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17 noviembre 2015

Ante el yihadismo y el terror del fundamentalismo político-religioso


El Daesh* (denominación que se da a sí mismo), o Estado Islámico, también conocido por la sigla en inglés ISIS (Islamic State of Iraq and Syria) está sembrando el terror no solamente en las zonas que controla, especialmente dentro de las fronteras de Irak y Siria, sino también más allá de éstas, como se ha demostrado en la tremenda masacre perpetrada en París el viernes 13 de noviembre.

Este transeúnte no entrará ahora en debates que podrían no tener fin. Desea más bien presentar un artículo del político y experto Mario Giro, que desde 2014 es subsecretario de Asuntos Exteriores del gobierno italiano.

Giro (Roma, 1958), miembro de la Comunidad de San Egidio, está implicado desde los años ochenta en el diálogo interreligioso, en concreto con el mundo islámico, en el que se ha especializado, y además de haber colaborado en varias tareas de desarrollo en África, en 1996 participó en las reuniones para resolver la crisis de Burundi, y aquel mismo año estuvo presente en las negociaciones del pacto para el futuro de Albania y tuvo un papel destacado en las difíciles conversaciones entre el presidente de Serbia, Slobodan Milošević, y el líder kosovar moderado Ibrahim Rugova para garantizar la enseñanza en lengua albanesa en las escuelas de aquella región, entonces serbia, que se independizaría unilateralmente en 2008 con el apoyo de los Estados Unidos. En 2006, además, participó en diversas misiones de mediación en el Sudán del Sur.

Distinguido en 2010, en París, con el Premio por la Paz Preventiva de la Fundación Chirac por su contribución al diálogo entre los pueblos en guerra de África y los Balcanes, Giro es, pues, una voz autorizada, por sus amplios conocimientos sobre el mundo musulmán, para opinar sobre el tema que nos ocupa. A este transeúnte le parece útil divulgar sus opiniones –aunque personalmente no comparta algunas de ellas– para conocer mejor el trasfondo de esa realidad trágica que nos ha conmovido muy recientemente porque ha supuesto un golpe tremendo para un “Occidente” que, como consecuencia de sus muchos y graves errores, ahora se siente más inseguro que nunca. He aquí, pues, la traducción de la parte más sustancial de su artículo titulado “Parigi: il branco di lupi, lo Stato Islamico e quello che possiamo fare”.
* Daesh (داعش) es el acrónimo árabe de ad-Dawlah al-Islamiyah fī 'l-Iraq wa-sh-Sham (Estado Islámico de Irak y Siria).


© de este mapa: Laura Canali / Limes


Algunas claves para entender la complejidad del islamismo en el Oriente Medio

Por Mario Giro

¿Estamos en guerra? La guerra, en efecto, existe, pero en principio no es la nuestra: es la que los musulmanes mantienen entre sí desde hace mucho tiempo. Estamos ante un enfrentamiento sanguinario entre concepciones radicalmente distintas del islamismo que se remonta a la década de 1980; un desafío en el que se entrelazan intereses hegemónicos encarnados por las distintas potencias musulmanas (Arabia Saudita, Turquía, Egipto, Irán, los países del Golfo, etc.) en el contexto de esa globalización que ha vuelto a agitar la historia.

Se trata de una guerra intraislámica sin cuartel que se combate en diversos frentes, en los que surgen continuamente monstruos nuevos, cada vez más terribles: desde el GIA argelino de los años noventa hasta al-Qaeda y el Daesh, pasando por la Yihad Islámica egipcia. El periodista Igor Man los llamaba “la peste de nuestro siglo”. En esta guerra nosotros, europeos y occidentales, no somos los protagonistas principales: es nuestro narcisismo el que nos lleva a pensar que estamos siempre en el centro de todo. Los auténticos protagonistas son otros.

Los atentados de París han tenido como objetivo aterrorizarnos, echarnos del Oriente Medio, que es lo que realmente se pretende. Se trata de una especie de “guerra de los Treinta Años islámica” en la que estamos implicados a causa de nuestra (antigua) presencia en aquella región y de nuestros intereses. La ideología del Daesh siempre ha sido muy clara en este sentido: crear un Estado allí donde los estados actuales fueron establecidos por extranjeros, por lo que son “impuros”.

