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08 enero 2010

Ì Chaluim Chille


El del título es el nombre, en gaélico escocés, de la isla de Iona (Isle of Iona, en inglés), que de hecho es un islote de lava basáltica de menos de 9 kilómetros cuadrados situado a tan sólo una milla náutica de la isla de Mull, en el archipiélago de las Hébridas Interiores, al oeste de Escocia.

El transeúnte descubrió aquel lugar, pequeño en extensión, pero importante para la historia de Escocia (¡y de la Cristiandad!), aprovechando una estancia en Oban durante la primavera de 2009. Para llegar allí es preciso embarcarse en el trasbordador que lleva a Craignure (Creag an Iubhair), la principal localidad de la isla de Mull (Muile), y recorrer después con autobús la estrecha carretera que la enlaza con Fionnphort, la aldea más sud-occidental de la isla, donde se toma otro pequeño ferry que atraviesa en pocos minutos el brazo de mar hasta la “capital” de Iona, Baile Mòr, denominada popularmente The Village.


La importancia histórica de Iona radica, sobre todo, en el hecho de que fue el punto de partida de la cristianización de Escocia. El príncipe y monje irlandés Colum Cille (que en gaélico significa “paloma de la iglesia”), más conocido como Columba, descendiente de un rey de Irlanda del siglo V y santificado más tarde por la Iglesia católica, se estableció allí en el año 563 con doce cofrades y fundó un monasterio en el lugar donde se eleva la actual abadía (la Abbey); dicen las crónicas que desde allí Columba y los suyos iniciaron su misión evangelizadora. La vida del fundador (Leabhar Breac) fue recogida un siglo y medio más tarde por uno de sus sucesores, el abad Adomnán de Iona.

Pero pronto los monjes de Iona, que practicaban el denominado cristianismo céltico, toparon con la jerarquía romana, problema que fue expeditivamente resuelto por el Sínodo de Whitby (664), en el cual fueron obligados a someterse a la normativa disciplinaria del Papado. Los ataques de los vikingos, durante el siglo VIII, acabaron, sin embargo, con las expectativas de aquel pequeño grupo monástico: el convento fue saqueado y los tesoros que se custodiaban en él, robados. Pero los sagrados despojos del príncipe-monje fueron ocultados en lugar seguro, y después fueron repartidos, como reliquias, entre Escocia e Irlanda. El trasiego de muertos al que se refería hace poco este transeúnte, tiene, como vemos, una larga y tétrica historia...

Después de un prolongado período de abandono, en 1208 el edificio original fue recuperado y ampliado, y se convirtió en una abadía benedictina. Desde entonces y hasta el siglo XVI se añadieron nuevos elementos, como la capilla de san Odhrán, destinada a acoger los restos mortales de los reyes de Escocia (entre ellos, Macbeth, inmortalizado por Shakespeare), aunque también se enterraron allí los de algunos monarcas irlandeses y noruegos, y los de otros personajes relevantes. Asimismo, se sepultaron allí los restos de hombres santos para la Iglesia católica, e incluso de políticos, como es el caso del líder del Partido Laborista británico John Smith (1938-1994). La abadía también fue un notable centro de acogida de peregrinos.

Pero el paso decisivo para la recuperación definitiva del lugar lo dio el duque de Argyll, que está enterrado allí, quien en 1899 vinculó la abadía a la Iglesia de Escocia. Las tareas de restauración más recientes del monumento religioso comenzaron cuando se hizo cargo de la abadía la Comunidad Cristiana Ecuménica de Iona, fundada en 1938 por el clérigo George Fielden MacLeod (1895-1991), alentado por su espíritu pacifista y el utópico deseo de aproximar las diversas creencias monoteístas. Las obras, interrumpidas durante la segunda guerra mundial, se reanudaron en 1956 y parece que continúan, ahora a cargo del gobierno de Escocia, según supo el transeúnte, el cual, de hecho, encontró allí andamios, pintores y albañiles.


