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09 marzo 2016

Sobre la poesía de Giuseppe Ungaretti


Nacido en el barrio periférico de Moharrem Bey de Alejandría (Egipto) el 8 de febrero de 1888 –aunque él siempre celebró su cumpleaños el día 10 del mismo mes, que es el que figura en el registro civil–, Giuseppe Ungaretti era hijo de un obrero italiano empleado en los trabajos de construcción del canal de Suez, que murió en un accidente laboral cuando el futuro poeta tenía apenas dos años.

Fue pues su madre, Maria Lunardini, cuya familia gozaba de una buena posición económica, quien se ocupó su educación y lo inscribió en la École Suisse Jacot, uno de los centros docentes más prestigiosos de Alejandría: allí aprendió la que sería su segunda lengua, el francés.

El centro de Alejandría a principios del siglo XX.

La multiculturalidad de aquella ciudad influyó sin duda en la personalidad y el carácter del joven Ungaretti: tuvo una niñera sudanesa y una cuidadora argentina, y en su casa había una sirvienta croata. Su interés por la literatura fue temprano, y era todavía un adolescente cuando escribió sus primeros poemas. En la escuela tuvo acceso a lo mejor de la literatura francesa, y su madre lo aproximó a la literatura italiana. Al final de sus estudios secundarios pudo viajar a París e inscribirse en la Sorbona y luego en el Collège de France y tuvo, entre otros profesores ilustres, a Henri Bergson y Joseph Bédier.

Por otra parte estuvo en contacto con los ambientes literarios y artísticos parisinos de la época: entabló amistad con personajes relevantes como Apollinaire, Palazzeschi, Papini, Picasso, De Chirico, Modigliani y Braque, que influyeron en su formación estética e intelectual, y con algunos de ellos colaboró en varias revistas artísticas y literarias, como Lacerba y La Voce, dirigidas por su amigo Giuseppe Prezzolini.

Giuseppe Ungaretti murió en Milán el 1 de junio de 1970.

Al transeúnte le ha interesado lo que dice Manuel Mantero en un viejo artículo publicado en la revista Ínsula, y ha decidido ofrecerlo a los lectores de su bitácora.

Retrato de Ungaretti, por Mario Balestreri.

A propósito de un homenaje a Ungaretti

Por Manuel Mantero

La revista Books Abroad, de la Universidad de Oklahoma, ha dedicado el número correspondiente al otoño de 1970 (vol. 44, núm. 4) a Giuseppe Ungaretti. El día 14 de marzo del mismo año el poeta italiano había recibido en Norman, sede de la Universidad, el primer Premio Internacional de Literatura de la citada revista: diez mil dólares y la consolidación en un premio apenas nacido, a causa de los nombres que se barajaron como candidatos: Jorge Guillén, Graham Greene, Eugenio Montale (que declinó de antemano el honor del galardón), John Berryman, Pablo Neruda –que quedó finalista–, Edward Braithwaite, Jean-Pierre Jouve, etcétera.

El poeta estonio Ivar Ivask (1927-1992), 
profesor de la Universidad de Oklahoma 
y director de la revista Books Abroad.

El poeta y profesor Ivar Ivask, director de Books Abroad, cuenta en la Introducción del número los problemas de las votaciones tanto como los del viaje de Ungaretti a Norman y su regreso a Italia para morir, no mucho después, el 1 de junio, en Milán. Ivar Ivask, que fue a Roma a entrevistarse con el poeta, se encontró con la sorpresa de su muerte, silenciada en principio por los periódicos, y estuvo presente en el entierro en el romano cementerio de Verano, el 4 de junio, al que no asistió ningún calificado representante del Gobierno italiano. Los poetas siguen siendo tropa aparte y exótica…

Ungaretti fue premiado por Vita d’un uomo, su obra completa (la última edición había aparecido en 1969), y atendiendo, según palabras que justificaron el galardón, a la expansión de su esfuerzo creador durante más de medio siglo.