El Daesh lucha por el poder usando el arma de la “religión verdadera”. Pretende consolidar la umma musulmana (la “casa del islam”, que incluye las comunidades musulmanas en el extranjero) como representación única y legítima del islamismo contemporáneo. Es lo que en el lenguaje islámico se denomina fitna: una escisión, un cisma en el mundo musulmán o, para entendernos, una guerra política “en la” religión, que manipula los signos de la ésta del mismo modo que los nazis usaban signos paganos mezclados con ficciones cristianas. El Daesh, como al-Qaeda, mata sobre todo a musulmanes y ataca a cualquiera que se entrometa en ese conflicto.

Al-Qaeda exigía que se eliminaran las bases estadounidenses de Arabia Saudita con la intención de apoderarse de aquel Estado (y también de Sudán y Afganistán, en connivencia con los talibán). Pero el Daesh aspira a más: conquistar “los corazones y las mentes” de la umma; exigir el fin de toda intervención occidental y rusa en Siria e Irak; crear un nuevo Estado donde existió un antiguo califato: Mesopotamia.

Desde el punto de vista geopolítico, sin embargo, se observa una novedad: mientras que al-Qaeda actuaba en unos estados que todavía eran relativamente fuertes, el Daesh se aprovecha de su fragilidad en el mundo líquido, donde resulta más fácil rebasar las fronteras. En síntesis: no existe un choque de civilizaciones sino que se produce, desde hace mucho tiempo, un choque dentro de una civilización.

A partir de esa realidad incontestable, a Occidente y a Rusia se les plantean dos problemas. El primero es externo, y se refiere a su presencia (política, económica y militar) en el Oriente Medio: la cuestión es si y cómo permanecer allí. El segundo es interno: cómo defender nuestras democracias, basadas en la convivencia entre personas de distintos orígenes, cuando los musulmanes residentes en ellas están de alguna manera comprometidos con una causa tan brutal. Cómo preservar nuestra civilización de las violentas turbulencias de esa otra civilización tan próxima. Si nos limitamos a pedir venganza sin haber entendido el contexto, implicándonos cada vez más en la contienda del Oriente Medio y utilizando el mismo lenguaje belicoso que los terroristas, echamos piedras sobre nuestro propio tejado.

Hay que reforzar más el uso de nuestros servicios de inteligencia y la coordinación entre cuerpos policiales, sobre todo en el ámbito de las colectividades inmigrantes de origen árabo-islámicas, que representan una importante fuente de recursos para el terrorismo islámico. A la vez, debe llamarnos la atención que los atentados se multipliquen a medida que el Estado Islámico pierde terreno en Siria.  Es necesario, además, mantener la serenidad en nuestro ámbito social, lo cual significa no ceder a los llamamientos al odio, pues escuchar a quienes piden venganza puede hacer que, por rencor, nuestras ciudades se conviertan en guetos enfrentados desde los que se difundiría, sin duda, la cultura del desprecio y la enemistad.

Sería propio de aprendices de brujo inconscientes prender fuego a nuestro clima social y provocar resentimientos. Eso sólo serviría para facilitar insensatamente el control de las comunidades islámicas occidentales a los terroristas, cediendo a su lógica del odio en nuestros propios países. 

Por otra parte, debemos establecer políticas comunes sobre la guerra de Siria, que es el crisol donde de configuran los terroristas. Imponer una tregua y negociar se ha convertido en una prioridad estratégica, porque solamente el final de aquel conflicto podrá ayudarnos. Añadir guerra a la guerra solamente puede producir efectos devastadorescomo proclama el papa Francisco con respecto a Siria. Hasta ahora hemos cometido muchos errores: Occidente ha actuado dividido, algunos gobiernos han entrado en acción, otros han optado por el silencio pero han proporcionado armas, y algunos se han mostrado vacilantes; nunca se ha hablado de forma consensuada, con una sola voz, a los estados vecinos de Siria e Irak.

Por último, hemos de ocuparnos urgentemente del resto de la región geopolítica mediterránea: Libia, que para Italia es prioritaria (allí, por lo menos, se ha frenado el conflicto bélico mediante el embargo de armas); el Yemen; la estabilización de Irak; la fragilidad del Líbano, de Egipto, de Túnez…

Aunque, en parte, todas esas crisis están relacionadas entre sí, hay que distinguir entre ellas. Al Daesh le sería muy útil reunirlas en un único conflicto de grandes proporciones (su propaganda es clara al respecto) para mostrarse más poderoso de lo que realmente es. Para evitarlo se necesitan alianzas muy sólidas con los Estados islámicos que consideramos moderados: sería una manera de evitarles caer en la trampa de yihadismo, que pretende llevarlos a su terreno. Cada conflicto, tanto en el Oriente Medio como en el Mediterráneo, requiere un tratamiento específico, y hay que esforzarse para hacer esa labor conjuntamente. En otras palabras: permanecer en el Oriente Medio requiere un compromiso político continuo y de largo alcance.

