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14 octubre 2018

Nils Lätt, un anarcosindicalista sueco en la guerra civil española


Nils Lätt (agachado, a la izquierda) en el frente de Aragón en 1937.
(Fuente: Ateneu Llibertari Estel Negre)

Por Renato Simoni

El 30 de diciembre de 1907 nació en localidad de Kjulaås (condado de Södermanland, Suecia) el futuro militante, agitador y periodista anarquista Nils Lätt, también llamado Nisse Lätt, conocido en España como Nils el rubio o “el rojo”. A los quince años se enroló en la marina mercante, se afilió a la organización anarcosindicalista SAC (sigla de la Sveriges Arbetares Centralorganisation) y comenzó a aprender el esperanto.

En 1936 salió de su país y obtuvo en París un salvoconducto del Comité Anarcho-syndicaliste pour la Défense et la Libération du Prolétariat Espagnol; a comienzos de 1937 cruzó los Pirineos con algunos compañeros y el 5 de enero se puso al servicio del movimiento libertario catalán en Barcelona. En primer lugar, por poco tiempo, combatió en la formación guiada por Antonio Ortiz, sucesivamente en el Grupo internacional de la columna Durruti, que llegó a Pina de Ebro (Zaragoza), en el frente de guerra. 

Fotografía de Lätt en el salvoconducto
francés con el que entró en España.

El suizo Edi Gmür, compañero de lucha, trazó un rápido pero eficaz perfil suyo, en 1937, en aquel pueblo aragonés: “Nils el rojo es sueco. No existe índole mejor que la suya. Debe su sobrenombre a su barba rojiza [...]. Lee mucho. Además, es marinero y anarquista al ciento por ciento. Habla un poco de alemán, de inglés y de español, y perfectamente el esperanto. Su modo de discutir convincente y amigable, su comportamiento lleno de consideración y de modestia, han hecho de él uno de mis mejores compañeros” [1].

A mediados de abril de 1937 Lätt fue herido de gravedad por la explosión de una granada en Santa Quiteria (Huesca), perdiendo el ojo izquierdo. Tras las curas en el hospital de Tarragona, y al no poder volver a combatir, se integró en la colectividad agrícola de Fabara (Zaragoza).

De regreso a Suecia, en 1938, recogió inmediatamente sus recuerdos en un opúsculo: Som milisman och kollectivbonde i Spanien (‘Miliciano y obrero agrícola en una colectividad en España’) [2] relato precedido de la siguiente advertencia al lector: “Este opúsculo no pretende ser de ningún modo una descripción exhaustiva de los acontecimientos en España. Es únicamente la narración de un internacional que fue miliciano en la columna Durruti y obrero agrícola en una colectividad aragonesa”.

Nils Lätt continuó militando en la SAC de Gotemburgo, distinguiéndose por su compromiso en la difusión del pensamiento libertario: publicó el libro Havets arbetare (‘Obrero del mar’, 1945) sobre su experiencia en la marina mercante y colaboró en Syndikalismen (órgano de la SAC), oponiéndose a la línea reformista del sindicato. Más tarde, en la década de 1970, se ocupó de la revista anarquista Brand y su casa se convirtió en un punto de referencia para los militantes libertarios. Tradujo al sueco la importante obra de José Peirats La CNT en la Revolución española y en julio de 1977 participó en las Jornades Llibertàries Internacionals de Barcelona.

Lätt durante una manifestación de la SAC el 1º de mayo de 1982.
(© Archivo SAC)

Nils murió en Gotemburgo el 14 de enero de 1988. En 1993 se publicó póstumamente En svenks anarkist berättar. Minnesbilder ur Nisse Lätt liv agitador och kämpe för de frihetliga idéerna (‘Un anarquista sueco habla. Recuerdos de la vida de Nisse Lätt, agitador y luchador por las ideas libertarias’), una obra autobiográfica y a la vez un testamento político, redactada en 1982.

Cubierta del libro autobiográfico de Lätt,
publicado póstumamente en 1993.

