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24 marzo 2011

Literatura estonia en castellano: “El mismo río”, de Jaan Kaplinski

Imagen de la presentación de El mismo río en La Central del Raval
de Barcelona. De izquierda a derecha, Daniel Ortiz, editor de Escalera,
Albert Lázaro-Tinaut, Jaan Kaplinski y Laura Talvet.

(Foto: Joan-Francesc Ainaud)

Para quienes se esmeran en la tarea de dar a conocer las literaturas periféricas del gran mosaico europeo, como es el caso del transeúnte, la aparición de cualquier libro perteneciente a alguna de ellas es motivo no sólo de satisfacción, sino también de celebración, por lo cual hay que agradecer y celebrar el esfuerzo de los editores y los traductores que lo han hecho posible.

En este caso se trata de la novela eminentemente autobiográfica del escritor estonio más reconocido internacionalmente en nuestros días, Jaan Kaplinski, titulada El mismo río (Seesama jõgi, en su versión original) [1], traducida por Laura Talvet y Francisco Javier García Hernández y publicada por Ediciones Escalera de Madrid, un pequeño gran proyecto emprendido hace algo más de tres años por una esforzada pareja canaria, Daniel Ortiz Peñate y Talía Luis Casado.

El transeúnte conoció a Jaan Kaplnski hace unos catorce años en Tartu, su ciudad natal, cuando tradujo al castellano, en colaboración con Jüri Talvet, algunos poemas suyos, que luego fueron publicados por Francisco Uriz, director entonces (1998) de la Casa del Traductor de Tarazona, en una plaquette titulada Nada más que Algo más, dentro de la colección “Papeles de Tarazona”.

Jaan Kaplinski, nacido en Tartu el 22 de enero de 1941, es hijo de un polaco de ascendencia judía, Jerzy Kaplinski (nacido en 1901), a quien no tuvo tiempo de conocer, ya que los esbirros de Stalin lo deportaron y desapareció en el archipiélago Gulag, donde probablemente murió en 1944. Era un hombre culto e inteligente que trabajó como lector de polaco en la Universidad de Tartu. La madre del escritor, Nora Raudsepp (1906-1982), natural de la ciudad meridional de Võru, pertenecía, en cambio, a una familia estonia acomodada; fue bailarina y pudo completar sus estudios en Alemania y Francia. También era traductora, vertió al estonio obras de Balzac, Chateaubriand y Anatole France y fue coautora de una versión resumida, en prosa y en francés (París, 1930), de la epopeya nacional de su país, el Kalevipoeg, de Friedrich R. Kreutzwald (1803-1882), considerado el fundador de las letras estonias.


Jaan Kaplinski en sus años infantiles.
(Fuente: Õpetajate Leht, 24.10.2008)

Como narra en los primeros capítulos de El mismo río, Kaplinski vivió su juventud rodeado de mujeres y de tabúes y restricciones –esas que conocen todos los regímenes totalitarios: la imposibilidad de expresarse libremente, de acceder a determinados libros, de relacionarse con extranjeros, de conocer la verdad de la historia, de practicar sin obstáculos cualquier religión que no fuera la ideología del régimen, de dar a conocer la auténtica personalidad en el caso de los homosexuales (no es el suyo), de mantener relaciones sexuales fuera del ámbito de la pareja legalmente constituida, pues el sexo, en la URSS, sencillamente, “no existía”, y un largo etcétera–. De ahí pues, también, la obsesión que manifiesta el autor en la novela de perder la virginidad y sus intentos frustrados de lograrlo.


Pero volvamos a la biografía de Jaan Kaplinski. Estudió filología francesa en la Universidad de Tartu, la más prestigiosa del Báltico oriental y una de las más reconocidas de la Unión Soviética, y al mismo tiempo siguió estudios de lingüística estructural y aplicada, una disciplina que continúa interesándole y a la que desea prestar más atención en los próximos años, según manifiesta ahora. Hombre de amplios horizontes, quiso conocer también la mitología celta, por la que se sintió apasionado, y, sobre todo, el pensamiento oriental.


