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13 julio 2014

Fiasco de una conmemoración: el centenario del atentado de Sarajevo

El magnicidio de Sarajevo según un grabado de la época.

Como se ha divulgado hasta la saciedad en las últimas semanas, se ha querido conmemorar en Sarajevo el centenario del atentado que el 28 de junio de 1914 costó la vida al archiduque Francisco Fernando de Austria –heredero de la corona imperial– y a su esposa, la duquesa Sofía Chotek, hecho que sirvió de excusa (o detonante) para el estallido de la primera guerra mundial.

Los medios de comunicación occidentales han dedicado más o menos espacio a esa conmemoración, pero no han hecho hincapié, sin embargo, en que fue un gran fracaso, y que los habitantes de la ciudad habían sido marginados. Sarajevo, que todavía muestra muchas cocatrices del asedio más terrible de la historia contemporánea (desde el 5 de abril de 1992 hasta el 29 de febrero de 1996, con la muerte de más de 12.000 personas y 50.000 heridos, además de importantísimos destrozos en la ciudad), y aún no se ha rehecho psicológicamente de aquella tragedia, no hubiera debido sufrir el atropello internacional de una exagerada conmemoración centanaria.

Uno de los actos conmemorativos del centenario del atentado de Sarajevo:
la colocación de una corona de laurel en el lugar del magnicidio.

(Foto © afp)

Los representantes de la Unión Europea (VIPs) que asistieron a los actos programados por ésta, “prisioneras de su tecnocracia, no tenían nada que decir sobre la historia”, y los medios de comunicación “sólo desempolvaron viejas imágenes, centrándose en el enfrentamiento franco-alemán, sin apenas evocar el complejo juego de alianzas ni el trasfondo social del drama”, denuncia el periodista francés Jacques Pilet, quien se refiere sobre todo, situándose hace un siglo, a los odios nacionalistas y la persecución de judíos, homosexuales y artistas, acusados de haber provocado la “decadencia occidental”, de la cual fueron responsables, sobre todo, los dirigentes políticos que fomentaron el odio entre países vecinos (aquellos polvos se convirtieron, en 1939, como sabemos, en lodos todavía más lamentables...).

Gavrilo Princip tras su detención.

Ese odio estuvo de algún modo presente en las celebraciones de 2014: mientras los “occidentales” recordaban casi festivamente, sin entrar en el fondo de la cuestión, el funesto atentado y sus consecuencias, los serbios rendían homenaje al autor material del magnicidio, Gavrilo Princip, miembro de la organización clandestina Mlada Bosna (‘Joven Bosnia’), que fue únicamente (y también imprevistamente) la mano ejecutora de un grupo conspirador –formado por un grupo de militares encabezado por el coronel serbio Dragutin Dimitrijević– que luchaba por la emancipación de Bosnia del Imperio austrohúngaro (no es casual que el puente sobre el río Bosna junto al que se produjo el atentado sea conocido como Puente Latino [Latinska ćuprija] por los bosnios y Puente Princip [Principov most] por los serbios, que le dieron esa denominaron en 1918 y la mantuvieron hasta 1992, cuando Bosnia y Hercegovina se independizó de la federación yugoslava).

El Puente Latino sobre el río Bosna. A la izquierda, el museo
dedicado al magnicidio, frente al lugar donde se produjo.
(Foto © Anjci)

En el texto que presentamos a continuación es muy crítico con los organizadores y los medios de comunicación internacionales y denuncia bien a las claras lo que significaron los actos oficiales del 28 de junio de 2014 para los habitantes de la ciudad.

Albert Lázaro-Tinaut


Placa junto al Puente Latino de Sarajevo que recuerda
el lugar donde tuvo lugar el atentado.
(Foto © Michael Büker)


El centenario visto por una sarajeviana

Por Zehra Sikias

Para una serajeviana como yo, las conmemoraciones del centenario han sido mucho más que una decepción. Me resulta difícil encontrar la palabra exacta para describir los sentimientos que me invadieron, pero humillación es probablemente la que predomine.