La experiencia de nuestro miliciano en la España de 1937 se articuló en tres momentos, igualmente significativos: la participación en la más conocida formación libertaria del frente de Aragón, la hospitalización en Tarragona, que le permitió vivir de cerca los trágicos sucesos de mayo de 1937 en Cataluña, y su prolongada permanencia en una colectividad rural libertaria, lo que resulta bastante excepcional entre los combatientes. Con su minucioso testimonio escrito muy poco después de los hechos vividos, el marinero anarquista Lätt nos ofrece una lectura apasionada y apasionante de los acontecimientos, con una extraordinaria lucidez y una riqueza de datos que encuentran amplia confirmación en la historiografía más actualizada. Las claras descripciones de los episodios que vivió en España se alternan con consideraciones históricas y filosóficas más amplias que nos hacen revivir la tragedia de la guerra, pero también las esperanzas que había suscitado la revolución.

La traducción al francés de Anita Ljungqvist [3] nos ha permitido acceder al texto, y nos ha estimulado a elaborar, primero, una versión para el público italiano [4] y luego esta para el lector español (en traducción de Encarnita Simoni).


Portada de la edición original sueca del opúsculo (1938).

Algunos fragmentos del opúsculo de Nils Lätt:
en el frente de Aragón

El hecho de que los obreros de Barcelona, de Valencia y de otros lugares hayan sabido derrotar la sublevación fascista del 19 de julio de 1936 no es casual; es la consecuencia lógica de sus convicciones políticas y económicas. Se sabía que una liquidación del sistema capitalista no podía tener lugar sin un choque colosal y se habían preparado a fondo. Antes de la revolución, las condiciones de vida en España eran espantosas: las masas vivían en la más absoluta pobreza. La mayor parte de la tierra pertenecía a un grupo bastante exiguo de propietarios para los cuales los trabajadores solamente eran bestias de tiro. La industria estaba principalmente en manos de sociedades extranjeras que, en España, intentaban aplicar los mismos métodos utilizados en las colonias con los indígenas. Ese bloque detentaba el poder y tenía en sus manos al país. La persistencia de esa situación aseguraba la supervivencia de los gobiernos y la más mínima rebelión de los trabajadores se reprimía con ferocidad. Pobreza y ausencia de derechos tenían la consecuencia de agravar progresivamente las relaciones entre explotadores y trabajadores: éstos veían en la revolución la solución para obtener mejores condiciones de vida. […]

En 1934, poco después de la revolución de Asturias, visité algunas ciudades del golfo de Vizcaya. En Bilbao conocía a bastantes miembros de las Juventudes Libertarias, un movimiento juvenil anarcosindicalista. […] Sus centros habían sido clausurados y se preguntaban cómo, en aquellas condiciones, podían continuar con la propaganda. […] Tras el cierre de sus locales, esos jóvenes se habían dividido en pequeños grupos, y cada uno de ellos enviaba un representante a las reuniones; las más importantes tenían que realizarse en lugares escondidos en las montañas. Durante una velada hablamos de los acontecimientos asturianos. En 1934 había habido huelgas en numerosos lugares a causa de la orientación cada vez más reaccionaria del gobierno. En Asturias la huelga se transformó en insurrección y los trabajadores de la CNT y de la UGT se unieron y ocuparon ciudades y pueblos. El movimiento fue reprimido por el ejército con sistemas increíblemente crueles. Se dio la orden, entre otras cosas, de no hacer prisioneros y en Asturias se utilizaron por primera vez Moros contra los trabajadores españoles. […]

No me sorprendió, pues, que el 19 de julio de 1936 los trabajadores españoles lograsen frustrar los planes de los instigadores de las revueltas fascistas. En aquel momento me hallaba en el mar y fue con gran emoción que escuchamos las pocas informaciones que nos llegaban por la radio. En los puertos leíamos diarios en idiomas extranjeros que antes ninguno de nosotros se habría atrevido a descifrar, pero lográbamos entender por lo menos una parte y cuando los trabajadores triunfaban nuestra alegría no tenía límites. […]

De regreso a mi país, dejé la marina [y me planteé] dirigirme hacia España o intentar realizar algo en Suecia. Había comprendido que en España hacían falta sobre todo armas y técnicos militares. Los voluntarios no faltaban. Por la prensa me enteré de que los trabajadores, paralelamente a la guerra, habían logrado poner en marcha una colectivización de las tierras, de la industria y de otros sectores. El deseo de combatir a su lado y de participar en el esfuerzo de reconstrucción se volvió demasiado fuerte. Me enteré de que uno de mis compañeros se había alistado en una columna anarquista y pensé que alguien hallaría un fusil también para mí. Conseguidos los billetes y los papeles necesarios, salí de Suecia en diciembre de 1936.

