Viñeta de Anti Veermaa en el periódico Äripäev, 7 de septiembre de 2011.
07 septiembre 2011
((SIN COMENTARIOS))
Viñeta de Anti Veermaa en el periódico Äripäev, 7 de septiembre de 2011.
24 marzo 2011
Literatura estonia en castellano: “El mismo río”, de Jaan Kaplinski

de Barcelona. De izquierda a derecha, Daniel Ortiz, editor de Escalera,
Albert Lázaro-Tinaut, Jaan Kaplinski y Laura Talvet.
(Foto: Joan-Francesc Ainaud)
En este caso se trata de la novela eminentemente autobiográfica del escritor estonio más reconocido internacionalmente en nuestros días, Jaan Kaplinski, titulada El mismo río (Seesama jõgi, en su versión original) [1], traducida por Laura Talvet y Francisco Javier García Hernández y publicada por Ediciones Escalera de Madrid, un pequeño gran proyecto emprendido hace algo más de tres años por una esforzada pareja canaria, Daniel Ortiz Peñate y Talía Luis Casado.

Jaan Kaplinski, nacido en Tartu el 22 de enero de 1941, es hijo de un polaco de ascendencia judía, Jerzy Kaplinski (nacido en 1901), a quien no tuvo tiempo de conocer, ya que los esbirros de Stalin lo deportaron y desapareció en el archipiélago Gulag, donde probablemente murió en 1944. Era un hombre culto e inteligente que trabajó como lector de polaco en la Universidad de Tartu. La madre del escritor, Nora Raudsepp (1906-1982), natural de la ciudad meridional de Võru, pertenecía, en cambio, a una familia estonia acomodada; fue bailarina y pudo completar sus estudios en Alemania y Francia. También era traductora, vertió al estonio obras de Balzac, Chateaubriand y Anatole France y fue coautora de una versión resumida, en prosa y en francés (París, 1930), de la epopeya nacional de su país, el Kalevipoeg, de Friedrich R. Kreutzwald (1803-1882), considerado el fundador de las letras estonias.
Como narra en los primeros capítulos de El mismo río, Kaplinski vivió su juventud rodeado de mujeres y de tabúes y restricciones –esas que conocen todos los regímenes totalitarios: la imposibilidad de expresarse libremente, de acceder a determinados libros, de relacionarse con extranjeros, de conocer la verdad de la historia, de practicar sin obstáculos cualquier religión que no fuera la ideología del régimen, de dar a conocer la auténtica personalidad en el caso de los homosexuales (no es el suyo), de mantener relaciones sexuales fuera del ámbito de la pareja legalmente constituida, pues el sexo, en la URSS, sencillamente, “no existía”, y un largo etcétera–. De ahí pues, también, la obsesión que manifiesta el autor en la novela de perder la virginidad y sus intentos frustrados de lograrlo.
Pero volvamos a la biografía de Jaan Kaplinski. Estudió filología francesa en la Universidad de Tartu, la más prestigiosa del Báltico oriental y una de las más reconocidas de la Unión Soviética, y al mismo tiempo siguió estudios de lingüística estructural y aplicada, una disciplina que continúa interesándole y a la que desea prestar más atención en los próximos años, según manifiesta ahora. Hombre de amplios horizontes, quiso conocer también la mitología celta, por la que se sintió apasionado, y, sobre todo, el pensamiento oriental.
Terminados sus estudios (obtuvo su licenciatura en 1964), se acercó al mundo de la naturaleza –esa concretísima y múltiple divinidad común a todos los pueblos del norte de Europa, en la que basaron sus antiguas creencias paganas–, como investigador en el Jardín Botánico de Tallinn. Luego regresó a Tartu, donde sucedió a otro gran poeta, Ain Kaalep (Tartu, 1926), como tutor de jóvenes traductores en la Universidad.

