del gran músico polaco de ascendencia francesa, que reposan en el cementerio parisiense de Père Lachaise, sean trasladados con todos los honores al Panthéon des grands hommes.

Monsieur Duault publicó la carta que dirigió al presidente de la República en el número de diciembre de 2009 / enero de 2010 de la revista Classica, y dice entre otras cosas que Chopin sería el primer músico que entraría en el Panthéon, después de que en 2003 fracasara el intento de trasladar allí los despojos de Berlioz; que sería también “un gran gesto europeo”, ya que se trata de un artista a la vez polaco y francés, “compositor de polonesas y de mazurcas de inspiración polaca”, pero también “de valses de inspiración vienesa, de preludios de inspiración alemana, de nocturnos de inspiración irlandesa, de una barcarola de inspiración italiana y de baladas de inspiración francesa”. ¡Un orgullo para la cultura europea! (como si no lo supiéramos…) ¿Qué tendrán que decir los polacos, que conservan como reliquia el corazón del músico en la iglesia de la Santa Cruz de Varsovia?

Y es que el compositor y pianista Fryderyk / Frédéric Chopin (nacido en la localidad de Żelazowa Wola, Mazovia –a unos 50 km de Varsovia– el 1 de marzo de 1810, y muerto en París el 17 de octubre de 1849) ha sido siempre reivindicado, justamente, por Polonia como uno de sus hombres más ilustres, pero también por Francia, por el hecho de ser hijo de un emigrado francés y por haber vivido en París desde la edad de 20 años. Francia, por tanto, se otorga ahora el derecho de acogerlo entre sus celebridades.

Hace seis años, en 2004, ya hubo un intento por parte del entonces presidente francés, Jacques Chirac, de trasladar al Panthéon los despojos de la famosa amante de Chopin, la escritora y feminista Amandine Aurore Lucile Dupin (1804-1876), más conocida por su seudónimo, George Sand, autora, entre otras obras, de Un hiver à Majorque ('Un invierno en Mallorca', 1855), donde relata su estancia, con sus hijos y su amante polaco, en la cartuja mallorquina de Valldemossa durante el invierno de 1838 a 1839. Esta pretensión fue frustrada entonces por la nieta de la escritora, Christiane Smeets-Sand, heredera de su patrimonio, la cual recibió la solidaridad de unos cuantos políticos y de representantes del mundo de la cultura, entre quienes estaba la actriz italiana Claudia Cardinale. Una curiosidad poco conocida: ¡George Sand era descendiente del rey Augusto II de Polonia!

El transeúnte continúa pensando que los muertos, ilustres o no, deben quedar en el recuerdo de quienes los querían y los admiran, y que sus huesos, sus cenizas o sus reliquias no deben mezclarse con los homenajes, y aún menos con ceremonias macabras revestidas de solemnidad. Permitidle que recuerde estos versos de Petrarca:

Passan vostri trionfi e vostre pompe,
Passan le signorie, passan i regni;

Ogni cosa mortal tempo interrompe.
[3]


[1] Podéis leer, por ejemplo, lo que han publicado Michel Soudais en su blog de Politis.fr, Jeanyves Guérin en Le Nouvel Observateur (20.11.2009), Benjamin Ivry en el New Statesman y el diario suizo Le Matin (3.1.2010), aunque en Internet encontraréis muchas más referencias.
[2] Jeanyves Guérin: Dictionnaire Albert Camus, Flammarion, París, 2010, 992 pp.
[3] “Pasan vuestros triunfos y vuestras pompas, / Pasan las señorías, pasan los reinos; / El tiempo interrumpe todo lo que es mortal.”

Imágenes, de arriba abajo:
- Monumento a Chopin en el parque Łazienki de Varsovia, obra realizada en París, en 1908, por el escultor y pintor modernista polaco Wacław Szymanowski (1859-1930). (Foto © Jaime Silva / flckr.)
- El Panthéon des grands hommes, en el Barrio Latino de París.
(Foto © BLOC.com)
- La tumba de Chopin en el cementerio de Père Lachaise de París.
(Foto © Wikimedia Commons.)
- Retrato inacabado de Chopin pintado por Eugène Delacroix en París en el año 1838. (© Museo del Louvre, París.)
- Retrato de George Sand por Auguste Charpentier (1838). (© Musée Carnavalet, París.)

Clicad sobre las imágenes para ampliarlas.
(17.12.2009)

Traducción del catalán: Carlos Vitale.

09 diciembre 2009

Trasiego de muertos


Es curioso que sean los políticos, cuando se dignan a bajar al terreno de la cultura, y algunas instituciones con afán de notoriedad, los que más se obstinan en remover a los muertos. O aún peor: que, a veces, detrás de estos “movimientos” se oculten oscuros intereses (¿quizá porque son inconfesables?).

Al transeúnte, aunque es curioso por naturaleza, nunca le ha despertado la curiosidad saber quién estaba realmente detrás del deseo de “devolver a España” los restos de Antonio Machado, que tan discretamente reposan en el cementerio de Collioure, sin tener en cuenta que esta de ahora no es la España republicana de la cual el poeta sevillano tuvo que huir con su madre en condiciones infrahumanas; ni el de desenterrar al intelectual Manuel Azaña, el último jefe de Estado de la República española, que manifestó claramente su deseo de ser inhumado donde muriera (y, por tanto, fue sepultado en el cementerio de Montauban, en el sur de Francia, sin derecho a ser envuelto en la bandera republicana española, a causa de la prohibición que decretó el mariscal Pétain; el embajador de México en Francia tuvo la sensibilidad de envolverlo, por lo menos, con la bandera de su país –generoso acogedor de expatriados– y no con la rojigualda, como había ordenado el caudillo del régimen filonazi de Vichy).