Es tarea prioritaria infiltrarse en la espiral de los foreign fighters [combatientes extranjeros] para acabar con sus redes de captación. No me sorprende en absoluto que entre quienes atentaron en París hubiera viejos conocidos de la policía francesa. Existen también filones residuales de los años noventa que no fueron aniquilados por completo y que se reactivan para apoyar a quienes consideran hegemónicos en su ámbito. Puede que haya combatientes extranjeros que regresen a sus países: se trata de entender la génesis del fenómeno.

Se ha hablado de “lobos solitarios”: ahora estamos en presencia de una manada. Un restaurante, un café, un estadio, una sala de conciertos…, no representan objetivos reales imaginables, señal de que quienes ejecutan esas acciones no necesitan un adiestramiento especial para hacerlo. Lo que sorprende es que dispongan de armas de guerra, que no son fáciles de conseguir en Francia. Combatir el fenómeno de los foreign fighters significa implicar a las comunidades islámicas, no empujarlas hacia la salida.

Y todo eso debe hacerse simultáneamente. Gritar que estamos en guerra sin saber en qué guerra, invocando irresponsables actos de venganza y reacciones armadas, hace que podamos caer fácilmente en la emboscada yihadista. Ahí es precisamente donde el Estado Islámico quiere llevarnos para poder acceder al islam europeo y, sobre todo, al de los países del sur de nuestro continente. Quieren dividir el terreno en dos bandos contrapuestos, jugando con el hecho, que dan por descontado, de que los musulmanes acabarán poniéndose de su parte. Por esta razón, la propaganda del Daesh (como antes la de al-Qaeda) parece dirigida a Occidente, pero en realidad le está hablando a la umma islámica para que reaccione.  

Contener y parar la guerra de Siria es el único modo de drenar el lago terrorista. La operación será larga y compleja, habrá más atentados, pero es el único camino que, a la larga, servirá para alcanzar el objetivo. Se trata (y no es fácil) de hacer que dialoguen enemigos acérrimos, de ceder asientos en las mesas de negociación a gente que no nos gusta (Assad y los suyos) o a formaciones rebeldes ambiguas; pero es el único modo. Ir a Siria por separado, en cambio, es complacer a la Daesh y facilitar sus estrategias: un Occidente y una Rusia divididos en todos los frentes favorecen a quienes están creando un “Estado” alternativo: lo que digo no es más que repetir una vieja lección de historia.

¿Conviene, pues, una operación militar europea directa, boots on the ground [botas sobre el terreno]? Me parece que no, al menos por ahora, pues podría conducir a la derrota. Lo que se necesita, y con urgencia, es que los rebeldes sirios y las milicias de Assad, con sus respectivos aliados, entiendan que existe un enemigo común, se sienten y hablen. El Estado Islámico se presenta muy hábilmente a la umma como una opción “distinta”, sin alianzas con nadie, patriótico, anticolonialista, no global ni envenenado por intereses extranjeros, y puramente islámico, duro pero nacional (en el sentido que tienen, para el islam político, patria y nación). Si se actuara así se pondría en peligro la supervivencia de todos: de Occidente, de Rusia, de Assad, de los rebeldes, de los kurdos y de las otras minorías. Los únicos que parecen haberlo entendido son los kurdos, para quienes hay un único enemigo común surgido del vacío de poder. Las negociaciones deben partir de estas premisas, y en ellas han de participar también los rusos y los iraníes.

El objetivo mínimo es una tregua inmediata; el máximo, un pacto para el futuro de Siria. Sólo si se cumplen estas condiciones se podrá emprender una operación internacional terrestre que intente estabilizar el país y poner al Daesch de espaldas contra la pared. Sólo así podrá desvelarse qué es realmente el Estado Islámico: un hatajo de ex militares iraquíes y de fanáticos yihadistas procedentes del pasado que se han estado aprovechando de nuestra división.

Claro que se puede optar por otra solución; despreocuparse de todo y retirarse, irse del Oriente Medio, renunciar a todos los intereses y abandonar a los países del sur a su dramático destino. Hay quien lo piensa, hay quien lo propone. Si Occidente abandonara el Oriente Medio, probablemente se detendrían los atentados en Europa pero, en contrapartida, aumentaría el número de víctimas en aquella región. De hacerlo, permitiríamos que el lago yihadista se convirtiera en un mar, lo cual no es una opción.