junto a su puerta lo recuerda con estas palabras:
"Este edificio albergaba la sede del órgano de
represión del poder soviético. Aquí empezaba
el camino hacia el sufrimiento de miles de estonios".
Fue por aquel entonces, en 1980, cuando Jaan Kaplinski se implicó en la política clandestina como resistente cultural frente la intensa rusificación de Estonia. Estuvo entre los firmantes de la Neljakümne kiri (‘Carta de los cuarenta’), que proponía un diálogo pacífico con el régimen soviético para presentar ciertas reivindicaciones. Se convirtió así, de inmediato, en sospechoso de disidencia, por lo que el KGB (el temido comité soviético para la seguridad del Estado) lo interrogó e incluso registró su casa. Ya se había dado a conocer como poeta y polemista, por lo que aquella iniciativa, aunque también frustrada, supuso un cambio de mentalidad y de actitud para muchos intelectuales comprometidos y, desde entonces, vigilados de cerca.
Cuando Estonia proclamó de nuevo su independencia (20 de agosto de 1991), perdida en 1944 con la incorporación forzosa a la URSS, Jaan Kaplinski se mostró muy activo en la prensa y publicó numerosos artículos polemizando, sobre todo, con la derecha nacionalista y la Iglesia, y entre los años 1992 y 1995 fue, además, miembro del Riikogu (Parlamento) de la República de Estonia.

ubicado en el antiguo castillo de Toompea (Tallinn).
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
Más tarde inició una intensa etapa como periodista y conferenciante, fue profesor asociado en la Universidad de Tampere (Finlandia) y se dedicó con ahínco a escribir, aprovechando algunas becas internacionales que le permitieron distanciarse de las actividades remuneradas. En 1994 ingresó en la Académie Universelle des Cultures, fundada dos años antes por el escritor judío húngaro Elie Wiesel (galardonado con el premio Nobel de la Paz en 1986).
En la personalidad de Kaplinski sobresale su independencia intelectual, basada en un pensamiento de corte socialdemócrata y liberal, que ha defendido en todo momento con tesón. Es y ha sido siempre un hombre comprometido con los mejores valores de la sociedad, sin perder de vista el humanismo en su esencia más pura: la ancestral relación de los seres humanos con la naturaleza de la que procedemos.

Aivar Juhanson como una antigua
divinidad pagana báltica.
(Fuente: Delfi pilt, http://pilt.delfi.ee/en/picture/10800589/)
Por otra parte, después de haber analizado a fondo el totalitarismo comunista, ha denunciado la insidiosa opresión de la sociedad capitalista y el modo como ésta condiciona a los individuos. De entre sus opiniones, el transeúnte entresaca una de su blog que le parece interesante por la cruel y paradójica ironía que contiene: “El comunismo y el consumismo son dos sectas seculares originadas por la cristiandad. Como la primera ya está desapareciendo de la escena mundial, la segunda goza de un éxito sin precedentes, conquista una nación y un continente tras otro y utiliza incluso la religión para sus intereses. ¿Cuál es el resultado de este proceso de globalización y concentración? Un ciudadano de la antigua Unión Soviética ya tiene nombre para el próximo mundo feliz: lo llamará Unión Soviética o Unión Soviética renacida”.
En el ámbito de la literatura, Kaplinski ha sido reconocido sobre todo como poeta, aunque también ha escrito prosa, piezas teatrales y ensayo. Él mismo reconoce la influencia en su obra de otros poetas, como Rimbaud, Eliot y Pound. No hay que olvidar, por otra parte, su importante tarea como filósofo y crítico cultural. Su labor literaria ha sido recompensada tres veces con el Premio Anual de las Letras Estonias (1996, 2000 y 2010), el prestigioso premio de poesía Juhan Liiv (1968) y el premio de la Asamblea Báltica (1997). Ha participado, además, en numerosos festivales de poesía y literatura.
No menos importante es su tarea como traductor literario. Su amplio conocimiento de idiomas le ha permitido verter al estonio obras de escritores franceses (Gide, Saint-Exupéry…), checos (Vladimir Holan), suecos (Tomas Tranströmer), y también de poetas anglófonos y autores de expresión castellana, como Octavio Paz, del que tradujo la poesía, y Carlos Fuentes, de quien ha traducido al estonio La muerte de Artemio Cruz. Curiosamente, entre sus traducciones de juventud encontramos un fragmento del Cantar de Mio Cid.