El transeúnte tampoco entiende aquella obstinación, en el año 2005, de trasladar los huesos del compositor catalán Amadeu Vives del cementerio de Montjuïc, en Barcelona –al cual su cuerpo fue conducido con grandes honores desde Madrid, donde había muerto, en diciembre de 1932–, al de Collbató, su población natal (se alegaron las condiciones precarias en que se encontraba su tumba: ¿por qué el Orfeó Català no se preocupó más de dignificar el lugar? Hay preguntas de las cuales difícilmente podremos obtener respuestas razonables, aunque en este caso concreto algunos hechos recientes permitan sacar deducciones).

Aún le costó más al transeúnte explicarse los extraños motivos que el gobierno peronista argentino aducía hace pocos meses para justificar un vuelo trasatlántico que llevara el cadáver de Borges desde Ginebra, donde él mismo quiso que lo enterraran (En el centro de Europa, en las tierras altas de Europa, crece una torre / de razón y de firme fe. // Los cantones ahora son veintidós. / El de Ginebra, el último, es una de mis patrias, dejó escrito en uno de sus últimos poemas*) a Buenos Aires, para que reposara en el cementerio de La Recoleta –donde se supone que fueron depositados los restos “auténticos” de Eva Perón, tan desdeñada por él, después de su tétrico periplo–, sobre todo cuando el escritor había adoptado incluso la nacionalidad suiza para tener todos los derechos en la tierra donde murió.

Es curiosa, también, esta manía humana de perturbar la tan proclamada “paz de los muertos”, que parece sagrada para las religiones del Libro, pero que contagia incluso a los veneradores de los santificandos, como es el caso del reverendo Karol Wojtyła, más conocido como papa Juan Pablo II, el cuerpo (o al menos el corazón) del cual reivindica la diócesis o la feligresía de Cracovia. Al transeúnte le llama la atención que se contrapongan tan ostensiblemente el delirio de remover los cuerpos de los difuntos y las supersticiones que atañen a la Parca. Y le desesperan –no lo oculta– los patrioterismos de andar por casa que muchas veces se mezclan para obtener un alioli de lo más macabro.

Esta obsesión, como sabemos, ha acompañado siempre a la humanidad y no se ha librado de ella casi ninguna civilización, al menos entre las occidentales (dicho esto desde nuestro etnocentrismo). Las glorias de Francia, por ejemplo, tienen el honor de vivir la muerte en un suntuoso panteón, y he aquí que ahora el señor que encarna con tanta pompa aquellas dinastías que, teóricamente, derrocó por siempre jamás la Revolución burguesa de 1789, quiere que los restos de Albert Camus reposen en el Panthéon de la Montagne Sainte Geneviève parisina, aquel monumental templo ecléctico dedicado a santa Genoveva de Nanterre que diseñó el señor Soufflot a mediados del siglo XVIII, es decir, unos cuantos años antes de la Revolución, mezclando todos los estilos que pudo, desde el clásico grecorromano hasta el neoclásico de la época, pasando por el gótico y el bizantino, y que el 4 de abril de 1791 la Asamblea Constituyente decidió convertir en templo republicano y Panthéon des grands hommes, con unos cuantos retoques arquitectónicos encargados al ciudadano Antoine Chrysostome Quatremère de Quincy.

Los desfiles de cadáveres exquisitos (que no tienen nada que ver, evidentemente, con los que crearon después los surrealistas) por las calles de París hasta el Panthéon son célebres: desde el inaugural, que paseó los despojos de Mirabeau a la luz de las antorchas aquel mismo 4 de abril de 1791, hasta el que llevó, mucho más discretamente, el cuerpo de la resistente Lucie Aubrac en el año 2007.

Ahora, monsieur le Président de la République Française, el señor Nicolas Sarkozy, tiene la voluntad de trasladar los restos mortales del escritor Albert Camus al santuario de los grandes hombres, coincidiendo con el medio siglo de su muerte en accidente de tránsito, el 4 de enero de 1960; voluntad que topa con la de la familia del premio Nobel de literatura de 1957, expresada por su hijo Jean, el cual considera que la decisión es un contrasentido, teniendo en cuenta la biografía del autor del Homme révolté, al cual “espantaría” (si se puede traducir así el verbo craindre en este contexto) la “apropiación” (así interpreta el transeúnte la palabra récupération, que aparece entre comillas en el artículo que publicó Le Monde en pasado 21 de noviembre) de su padre por parte del jefe del Estado.

Extraños transeúntes, estos rígidos o descompuestos viajeros de ultratumba...


* Jorge Luis Borges: Los Conjurados. Alianza Editorial, Madrid, 1985.

Créditos de las fotografías:

- Albert Camus (© Time Inc.).
- Tumba de Albert Camus en Lourmarin, Provenza (
© Walter Popp, Wikipedia Commons).


Traducción del catalán: Carlos Vitale.