Traducción del italiano y adaptación: Albert Lázaro-Tinaut


(Esta es una versión reducida del artículo de Mario Giro “Parigi: il branco di lupi, lo Stato Islamico e quello che possiamo fare”, publicado en Limes, Rivista italiana di geopolitica, el 14 de noviembre de 2015.)

07 octubre 2015

[Marginalia] El drama en infinitos actos de los refugiados del Próximo y Medio Oriente

De este modo suelen llegar los migrantes a la isla griega de Lesbos 
en busca de refugio. Al fondo, la costa turca.
(Foto © Picture Alliance / Scanpix Denma)



La guerra que asola, sobre todo, Afganistán, Pakistán, Irak, Yemen y Siria en esta segunda década del siglo XXI ha provocado una de las migraciones más imponentes y dramáticas de la historia reciente de Europa. Nos enteramos por informaciones, a menudo sesgadas, de los medios de comunicación. Nos duelen algunas imágenes, algunas crónicas, algunos relatos, pero en realidad sabemos bastante poco de la atroz realidad: la magnitud del drama es inconmensurable.

Millones de habitantes de aquellos países –a los que se han unido muchos africanos– han abandonado sus casas, sus pertenencias e incluso a algunos de sus familiares para buscar refugio en países vecinos, como el Líbano o Jordania, que se han prestado a acogerlos (provisionalmente) en campos habilitados a toda prisa, en condiciones casi siempre precarias. Y centenares de miles de ellos han llegado a Europa con la engañosa esperanza de ser tratados humanitariamente. 

Sin embargo, nuestra vieja y decadente Europa ha olvidado que de ella, en los dos últimos siglos, salieron millones de emigrantes huyendo de la miseria, las persecuciones y las guerras hacia América y Australia, donde pudieron rehacer sus vidas. Algunos países europeos han demostrado su absoluta falta de solidaridad e incluso han levantado barreras para impedir el paso de los fugitivos (el caso más aberrante es el de Hungría). Otros se mantienen en un silencio cómplice. Muy pocos han ofrecido asilo (aunque selectivo) a una pequeña parte de esa inmensa masa de desesperados.


Muchos refugiados consiguieron cruzar las alambradas tendidas 
a lo largo de la frontera entre Serbia y Hungría para poder 
avanzar hacia otros países europeos.
(Fuente: Sputnik France)


A esos seres humanos, muchos de los cuales jamás regresarán a sus países de origen (¿cuántos han dejado sus vidas por el camino?), habría que añadir los que cruzan el Mediterráneo desde el norte de África, pero ese es otro capítulo del infinito drama humanitario.

Ahora que esa calamidad empieza a pasar a segundo plano informativo, el transeúnte, a modo de denuncia, ofrece uno de los muchos testimonios que se han ido recogiendo en los últimos meses: la mayor parte de ellos no ha hallado hueco en los medios de comunicación convencionales, que tratan de ocultar la desvergüenza de los gobiernos y las instituciones de la Unión Europea, aunque, como afortunadamente suele ocurrir en estas situaciones, en casi todos los países la población civil ha sabido estar a la altura de las circunstancias demostrando su generosidad y solidaridad.



Testimonio de una voluntaria francesa de Médicos del Mundo

Por Marjorie Boyet

A su regreso de Lesbos, donde ha trabajado durante cinco semanas para la ONG Médicos del Mundo atendiendo a refugiados procedentes de las costas turcas, la cardióloga francesa Brigitte Maître relata los sufrimientos de que ha sido testigo directo y pone en guardia sobre las “discriminaciones” entre migrantes en busca de refugio.

La doctora Brigitte Maître.
(Fuente: Mâcon Infos)

El pasado 3 de agosto la doctora Brigitte Maître viajó a la isla griega de Lesbos. En el “campo de recepción” de Moria, dice, fueron agrupados “entre 700 y 800” refugiados afganos, mientras que alrededor de aquel centro se hallaban concentrados “unos 2000 o 3000” más. Los sirios fueron reagrupados en la localidad de Kara Tepe.

El Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) calcula que alrededor de 20.000 candidatos al exilio se encuentran actualmente en Lesbos. Los equipos de Médicos del Mundo atienden diariamente a 500 refugiados, según esta cardióloga francesa. Entre los sirios ha encontrado a “heridos de guerra, víctimas de estallidos de obuses, con horribles llagas infectadas”. “Vi a una familia afectada por armas químicas y otras cosas que jamás hubiera imaginado”, explica esta doctora sexagenaria, veterana de otras misiones humanitarias en África y el Próximo Oriente.