Terminados sus estudios (obtuvo su licenciatura en 1964), se acercó al mundo de la naturaleza –esa concretísima y múltiple divinidad común a todos los pueblos del norte de Europa, en la que basaron sus antiguas creencias paganas–, como investigador en el Jardín Botánico de Tallinn. Luego regresó a Tartu, donde sucedió a otro gran poeta, Ain Kaalep (Tartu, 1926), como tutor de jóvenes traductores en la Universidad.


La antigua sede del KGB en Tallinn. Una placa
junto a su puerta lo recuerda con estas palabras:
"Este edificio albergaba la sede del órgano de
represión del poder soviético. Aquí empezaba
el camino hacia el sufrimiento de miles de estonios".


Fue por aquel entonces, en 1980, cuando Jaan Kaplinski se implicó en la política clandestina como resistente cultural frente la intensa rusificación de Estonia. Estuvo entre los firmantes de la Neljakümne kiri (‘Carta de los cuarenta’), que proponía un diálogo pacífico con el régimen soviético para presentar ciertas reivindicaciones. Se convirtió así, de inmediato, en sospechoso de disidencia, por lo que el KGB (el temido comité soviético para la seguridad del Estado) lo interrogó e incluso registró su casa. Ya se había dado a conocer como poeta y polemista, por lo que aquella iniciativa, aunque también frustrada, supuso un cambio de mentalidad y de actitud para muchos intelectuales comprometidos y, desde entonces, vigilados de cerca.

Cuando Estonia proclamó de nuevo su independencia (20 de agosto de 1991), perdida en 1944 con la incorporación forzosa a la URSS, Jaan Kaplinski se mostró muy activo en la prensa y publicó numerosos artículos polemizando, sobre todo, con la derecha nacionalista y la Iglesia, y entre los años 1992 y 1995 fue, además, miembro del Riikogu (Parlamento) de la República de Estonia.

Fachada del Parlamento de la República de Estonia,
ubicado en el antiguo castillo de Toompea (Tallinn).

(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)

Más tarde inició una intensa etapa como periodista y conferenciante, fue profesor asociado en la Universidad de Tampere (Finlandia) y se dedicó con ahínco a escribir, aprovechando algunas becas internacionales que le permitieron distanciarse de las actividades remuneradas. En 1994 ingresó en la Académie Universelle des Cultures, fundada dos años antes por el escritor judío húngaro Elie Wiesel (galardonado con el premio Nobel de la Paz en 1986).

En la personalidad de Kaplinski sobresale su independencia intelectual, basada en un pensamiento de corte socialdemócrata y liberal, que ha defendido en todo momento con tesón. Es y ha sido siempre un hombre comprometido con los mejores valores de la sociedad, sin perder de vista el humanismo en su esencia más pura: la ancestral relación de los seres humanos con la naturaleza de la que procedemos.

Jaan Kaplinski caricaturizado por
Aivar Juhanson como una antigua
divinidad pagana báltica.
(Fuente: Delfi pilt, http://pilt.delfi.ee/en/picture/10800589/)

Por otra parte, después de haber analizado a fondo el totalitarismo comunista, ha denunciado la insidiosa opresión de la sociedad capitalista y el modo como ésta condiciona a los individuos. De entre sus opiniones, el transeúnte entresaca una de su blog que le parece interesante por la cruel y paradójica ironía que contiene:
“El comunismo y el consumismo son dos sectas seculares originadas por la cristiandad. Como la primera ya está desapareciendo de la escena mundial, la segunda goza de un éxito sin precedentes, conquista una nación y un continente tras otro y utiliza incluso la religión para sus intereses. ¿Cuál es el resultado de este proceso de globalización y concentración? Un ciudadano de la antigua Unión Soviética ya tiene nombre para el próximo mundo feliz: lo llamará Unión Soviética o Unión Soviética renacida”.

En el ámbito de la literatura, Kaplinski ha sido reconocido sobre todo como poeta, aunque también ha escrito prosa, piezas teatrales y ensayo. Él mismo reconoce la influencia en su obra de otros poetas, como Rimbaud, Eliot y Pound. No hay que olvidar, por otra parte, su importante tarea como filósofo y crítico cultural. Su labor literaria ha sido recompensada tres veces con el Premio Anual de las Letras Estonias (1996, 2000 y 2010), el prestigioso premio de poesía Juhan Liiv (1968) y el premio de la Asamblea Báltica (1997). Ha participado, además, en numerosos festivales de poesía y literatura.

