
Que los humanos somos tribales y recurrimos a nuestra visceralidad instintiva, incluso con el revestimiento, bastante superficial a veces, de esa pátina que denominamos cultura, la cual nos diferencia, juntamente con el uso de la palabra, de los demás animales, no es ninguna novedad. Que la inteligencia parece más desarrollada en los humanos que en la mayoría de las otras especies zoológicas, se ha considerado siempre una evidencia, pero los hechos parecen querer demostrar que no lo es tanto, que se hace un uso bastante restrictivo de ella, probablemente porque la mayoría de los bípedos vestidos no la ha desarrollado del todo y, por tanto, no es capaz de realizar tres funciones fundamentales: pensar, razonar y reflexionar.
Grecia fue la primera gran cuna de la civilización y la cultura occidentales, pero después de la decadencia del mundo helénico las cosas nunca han sido iguales en el más meridional de los países balcánicos. No quiero mencionar unos cuantos hechos histórico-políticos que han caracterizado aquel país en el último siglo, porque en muchos otros se han vivido situaciones similares y, sin duda, más vergonzosas. Quiero referirme únicamente a un acontecimiento reciente que desmerece la cultura y la civilización griegas y pone en entredicho la capacidad de sus estamentos de estar a la altura de las circunstancias, sobre todo teniendo en cuenta que Grecia es miembro de la Unión Europea y que eso obliga, al menos, a guardar las formas.
El 25 de marzo, los griegos celebran su fiesta nacional, el Día de la Independencia. Este año, como de costumbre, hubo una solemne parada militar al final de la cual actuó el coro de la marina, y entre otros himnos y canciones guerreras incluyó una, manifiestamente xenófoba, que ha irritado profundamente a los albaneses. El mundo ha cambiado, Europa ha cambiado, han cambiado profundamente las coyunturas. No había, pues, ninguna necesidad de desenterrar viejas canciones patrióticas como ésta, a menos que a alguien le conviniera actuar malintencionadamente.
El canto militar al que se refiere el transeúnte es uno que contiene estos versos (traducción aproximada): “Griego se nace, no se hace. Derramaremos tu sangre, cerdo albanés. // Será una carnicería, y después reivindicaré nuestra Iglesia hasta que la adoréis. // Los denominan skopiani*, los denominan albaneses. Coseré mis vestidos con su piel”.
Al transeúnte los griegos, como pueblo, le merecen un gran respeto; sin embargo, algunas autoridades del país, probablemente militares, no tienen en cuenta que viven en la Europa del siglo XXI, que la Albania de hoy tiene poco que ver con aquella Albania otomana a la cual se refiere la canción, y nada que ver con la Albania estalinista de Enver Hoxha. Parece que algunos estamentos de la Grecia “europea” deben recorrer todavía un largo camino para alcanzar la realidad de nuestros días y ser capaces de avergonzarse de actitudes xenófobas y provocadoras como ésta.

Al transeúnte le parece triste que las lecciones de los grandes pensadores griegos hayan sido olvidadas, precisamente, en las tierras donde nacieron. Le parece muy triste que Europa, en vez de avanzar hacia un acercamiento cordial entre los pueblos y las culturas, se aleje tanto de ese propósito, y que los fantasmas del pasado continúen manifestándose por las calles de la polis.
* Skopiani es, sobre todo, la denominación que dan los griegos a los macedonios (eslavos y albaneses). El nombre de la antigua república yugoslava de Macedonia está aún pendiente de decidir, precisamente, por la negativa del gobierno griego a reconocer el nombre Macedonia.
Créditos:
Fotografía de arriba: © AFSOUTH / NATO.
Fotografía de Ismail Kadare: © ÇdoDitë, Tetovë.
Traducción del catalán: Carlos Vitale.