En qué consistió ese “esfuerzo creador”, tal es el contenido de este número de Books Abroad, con artículos y ensayos de Luciano Rebay, Thomas C. Bergin, Piero Bigongiari, Glauco Cambon, Joseph Cary, Harold Enrico, Philippe Jaccottet, Ariodante Marianni, Arshi Pipa, Andrew Wylie; contiene asimismo una interview de Michael Ricciardelli con el poeta; una antología en inglés y un texto inédito de Ungaretti sobre la lírica de Allen Ginsberg, al que había traducido al italiano. Una serie de “tributos” cierran el homenaje de la revista: del mismo Ginsburg, de Mario Luzi, Allen Tate y nuestro Jorge Guillén, traductor de L’isola, y que desde Puerto Rico, donde se hallaba hospitalizado, envió su adhesión para el acto del 14 de marzo, afirmando la maravillosa perfección del lenguaje del poeta, como modelo incomparable de expresión rigurosa.

Creo que en esta precisión del lenguaje se encuentra explicada gran parte de la clave de la poesía de Ungaretti. En un texto del año 1957 (aparecido al frente de la selección que de sus poemas realizó Giacinto Spagnoletti en Poesia italiana contemporanea, en 1959), Ungaretti narraba su camino dentro del poema como una terrible preocupación por la palabra, por la unidad verbal. Su principal tormento (decía) al escribir Allegria di naufragi (1919) fue buscar la perfecta coincidencia entre la tensión rítmica del vocablo y su cualidad expresiva. Ese tormento no le abandonó nunca. Se daba él cuenta de la existencia actual de una crisis del lenguaje, pero veía en ella una posible liberación acechando la continua formación y acarreo del material expresivo. Tal rigor tomado como libertad, tal disciplina en la investigación de la propia personalidad, desembocaron en una formidable capacidad sintética, que en verdad siempre poseyó, desde sus más antiguos poemas.

Su Parigi s’addensa / un oscuro colore / di pianto. // In un canto / di ponte / contemplo / l’illimitato silenzio / di una ragazza / tenue.

Versos de otros días, pero con la condición que afanosamente solicitó siempre Ungaretti: que el poema, aunque reflejo de las cuestiones sociales o las aventuras culturales de la época, se desnude tácitamente en los adentros del corazón, y eso sí, con un esencial vocabulario y un individual ritmo, adecuado a la contemporaneidad de la forma poética. Esa directa desnudez del corazón se comprueba en todos sus libros: Il Porto Sepolto (1916), La guerra (1919), Allegria di naufragi (1919), Sentimento del Tempo (1933), Il dolore (1947), Un grido e Paesaggi (1952), Il Taccuino del Vecchio (1960), Morte delle stagioni (1967), Dialogo (1968)... Poemas los últimos en los que tiembla la pura piel sucinta, como los Proverbi, escritos entre 1966 y 1969. El que nació para el amor –viene a decir en uno de ellos– morirá de amor.

Ungaretti en los últimos años de su vida.

La poesía de Ungaretti aparece hoy como ejemplar por esa estricta emoción apoyada en una lengua castigada hasta llegar a lo más neto; todo ello, símbolo de una nueva poesía, de una nueva moral. “Moral” es palabra que Ungaretti gustaba escribir, y él afirmó que los poetas tienen que hallar las fuentes de la vida moral que las estructuras sociales tienden siempre a corromper o mutilar. Una nueva moral, pues, como conducta de vida y de lenguaje, en íntegra fusión. ¿No resulta Ungaretti un guía reencontrado, en el panorama de la poesía actual?


(Este texto es un amplio fragmento del artículo “A propósito de un homenaje 
a Ungaretti”, de Manuel Mantero, publicado en el número 291, del mes de febrero de 1971, de la revista Ínsula de Madrid.)

19 marzo 2013

Samuele Arba, un escritor y cantautor comprometido, sardo y plurilingüe



Nacido en la población de Silius, muy próxima a Cagliari (la capital de Cerdeña), en 1978, Samuele Arba reside en Tarragona desde el año 2005 y se considera, sobre todo, escritor. También se considera un nómada –como, dice, lo ha sido la humanidad durante milenios–, que ha vivido en Italia e Inglaterra y ahora se encuentra, no sabe si circunstancialmente (pero desde hace ya unos cuantos años), en tierras catalanas con su compañera, la argentina Denise Guerschanik, excelente intérprete de flauta travesera y productora de los proyectos musicales de Samuele.