Aspecto del campo de refugiados de Moria.
(Foto © Tasos Markou / Demotix)


La aventura de cruzar el mar desde Turquía deja “grandes moratones y llagas producidas por el roce contra las rocas, y quemaduras de primer y segundo grado a causa de la exposición al sol, especialmente en niños. En la última semana, cinco personas murieron ahogadas”, añade la facultativa. “Cuando llegan a las costas griegas, los refugiados tratan de continuar viaje hacia Alemania, Suecia, Bélgica, Dinamarca o el Reino Unido, pero son pocos los que eligen Francia como destino final.”

“La igualdad de oportunidades brilla por su ausencia. Los sirios consiguen sus papeles en un máximo de cinco días. Para los demás, la espera puede ser de dos o tres semanas, ya que el gobierno griego ha establecido prioridades”, dice, y advierte contra el peligro de discriminación entre los refugiados.

“¿Por qué todo el mundo prefiere a los sirios? No puedo decirlo, porque apenas he estado cinco semanas con ellos: son gente como nosotros, he encontrado a abogados, médicos, dentistas, personas con estudios que en muchos casos disponen de dinero; además, llegan después de un recorrido breve y sus condiciones físicas no están tan mermadas”, añade la voluntaria de la ONG.


El cuidado campo de refugiados de Kara Tepe, 
donde están acogidos los refugiados sirios.
(Foto © Daniel Elkan / IRIN)

Por el contrario, la situación de los otros refugiados, como “los afganos, que ya han sufrido cuatro meses de humillaciones antes de llegar allí, cuya cultura está más alejada de la nuestra”, se agrava durante su estancia en Lesbos. Según la doctora Maître “desarrollan la enfermedad del hambre u otros males epidémicos, y van a continuar su ruta hacia el norte de Europa muy debilitados”.

“Teóricamente, todos los refugiados gozan de igualdad de oportunidades a la hora de solicitar asilo”, continúa. Según ella, la organización en la isla de Lesbos se puede considerar bastante buena, y pone como ejemplo la ciudad de Mitilene, donde “la solidaridad ha sido ejemplar, prueba de que cuando la gente se organiza bien todo funciona”. Allí, el alcalde ha movilizado a los servicios públicos, pero también a los ciudadanos, y ha colaborado en la instalación del hospital de la ONG.


El campamento instalado en el puerto de Mitilene 
a instancias del alcalde, Spyros Galinos.
(Fuente: ekathimerini.com)


“Los propios griegos preparan diariamente un millar de raciones de comida y las distribuyen entre los dos principales centros de acogida de la isla"; además proporcionan ropa y productos higiénicos. Pero la doctora teme que “la gran oleada” de migrantes no cesará al menos hasta mediados de octubre, ya que los “pasadores” incitan continuamente a los candidatos al exilio para que se aventuren antes de que empeore el estado del mar.


Este testimonio fue publicado por la agencia France Press (AFP) el 11 de septiembre de 2015. Ha sido traducido y adaptado por Albert Lázaro-Tinaut.

08 septiembre 2014

De los desastres de la guerra: “El general Pitiminí” y unos retazos de memoria histórica


Como decía este transeúnte en el post introductorio a la serie de textos que hoy inicia, las guerras no concluyen con el fin los enfrentamientos armados, sino que prosiguen durante las posguerras. De la posguerra civil española trata esta entrada.

Portada del primer número 
del semanario ¡Hola! (1944).

El 8 septiembre de 1944, hace hoy exactamente setenta años, se publicó en Barcelona el primer número del “semanario de amenidades” ¡HOLA!, revista pionera –pese al antecedente que supuso la “frívola” Blanco y Negro (1891-2002), que desde 1988 se convirtió en suplemento semanal del diario ABC– de lo que se denominaría “prensa del corazón” (o "prensa rosa"). Sus fundadores anunciaron que aquella nueva revista recogería “la espuma de la vida”. Sucia y ensangrentada espuma, sin duda, la de aquella época.

Cinco días antes había muerto el arzobispo de Burgos, Manuel de Castro Alonso, quien el 1 de octubre de 1936 bendijo en aquella ciudad la proclamación de Franco como “Caudillo de España por la gracia de Dios”. Las prisiones estaban repletas de presos políticos y las cunetas de muchas carreteras guardaban (y guardan aún) los restos de miles de represaliados asesinados durante la guerra y la primera década de la posguerra.