Fotografía coloreada de un tranvía colectivizado
en Barcelona (diciembre de 1936).

Un hermoso día de enero, con un resplandeciente sol sobre el azul Mediterráneo, llegué a Barcelona con algunos compañeros que encontré en París. Para un socialista era una llegada maravillosa. Toda la ciudad estaba decorada de banderas negras y rojas. Sobre autobuses, vehículos, tranvías y otros medios de transporte, se podían ver brillar las iniciales de la organización que lo había colectivizado todo. Las insignias de la CNT mostraban que sus trabajadores estaban orgullosos de su organización; las letras AIT eran el testimonio de que los trabajadores no habían olvidado el internacionalismo ni el sindicalismo internacional. Estas últimas iniciales recordaban a los trabajadores que la sección española luchaba por una causa común. […]

La central de la CNT-FAI era un monumental edificio expropiado que había pertenecido a la organización patronal. Allí se habían instalado los Comités regionales de la CNT y de la FAI.  Alrededor de la Federación anarquista ibérica aleteaba un aura de misterio a causa de su fantástica lucha contra la sumisión y la explotación. Gobierno y policía habían combatido desesperadamente para aniquilarla, pero nunca habían logrado atrapar a los “responsables”. Un breve llamamiento de la FAI era suficiente para informar y movilizar a las masas, mientras que en el exterior muchos dudaban de su real existencia, ya que nunca nadie había logrado entrar en contacto con uno cualquiera de sus líderes. […]

No había llegado a España como turista sino para combatir contra el fascismo, por lo cual tenía que dejar a otros el deber de apreciar mejor la labor de las organizaciones catalanas y de los colectivos industriales. Con otros internacionales, me alisté en una formación anarquista de la columna Durruti y me dirigí hacía el frente. Tras un agradable viaje a través de Cataluña, bella y bien cultivada, llegamos a Aragón, más árido y montañoso. Luego, poco a poco, al pueblo de Pina de Ebro, donde se encontraba en aquella época el cuartel general de la columna Durruti. […]

Participé en el Grupo internacional de la columna Durruti. La mayor parte de los miembros eran compañeros llegados de Alemania y Francia, pero gran parte de los demás países europeos estaban también representados. A causa del idioma, estábamos divididos en dos grupos principales: francés y alemán. Entré en este último grupo, donde me resultaba más fácil comprender y hacerme entender y donde había ya un compañero sueco de las juventudes sindicales. Se hallaban también allí compañeros revolucionarios que, antes y después de la toma de poder de Hitler en Alemania, habían luchado por el socialismo. Algunos habían pasado ya bastantes años en un campo de concentración; otros, como animales perseguidos, huían de un país “democrático” a otro no pudiendo abandonar la lucha por la causa. […]

Efectivos de la columna Durruti en el frente de Aragón.
(Fuente: Durruti, Sangre Anarkista)

El grupo internacional recibió la orden de reemplazar a los soldados españoles que habían sufrido bajas y nos preparamos para un eventual contraataque de los fascistas. Llegamos hacia mediodía, y los compañeros nos encomendaron vivamente que mantuviéramos la posición que ya había costado mucha sangre. […] La trinchera subía en zigzag por la cresta de la colina, delante de una construcción de piedra, una antigua ermita. Los fascistas mantuvieron la posición todo el día con fuego de artillería y, mientras estábamos al abrigo tras la colina, entre quince y veinte compañeros avanzaron para consolidar las trincheras. De vez en cuando la artillería fascista lograba asestar un batacazo a la ermita que hacía volar grava y piedras, pero tras la desaparición del polvo y el humo veíamos a nuestros compañeros que continuaban su trabajo sin tregua. Hacia el final de la jornada, recibimos la orden de avanzar. Bajo un nutrido fuego de artillería era muy difícil; cada grupo tenía que elegir su propio camino y el mejor modo para subir. […] Nada más llegar a una senda encajonada, explotaron una serie de granadas entre nosotros y la ermita. En la cavidad del sendero nos hallábamos más o menos protegidos, pero después de un minuto, durante un alto el fuego, intentamos alcanzar la trinchera corriendo. No nos quedaban más que unos cincuenta metros para estar a salvo.