en el Annikin Runofestivaali (festival
de poesía Annikin) en Tampere
(Finlandia), en junio de 2010.
(Fuente: http://www.annikinkatu.net/
runofestivaali2011/english.htm)
Siguiendo las huellas de uno de sus maestros, Uku Masing [2] (ese “Maestro”, con mayúscula, al que nombra constantemente en El mismo río –aunque él manifiesta que no fue el único y que la novela tiene, como tal, mucho de ficción–, obra que se inicia precisamente con los funerales de Masing en abril de 1985), Kaplinski se ha opuesto enérgicamente al centralismo de la civilización occidental y ha buscado su ideario, sobre todo, en las filosofías antiguas más relacionadas con la naturaleza, como el budismo y el taoísmo. Una clara demostración de su interés por Oriente son sus traducciones del chino de la poesía de Li Po y Du Fu, y de la obra fundamental del taoísmo, el Dào Dé Jing (más conocida entre nosotros por su transcripción fonética, Tao Te Ching), de Lao Tsé, el “Viejo Maestro”.
El transeúnte tuvo el honor de presentar, el pasado 16 de marzo, junto con Laura Talvet y el propio Jaan Kaplinski –que habló en todo momento en castellano–, El mismo río en la acogedora cripta de la librería La Central del Raval de Barcelona. Es una obra en la que el autor vuelca, novelándola (es decir, mezclando su “yo” personal con el “yo” literario), su propia experiencia vital, se vacía literaria e intelectualmente plasmando, al mismo tiempo, parte de la historia de su país, sometido a las directrices de Moscú durante casi cincuenta años; de hecho es el relato personificado de la Estonia de la década de 1960, cuando la rigidez estalinista dio paso a un cierto “deshielo” y los estonios empezaron a soñar con tiempos mejores, con el retorno de los expatriados forzosos a Siberia y al Asia central, la reunificación de las familias separadas a la fuerza en medio del terror. Kaplinski, entonces veinteañero, busca un guía espiritual y consigue introducirse en el círculo íntimo del “Maestro”, quien no sólo valorará sus primeros poemas, sino que le dará los consejos básicos para lo que luego sería la filosofía vital del joven.
La obra es, al mismo tiempo, un recorrido por la cotidianidad de una Estonia que había perdido hacía años su esplendor, un recorrido a veces trágico, aunque con momentos lúdicos e incluso humorísticos, fiel reflejo, a fin de cuentas, de la personalidad del autor, un hombre cordial al que, sin embargo, le molesta que se hable en público de su biografía y, sobre todo, que se recuerde que su nombre ha empezado a aparecer en las especulativas listas de los candidatos al premio Nobel de Literatura.

Quienes se interesen por el antiguo sistema totalitario soviético hallarán sin duda en El mismo río otro punto de vista, muy útil para comprender mejor lo que fueron aquellos largos años, aquel interminable invierno de los estonios.
[1] Jaan Kaplinski: El mismo río. Traducido por Laura Talvet y Francisco Javier García Hernández. Madrid, Ediciones Escalera, 2011. 400 páginas. ISBN: 978-937018-7-1.
[2] Uku Masing (1909-1985), teólogo, filósofo, filólogo y folklorista, fue un auténtico humanista, en el sentido más amplio de la palabra, y un divulgador de culturas que tuvo un ascendiente primordial sobre toda una generación de intelectuales estonios, entre los que se encuentra Jaan Kaplinski. Introdujo en Estonia la filosofía analítica, y como políglota excepcional –se dice que conocía 65 idiomas y era capaz de traducir de veinte de ellos– vertió al estonio innumerables obras de culturas universales, sobre todo orientales. Son notables sus traducciones del persa, el turco, el hebreo, el árabe, el amhárico, diversas lenguas de la India, etc. Tradujo, entre otros, a Rabindranath Tagore y Omar Khayyam, haikus japoneses y una versión íntegra del Nuevo Testamento. Una de sus últimas obras fue la traducción al estonio de algunas rondalles (cuentos tradicionales) catalanas a partir de los textos originales de la Rondallística de Joan Amades, que el transeúnte tuvo el honor de hacerle llegar: el librito que recoge estas traducciones, titulado Paadimehe tõed (‘Las verdades del barquero’) se publicó póstumamente, pocas semanas después de su muerte.
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17 octubre 2010
¿Dónde está la grandeza de los pequeños países?

de la poeta Lydia Koidula (1843-1886; ved aquí).

del eminente biólogo y geógrafo
Karl Ernst von Baer (1792-1876),
quien estableció las bases de
la embriología moderna.

representado Paul Keres (1916-
1975), uno de los mejores
ajedrecistas de todos los tiempos.

