Uno de los 82 grabados de la serie Los desastres de la guerra,
de Francisco de Goya, realizados entre 1810 y 1815 y editados
por primera vez en 1863.
El transeúnte pretende ir publicando en esta bitácora una
serie de entradas con textos en los que se narren, con mayor o menor crudeza,
las atrocidades las guerras, que es quizá donde los seres humanos mejor
demuestran aquello de que “el hombre es un lobo para el hombre”, expresión que
utilizó por primera vez el comediógrafo latino Plauto dos siglos antes de
nuestra era [1]. Se valdrá para ello tanto de lo que los historiadores
denominan fuentes primarias (relatos de primera mano escritos por protagonistas
u observadores in situ) como fuentes
secundarias (las de los propios historiadores, periodistas u otros autores que,
sin haber sido testigos de los acontecimientos, hayan investigado sobre ellos).
Prisioneros de un campo de concentración soviético
sometidos a trabajos forzados por el régimen estalinista
después de la segunda guerra mundial.
Las guerras han sido un contiuum en la historia de la humanidad desde los tiempos más
remotos, hasta el punto de que resultaría muy difícil, si no imposible,
encontrar en el mundo auténticos períodos de paz global, por breves que fueran.
Las guerras, además, no concluyen con el fin de los enfrentamientos armados,
sino que prosiguen durante las posguerras: venganzas, vejaciones, juicios
sumarios, ejecuciones, encarcelamientos, reclusión en campos de concentración o
reeducación, trabajos forzados a los que se solía (y se suele) someter a los
denominados “presos políticos”, es decir, a los perdedores, deportaciones, etc.
A veces, incluso, las posguerras no son más que treguas entre dos conflictos
(podría considerarse así el período entre las dos guerras mundiales, durante el
que Alemania e Italia estuvieron planeando resarcirse de su derrota en la
primera, utilizando la guerra civil española para la experimentación de
nuevos armamentos).
Presos políticos españoles formando en el patio
del penal de Ocaña en 1952.
(Foto © Jaime Pato)
En la España de los últimos dos siglos (por no
retroceder más en la historia) tenemos buenas pruebas de crueles posguerras,
entre ellas los años que siguieron al “fin” de la guerra civil (1939): los
triunfalistas "XXV Años de Paz" que proclamó a los cuatro vientos la propaganda
del régimen franquista en 1964 ocultaban deliberadamente las atrocidades
cometidas tras la victoria de las “tropas nacionales” (los sublevados contra la
República en 1936): miles de prisioneros hacinados en cárceles infectas, en
condiciones atroces, donde morían hombres y mujeres en condiciones infrahumanas
(una de esas víctimas fue, precisamente, el poeta Miguel Hernández, en 1942);
presos sin sueldo y con alimentación muy deficiente obligados a trabajar
durante larguísimas jornadas en obras públicas (el Valle de los
Caídos fue construido, en gran parte, por presos políticos); juicios sin
defensa y ejecuciones sumarias, entre otras la del expresidente de la
Generalitat de Catalunya Lluís Companys, refugiado en Francia, detenido por la
Gestapo durante la ocupación alemana y entregado a las autoridades del régimen;
extraños “accidentes fortuitos” en las comisarías de policía, donde se
torturaba, y “suicidios de detenidos” que supuestamente se arrojaban por las
ventanas de los edificios policiales… Añádase a eso la lucha del maquis, la
guerrilla antifranquista que continuó combatiendo en los montes hasta mediados
de la década de 1960, y consiguió incluso invadir el Valle
de Aran en 1944 y establecer allí un muy efímero régimen
republicano. Podrían añadirse muchos otros desmanes, además de una fuerte
represión.
Hasta el 11 de septiembre de 1945,
el saludo fascista “a la romana”
fue obligatorio, impuesto por Falange
Española, en todo el territorio español.
Jorge Semprún dijo hace unos años en una entrevista [2] que "la guerra es la ocasión histórica masiva de hacer el
mal y justificarlo”. El escritor austriaco Karl Kraus afirmó, con su especial vena satírica, que “las guerras empiezan porque los
diplomáticos mienten a los periodistas y luego se creen lo que leen”. Y el
poeta francés Paul
Valéry escribió, muy juiciosamente, que “la guerra es una masacre entre gentes
que no se conocen para provecho de gentes que sí se conocen pero no se
masacran”.
Sobre la guerra se ha escrito y teorizado mucho, y
sobre las guerras, más. En este sentido tiene plena vigencia la aseveración de
que la historia que explican los vencedores es la que luego se divulga a través
de las escuelas y la propaganda, de modo que esa evidente parcialidad se acaba convirtiendo,
para la mayoría de la población de un país, en la única verdad (la verdad
“oficial”).
Un cruento episodio de la guerra civil estadounidense (1861-1865).
Un clásico en la materia, el militar prusiano de
principios del siglo XIX Carl von
Clausewitz, dice en su ensayo De la guerra [3], sin
cortarse un pelo, que la guerra es “la continuación de la política por otros
medios”. Por aquella misma época, el político saboyano Joseph de Maistre, con un
refinamiento atroz, afirmaba en un libro titulado Las veladas de San Petersburgo [4] que “la guerra es divina en la
gloria misteriosa que la rodea y en el atractivo no menos explicable que nos
lleva hacia ella. La guerra es divina por la manera como se produce
independientemente de la voluntad de los que luchan. La guerra es divina en sus
resultados, que escapan absolutamente a la razón”. El tiempo, evidentemente, da
la razón al primero y hace que nos riamos del segundo. Y dejaremos aquí las
citas, que podrían ser innumerables.