Es un escritor que no oculta los orígenes de su inspiración, los nombres en los que se ha apoyado: Charles Bukowski, James Douglas Morrison, Giorgio Gaber y, sobre todo, el inconmensurable cantautor genovés Fabrizio De André. Pero además es cantautor y poeta, con cuatro libros en su haber, tres en italiano: Riflessioni sul fardello che ci portiamo addosso (‘Reflexiones sobre el fardo que llevamos a cuestas’, 2010), Viaggio in me stesso (‘Viaje en mí mismo’, 2010) y Storie di (‘Historias de’, 2012); y uno en catalán: Dies estranys (‘Días extraños’, 2011).

Fabrizio De André.



En sus canciones, Samuele Arba utiliza indistintamente el italiano, el sardo, el catalán y el español; lenguas en las que se comunica perfectamente y que forman parte de su “fardo” de viajero nómada, para quien las fronteras políticas no son otra cosa que meras líneas imaginarias trazadas en los mapas y las lingüísticas, simplemente no existen.

Hay que decir, además, que recientemente ha añadido a sus facetas expresivas, la del teatro: próximamente estrenará un espectáculo de Teatro-Canción con el título Yo soy Yo, en que combina canciones con monólogos, y en el cual el protagonista es un parado que, frente a la desesperación, en un diálogo consigo mismo se pregunta por el sentido de la vida, y llega a la conclusión de que la única salida que le queda al ser humano es el amor, un amor universal e incondicional que no tiene por qué ser una utopía.

En 2007 Samuele formó su primera banda en Tarragona, I Liberi (‘Los Libres’), con Denise Guerschanik, Jorge Montanares y Pablo Vidal, y grabaron la maqueta Una persona cualquiera. Al año siguiente se les unió Xavier Martin.

La banda I Liberi.

Dos años más tarde editaron el disco Es lo que hay, que se presentó en Tarragona, Reus y Barcelona. Para presentar este disco fue ideado el espectáculo El viaje, en el que Samuele da voz a un marinero que quiere cantar en las lenguas que ha aprendido a lo largo de su vida de navegante: italiano, sardo, español, catalán, genovés y alguerés [1], y que fue inspirado por el disco Crêuza de Mä de Fabrizio De André.

En 2012, Samuele Arba ofreció un concierto de canciones en alguerés con motivo de las jornadas “Tarragona i l’Alguer som gemel·los”, que se celebraron en conmemoración del cuadragésimo aniversario del hermanamiento entre ambas ciudades.

El transeúnte sólo ha mencionado de pasada los discos editados por Samuele Arba: Una persona cualquiera (2008) y Es lo que hay (2011), sobre los que se encuentra información detallada clicando aquí. A ambos se añade ahora una nueva grabación en la que ha trabajado intensamente: Por encima de las palabras. En este disco presenta diez canciones inéditas en sardo, italiano, catalán, español y alguerés, más dos bonus tracks: la adaptación al español del tema “Il conformista”, de Giorgio Gaber, y una versión personal de “La vida nostra”, del cantautor alguerés Pino Piras, cantada junto a Joan Isaac, uno de los músicos catalanes más relevantes.

Cubierta del disco
Por encima de las palabras.


















Samuele Arba es un intérprete en alza, una promesa y un cantante comprometido socialmente, portador de un nuevo estilo en el género, que resulta próximo al público italiano pero sorprende al de nuestro país. Como ejemplo de su labor, podéis acceder, pinchando aquí, al vídeo de una de las canciones de este último disco.

Sin duda, un intérprete imprescindible y todavía poco conocido para los amantes de la buena música inspirada en la poesía y la denuncia social, heredera de la chanson francesa del siglo XX (Brassens, Brel, Léo Ferré, Charles Trenet, la mítica Edith Piaf…), que tuvo a sus grandes intérpretes también en Italia (entre los que sobresalen Fabrizio De André y Giorgio Gaber)  y a la que no fue ajena, en buena parte, la Nova Cançó catalana: Ovidi Montllor es otro de los grandes referentes de Arba.