El arzobispo Castro Alonso ante Franco y otros jerarcas golpistas 
durante un acto de homenaje de Falange Española y de la Iglesia 
católica al “Generalísimo” en Burgos (1 de octubre de 1938).

Dos años y medio antes había terminado en la prisión de Alicante el infierno vital del poeta Miguel Hernández, “arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz”, como lo definió Pablo Neruda.

Siempre es buena la ocasión de recordar al poeta y a otros que perdieron la vida por mantenerse fieles a la legalidad democrática, aplastada por un golpe de Estado militar en 1936. Aunque sea aludiendo a “acontecimientos” que sólo en parte tuvieron que ver con ellos. Hay un largo poema poco difundido atribuido Hernández (y es muy probable que lo escribiera él, por su estilo inconfundible y también porque se decidió incluirlo en su Obra Completa*). Poco lírico, cierto, pero sí muy contundente, donde descarga mucha rabia contenida. Además del poema, se atribuye falsamente a Miguel Hernández la autoría de la caricatura que encabeza esta entrada.

Miguel Hernández leyendo poemas suyos 
en la radio durante la guerra civil, antes 
de ser detenido en 1939 y encarcelado.

Quizá este revoltillo de noticias posbélicas sirva para remover una vez más –es necesario persistir en la tarea– el laberinto de la memoria histórica en España, y para recordarnos que hubo una generación que no sólo “disfrutó” de la espuma de la vida (es decir, de los asuntos inherentes a un mundo exclusivo muy alejado de la verdadera realidad del país, aunque incluyera pinceladas de popularidad más o menos folklórica), sino que además tuvo que vivir de rodillas.


El general Pitiminí

Tu famosa, tu mínima impotencia,
desparramar intento
sin detener el paso ni un instante.
Para lo tal, me apeo en mi paciencia,
pulso un acordeón llorón de viento
y socarrón de voz, y ya es bastante.


Tu cornicabreada decrepitud purgante
exige estos reparos de escritura,
y con ellos ayudo a someterte,
no al manicomio al tonticomio oscuro
que tu idiotez sin mezcla de locura,
pide hasta que la muerte
venga a sacar tu vida de este apuro.

Llevas el corazón con cuello duro,
residuo de una momia milenaria
concurso de idiotas,
que necesita la alabanza diaria
y descosido en la alabanza explotas.

Cocodrilito pequeñito, ñito,
lagartija de astucia,
mezquina subterránea, con el rabo marchito,
y la mirada alcantarilla sucia.

Tarántula diabética y escuálida,
forúnculo político y gramático,
republico de triste mierda inválida,
oráculo, sarcófago enigmático.

Demócrata de dientes para fuera,
altares solicita tu zapato.
No hagas más reflexiones de topo y madriguera
en tu conejeril rincón de mentecato.

Humo soberbio, sapo que te hinches
cuando oyes un piropo:
disuélvete en berrinches
resuélvete, desaparece, topo.

España no precisa
tu vaciedad de calabaza neta,
tu mezquindad que duele y que da risa,
tu vejez inconcreta,
venenosa, indecisa.

No te toca la sangre de los trabajadores,
sus muertes no salpican tu chaleco,
no te duelen sus ansias, ni su lucha,
tu tiniebla trafica con sus puros fulgores
su clamor no halla en ti ni voz, ni eco,
tu vanidad tu mismo ruido escucha
como un sótano seco.

Hay ojos que derraman raíces amorosas.
Sobre tus ojos tienes
uñas que a hacerse dueñas de las cosas
avanzan por tus sienes.

Necesitan incienso e incensario
tu secundaria vida,
tu corazón de espino secundario,
tu soberbia de zarza consumida.

Sobre tu pedestal o tu peana,
monumento de oficio,
cuando su salvación está cercana
quieres llevar un pueblo al precipicio.

Te rebuznó en el parto tu madre, y más valiera
a España que jamás te rebuznara
con esa cara de escobilla fiera,
de vieja zorra avara.

No llevarás mi pueblo al precipicio,
dictador fracasado, rey confuso,
y caerás por la punta de una bota
sobre tus flacos días puesta en uso.


                                (Valencia, 28 de febrero de 1937)


Adoctrinamiento falangista después de la guerra civil española.


* Miguel Hernández: Obra Completa. Edición a cargo de Agustín Sánchez Vidal y José Carlos Rovira. Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1992, páginas 668-670. 
(Cfr. www.sbhac.net/Republica/Relatos/Pitimini.htm)

13 agosto 2014

De los desastres de la guerra

Uno de los 82 grabados de la serie Los desastres de la guerra
de Francisco de Goya, realizados entre 1810 y 1815 y editados 
por primera vez en 1863.

