
En el otoño de 2008, el transeúnte recorrió durante unos cuantos días las maltratadas tierras de Bosnia-Herzegovina, empujado por los dolorosos recuerdos de las imágenes de una guerra que se había desencadenado pocos años antes en medio de Europa, en el corazón de los Balcanes, a una distancia relativamente pequeña de su casa; y quedó cautivado por los paisajes, las ciudades y, sobre todo, la gente que allí encontró. Con las heridas de aquella guerra aún mal cerradas y las cicatrices visibles por doquier, se movió un poco al azar por el territorio de un país casi inexistente, que le habría parecido fantasmagórico si no hubiera sido por la vitalidad y la dignidad de sus habitantes. Volverá a hablar más de una vez de él en esta bitácora.
Alguien procedente de allá, que había huido a tiempo de la hecatombe, recomendó al transeúnte que se adentrara en el centro de aquel espacio geopolítico y visitara dos ciudades que habían sido claves en la historia del país: Travnik y Jajce. A Travnik ya tenía previsto ir, si podía, atraído por la biografía y la obra de Ivo Andrić, el escritor que nació allí y que fue distinguido con el premio Nobel de literatura en 1961. El transeúnte había leído en su adolescencia la primera traducción al castellano de su obra más conocida, Un puente sobre el Drina, cuando el editor Caralt la publicó, en 1963.
Bosnia-Herzegovina (BH a partir de ahora) es un país dividido en dos entidades nacionales: la Federación de Bosnia-Herzegovina (Federacija Bosne i Hercegovine o croato-musulmana, como algunos la denominan), que ocupa el 51% del territorio, y la República Serbia (Republika Srpska), que ocupa el 49%. Esta división, bastante azarosa y que comportó grandes movimientos de población, fue establecida por el acuerdo de Dayton (oficialmente: General Framework Agreement for Peace –GFAP–, estipulado el 21 de noviembre de 1995 en la base aérea estadounidense de Wright-Patterson, cerca de Dayton, Ohio), que, según la historia oficial –la realidad la contradice constantemente–, resolvió el “conflicto civil yugoslavo” y, de paso, “el conflicto de Bosnia” (¡fijaos en el eufemismo tras el que se enmascaró aquella espantosa tragedia que dejó asolado el país entre los años 1992 y 1995!). Pero, de hecho, en la actual BH se enfrentan, además de otros más ocultos y sutiles, y sobre todo más oscuros, los intereses de tres grandes comunidades muy bien definidas: los serbo-bosnios, los bosnio-croatas y los bosniacos (bošnjaci, denominados Musulmanes, con m mayúscula, durante muchos años y hasta hace relativamente poco, por los regímenes titista y post-titista yugoslavos), sin que tengan ningún papel representativo en las instancias políticas algunas minorías nada menospreciables, como los judíos o los rom (gitanos), por ejemplo.

