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06 febrero 2011

Todos somos plurilingües



El transeúnte leyó recientemente un interesante artículo de Mario Wandruszka (1911-2004), que fue profesor de la Universidad de Salzburgo, titulado “L’uomo plurilingue” [1], y pese a que algunas de las cosas que dice le parecen evidentes, tal vez no lo sean tanto. Por eso cree oportuno trascribir, traducidos, algunos párrafos de ese texto.


Quienes utilizamos la lengua, las lenguas, como herramienta de trabajo, solemos ser conscientes de lo que significa la personalización del lenguaje, de los “contagios” que identifican a una persona, un pequeño colectivo o un escritor. Al mismo tiempo, tememos las tremendas trampas de los denominados “falsos amigos”, a los que el profesor Wandruszka se refiere al final del fragmento elegido.

Sin más preámbulos, he aquí algunas de las consideraciones de este prestigioso romanista austriaco.

El lenguaje, esta humanísima facultad que tenemos de expresar con palabras nuestros deseos, sentimientos, pensamientos, nuestra voluntad, el mundo que nos rodea y lo que tenemos interiorizado, este lenguaje nuestro no lo adquirimos una sola vez y para siempre en la primera infancia como una lengua materna única, homogénea y definitiva. El lenguaje hablado, es decir, las distintas variedades socioculturales utilizadas por nuestra madre y otros familiares, lo que la abuela lee al niño o la niña, la televisión, cada vez más invasiva, las variantes locales y sociales que se aprenden desde el parvulario, no son más que el encaminamiento hacia un plurilingüismo que caracteriza cada vez más la lengua escrita que se aprende en la escuela, la lengua literaria y poética, la lengua nacional, estatal, burocrática, política, periodística, todos los lenguajes sectoriales de las ciencias modernas y de las tecnologías más avanzadas, con sus jergas y
slangs, todas las hablas de nuestra vida diaria en movimiento perpetuo.

Cyanotype-spiral, de Jonathan A Lewis.
(© 2008)


En este sentido, y en distinta medida, todos somos plurilingües ya en el ámbito de nuestra lengua materna. Este plurilingüismo fundamental, tanto si es individual como si es colectivo, presenta desde el principio tres características que muchos lingüistas –ya sean saussurianos o chomskianos– olvidan e incluso menosprecian en sus esqueléticas esquematizaciones.


- La comprensión del discurso supera siempre, sobradamente y de mil maneras, tanto nuestra facultad de reproducción como la de producción. Cada uno de nosotros sólo es capaz de reproducir o producir una pequeñísima parte de todos los sonidos y vocablos, de todas las formas y figuras del lenguaje que entendemos cuando lo escuchamos o lo leemos.


- Obviamente, nuestro plurilingüismo es imperfecto, necesariamente incompleto. La imperfección es un elemento propiamente constitutivo del lenguaje humano, la presuposición de cualquier proceso creativo, de cualquier evolución, cambio, renovación, enriquecimiento de nuestras lenguas, donde tienen mucho que ver los préstamos de una a otra lengua.


- La facultad de aprender y utilizar (siempre imperfectamente) diferentes lenguas nos impulsa siempre a producir, a cometer interferencias o hacer interpretaciones y, por consiguiente, causamos innumerables hibridaciones (lo que en alemán se conoce como Sprachmischungen), un fenómeno universal al que ya se refirieron hace cien años Hugo Schuchardt y Hermann Paul. [2]

Uriel Weinreich [3], con su obra Languages in Contact (1953), nos acostumbró a hablar de “contactos de lenguas”, un concepto que considero más bien torpe porque, en realidad, no dice de qué se trata: las bolas de billar también entran en contacto entre sí. No se trata sólo de contacto, de hecho es contagio, connivencia entre lenguas: se trata de su interacción e interpretación. Esto ha producido, entre otras cosas, en todas las lenguas europeas, el ingente denominador común de origen grecolatino, los millares de palabras, prefijos, sufijos, locuciones y expresiones, metáforas del patrimonio común que se reconocen fácilmente de una lengua a otra mediante las modificaciones fonéticas y morfológicas que ha sufrido cada una de ellas. Es una auténtica comunidad lingüística europea que se amplía y se intensifica cada día con las recentísimas terminologías científicas y tecnológicas.