Además de haber colaborado en varias recopilaciones literarias, Samuele Arba ha obtenido algunos premios. Podéis saber más sobre él a través de su web personal.




[1] El alguerés es una variante dialectal del catalán hablada por unas diez mil personas en la ciudad sarda de Alghero (l’Alguer, en catalán) y su comarca, en el noroeste de Cerdeña, que fue repoblada por catalanes en el siglo XIV tras la expulsión de la población autóctona sarda. La UNESCO la considera una lengua en peligro de extinción, pese a su reconocimiento oficial por el Estado italiano y los esfuerzos que se han hecho en los últimos años para preservarla. Para más información clicad aquí.

Clicad sobre las imágenes para ampliarlas.

01 octubre 2011

La voz a otros debida: Los bosques finlandeses sentidos por Alessandro Pavolini

Paisaje característico de la Finlandia centro-oriental.
(Foto © www.teije.nl)

Alessandro Pavolini (Florencia, 27 de septiembre de 1903 - Dongo, Lombardía, 28 de abril de 1945) fue un notable jerarca de la Italia fascista, además de destacado periodista y fino escritor. Hijo del poeta y filólogo Paolo Emilio Pavolini (1864-1942, eminente estudioso de las lenguas y literaturas nórdicas y traductor del poema épico finés Kalevala, manteniendo el metro y el ritmo originales), se dejó llevar por los intereses culturales de éste. Además, estudió Derecho en la Universidad de Florencia y Ciencias Sociales en la de Roma. 

Fue muy activo políticamente durante la dictadura fascista (se había adherido al Fascio en 1923) y ejerció como ministro de Cultura Popular. También estuvo entre los firmantes, en 1938, del “Manifiesto de la raza”, con el que Mussolini promovió las leyes raciales fascistas. Por otra parte, participó como reportero, pero también militarmente, en la guerra colonial de Etiopía, cuyos avatares dejó escritos en el libro Disperata (1937). 

Pese a que sus enfrentamientos con otros jerarcas del régimen hicieron que cayera en desgracia durante cierto tiempo, no fue apartado de algunos cargos políticos. Tras la destitución de Mussolini y la caída del régimen (25 de julio de 1943) se refugió en Alemania; sin embargo, cuando Hitler impulsó, en septiembre del mismo año, la efímera República Social Italiana (conocida como República de Salò), Pavolini fue nombrado secretario provisional del nuevo Partido Fascista Republicano. Fue, además, uno de los creadores y primer comandante del cuerpo paramilitar de las Brigadas Negras (junio de 1944). 

Alessandro Pavolini, vestido con 
su uniforme de jerarca fascista, 
en una foto retocada.

Tras la ocupación de Roma por los Aliados en junio de 1944, participó en la defensa de Florencia y con sus francotiradores resistió durante varios días cuando la ciudad fue tomada, en agosto del mismo año. Al final de la guerra, y tras un intento de huida a la desesperada, fue herido y capturado por los partisanos. Procesado por colaboracionismo con el enemigo, fue condenado a muerte y fusilado con otros prisioneros el 28 de abril de 1945. Al día siguiente, su cadáver quedó colgado por los pies, junto al de Benito Mussolini, en el Piazzale Loreto de Milán.

Es evidente que Pavolini no se significó precisamente por su pacifismo ni mucho menos por un espíritu democrático, sino todo lo contrario. Le gustaba afirmar, con cierto orgullo, que Mussolini y él eran las personas más odiadas por los italianos. ¿Qué pinta pues un villano totalitarista, con las manos manchadas de sangre, en esta bitácora? El transeúnte siempre ha querido separar –hasta cierto punto, claro– las artes de las ideologías, aunque a veces las artes sean claros exponentes de esas ideologías. Quienes rechazamos los totalitarismos, haríamos mal si dejáramos de leer, por citar algunos nombres, a Gabriele D’Annunzio, Curzio Malaparte, Luigi Pirandello, Ezra Pound, Knut Hamsun o Pierre Drieu La Rochelle, simpatizantes del fascismo o el nazismo; o a Vladímir Maiakovski, Maksim Gorki, Pablo Neruda o Jean-Paul Sartre por haber estado próximos ideológicamente al estalinismo. Lo mismo podríamos decir con respecto a las artes plásticas, la música y el cine. Para quien lo desee, el debate está servido. 