Lugar estratégico en el valle del Lašva, encajado entre los macizos montañosos de Vlašić, al norte, y Vilenica, al sur –que forman parte de los Alpes Dináricos–, Travnik ha tenido siempre un papel histórico destacado, primero como asentamiento de pobladores neolíticos y después como colonia romana (en la provincia de Iliria); más tarde, dentro del Imperio bizantino, estuvo integrada en el reino de Croacia –se la conocía como la “Croacia Roja” –. En el siglo XII, cuando se formó el reino independiente de Bosnia, que tenía su capitalidad en Jajce, el territorio de Travnik pasó a ser una provincia (župa Lašva) y en la ciudad se construyó, a principios del siglo XV, la fortaleza (el Kaštel). Después, a partir del año 1463, cuando el reino fue anexionado por Mehmet II, sultán de la Sublime Puerta, y se inició el largo período de la ocupación otomana, Travnik fue sede del visir de Bosnia, y a comienzos del siglo XIX se convirtió también, aún como ciudad otomana, en un importante centro diplomático al establecerse allí representantes de los gobiernos de Austria y Francia.
La presencia de legaciones extranjeras, “cristianas”, en Travnik supuso un cambio notable en la dinámica de la ciudad. Aquel momento está magistralmente descrito por Ivo Andrić en una de sus mejores obras: Crónica de Travnik. A pesar de las resistencias y reticencias de los dignatarios locales, temerosos de que los extranjeros instaurasen costumbres perversas y, sobre todo, acabaran con sus prebendas, en las postrimerías del mes de febrero de 1807, “el último día del ayuno del ramadán, una hora antes de la cena ritual, bajo el frío sol que marchaba a su ocaso, la gente de los barrios bajos pudo contemplar la llegada del cónsul”, dice Andrić al final del primer capítulo de la novela refiriéndose a la aparición en la ciudad del representante del entonces mítico –especialmente en aquellos parajes– Napoleón Bonaparte, y de su pequeño séquito. Y continúa narrando Andrić: “En el centro de la comitiva, sobre un caballo tordo, gordo y viejo, cabalgaba el cónsul general francés, el señor Jean Daville, un hombre alto de ojos azules, cara rubicunda y bigotes rubios. Junto a él, un compañero de viaje casual, el señor Pouqueville, que se dirigía a Jannina, donde su hermano era cónsul de Francia. Tras ellos, a unos cuantos metros de distancia, montaban Pardo, el judío de Split, y dos corpulentos habitantes de Sinj al servicio de Francia”. Y al comienzo del segundo capítulo del libro, leemos: “El séquito del cónsul se alojó en la posada, y el cónsul y el señor Pouqueville, en la casa de Josif Baruh, el judío más rico y respetable de Travnik, porque la mansión que se estaba restaurando para el consulado francés no estaría acabada hasta dos semanas más tarde”.



Desde el punto de vista monumental, la islámica otomana es, sin duda, la cultura que ha dejado la arquitectura más interesante. Al transeúnte le impresionó la bellísima mezquita Sulejmanija, conocida popularmente como Šarena džamija (‘la mezquita coloreada’), uno de los escasos templos musulmanes decorados tanto interior como exteriormente. La parte inferior, a nivel de la calle, que soporta el templo con hileras de formidables columnas, es el Bezistan, el bazar. El edificio se acabó de construir en el año 1757 y es una de las joyas del arte islámico en los Balcanes.




El transeúnte no podía quedarse mucho más tiempo en Travnik. No pudo visitar la madraza, por ejemplo, en el extremo oriental de la ciudad, ni el mausoleo de Ibrahim-dedo, algo alejado del centro, en las afueras, junto a la carretera de Sarajevo; ni el Museo de la Ciudad. Sí que vio de pasada los mausoleos de los visires, la torre Hasanpašić y la céntrica mezquita de Hadzhi Alibei.

Para salir de la ciudad, igual que para llegar a ella, el transeúnte tuvo que caminar un buen rato hasta la estación de autobuses, que está al oeste de la ciudad, en el barrio de Kasarna, en el otro extremo del centro histórico. Se dijo que volvería a Travnik para visitarla con más calma, aun sabiendo que el viajero se siente inevitablemente atraído por los cantos de sirena de los lugares que desconoce.
Referencias bibliográficas:
- Ivo Andrić: Crónica de Travnik. Traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Pištelek. Editorial Debate, Barcelona, 2001. Las citas se han reproducido de esta edición.
- Ivo Andrić: Un puente sobre el Drina. Traducción de Luis del Castillo. Editorial Debate, Barcelona, 1996.
Fotografías, de arriba abajo:
- Travnik al atardecer desde las alturas septentrionales.
- El río Lašva.
- Una postal de Travnik de finales del siglo XIX.
- Sello del correo militar austrohúngaro de Bosnia-Herzegovina.
- La Šarena džamija (‘mezquita coloreada’) y las columnas del Bazistan (bazar).
- Imagen de la parte baja de la ciudad vieja.
- La Jeni džamija (‘mezquita nueva’).
- Ivo Andrić delante del puente sobre el Drina en Višegrad.
- La casa-museo de Ivo Andrić.
- La mezquita de Hadzhi Alibei.
© de las fotografías: Albert Lázaro-Tinaut.
Podéis clicar sobre las fotografías para agrandarlas.
Agradecimiento: a Džana, por haber alentado al transeúnte a viajar al corazón de Bosnia.
Traducción del catalán: Carlos Vitale.