del folclorista, teólogo y lingüista
Jakob Hurt (1839-1907).

de uno de los escritores estonios
más populares y universales,
Anton Hansen Tammsaare
(1878-1940).

del compositor Rudolf Tobias
(1873-1918).
La corona estonia sustituyó al rublo ruso-soviético el 20 de junio de 1992; mejor dicho, Estonia recuperaba con el kroon la unidad monetaria de la primera república, que había sustituido al mark (una corona equivalía a 100 marcos) y que desapareció en 1940, con la invasión soviética del país (un rublo se cambió entonces por 0,80 coronas).
Uudelepp propone que entre los numerosos espacios de memoria que hay en Tallinn, se dedique uno al kroon, y sugiere que sea en una plaza-parque céntrica de la ciudad: la dedicada al escritor A. H. Tammsaare, justo fuera de las murallas, ante la puerta medieval de Viru a través de la cual se accede, por la calle del mismo nombre, al centro histórico.
¿Qué es lo que caracteriza a los estonios en el conjunto de los Estados europeos?, se pregunta Uudelepp. “A nosotros también se nos plantea la cuestión de cómo poder sentirnos grandes como pueblo –viene a decir en su artículo–. No nos podemos considerar la cuna de la cultura occidental, como Grecia; nunca hemos construido un imperio ni hemos gobernado como los italianos, sucesores de los antiguos romanos, ni hemos sido una fuerza naval, como los británicos, en cuyo imperio jamás se ponía el sol cuando Isabel II accedió al trono. Los estonios tampoco ganamos grandes batallas, como los franceses o los venecianos, ni tuvimos un reino propio, como los polacos y los lituanos. También es difícil encontrar entre nuestros conciudadanos a grandes filósofos y científicos, como en el caso de los alemanes, que hayan sido decisivos para impulsar el mundo. ¿Qué nos queda, pues? Puesto que el deseo de grandeza también late en nosotros, los estonios, sólo tenemos la posibilidad de acogernos a la cultura. Nuestros poetas y nuestras grandes personalidades nos ayudan a definirnos como nación y a reforzar nuestra conciencia nacional”.
Efectivamente, la cultura, en todas sus manifestaciones, pero sobre todo en la literatura, el teatro y la música, ocupa un lugar de privilegio en Estonia y, pese a la crisis actual, está bastante bien subvencionada. Las grandes librerías de ciudades como Tallinn y Tartu dan fe de ello; los teatros y las salas de conciertos, repletos, son el mejor ejemplo. El número de museos, pequeños y grandes, es enorme en proporción al tamaño y la población del país (apenas 1.300.000 habitantes). La cultura es, sin duda, la gran fuerza de los estonios, su grandeza.

en un moderno centro comercial de Tartu.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
El que la moneda nacional, a punto de desaparecer, deje de ser un escaparate internacional en el que se expone lo mejor de la cultura del país, es algo que hace reflexionar a los estonios. Este apego al hecho cultural también debería invitar a la reflexión a otras naciones que, con o sin Estado, lo mantienen demasiado lejos de sus prioridades y provocan su estancamiento, sin tener en cuenta que si no se siembra, luego no se cosecha, y que ello lleva a la pobreza espiritual, a la decadencia.
Deberíamos tomar nota.
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04 febrero 2010
Reivindicación de Arvo Pärt en su 75.º aniversario

Si hay un gran mérito por el que debemos dar las gracias al compositor estonio Arvo Pärt es el de haber construido y marcado un nuevo camino para la música del siglo XX, un camino que ha conducido en muchos sentidos a la reconciliación entre el público –por lo menos, una determinada parte del público– y la música de su tiempo. El hecho de haber conseguido recuperar la tonalidad, volviendo, por tanto, a la estructura lingüística que dominó la música occidental durante un milenio, sin proponerse una retrocesión, sino, al contrario, encontrando una manera de conjugar tradición y modernidad, ha sido una especie de cuadratura del círculo para nuestros tiempos. Gracias, también, al sello ECM, que creyó en Pärt y lo ha promocionado sin reticencias, se puede decir tranquilamente que el maestro estonio se ha convertido en el compositor contemporáneo más conocido y apreciado –superado, quizá, únicamente por Philip Glass–, incluso entre los sectores de público que huyen de los sonidos de la contemporaneidad como de la peste.
Esto se ha visto también con motivo de la serie de conciertos-homenaje que tienen lugar ahora mismo en Roma. Que una sala de más de dos mil butacas esté repleta para un concierto con músicas de un autor no nacido en las postrimerías del siglo XVIII me parece una singularidad que debe saludarse con optimismo. Pero, ¿qué tiene la música de Arvo Pärt para que geste tanto? No soy un gran apasionado de las composiciones de este tímido y esquivo señor de 75 años y me lo preguntaba a mí mismo mientras iba hacia el concierto. Al llegar a la sala, encontré a un amigo que había asistido a los ensayos. “¿Cómo es esta música?”, le pregunté. Una pequeña pausa: “Relajante”, me respondió sonriendo. Pues quizá sea eso lo que gusta, una especie de antídoto contra una manera de entender la modernidad: vida plena, asociada a algo y a alguien, mente ocupada.
También merece la pena, para