Luigi G. De Anna, profesor de la universidad finlandesa de Turku y prologuista de la reedición de Nuovo Baltico [1] –obra de la que se ha extraído el texto que sigue–, dice que “Pavolini tenía el ojo atento del periodista, pero por formación era un literato”, y que “su carrera política avanzó al mismo paso que la del intelectual”. En cualquier caso, leyendo su texto sobre los abedules de los bosques de Finlandia, con un lenguaje casi lírico, difícilmente se puede identificar al escritor refinado con el fanático jerarca fascista.


Bosque de abedules cerca de Kouvola (sudeste de Finlandia).
(Fuente: http://onnila.wordpress.com/tag/kouvola/)


El más allá de los árboles 

Por Alessandro Pavolini 

Desde hace un mes, en el Báltico veo abedules. Estoy dulcemente obsesionado por los bosques. 

Anoche no conseguía dormir y salí al bosque, entre los abedules, bajo un cielo sin estrellas, no por la oscuridad, sino por el resplandor. No esperaba, por supuesto, toparme con un reno, ni oír algún aullido, como la Novia del Lobo sobre la que escribe Aino Kallas [2]. Mis fantasías eran más bien vegetales. 

Acariciaba los troncos, duros, vivos, fríos; miraba las ramas que se sumergían en las tenues sombras. Los abedules permanecían inmóviles, con su aspecto ensoñado y meditativo. 

En su vida, anclada a un único punto preciso de la tierra –pensaba yo–, los árboles quizá presientan otra vida, probablemente sueñen con ese más allá que les espera como lo contrario de su existencia en el bosque. Lo mismo que los hombres cuando imaginan el Paraíso. 

La existencia del árbol es sumamente lenta, sin cambios de ritmo ni acontecimiento alguno. Esta es su primera característica. La segunda es el no poderse mover, el estar sujeto para siempre al mismo metro cuadrado. Y la tercera es esa pesadumbre, que tan bien se advierte por las noches, de no poder compartir su vida con la de ningún semejante, no poder fundirse en un abrazo con otro ser vivo hasta la ilusión amorosa de hacerse unidad. Los árboles apenas se tocan, rozan sus hojas, se acarician levemente con esos dedos ciegos, sufren la desazón del deseo sin poder alcanzarse del todo. Una maldición los mantiene aislados y sedentarios.

Algún día, sin embargo, tú, abedul, que no has experimentado nada más que tu simple existencia, sentirás que algo ocurre en tu base. Algo brusco, rápido, indiscutible. Serán los golpes del hacha de un leñador finés. Se te presentará de este modo la muerte liberadora como lo opuesto de la vida: según tus presentimientos de esta noche y de muchas otras noches, cuando yo me acuesto y tú permaneces en pie.

Abedules cortados para 
la industria madedera.
(Foto © Victor Sagaydashin)

Toda la vida te has mantenido inmóvil en tu lugar, centinela de ti mismo. A partir de aquel momento entrarás en tu más allá, empezarás a moverte y sentirás la voluptuosidad divina de la horizontalidad. Y ya desnudado de ramas, hojas y raíces, reducido a tu esencia, al tronco, empezarás a viajar horizontalmente arrastrado por la corriente de un río, y durante ese viaje no te detendrás. 

Viajar, fluir eternamente: el paraíso de quien tuvo raíces. Los grandes ríos gélidos atraviesan raudamente los bosques arrastrando troncos migrantes. Los conducen hacia el golfo de Finlandia, hacia el golfo de Botnia, según el camino que trazó el Gran Hielo cuando arrasó Finlandia y, a su paso, fue dejando cicatrices en forma de lagos y corrientes de agua. Si te encallas en un lago, abedul, unos hombres subidos a una balsa te empujarán para devolverte al curso de agua. (Pero, ¿será un lago o el recodo de un río? Es más difícil contar los lagos en Finlandia que las estrellas en el cielo: éstas son más numerosas, pero más fáciles de localizar. Quien pretende censar los lagos finlandeses no sabe cómo distinguir entre los que se enlazan entre sí por brazos de agua y los recodos de los ríos; entre los lagos salpicados de islas y los ríos que se bifurcan a partir de una isla. Y no salen las cuentas: cincuenta mil, sesenta mil, sesenta y cinco mil…)