No menos importante es su tarea como traductor literario. Su amplio conocimiento de idiomas le ha permitido verter al estonio obras de escritores franceses (Gide, Saint-Exupéry…),
checos (Vladimir Holan), suecos (Tomas Tranströmer), y también de poetas anglófonos y autores de expresión castellana, como Octavio Paz, del que tradujo la poesía, y Carlos Fuentes, de quien ha traducido al estonio La muerte de Artemio Cruz. Curiosamente, entre sus traducciones de juventud encontramos un fragmento del Cantar de Mio Cid.

Jaan Kaplinski leyendo sus poemas
en el Annikin Runofestivaali (festival
de poesía Annikin) en Tampere
(Finlandia), en junio de 2010.

(Fuente: http://www.annikinkatu.net/
runofestivaali2011/english.htm)


Siguiendo las huellas de uno de sus maestros, Uku Masing [2] (ese “Maestro”, con mayúscula, al que nombra constantemente en El mismo río –aunque él manifiesta que no fue el único y que la novela tiene, como tal, mucho de ficción–, obra que se inicia precisamente con los funerales de Masing en abril de 1985), Kaplinski se ha opuesto enérgicamente al centralismo de la civilización occidental y ha buscado su ideario, sobre todo, en las filosofías antiguas más relacionadas con la naturaleza, como el budismo y el taoísmo. Una clara demostración de su interés por Oriente son sus traducciones del chino de la poesía de Li Po y Du Fu, y de la obra fundamental del taoísmo, el Dào Dé Jing (más conocida entre nosotros por su transcripción fonética, Tao Te Ching), de Lao Tsé, el “Viejo Maestro”.

El transeúnte tuvo el honor de presentar, el pasado 16 de marzo, junto con Laura Talvet y el propio Jaan Kaplinski –que habló en todo momento en castellano–, El mismo río en la acogedora cripta de la librería La Central del Raval de Barcelona. Es una obra en la que el autor vuelca, novelándola (es decir, mezclando su “yo” personal con el “yo” literario), su propia experiencia vital, se vacía literaria e intelectualmente plasmando, al mismo tiempo, parte de la historia de su país, sometido a las directrices de Moscú durante casi cincuenta años; de hecho es el relato personificado de la Estonia de la década de 1960, cuando la rigidez estalinista dio paso a un cierto “deshielo” y los estonios empezaron a soñar con tiempos mejores, con el retorno de los expatriados forzosos a Siberia y al Asia central, la reunificación de las familias separadas a la fuerza en medio del terror. Kaplinski, entonces veinteañero, busca un guía espiritual y consigue introducirse en el círculo íntimo del “Maestro”, quien no sólo valorará sus primeros poemas, sino que le dará los consejos básicos para lo que luego sería la filosofía vital del joven.


Jaan Kaplinski en Barcelona con
un ejemplar de El mismo río.

(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)

La obra es, al mismo tiempo, un recorrido por la cotidianidad de una Estonia que había perdido hacía años su esplendor, un recorrido a veces trágico, aunque con momentos lúdicos e incluso humorísticos, fiel reflejo, a fin de cuentas, de la personalidad del autor, un hombre cordial al que, sin embargo, le molesta que se hable en público de su biografía y, sobre todo, que se recuerde que su nombre ha empezado a aparecer en las especulativas listas de los candidatos al premio Nobel de Literatura.

El río que aparece en el título de la novela es, a diferencia del río heraclitano, del panta rhei (‘todo fluye’), una metáfora de la immobilidad de un sistema totalitario cuyos entresijos ahora se van conociendo mejor; en este sentido, el libro de Kaplinski ayuda a entender las contradicciones del sistema a partir de la experiencia vivida, del crecimiento personal e intelectual del autor, de sus preguntas esenciales para las que no siempre halla respuesta. Es un análisis “desde dentro” de lo que supuso para un pueblo de raíces culturales occidentales, de influencia esencialmente alemana, estar sometido a unas ideas y a unas costumbres que difícilmente podía entender. Es un trayecto de un invierno a otro, muy distintos entre sí pero, paradójicamente, igualmente llenos de contradicciones.