Fue entonces cuando oímos gritar “¡Avión! ¡Avión!”. […] Cinco grandes bombarderos de tres motores y una nube de cazas, y ya las primeras bombas silbaban sobre nuestras cabezas. Estaba con dos muchachos de Estocolmo, […] e inmediatamente después de los gritos de alarma tomamos posición. […] Intentar narrar lo que siguió va casi más allá de mis capacidades. Cada avión descargaba un racimo de bombas; y como había tres aviones en primera línea y otros dos detrás para llenar el espacio libre, las explosiones iban llegando una tras otra. La mayor parte de los proyectiles caía entre nosotros y la trinchera, pero oíamos también explosiones a nuestras espaldas. Incluso los aviones más pequeños lanzaban bombas. […]

Bombardeo aéreo en el frente de Aragón.
(© Arxiu Nacional de Catalunya)

Ese no fue el único episodio: así iban las cosas en casi todo Aragón. No era posible avanzar, pues lo que lográbamos conquistar con nuestras incursiones nocturnas gracias a la sorpresa quedaba destruido el día siguiente por la aviación fascista, con enormes pérdidas humanas. Cuando podíamos verdaderamente agarrarnos al terreno nadie volvía a tomar nuestras líneas, ni Moros, ni Arianos. Por otro lado, sabíamos que no estábamos completamente privados de aviación, puesto que habíamos sido testigos de las incursiones nocturnas contra las posiciones militares alrededor de Zaragoza. […]

Un día nos ordenaron que nos preparáramos para una marcha. En la carretera, fuera del pueblo, había autobuses; y emprendimos el viaje sin que nadie conociese el destino. […] En los pueblos que atravesábamos los habitantes que trabajaban en los campos nos hacían el saludo antifascista. En las callejuelas de las aldeas se oía: “¡Salud Compañeros! ¡Viva la FAI! ¡Muerte a los fascistas!”; y nosotros respondíamos, como podíamos: “¡Viva la Confederación! ¡Viva la revolución social!”. Al crepúsculo nos paramos en un pueblo, que intuimos no estaba lejos de Huesca. […] La batalla afectaba a la carretera entre Zaragoza y Huesca, y se esperaba un ataque. […] El día siguiente teníamos que relevar a una compañía situada sobre una de las cumbres de la montaña. Tras una subida fatigosa, finalmente llegamos allí y pudimos descansar un poco esperando que los compañeros que debíamos sustituir se prepararan para marcharse. El descanso no duró. Aparecieron un par de aviones de reconocimiento, seguidos poco después de algunos cazas que dispararon aquí y allá sobre nuestras líneas. La compañía que debíamos sustituir ya no podía dejar la posición y decidió quedarse hasta la noche. Había por eso mucha gente en las trincheras.

Milicianas de la columna Durruti.

Luego llegaron otros aviones, la artillería se dejó oír y diversos golpes de mortero silbaban sobre nuestras cabezas. Recias ráfagas llegaban además de las trincheras fascistas. Antes que esperar un ataque, era preferible lanzar nosotros mismos una ofensiva, y de golpe se oyó: “¡Arriba! ¡Arriba!”; y nos precipitamos fuera de la trinchera. […] En nuestro grupo había una española que fue la que salió primero. Llevaba pantalones y chaqueta de cuero, pero había perdido el gorro y su espesa cabellera morena ondeaba al viento. Con los ojos de fuego, brincó de la trinchera gritando: “¡Compañeros, arriba, al ataque!”. Para ella, como para muchos otros compañeros, fue el último. [5] […]