Quienes busquen consuelo y sosiego en la música ahora también pueden contar con las obras del compositor Arvo Pärt. Su vocabulario musical se basa en nociones tan antiguas como la humanidad misma: sencillez y sobriedad estilística rociada con unas gotas de religiosidad. Nacido en un pueblo de Estonia en tiempos de la Unión Soviética, en 1935, las experiencias de su primera formación tuvieron un peso decisivo en su evolución como compositor. Como reacción a la doctrina comunista oficial, que obligaba a los compositores a escribir música para el pueblo, Pärt se decantó por la vanguardia occidental pasando con facilidad del dodecafonismo de Arnold Schönberg a los happenings influidos por John Cage. Pero muy pronto el compositor se desengañó de estos lenguajes excesivamente intelectuales y elitistas de los años sesenta y setenta, y se decantó rápidamente por un estilo extremadamente sobrio, sencillísimo y sobre todo muy lento. Pärt denominó a este nuevo lenguaje musical tintinnabula, o sea, etimológicamente, “sonidos de campanas”.
En 1977 estrenó Tabula rasa y su título no podía ser más explícito. La pieza es efectivamente un tablón o una tabla totalmente plana donde no pasa nada. La música, en vez de evolucionar, narrar, moverse o desarrollarse, es totalmente estática, inmóvil, estacionaria o quieta. Precisamente porque la música es estática (sin movimiento) es también extática como un raga de la India que, mediante la repetición de sonidos obsesivos, nos transporta más allá de las limitaciones del cuerpo. Aunque esta pieza no tenga un contenido religioso directo, nace de armonías ascéticas y tonos contemplativos. Con cierta insolencia y obstinación, la pieza no se mueve del acorde de re menor. Casi nada.

El 75.º aniversario de su nacimiento (Paide, Estonia central, 11 de septiembre de 1935) ha hecho que la figura de Arvo Pärt sea estudiada este año en diversos foros, como la Universidad de Boston, que ha organizado para el próximo mes de marzo de una conferencia (“Arvo Pärt and Contemporary Spirituality Conference”), que debe servir para experimentar sobre su música a partir de un estudio analítico y del desarrollo interdisciplinario de las metodologías que ha utilizado el compositor teniendo en cuenta, entre otras, esta vertiente “teológica” de algunas de sus composiciones y también al hecho que apunta Aldo Lastella: el cierre de la grieta que se ha interpuesto hasta ahora entre académicos y creadores e intérpretes, para acercar la música al mayor número posible de personas, es decir, a un público amplio.
El transeúnte deja enlaces a tres de sus piezas preferidas de Pärt, Fratres (1976, adaptación para violonchelo y piano), Spiegel im Spiegel (1978) y la “Oda IV” del Kanon Pokajanen (composición para coro, de 1997, basada en un himno ortodoxo de origen griego del siglo VIII, cuyo comienzo os recordará, sin duda, la cantata Carmina Burana de Carl Orff).
*Antoni Pizà: El doble silenci. Reflexions sobre música i músics. Edicions Documenta Balear, Palma de Mallorca, 2003.
Ilustraciones (de arriba abajo):
- Retrato de Arvo Pärt, por la pintora estonia Nelly Drell.
- Arvo Pärt (ilustración de Julian Kulpa).
- Arvo Pärt con el célebre director de orquesta estonio Neeme Järvi
(© Eesti Teatri–ja Muusikamuuseum, Tallinn).
Traducción del catalán: Carlos Vitale.
12 diciembre 2009
Kallaste, en la orilla estonia del lago Peipus