Quienes se interesen por el antiguo sistema totalitario soviético hallarán sin duda en El mismo río otro punto de vista, muy útil para comprender mejor lo que fueron aquellos largos años, aquel interminable invierno de los estonios.



[1] Jaan Kaplinski: El mismo río. Traducido por Laura Talvet y Francisco Javier García Hernández. Madrid, Ediciones Escalera, 2011. 400 páginas. ISBN: 978-937018-7-1.
[2] Uku Masing (1909-1985), teólogo, filósofo, filólogo y folklorista, fue un auténtico humanista, en el sentido más amplio de la palabra, y un divulgador de culturas que tuvo un ascendiente primordial sobre toda una generación de intelectuales estonios, entre los que se encuentra Jaan Kaplinski. Introdujo en Estonia la filosofía analítica, y como políglota excepcional –se dice que conocía 65 idiomas y era capaz de traducir de veinte de ellos– vertió al estonio innumerables obras de culturas universales, sobre todo orientales. Son notables sus traducciones del persa, el turco, el hebreo, el árabe, el amhárico, diversas lenguas de la India, etc. Tradujo, entre otros, a Rabindranath Tagore y Omar Khayyam, haikus japoneses y una versión íntegra del Nuevo Testamento. Una de sus últimas obras fue la traducción al estonio de algunas rondalles (cuentos tradicionales) catalanas a partir de los textos originales de la Rondallística de Joan Amades, que el transeúnte tuvo el honor de hacerle llegar: el librito que recoge estas traducciones, titulado Paadimehe tõed (‘Las verdades del barquero’) se publicó póstumamente, pocas semanas después de su muerte.

Haced clic sobre las imágenes para ampliarlas.

01 mayo 2010

Los contrabandistas de la lituanidad

Monumento a la memoria de Martynas Jankus (1858-1946),
uno de los principales activistas del nacionalismo lituano
durante la segunda mitad del siglo XIX.
Contribuyó a la fundación del primer diario
en lengua lituana, Aušra (‘La Aurora’), que se publicó
desde 1883 hasta 1904, impreso en la Prusia oriental;
era una de las publicaciones que los knygnešiai (portadores de libros)
introducían clandestinamente en Lituania.
(Foto © Mosklo Lietuva)

La cultura lituana difundida en la lengua nacional pasó por situaciones bastante azarosas hasta la proclamación de la república independiente de Lituania, en 1918, y estuvo largamente sometida a otras culturas dominantes. El lituano (lietuvių), que se considera el más arcaico de los idiomas indoeuropeos (“un dinosaurio lingüístico que permanece vivo y coleando”, como lo denomina el lingüista y baltista Pietro U. Dini), quedó relegado durante muchos siglos al mundo rural y a las clases bajas: hasta casi la segunda década del siglo XX, en Lituania las lenguas oficiales y de la administración fueron, sucesivamente, el latín, el polaco y el ruso.

Sólo algunos eclesiásticos utilizaron las diversas formas dialectales del lituano para acercar la fe cristiana al “pueblo llano”: recordemos que los lituanos no fueron cristianizados hasta el siglo XIV. El primero que destacó en este sentido fue Martinus Masvidius (Martynas Mažvydas, en lituano, 1510-1563), considerado genéricamente el padre de la literatura lituana, que en 1547 publicó el primer libro en lengua autóctona no normalizada*: el Katekizmas (‘Catecismo’). Desde entonces proliferan los autores que escribieron en los diferentes dialectos lituanos. La fijación del lituano estándar o normativo sería obra de Jonas Jablonskis (1861-1930), que en 1901 publicó en Tilsit (Prusia oriental, Tylża en lituano y actualmente Sovietsk, en el oblast ruso de Kaliningrado) su Lietuviškos kalbos gramatika (‘Gramática de la lengua lituana’).


Portada del Katekizmas
de Martynas Mažvydas (1547).

El hecho de que Jablonskis no pudiera publicar su obra en Lituania se debió al hecho de que en el año 1864 –como consecuencia de la revuelta de los lituanos de 1863, provocada por el deseo de independencia de la intelectualidad local, animada por los progresos en el proceso de unificación de Italia– el zar Alejandro II de Rusia prohibió la publicación de libros y periódicos en lituano e impuso incluso el alfabeto cirílico en Lituania. Esta prohibición no se levantó hasta 1904.


