
en Chapdes Beaufort (Auvernia, Francia).
(Foto © Ber'Colly / Flickriver, 2010)
La última vez que el transeúnte se acercó a Madrid fue al encuentro de Clara Obligado en el taller de escritura creativa que dirige, en la plaza del Ángel, a la hora en que finalizaba su tarea pedagógica. Ella lo había citado allí para luego ir a cenar juntos en un excelente restaurante argentino de la calle del Correo y hablar hasta bien entrada la madrugada: de la vida y sus nostalgias, de la Argentina que tuvo que abandonar cuando los uniformados tomaron el poder y cometieron sus notorios crímenes de lesa humanidad, y más de lo humano que de lo divino.
Mientras Clara despejaba la gran mesa del taller, que es a la vez cátedra y pupitre, y recogía vasos, platos y restos de dulces con los que sus alumnos la (y se) habían obsequiado para hacer más placentera la instructiva charla literaria, el transeúnte ojeaba y hojeaba unos cuantos libros esparcidos sobre una repisa. De pronto Clara se le acercó y le dijo: “Llévate este, te va a gustar”.
Era un ejemplar todavía retractilado de La navaja de Buñuel, de Carmen Vega.* Cuando el transeúnte regresó a casa, con la maleta repleta, como siempre, de libros nuevos y viejos, el que le había regalado Clara permaneció largo tiempo en el montón de papel impreso y encuadernado que va creciendo en el lado izquierdo de su mesa de trabajo, hasta que de pronto emergió, como atraído por un inconsciente presentimiento, y este transeúnte empezó a leerlo, y no pudo dejarlo hasta llegar al colofón, cerrado con un curioso –y en este caso nada anacrónico– nihil obstat.
En algunos momentos es difícil discernir, en el libro, entre el relato breve y la poesía. El verbo de Carmen Vega (Pinos Puente, Granada, 1953), una mujer que se mueve esencialmente en el mundo del cine, es ágil, sobrio y elegante, y tiene la virtud de no mostrar en ningún momento el esfuerzo de la concisión que a menudo descubre la trampa en el microrrelato. Detrás de cada historia hay experiencia vital y mucha, mucha sensibilidad.
Se lee en la cuarta de cubierta que La navaja de Buñuel es la narración de un viaje, “un recorrido que nos lleva desde el orden inicial de la infancia hacia la libertad, un insólito trayecto desde la memoria hasta el deseo, desde una dolorosa identidad hasta los espacios abiertos y transfronterizos de una identidad nueva y elegida”. Así plantea la autora esa sucesión de relatos breves, aunque el transeúnte opina que cada uno de ellos tiene identidad propia y puede disociarse perfectamente del conjunto, lo cual le parece un valor añadido. Aunque este es su primer libro, Carmen Vega ha publicado relatos en antologías, y en el año 2003 ganó el primer premio de Hiperbreves de la Feria del Libro de Madrid.
Para que el lector de esta bitácora pueda degustar la plenitud de la expresión literaria de Carmen Vega, el transeúnte reproduce dos de sus relatos, que a buen seguro impulsarán a más de uno (o una) a encargar el libro a su librero.
Gracias, Clara.
Sin fecha
Como Sören K., para no enfermar de inercia, me agoto llorando en este pabellón acostumbrado al chasquido de mis pies. Los otros, los que están fuera, decidieron hace tiempo despojarme de todo, durmiéndome sin sueños, privándome de las palabras, quemando mis ojos con la cal viva de los colores violentos. Pero aún, cuando despierto cada mañana, puedo escuchar la lluvia avivando la tierra, el viento fustigando las tejas, el sonido del sol aplastando las hojas de los árboles. Aún, cuando despierto, puedo palparme la cara con las manos y ponerme los calcetines.
El amigo
Un pequeño mástil, en la carretera, anuncia que faltan casi trescientos kilómetros para llegar a cualquier sitio. Conduzco sin prisa, en el paisaje nada me sorprende. Me deslizo por la alfombra de granito buscando un camino que me consuele. En la maleta llevo lo justo, en la memoria lo imprescindible.