El transeúnte fue al este de Estonia, a la orilla occidental del lago Peipus (Peipsi järv, en estonio; Chudsko ozero [Чудско озеро], en ruso), el cuarto lago más grande de Europa y uno de los de menor profundidad (13 metros de media), por el centro del cual pasa la invisible pero aún poderosa línea fronteriza entre la República de Estonia y la Federación Rusa. De hecho, el tramo fronterizo lacustre es el más largo entre los dos estados.
Quienes hayan visto el magnífico filme Aleksandr Nevski, la primera película sonora de Serguéi Eisenstein, de 1938, con música de Serguéi Prokófiev, recordarán aquella impresionante batalla –conocida en la historiografía rusa como la “batalla de los hielos” – sobre la superficie helada del Peipus, que reproduce con gran fuerza visual y sonora la que tuvo lugar en el año 1242 entre la ciudad-Estado de Nóvgorod, de la que Aleksandr era príncipe, y los caballeros teutones, que habían conquistado, en nombre del papa Inocencio IV y de la Cristiandad, durante las llamadas Cruzadas del Norte, las ciudades de Yúriev (la actual Tartu estonia) y Pskov. El príncipe de Nóvgorod venció a las soberbias tropas germánicas y recuperó para su Estado la bella Pskov, hecho que le valió la canonización por la Iglesia ortodoxa en 1547. Pero esta batalla tuvo lugar en la parte más meridional y estrecha del lago.

El transeúnte llegó a las afueras de Kallaste en autobús –el único medio cuando no se dispone de coche–, recorrió la Kevade tänav (‘calle de la Primavera’) y cruzó un frondoso parque hasta alcanzar la Keskväljak (‘plaza del Centro’), donde está el Ayuntamiento. Kallaste, aunque ahora mismo tiene unos 1250 habitantes (y poco más de 6000 en su área de influencia*), obtuvo el rango de ciudad en 1938, durante la primera República estonia.
Después de atravesar la amplia plaza, el transeúnte se encontró en un excelente mirador natural que le permitía asomarse al lago por encima de un pequeño acantilado. La orilla rusa, del otro lado, está a más de treinta kilómetros, y no se ve más allá del horizonte. Como la de un mar, la superficie del extenso Peipus se funde al este con la inmensa llanura rusa, que se extiende hasta los Urales. Sin ser demasiado consciente en aquel momento, el transeúnte estaba junto a la línea divisoria entre dos concepciones muy diferentes del universo europeo: aquí, el Occidente de raíces culturales germánicas; allá, la heterogeneidad de los eslavos orientales.

Sin embargo, en la franja oriental del centro y el norte de Estonia esta separación cultural no es tan evidente. Kallaste es un ejemplo patente de espacio de transición. Fue fundada en el siglo XVIII por una comunidad de starets o viejos creyentes (vanausulisted, en estonio), considerados herejes de la ortodoxia porque se negaron a aceptar la nueva liturgia impuesta en 1654 por el patriarca Nikon y a rendir homenaje al zar, y que, por esta razón, fueron cruelmente perseguidos y obligados a huir de Rusia a Siberia, a las orillas del mar Negro y a otros lugares (muchos emigraron después a América y hallamos aún a algunos de ellos en la Patagonia argentina, donde son conocidos como “rusos blancos”). En las tierras prebálticas, en las riberas occidentales del lago Peipus, aquella buena gente encontró un excelente refugio para establecer comunidades, que aún perviven, con nacionalidad estonia pero manteniendo vivas sus tradiciones y la vieja lengua rusa. En Kallaste y en las comarcas vecinas, los rusófonos constituyen actualmente casi el 80% de la población.

Aunque la mayoría de estos viejos creyentes del lado estonio del lago Peipus han dejado atrás las costumbres más rigurosas, como no afeitarse nunca y no consumir alcohol ni tabaco, continúan fieles a unos principios morales estrictos que, de alguna manera, y salvando las distancias, recuerdan la cultura de las comunidades amish de los Estados Unidos, por más que las normas de los starets no son tan rígidas como las de aquellos. Sin embargo, se caracterizan por su sobriedad y por la sencillez de los vestidos y de la decoración de sus casas..., que ahora se mezclan con las de los estonios y, sobre todo, con las de los nuevos ricos que se han establecido allí, al menos para pasar los fines de semana primaverales y otoñales y las vacaciones.