El transeúnte pretende ir publicando en esta bitácora una serie de entradas con textos en los que se narren, con mayor o menor crudeza, las atrocidades las guerras, que es quizá donde los seres humanos mejor demuestran aquello de que “el hombre es un lobo para el hombre”, expresión que utilizó por primera vez el comediógrafo latino Plauto dos siglos antes de nuestra era [1]. Se valdrá para ello tanto de lo que los historiadores denominan fuentes primarias (relatos de primera mano escritos por protagonistas u observadores in situ) como fuentes secundarias (las de los propios historiadores, periodistas u otros autores que, sin haber sido testigos de los acontecimientos, hayan investigado sobre ellos).

Prisioneros de un campo de concentración soviético 
sometidos a trabajos forzados por el régimen estalinista 
después de la segunda guerra mundial.

Las guerras han sido un contiuum en la historia de la humanidad desde los tiempos más remotos, hasta el punto de que resultaría muy difícil, si no imposible, encontrar en el mundo auténticos períodos de paz global, por breves que fueran. Las guerras, además, no concluyen con el fin de los enfrentamientos armados, sino que prosiguen durante las posguerras: venganzas, vejaciones, juicios sumarios, ejecuciones, encarcelamientos, reclusión en campos de concentración o reeducación, trabajos forzados a los que se solía (y se suele) someter a los denominados “presos políticos”, es decir, a los perdedores, deportaciones, etc. A veces, incluso, las posguerras no son más que treguas entre dos conflictos (podría considerarse así el período entre las dos guerras mundiales, durante el que Alemania e Italia estuvieron planeando resarcirse de su derrota en la primera, utilizando la guerra civil española para la experimentación de nuevos armamentos). 

Presos políticos españoles formando en el patio 
del penal de Ocaña en 1952.
(Foto © Jaime Pato)

En la España de los últimos dos siglos (por no retroceder más en la historia) tenemos buenas pruebas de crueles posguerras, entre ellas los años que siguieron al “fin” de la guerra civil (1939): los triunfalistas "XXV Años de Paz" que proclamó a los cuatro vientos la propaganda del régimen franquista en 1964 ocultaban deliberadamente las atrocidades cometidas tras la victoria de las “tropas nacionales” (los sublevados contra la República en 1936): miles de prisioneros hacinados en cárceles infectas, en condiciones atroces, donde morían hombres y mujeres en condiciones infrahumanas (una de esas víctimas fue, precisamente, el poeta Miguel Hernández, en 1942); presos sin sueldo y con alimentación muy deficiente obligados a trabajar durante larguísimas jornadas en obras públicas (el Valle de los Caídos fue construido, en gran parte, por presos políticos); juicios sin defensa y ejecuciones sumarias, entre otras la del expresidente de la Generalitat de Catalunya Lluís Companys, refugiado en Francia, detenido por la Gestapo durante la ocupación alemana y entregado a las autoridades del régimen; extraños “accidentes fortuitos” en las comisarías de policía, donde se torturaba, y “suicidios de detenidos” que supuestamente se arrojaban por las ventanas de los edificios policiales… Añádase a eso la lucha del maquis, la guerrilla antifranquista que continuó combatiendo en los montes hasta mediados de la década de 1960, y consiguió incluso invadir el Valle de Aran en 1944 y establecer allí un muy efímero régimen republicano. Podrían añadirse muchos otros desmanes, además de una fuerte represión.

Hasta el 11 de septiembre de 1945, 
el saludo fascista “a la romana” 
fue obligatorio, impuesto por Falange 
Española, en todo el territorio español.

Jorge Semprún dijo hace unos años en una entrevista [2] que "la guerra es la ocasión histórica masiva de hacer el mal y justificarlo”. El escritor austriaco Karl Kraus afirmó, con su especial vena satírica, que “las guerras empiezan porque los diplomáticos mienten a los periodistas y luego se creen lo que leen”. Y el poeta francés Paul Valéry escribió, muy juiciosamente, que “la guerra es una masacre entre gentes que no se conocen para provecho de gentes que sí se conocen pero no se masacran”.

Sobre la guerra se ha escrito y teorizado mucho, y sobre las guerras, más. En este sentido tiene plena vigencia la aseveración de que la historia que explican los vencedores es la que luego se divulga a través de las escuelas y la propaganda, de modo que esa evidente parcialidad se acaba convirtiendo, para la mayoría de la población de un país, en la única verdad (la verdad “oficial”).