La batalla de Isandhlwana (1879), durante la guerra anglo-zulú
en la colonia británica de Natal (Sudáfrica), una de las muchas
guerras coloniales que tuvieron lugar entre los siglos XIX y XX.
(Pintura de Charles Edwin Fripp)
Las guerras suelen calificarse: mundiales, civiles, religiosas o
de religión, santas, expansionistas, de conquista, de unificación nacional, de liberación,
de independencia, de sucesión dinástica, de castigo, preventivas, coloniales,
poscoloniales, de secesión, de posiciones (o de trincheras), relámpago, nucleares…,
y pueden ser también sucias, campales, sin cuartel, frías, sordas, psicológicas,
sociales, electrónicas, y hasta galanas, totales, económicas, financieras, comerciales,
de precios, de nervios, espaciales, de las galaxias, etc. Sin embargo, hay
hermosas guerras literarias donde la violencia es sutil, bastante inocente y hasta entrañable, como
por ejemplo la que se narra en la novela La
guerra de los botones, del escritor francés Louis Pergaud.
Hay guerras mitológicas (como la de Troya, que tan
bien detalla Homero en la Ilíada,
desencadenada por la disputa de una mujer, Helena). También hay conflictos armados
ridículos o inverosímiles, como la guerra del Fútbol, que
enfrentó a El Salvador y Honduras en julio de 1969. Y enfrentamientos eternos
en el Próximo Oriente… que se repiten desde hace 5000 años.
El rapto de Helena por Paris
(pintura de David Hamilton, 1784),
desencadenante, según Homero,
de la guerra de Troya.
Entre los textos que se publiquen en esta bitácora habrá
versiones que el lector deberá considerar si responden a la realidad, si han sido
falseadas o si pertenecen al ámbito de la ficción, según la personalidad de cada autor (sobre quien el transeúnte dará los datos básicos) o su sentido
común. La pretensión, en cualquier caso, es invitar a la reflexión a partir de
las informaciones que se reciben todos los días, a través de los medios de
comunicación, de conflictos bélicos (casi siempre manipuladas y partidistas) y
las fuentes que las han transmitido, sometidas, como es bien sabido, a
poderosos intereses políticos, ideológicos o económicos.
El transeúnte (que no es, ni mucho menos, un
especialista en el tema, pero desea saber más investigando y debatiendo) es
consciente de que toca un tema delicado y polémico, por lo que le gustaría que
a partir de sus entradas los lectores expresaran sus opiniones para que se
estableciera un debate. Difícilmente de ese debate se podrán sacar
conclusiones, pero podría resultar enriquecedor poner sobre la mesa distintos
puntos de vista, si se expresan con espíritu constructivo. Y, que quede claro, se
prescindirá de posiciones ideológicas al elegir a los autores de los textos.
[1] Titvs Maccivs Plautvs: Asinaria, II, 4, 88.
[2] M. José Diaz de Tuesta: "Jorge Semprún, escritor: 'El hombre sólo puede asimilar la esencia del mal a través de la ficción'", en El País, Madrid, 6 de mayo de 2003, p. 38.
[3] Carl von Klausewitz: Vom Kriege (1832-1834). Versión española: De la guerra.
Traducción de Carlos Fortea Gil. La Esfera de los Libros, Madrid, 2005.
[4] Joseph de Maistre: Les Soirées de Saint-Pétersbourg ou Entretiens sur le
gouvernement temporel de la Providence (1821). Versión española: Las
veladas de San Petersburgo o Convenciones sobre el gobierno temporal de la
Providencia. Traducción de Luis Blanco Vila. Editorial Torre de Goyanes,
Madrid, 2001.
Clicad sobre las imágenes para ampliarlas.
2 comentarios:
Que gran verdad la de Plauto cuando dice que el hombre es un lobo para el propio hombre, así los intereses políticos, económicos, religiosos, ideológicos etc.etc. hacen crear ese lobo feroz que es la guerra para destruirnos entre nosotros mismos y además en aras de la libertad y la verdad que ellos imponen en cada una de ellas....y que pasa con la palabra, porque no podemos utilizarla como arma incruenta ante tantas desavenencias personales....que poco vale una vida cuando los intereses personales del gran capital toma como bandera las verdades ideológicas de unas doctrinas xenòfabas.
Como siempre un aplauso por tus grandes publicaciones que nos hacen remover nuestras conciencias y reflexionar....falta no hace.
un abrazo
fus
Gracias, fus.
Me ha parecido oportuno abrir una reflexión sobre la guerra y las guerras porque parece que hoy, cuando vemos imágenes tan cruentas y nos damos más cuenta que nunca de que el mundo está convulsionado, a mucha gente le parece estar viendo películas y no escenas de la realidad. Aunque la guerra es un fenómeno antiquísimo (para muchos "hacer la guerra" era un oficio como otro), conviene que la gente (o al menos las personas que lean mis textos) se pare un momento a pensar precisamente lo que tú dices: que una vida humana vale muy poco en algunos lugares del mundo (y hasta que la muerte puede ser una forma de liberación para gentes muy maltratadas). Los puntos de vista son muchos y muy distintos.
Un abrazo agradecido.
Albert
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