Continuamos hacia nuestras trincheras hasta que las explosiones nos lo impidieron. Acostado, contaba las detonaciones que se acercaban progresivamente, previendo que el próximo disparo caería a mi lado; de improviso recibí un golpe en la cabeza. Creía haber llegado al otro mundo, pero después de un cierto tiempo recuperé el conocimiento. Aunque aturdido, logré alcanzar nuestras trincheras donde recibí los primeros auxilios. Había perdido un ojo y recibido un golpe en la frente. Con los otros heridos recibí los cuidados necesarios en el hospital del pueblo cercano y luego fuimos retirados, por etapas, de la proximidad del frente. […] Tras varios desplazamientos de un hospital a otro, episodios de los que no tengo más que recuerdos confusos de manos caritativas y de grandes salas llenas de camas, llegué a la pequeña ciudad mediterránea de Tarragona. Era un hospital de guerra instalado en un viejo seminario católico. Un edificio grande y magnífico ocupado desde la revolución.


[1] Edi Gmür: “Journal d’Espagne”, en Albert Minnig y Edi Gmür (Ed.): Pour le bien de la révolutionLausana, CIRA, 2006.

[2] Publicado en traducción al castellano (realizada por Encarnita Simoni) en la obra colectiva Los años de los que no te hablé, II. Caspe, Ed. Los Libros del Agitador, 2013, pp. 129-192.

[3] “Nisse Lätt, anarchiste suédois”, en gimenologues.org. 

[4] Nils Lätt. Miliziano e operaio agricolo in una collettività in SpagnaLugano, La Baronata, 2012. 

[5] Se trataba de Rosario-Pepita Inglés, que se integró el 24 de julio en la columna Durruti con otras milicianas. Sobre las milicianas y las mujeres republicanas durante la guerra véase Rojas. Las mujeres republicanas en la guerra civil, de Mary Nash (Madrid, Taurus, 1999) [Nota de la traductora].


[Estos textos están tomados de la traducción castellana del opúsculo de Nils Lätt publicada por Los Libros del Agitador (véase la nota 2). Los fragmentos escogidos pertenecen a la primera parte de la obra de Lätt, desde su llegada a Barcelona hasta que resultó herido en el frente de Aragón. La introducción, redactada por el historiador suizo Renato Simoni, ha sido reducida y adaptada con la autorización de éste por Albert Lázaro-Tinaut, quien agradece a Encarnita y Renato Simoni su amable colaboración.]

20 junio 2011

Enzo Del Re, el ‘cantastorie’ ácrata

Enzo Del Re durante una de sus actuaciones.
(© Simulardu / Creative Commons, 2009)

El pasado 6 de junio, un día lluvioso y húmedo, murió en Mola di Bari, la localidad adriática donde había nacido el 24 de enero de 1944, un personaje cuya actitud ante la vida y la sociedad lo harían excepcional en la compleja y cambiante realidad italiana: era Vincenzo Del Re, conocido como Enzo Del Re.

No es fácil definirlo, pero sí trazar algunos rasgos de su personalidad. Hombre solitario, radical, consecuente consigo mismo durante toda su vida, defensor de unos principios éticos e ideológicos muy próximos al anarquismo (o quizá, matizando un poco más, a la acracia), jamás se comprometió con ninguna formación política y mantuvo a macha martillo su independencia personal. A partir de la firmeza de sus ideas participó en la lucha social mediante una peculiar manera de hacer música, de “cantar historias”, acompañado de un instrumento de percusión muy singular: una silla (a veces, una maleta de cartón) y de los chasquidos de su lengua (el linguafono, llamaba a ese instrumento bucal) para marcar el ritmo de sus canciones. *

Era su manera de aplicar a todo y en todo la lucha de clases, huir del lujo y de la vanidad de exhibir lo superfluo. Se negaba a subir a un automóvil (un “artilugio”, decía, que te somete al padrone), y se declaraba “viandante por decisión existencial”. Cuando enfermó de nefritis aguda no aceptó un trasplante, aunque sí se sometía a diálisis, afirmando que sus métodos (comer sólo pulpo, “octopus”, como él lo denominaba) eran mejores que los de la ciencia y servirían para regenerar sus maltrechos riñones. Genio y figura…


El Palazzo Roberti, en Mola
di Bari, donde se instaló la
capilla ardiente de Enzo Del Re.