Nos basta abrir cualquier diario escrito en una de nuestras lenguas y subrayar con un lápiz rojo todos los “europeísmos” grecolatinos que encontremos en una sola página para darnos cuenta de la importancia decisiva, por cantidad y calidad, de esta comunidad lingüística europea, efectiva y cada vez más activa. […]

El resultado de todo ello es que nuestras lenguas se parecen cada vez más. Este mismo fenómeno de convergencia lingüística se observa en cualquier lugar de una Europa que algunos se apresuran a denominar “postnacional”.

Se trata, lamentablemente, de una convergencia no tan sólo imperfecta, sino incluso caprichosa y paradójica, porque al lado de innumerables términos europeos de significado idéntico en las diferentes lenguas –auténticos amigos paneuropeos de toda confianza–, hallamos los abominables “falsos amigos”, producidos por mil peripecias y contingencias históricas. Lo que en alemán decimos die Firma, no es la firma estampada sobre un papel, sino la empresa; der Statist no es el hombre de Estado (que en alemán sería der Staats-mann), sino el figurante (en una obra teatral, o el extra en una película). La palabra castellana largo, en italiano significa ‘ancho’, y al verbo italiano salire le corresponde el castellano ‘subir’; un successo, en italiano, equivale a nuestro ‘éxito’, y genial, en inglés, no tiene el significado castellano de ‘genial’, sino el de ‘jovial’, ‘alegre’, ‘cordial’. Lo mismo ocurre entre las lenguas escandinavas y eslavas.



Nuestras lenguas no responden a sistemas lógico-matemáticos ideados por algunos semantistas europeos y estadounidenses. Los falsos amigos, por un lado, y las duplicidades semánticas, por otro, tan frecuentes en nuestras lenguas (es decir, un término europeo, internacional, junto a una palabra “indígena” por decirlo de alguna maneraaproximadamente equivalente, aunque tenga un valor estilístico algo diferente), demuestran lo contrario.

Hay que ir, pues, con pies de plomo. Si un italiano os dice que hay burro en la comida, conviene saber que es mantequilla; si un francés habla de voler, se refiere al robo, y no al vuelo; si un sueco os propone kaka de postre o con el té, sabed que os ofrece un trozo de pastel; para un portugués un morro es una colina, y en checo hora significa ‘montaña'…


Los “falsos amigos”, como ha dicho el transeúnte al principio y como explica muy bien el profesor Wandruszka, son cepos, trampas en las que se puede caer fácilmente y propiciar malos entendidos, a veces divertidos, pero en ocasiones, desagradables. Y huelga decir que son una de las pesadillas de los traductores. La prensa, con la pretendida excusa de la "urgencia", hace un pésimo servicio a la calidad del lenguaje, en el que los "falsos amigos" sobre todo los de origen anglosajón se cuelan con la facilidad del aire a través de una ventana mal cerrada.

[1] Mario Wandruszka: “L’uomo plurilingue”, en Aspetti metodologici e teorici nello studio del plurilinguismo nei territori dell’Alpe-Adria. Atti del Convegno Internazionale, Udine, 12-14 ottobre 1989. Testi raccolti a cura di Liliana Spinozzi Monai. Tricesimo (Udine), Aviani Editore & Consorzio per la costituzione e lo sviluppo degli insegnamenti universitari, 1990, pp. 11-20.

[2] Hugo Schuchardt (1842-1927) fue un lingüista comparatista austriaco que se especializó en las lenguas neolatinas y criollas, y se interesó también por la lengua vasca (una de sus obras se titula, precisamente, Primitiae Lingvae Vasconum, de 1923). Hermann Paul (1846-1921) era un lingüista y lexicógrafo alemán; entre sus obras destacan Prinzipien der Sprachgeschichte (‘Principios de la historia de la lengua’, 1880) y la traducción al alemán de la epopeya finesa Kalevala (1885), llevada a cabo durante una larga estancia en Helsinki.

[3] Uriel Weinreich (1926-1967), un lingüista judío estadounidense nacido en Vilnius (la actual capital de Lituania), que se especializó en la lengua yiddish de sus antepasados asquenazís, estableció en el libro citado el concepto de interlanguage.


Con un agradecimiento al profesor Pietro U. Dini,
que facilitó al transeúnte el texto de Mario Wandruszka.


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