A lo lejos, un hombre me hace una seña. Paro el coche. Se sienta a mi lado. Oigo su respiración, su cuerpo me calienta, su voz roba la mía. Sostengo mi abandono a medias con el suyo.
Piso el acelerador. La carretera desaparece. El polvo denso se mezcla con fuego. En la radio suena Stand by Me.
* Carmen Vega
La navaja de Buñuel
Cuadernos del Vigía, Granada, 2008
60 páginas
ISBN: 978-84-95430-30-4
Era un ejemplar todavía retractilado de La navaja de Buñuel, de Carmen Vega.* Cuando el transeúnte regresó a casa, con la maleta repleta, como siempre, de libros nuevos y viejos, el que le había regalado Clara permaneció largo tiempo en el montón de papel impreso y encuadernado que va creciendo en el lado izquierdo de su mesa de trabajo, hasta que de pronto emergió, como atraído por un inconsciente presentimiento, y este transeúnte empezó a leerlo, y no pudo dejarlo hasta llegar al colofón, cerrado con un curioso –y en este caso nada anacrónico– nihil obstat.
En algunos momentos es difícil discernir, en el libro, entre el relato breve y la poesía. El verbo de Carmen Vega (Pinos Puente, Granada, 1953), una mujer que se mueve esencialmente en el mundo del cine, es ágil, sobrio y elegante, y tiene la virtud de no mostrar en ningún momento el esfuerzo de la concisión que a menudo descubre la trampa en el microrrelato. Detrás de cada historia hay experiencia vital y mucha, mucha sensibilidad.
Se lee en la cuarta de cubierta que La navaja de Buñuel es la narración de un viaje, “un recorrido que nos lleva desde el orden inicial de la infancia hacia la libertad, un insólito trayecto desde la memoria hasta el deseo, desde una dolorosa identidad hasta los espacios abiertos y transfronterizos de una identidad nueva y elegida”. Así plantea la autora esa sucesión de relatos breves, aunque el transeúnte opina que cada uno de ellos tiene identidad propia y puede disociarse perfectamente del conjunto, lo cual le parece un valor añadido. Aunque este es su primer libro, Carmen Vega ha publicado relatos en antologías, y en el año 2003 ganó el primer premio de Hiperbreves de la Feria del Libro de Madrid.
Para que el lector de esta bitácora pueda degustar la plenitud de la expresión literaria de Carmen Vega, el transeúnte reproduce dos de sus relatos, que a buen seguro impulsarán a más de uno (o una) a encargar el libro a su librero.
Gracias, Clara.
Sin fecha
Como Sören K., para no enfermar de inercia, me agoto llorando en este pabellón acostumbrado al chasquido de mis pies. Los otros, los que están fuera, decidieron hace tiempo despojarme de todo, durmiéndome sin sueños, privándome de las palabras, quemando mis ojos con la cal viva de los colores violentos. Pero aún, cuando despierto cada mañana, puedo escuchar la lluvia avivando la tierra, el viento fustigando las tejas, el sonido del sol aplastando las hojas de los árboles. Aún, cuando despierto, puedo palparme la cara con las manos y ponerme los calcetines.
El amigo
Un pequeño mástil, en la carretera, anuncia que faltan casi trescientos kilómetros para llegar a cualquier sitio. Conduzco sin prisa, en el paisaje nada me sorprende. Me deslizo por la alfombra de granito buscando un camino que me consuele. En la maleta llevo lo justo, en la memoria lo imprescindible.
A lo lejos, un hombre me hace una seña. Paro el coche. Se sienta a mi lado. Oigo su respiración, su cuerpo me calienta, su voz roba la mía. Sostengo mi abandono a medias con el suyo.
Piso el acelerador. La carretera desaparece. El polvo denso se mezcla con fuego. En la radio suena Stand by Me.

La navaja de Buñuel
Cuadernos del Vigía, Granada, 2008
60 páginas
ISBN: 978-84-95430-30-4