(Fuente: eneaportal.unile.it)


No fue únicamente eso lo que determinó su personalidad. Aunque fueron muchas las letras de sus “historias” cantadas y recitadas en italiano, solía usar el maulese, el arcaico dialecto proprio de su lugar de nacimiento, como un elemento más de su identidad. A Mola dedicó muchas de sus creaciones, baladas de amor y de reivindicación social; su apego a aquella tierra pobre y alejada de casi todas las vicisitudes históricas que tuvieron lugar durante su vida fue absoluto, pero no ingenuo, como demuestra el “piropo” que le dedica al final de una de las composiciones de su disco Maule, el más comprometido socialmente de los que grabó: “Non c’è città più arretrata di te…” (‘No hay ciudad más atrasada que tú…’).

Del Re era un hombre culto, había estudiado humanidades clásicas, se había dedicado al teatro y había colaborado estrechamente con el polifacético y polémico Dario Fo (distinguido con el premio Nobel de literatura en 1997), con quien compartía no pocos rasgos de personalidad. Era, además, un hombre apasionado por la etimología: escrutaba cuidadosamente las palabras que utilizaba en sus textos; los escribía primero en su dialecto y luego los traducía con esmero al italiano. Desde aquel rincón perdido donde nació fue abriéndose camino, poco a poco, sin prisa, como a él le gustaba, por casi toda Italia. Una Italia que lo miraba con cierto recelo, que lo consideraba un “bicho raro original” y solía compadecerse de él.


Foto de Annalisa Colucci
que ilustra la cubierta del disco
La mia sedia
, de Enzo Del Re.


En abril de 2009 dio un concierto en la plaza de la Repubblica de Parma, ataviado con su característica boina roja de lana y ropas sencillas: era una prueba de fuego para él, un meridional, un terrone, en el rico y desarrollado norte de Italia. Había estado toda la tarde sentado en la misma plaza vendiendo personalmente sus casetes de audio (¡sus recitales grabados podían durar más de cinco horas!), como un humilde top manta. Lo anunciaron como un “corpofonista”, y al principio el público, numeroso pero escéptico y curioso, no le prestó mucha atención; pero al cabo de un cuarto de hora se hizo el silencio y se produjo el fenómeno de la comunicación. “Estaba allí como una tortuga, acorazado y desvergonzado –dice su amigo, compositor y cantante como él, Vinicio Capossella en un artículo publicado el 12 de junio en el diario La Repubblica–, tratando de que unos miles de personas se adaptaran a él. Su música era pura propaganda, adecuada para comunicar con las grandes masas. Su obstinación, su tozudez a toda prueba, la coraza de su coherencia, consiguieron hechizar la plaza, como lo hubiera hecho Umm Kalzum o un muecín ante cualquier platea oceánica de una enorme reunión ideológica. Recluido en un rincón, con su silla, con la mirada dirigida a lo lejos, más allá del público, mirando al sol del porvenir”.

Cada recital suyo era único y de duración imprevisible, porque solía alargar sus historias añadiéndoles code nuevas, a menudo improvisadas y casi siempre recitadas. Era algo que formaba parte de su ritual, de su espontaneidad, de su talento. Bakunin fue para él un referente intelectual e ideológico, pero en un momento dado los “¡Viva Bakunin!” que aparecían en sus canciones fueron sustituidos por “¡Giap giap Ho Chi Minh!”. Símbolos de lucha por unos ideales y maneras elocuentes y muy personales de evolucionar consecuente y coherentemente. Una de sus aspiraciones era actuar durante ocho horas –una jornada laboral– y cobrar por ello la misma retribución diaria que un obrero metalúrgico.


Cubierta del disco Il banditore (1974),
que contiene algunas de las canciones
más populares
de Enzo Del Re.