Un cruento episodio de la guerra civil estadounidense (1861-1865).

Un clásico en la materia, el militar prusiano de principios del siglo XIX Carl von Clausewitz, dice en su ensayo De la guerra [3], sin cortarse un pelo, que la guerra es “la continuación de la política por otros medios”. Por aquella misma época, el político saboyano Joseph de Maistre, con un refinamiento atroz, afirmaba en un libro titulado Las veladas de San Petersburgo [4] que “la guerra es divina en la gloria misteriosa que la rodea y en el atractivo no menos explicable que nos lleva hacia ella. La guerra es divina por la manera como se produce independientemente de la voluntad de los que luchan. La guerra es divina en sus resultados, que escapan absolutamente a la razón”. El tiempo, evidentemente, da la razón al primero y hace que nos riamos del segundo. Y dejaremos aquí las citas, que podrían ser innumerables.

La batalla de Isandhlwana (1879), durante la guerra anglo-zulú 
en la colonia británica de Natal (Sudáfrica), una de las muchas 
guerras coloniales que tuvieron lugar entre los siglos XIX y XX. 
(Pintura de Charles Edwin Fripp)

Las guerras suelen calificarse: mundiales, civiles, religiosas o de religión, santas, expansionistas, de conquista, de unificación nacional, de liberación, de independencia, de sucesión dinástica, de castigo, preventivas, coloniales, poscoloniales, de secesión, de posiciones (o de trincheras), relámpago, nucleares…, y pueden ser también sucias, campales, sin cuartel, frías, sordas, psicológicas, sociales, electrónicas, y hasta galanas, totales, económicas, financieras, comerciales, de precios, de nervios, espaciales, de las galaxias, etc. Sin embargo, hay hermosas guerras literarias donde la violencia es sutil,  bastante inocente y hasta entrañable, como por ejemplo la que se narra en la novela La guerra de los botones, del escritor francés Louis Pergaud

Hay guerras mitológicas (como la de Troya, que tan bien detalla Homero en la Ilíada, desencadenada por la disputa de una mujer, Helena). También hay conflictos armados ridículos o inverosímiles, como la guerra del Fútbol, que enfrentó a El Salvador y Honduras en julio de 1969. Y enfrentamientos eternos en el Próximo Oriente… que se repiten desde hace 5000 años.

El rapto de Helena por Paris 
(pintura de David Hamilton, 1784), 
desencadenante, según Homero, 
de la guerra de Troya.

Entre los textos que se publiquen en esta bitácora habrá versiones que el lector deberá considerar si responden a la realidad, si han sido falseadas o si pertenecen al ámbito de la ficción, según la personalidad de cada autor (sobre quien el transeúnte dará los datos básicos) o su sentido común. La pretensión, en cualquier caso, es invitar a la reflexión a partir de las informaciones que se reciben todos los días, a través de los medios de comunicación, de conflictos bélicos (casi siempre manipuladas y partidistas) y las fuentes que las han transmitido, sometidas, como es bien sabido, a poderosos intereses políticos, ideológicos o económicos.

El transeúnte (que no es, ni mucho menos, un especialista en el tema, pero desea saber más investigando y debatiendo) es consciente de que toca un tema delicado y polémico, por lo que le gustaría que a partir de sus entradas los lectores expresaran sus opiniones para que se estableciera un debate. Difícilmente de ese debate se podrán sacar conclusiones, pero podría resultar enriquecedor poner sobre la mesa distintos puntos de vista, si se expresan con espíritu constructivo. Y, que quede claro, se prescindirá de posiciones ideológicas al elegir a los autores de los textos.




[1] Titvs Maccivs Plautvs:
Asinaria, II, 4, 88.
[2] M. José Diaz de Tuesta: "Jorge Semprún, escritor: 'El hombre sólo puede asimilar la esencia del mal a través de la ficción'", en El País, Madrid, 6 de mayo de 2003, p. 38.
[3] Carl von Klausewitz: Vom Kriege (1832-1834). Versión española: De la guerra. Traducción de Carlos Fortea Gil. La Esfera de los Libros, Madrid, 2005.
[4] Joseph de Maistre: Les Soirées de Saint-Pétersbourg ou Entretiens sur le gouvernement temporel de la Providence (1821). Versión española: Las veladas de San Petersburgo o Convenciones sobre el gobierno temporal de la Providencia. Traducción de Luis Blanco Vila. Editorial Torre de Goyanes, Madrid, 2001.


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