Flotas y así prosigues tu camino… A veces te aflige una peligrosa sensación, una mezcla de placidez y temor, como la que sienten los hombres en la nuca al notar que el suelo se hunde bajo sus pies. Es cuando te precipitas en la vorágine de alguna cascada o sientes el trueno de unas cataratas. (He venido a Imatra para ver “la mayor cascada de Europa”, como me enseñaron en la escuela. Pero ya no puede verse, pues la ha aprisionado una gigantesca central hidroeléctrica. [3]) Los rápidos son los momentos líricos de la lenta y solemne épica de los ríos. El tronco salta en medio de aquella violencia inmóvil, de aquel fragor eterno y compacto, y en ese momento se purifica su corteza. 

Transporte fluvial de madera talada en el sur de la Carelia finlandesa.
(Foto © Hubert Stadler / Corbis) 

Cada vez más blanco, más del color del alma, el abedul alcanza su nirvana de árbol. De tanto en tanto siente el esfuerzo del salmón al remontar las aguas, o el topetazo con otro abedul. De este modo tiene lugar, al fin, el encuentro de tronco con tronco. Rozándolo, se dispone a abrazarlo, a confundirse con él en la unidad. 

Sin embargo, la fábrica de celulosa espera con sus fauces abiertas. Surge de repente en el tiempo, aislada en el espacio. Hasta ayer fue bosque y es bosque lo que la rodea.

Fábrica de celulosa, de pasta de madera, de cartón y papel: industria natural y sana como una planta, aquí, entre bosques y cascadas, en esa inmensa abundancia de madera, de vapor, de electricidad. […] Fábrica que funciona sin interrupción, con fuegos y luces permanentemente encendidos: en las nocturnas jornadas invernales, en medio de la nieve congelada; en las clarísimas noches estivales, entre prados verdes y rapados como los campos de golf de Escocia. […] 

Cuando, lejos de su bosque natal, el abedul llega a la fábrica, pasa del río a un canal y a una cinta dentada que lo trasporta hacia su Purgatorio. Se ve sumergido, y con él millones de árboles, en un malebolge [4] giratorio donde los troncos saltan y se entrechocan mientras se purgan, bajo el incansable hierro, de los residuos de su corteza. Allí sienten por última vez el aliento de la lluvia, del viento, de los hongos y de los arándanos. El tronco, mondo, blanco, vuelve a salir. Ahora será cuando las cuchillas eléctricas den cuenta de él. 

Traducción del italiano de Albert Lázaro-Tinaut 


[1] La primera edición de Nuovo Baltico de Alessandro Pavolini fue publicada por el editor Vallecchi de Florencia en 1935. Estos datos y el texto que se reproduce (pp. 113-118) han sido tomados de la edición al cuidado de Massimiliano Soldani publicada por la Società Editrice Barbarossa de Milán en 1998. 
[2] Aino Kallas (1878-1956) fue una destacada narradora y poeta finlandesa muy vinculada a Estonia, donde vivió y ambientó sus principales obras, entre las que sobresale la novela Sudenmorsian (‘La novia del lobo’, 1928), cuya acción se desarrolla, precisamente, en la isla estonia de Hiiumaa. 
[3] En la localidad de Imatra, en la Carelia del Sur (al sudeste de Finlandia, junto a la frontera rusa), se encuentra, en efecto, una gran central hidroeléctrica. La presa de Imatrankoski, construida en 1929, aprovecha los rápidos del río Vuoksi, que antes formaban una de las cataratas más grandes y bellas de Europa. 
[4] El Malebolge es el octavo círculo del “Infierno” de la Divina Comedia de Dante. Se divide en diez fosos circulares y concéntricos, cada uno de los cuales se dedica al castigo de una especie de fraudulentos (véase “Infierno” XVIII, 1-18). 

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