Pero ese largo período de rusificación a ultranza, que los lituanos denominan spaudos draudimas (‘prohibición de imprimir’) sirvió para atizar el fuego del incipiente movimiento nacionalista lituano, que debió moverse necesariamente en la clandestinidad. Entre estos primeros patriotas estaba el obispo católico Motiejus Valančius (1801-1875), del cual partió la idea de hacer imprimir libros en lituano –y en caracteres latinos, evidentemente– en la Lithuania minor (Prusia oriental) y en Estados Unidos, donde ya se había establecido una importante colonia de exiliados y emigrantes lituanos.
De esta manera, se editaron 1856 títulos, además de numerosas publicaciones periódicas.





Un ejemplar del año 1884 de los Lietuviszkas
Auszros kalendorius
, unos almanaques católicos
de 48 páginas editados por Laurynas Ivinskis
desde 1868, de los que se imprimían unos
8000 ejemplares en Tilsit y eran introducidos
clandestinamente en Lituania, con muchas otras
publicaciones, por los portadores de libros.
(© Spaudos.It)



La introducción clandestina de estos libros fue posible gracias a la heroicidad de unos dos mil knygnešiai (portadores de libros), que se definieron como “contrabandistas de la lituanidad”, figuras clave del renacimiento nacional (que tuvo bastantes paralelismos, aunque las características y las condiciones eran diferentes, con la Renaixença catalana y los movimientos del “despertar nacional” de otras naciones europeas en la segunda mitad del siglo XIX). Según los datos disponibles, se imprimían e introducían cada año en Lituania entre treinta mil y cuarenta mil libros, un tercio de los cuales eran decomisados por los aduaneros rusos o confiscados en el interior del país. Durante este período sólo se imprimieron en la Lituania sometida al Imperio ruso cincuenta y cinco títulos, todos ellos utilizando el alfabeto cirílico.


Los knygnešiai sabían que se la jugaban; los más afortunados, si los atrapaban, sólo debían pagar cuantiosas multas; otros eran deportados a Siberia, y algunos “recalcitrantes” fueron incluso ajusticiados.



Grabado de autor desconocido (hacia 1989) que representa
al escritor y activista Vincas Kudirka (1858-1899),
fundador en 1889 del diario Varpas (‘La Campana’),
que se imprimía en la Prusia oriental y los knygnešiai introducían
de contrabando en Lituania. Dejó de publicarse en 1905.
En la parte inferior del grabado aparece el poema que Kudirka
publicó en las páginas de Varpas y que en 1919 se convirtió
en el himno nacional lituano (Tautiška Giesmė).

Los famosos samizdat de los tiempos soviéticos tuvieron, por tanto, un antecedente en la Lituania de la segunda mitad del siglo XIX. Sabemos bastante bien, por otra parte, cómo circulaban muchos libros en España, impresos clandestinamente o pasados de contrabando desde Andorra o Francia, durante la época franquista, y también antes, en las primeras décadas del siglo XIX y durante la dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930). Y cómo llegaban, de extranjis, las ediciones latinoamericanas de autores prohibidos por el régimen dictatorial, y los publicados en París por la editorial Ruedo Ibérico, por ejemplo.


La cultura, entendida como expresión de unas minorías (o puesta al alcance de estas minorías), siempre ha parecido peligrosa a los ojos de los regímenes totalitarios. No olvidemos el Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum, establecido por la Iglesia católica en el año 1559, el cual se mantuvo vigente hasta 1966, y otras censuras que, a menudo, y aún hoy, obligan a continuar haciendo contrabando de libros y otras publicaciones en numerosos países.


* De hecho, el Katekizmas de Mažvydas está escrito en dialecto bajo lituano con influencias léxicas del alto lituano.


Bibliografía consultada:

- Dini, Pietro U.: Le lingue baltiche. La Nuova Italia, Scandicci (Florencia), 1997.

- Senn, Alfred: “Storia della letteratura lituana”, en Giacomo Devoto (al cuidado de): Storia delle letterature baltiche. Nuova Accademia Editrice, Milán, 1963.

- Teiberis, Leonas: La Lituanie. Traduit du russe et adapté par François de Labriolle. Éditions Karthala, París, 1995.


Traducción del catalán: Carlos Vitale.