La mayor parte de los rusófonos de Kallaste viven en la parte meridional de la localidad, la más antigua, donde están la iglesia (de madera pintada de amarillo, con un campanario blanco, y de líneas bastante austeras) y el cementerio de los viejos creyentes, un auténtico “cementerio marino” si se tienen en cuenta las dimensiones del lago, ya que se encuentra junto a la ribera. Sólo para visitar este cementerio, un laberinto de tumbas con inscripciones en caracteres cirílicos y cruces ortodoxas, merece la pena recorrer el medio kilómetro largo que lo separa de la Keskväljak, siguiendo la Võidu tänav, la calle principal de la ciudad, que corre paralela al lago.

Al transeúnte le sorprendió ver huertos, en Kallaste y en otras localidades de las orillas del Peipus, teniendo en cuenta la latitud: supo que Estonia es el país más septentrional de Europa donde se encuentran plantaciones hortícolas; en todo caso, allá le dijeron que en las riberas del lago hay un microclima que favorece este tipo de agricultura, que no se limita únicamente al consumo familiar, sino que se vende en los mercados de la región, juntamente con otro producto local: el pescado ahumado. Es frecuente ver pequeños invernaderos en medio de los huertos, que permiten prolongar la producción de hortalizas.
La pesca es otro de los recursos de los habitantes de las riberas del Peipus. A pesar de la escasa profundidad del lago, la fauna piscícola es abundante y los pescadores locales abastecen cada día, por ejemplo, el mercado de Tartu, transportando las capturas a contracorriente por el río Emajõgi, que desemboca junto a la localidad de Praaga (la cual es, a la vez, punto fronterizo y aduana lacustre). Los cartelitos manuscritos y las pizarras que anuncian Praaga kala (‘pescado de Praaga’) se repiten en los puestos de la sección de pescadería del Turg, el mercado viejo de Tartu.

No acabaron aquí las sorpresas del transeúnte. Junto al mirador de la Keskväljak había encontrado un cartelito con una flecha donde se leía Kallaste liivakivipaljand, y quiso ver qué era aquello. Descubrió entonces, a ras de una playa de guijarros, unas curiosas formaciones arenosas solidificadas, algunas de las cuales forman cuevas naturales en las paredes del pequeño acantilado sobre el que se asienta la población, en un promontorio plano. Abundan las inscripciones que dejan los visitantes en la superficie blanda de estas formaciones, pobladas por unos extraños arácnidos de patas larguísimas y por un tipo peculiar de musgo.
La mejor playa de Kallaste, al norte del núcleo habitado, es estrecha y poco atractiva, pero no faltan los bañistas veraniegos de agua dulce, que aprovechan las todavía escasas infraestructuras turísticas. Un poco más al norte está Mustvee, la población más importante de la orilla estonia del lago Peipus, dotada de instalaciones turísticas más modernas y confortables.

Hacia el sur, en cambio, a tan sólo siete kilómetros, camino de Tartu, encontramos el pueblo de Alatskivi, con su notable castillo neogótico, aunque es conocido sobre todo por ser el lugar de nacimiento de uno de los más importantes poetas estonios, Juhan Liiv (1864-1913). De ello, sin embargo, el transeúnte hablará en otro momento.
* Si se tienen en cuenta los espacios étnico-geográficos de la frontera estonio-rusa, las áreas de influencia de la zona superan a menudo los límites municipales; éste es un aspecto que queda bastante bien definido en el estudio “Las fronteras de Estonia como Estado miembro de la Unión Europea” (Cuadernos geográficos de la Universidad de Granada, n.º 35, 2004, pp. 117-142).
Fotografías, de arriba abajo:
- Una calle de Kallaste.
- El Ayuntamiento de Kallaste.
- El lago Peipus desde el mirador de la Keskväljak.
- La iglesia de los starets de Kallaste.
- El “cementerio marino” de Kallaste.
- Huertos en Kallaste.
- Las formaciones arenosas junto al lago Peipus.
- Bañistas en la playa de Kallaste.
© de las fotografías: Albert Lázaro-Tinaut.
Podéis clicar sobre las fotografías para ampliarlas.
Traducción del catalán: Carlos Vitale.