Sus “historias”, a pesar de todo, se abrieron paso y captaron la atención de un público cada vez más numeroso y fiel. Algunas de esas composiciones ya son antológicas: “Lavorare con lentezza” (‘Trabajar con lentitud’; vedle y escuchadle aquí), “Avola” (con letra de Dario Fo, aquí), “Comico” (aquí), “Ammenazze u murte” (‘Amenazas de muerte’, cantada en dialecto maulese, aquí), “Il Superuomo” (‘El Superhombre’, aquí) y, en particular “Scittrà” (en dialecto, aquí), una ácida parodia de la superstición que se superpone a las creencias religiosas: scittrà es la palabra que se usa en su tierra para ahuyentar a los gatos:

“Un día cierta familia, al salir de la iglesia, volvía con el alma en paz después de oír misa e incluso haber comulgado… Pero al ver a una gata negra olvidaron a todos los santos y se tocaron por delante, y mientras se tocaban y gritaban 'scittrà!', unos le daban puntapiés, otros le arrojaban piedras, y la gata maullaba con desespero: '¡Qué culpa tengo yo de haber nacido con el pelo negro!; enfureceos con la naturaleza que me ha dado el pelo negro'. Y, ensangrentada, oye aquellos gritos como martillazos en su cabeza… 'scitt scitt scittrà'…”


Supersticiones que, en efecto, tienen un poder sobrenatural en el sur de Italia. Ni él mismo pudo evitarlas después de su muerte: su familia, para la que siempre fue una oveja negra (una “pecora rossa”, decían), se empeñó en celebrar un funeral religioso, aunque no pudieron vestirlo con un traje oscuro, como marca la tradición: yacía en el ataúd con su vestimenta habitual y su inseparable boina roja de lana. El furgón fúnebre fue recibido ante la iglesia con un aplauso cerrado: “Era un aplauso emocionado, de revancha, casi de rabia, y de afecto. Muchos no pudieron aplaudir porque levantaban hacia el cielo el puño cerrado, el del lado del corazón”, dice Caposella en el artículo mencionado. Los amigos, los "camaradas", permanecieron fuera del templo, bajo la lluvia, y le rindieron al mismo tiempo un homenaje ateo. Ni siquiera les permitieron llevar el ataúd a hombros hasta el cementerio: lo volvieron a introducir en el furgón, al que siguió el cortejo.


Imagen de la despedida a Enzo Del Re por parte de sus camaradas
a la puerta de la iglesia, en Mola di Bari, después del funeral religioso.

(Fuente: La Repubblica, Bari, 8.6.2011)

Un muchacho que encabezaba la marcha sujetaba por una pata, alzándola como una bandera, la silla, el instrumento de percusión de Enzo. Dice Vinicio Caposella: “El granizo la hacía sonar con golpes de nudillos, sonoros e impregnados de rabia… Su último viaje fue una visión bíblica, aquel granizo caía con furia sobre el pueblo, como si quisiera castigarlo por no haber sabido reconocer a su profeta, para ofrecer un signo tangible a su despedida”.

En uno de sus recitales dijo: “En la silla se vive y se muere”. La silla representaba para él algo más que un instrumento de percusión: era un símbolo cuyo misterio quedaba revelado con aquellas palabras: se refería a Sacco y Vanzetti, los dos emigrantes anarquistas italianos que fueron ejecutados en la silla eléctrica el 23 de agosto de 1927 después de un polémico juicio en los Estados Unidos que levantó agrias polémicas en ambas orillas del Atlántico. El cuerpo de Enzo Del Re, que vivía solo, fue encontrado 24 horas después de su muerte sentado en una silla y con la cabeza apoyada en una mesa. El pulpo, ese octópodo al que Mola rinde tributo cada año con una Sagra (fiesta popular) y que según él tenía propiedades curativas –nadie pudo quitarle de la cabeza tal convencimiento– no fue remedio suficiente para su enfermedad renal. La obstinación que siempre le caracterizó llegó hasta sus últimas consecuencias.


* Si alguien quiere leer la letra de algunas de sus canciones, puede hacerlo a través de este enlace:
http://www.ildeposito.org/archivio/autori/autore.php?id_autore=106.


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