Otro conjunto monumental que llama la atención en la isla de Iona son las ruinas del convento de monjas (la Nunnery), a medio camino entre el núcleo de Baile Mòr y la abadía. Construido en el año 1203 por el entonces Señor de las Islas, Reginald MacDonald, que estableció en él una comunidad de monjas agustinas, el edificio fue conocido como An Eaglais Dhubh (‘la iglesia negra’) por el color de los hábitos de las religiosas que allí residían. Abandonado durante la Reforma, el monasterio nunca fue reconstruido, aunque las ruinas se muestran actualmente encerradas en una especie de jardín y se han hecho algunas pequeñas restauraciones, más que nada para evitar que las paredes acaben viniéndose abajo.


No obstante, el ritual religioso céltico, conocido también como cristianismo insular, ha pervivido en Iona gracias a la reactivación que tuvo en la década de 1960 a partir de la New Age spirituality, que reivindicó incluso algunas ceremonias del viejo paganismo céltico, y los principios de los lolardos reformadores del siglo XIV.

El transeúnte, después de haberse documentado sobre la historia de aquella pequeña isla, la recorrió como quien hace una inmersión en las tinieblas de la Edad Media, imaginando desembarcos vikingos en las costas fácilmente accesibles, ganapanes trajinando piedras para levantar unos monasterios desproporcionados en aquel pequeño ámbito, oscuros enterramientos y largas soledades al borde del océano turbulento en días de temporal. Pero cuando él fue, el cielo era claro, soplaba un viento frío y todo respiraba paz en medio de los prados y por los caminos de Iona, Ì Chaluim Chille en gaélico, pese a que la lengua inglesa y la cultura británica ya se han impuesto casi sin remedio a las viejas tradiciones locales.

Antes el transeúnte había comido bien en el Argyll Hotel, un establecimiento agradable con vistas a la isla de Mull, en el centro del minúsculo pueblo de Baile Mòr, formado por una especie de plaza abierta al muelle donde atraca el trasbordador, de la cual sale un callejón bordeado de casas que sigue la costa hacia el norte, un camino que lleva hasta el sur de la isla y, hacia el interior, la carretera por la que se llega fácilmente a los monumentos citados y a las costas occidental y septentrional de Iona. El paisaje de la isla es plácido, formado por suaves alturas rocosas, amplias praderas y minúsculas manchas boscosas que contrastan con el litoral pedregoso. Todo es silencio, en Iona, e incluso el viento, que a veces sopla con fuerza, parece contagiado de aquella serenidad en medio de la cual reposan los espíritus de unos cuantos personajes casi olvidados por la historia, al menos fuera de Escocia.


El transeúnte os muestra unas cuantas imágenes que captó en aquel retazo de tierra de 5,6 km de longitud y 1,6 km de anchura, habitado por poco más de cien personas, cuyo punto más alto, el Dùn Ì, se eleva hasta los 101 metros. Si alguna vez recorréis las costas occidentales de Escocia, merece la pena que os acerquéis a Iona: ¡no es preciso llevar el coche!


Fotografías, de arriba abajo:

- La oficina de correos de Iona, en Baile Mór.

- El trasbordador en el muelle de Baile Mòr; al fondo, la isla de Mull.

- San Columba representado en una vidriera de la catedral de Edimburgo (imagen tomada de la red).
- Viejo mapa de la isla (imagen tomada de la red).
- La abadía de Iona.
- La tumba de los duques de Argyll, en la abadía de Iona.
- Una Biblia iluminada impresa en gaélico (abadía de Iona).
- Las ruinas de la Nunnery de Iona.
- Un crucero céltico próximo a la abadía de Iona.
- Desde la puerta del Hotel Argyll; al fondo, la isla de Mull.
- Ganado ovino pastando en el centro de la isla.
- Una típica country house en Iona.

© de las fotografías: Albert Lázaro-Tinaut.

Podéis clicar sobre las fotografías para agrandarlas.


Traducción del catalán: Carlos Vitale.