El atentado de Sarajevo tuvo lugar hace cien años y, sin embargo, Sarajevo 1914 es como si fuera ayer.

Como sarajeviana, me siento profundamente enraizada en mi ciudad. Su historia es la mía. Sus heridas son las mías. Sus cicatrices, también. Tengo, por otro lado, una identidad plural que a veces me permite verlo todo desde fuera, pero para mis citas con Sarajevo me gusta vivir en simbiosis con esta ciudad, sentirme ciudadana de esta ciudad única.

Una mujer se apresura entre las ruinas de Sarajevo para esquivar
a los francotiradores en abril de 1993, durante el asedio de la ciudad.
(Foto © Michael Stravato / AP Photo)

El 28 de junio de 2014, Sarajevo, corazón de Europa, es una de esas citas. La ciudad vuelve a ser un símbolo. Están aquí los medios de comunicación del mundo entero. Tienen lugar en Sarajevo decenas de acontecimientos culturales para evocar el centenario del 28 de junio de 1914. Los VIPs han vuelto, y muchos de ellos son los mismos que vinieron durante el asedio de Sarajevo. La ciudad, además, está invadida por extranjeros, turistas, organizadores, participantes…

Los sarajevianos, por su parte, han decidido faltar a esta cita. Muchos han preferido irse de fin de semana para dejar pasar esta fecha “explosiva”, que coincide con el Vidovdan [1], el inicio del Ramadán y el aniversario del atentado de Sarajevo. No temen incidentes, pero todos quieren alejarse del ambiente plúmbeo de los grandes discursos cínicos en los que aquí ya nadie cree.

Yo preferí quedarme, más bien por curiosidad. Me equivoqué.

Recreación casi sainetesca, en las calles de Sarajevo,
de la visita del archiduque Francisco Fernando.

Como sarajeviana, me sentí humillada por la manera como se conmemoraba un hecho tan terrible, un asesinato. Fue un centenario pomposo y caro, pero vacío de contenido y sin un mensaje claro. Un centenario organizado por los extranjeros para los extranjeros, al que la población local fue invitada meramente como muda espectadora. Un centenario financiado por la Unión Europea, que no tenía absolutamente nada que decir allí. Un centenario que presentó una carrera ciclista como evento destacado, poniendo en su cartel la imagen de la esposa del embajador de Francia, una ciclista a la que se le ocurrió esa idea, burlándose de las sospechas de favoritismo que tanto peso tienen en la selección y elección de cualquier proyecto. Un centenario que invitó a una pléyade de periodistas, artistas y personalidades francesas, cuyo colofón fue una conferencia a la que asistieron apenas diez personas… Eso pone de manifiesto el interés que individuos e interlocutores suscitaron y, por supuesto, la poca profesionalidad de los organizadores.

Una instantánea del Grand Prix de ciclismo organizado 
por la Embajada de Francia en Sarajevo.
(Fuente: BBC News Europe)

Humillada por el hecho de que el 28 de junio de 1914 fuera presentado sobre todo bajo el prisma de los nacionalismos en Bosnia y en los Balcanes, aquel “barril de pólvora”. Europa, el mundo entero, las grandes potencias, hicieron sencillamente el panoli, ya me entienden.

Humillada al escuchar a través de France Inter una versión puramente franco-francesa de la Historia, con machaconas reiteraciones sobre las divisiones entre los pueblos. Francamente, aquel día no me habría gustado nada ser serbia. Los excesos se multiplicaron. Viví el asedio de Sarajevo y soy lo que los medios de comunicación franceses insisten en denominar “una musulmana”; conocí la guerra y viví en mis propias carnes los efectos del nacionalismo serbio. Pero después de veinte años, lo que oí a través de France Inter me sublevó profundamente. ¡Que se digan las cosas tal como son!: no es cierto que todos los bosnios consideren a Gavrilo Princip un asesino, para muchos de ellos es un héroe de la liberación de los pueblos yugoslavos. Tampoco todos los serbios lo consideran un héroe que les pertenezca. Gavrilo Princip no es un héroe serbio, es sobre todo un miembro de la Mlada Bosna, un movimiento de liberación de los pueblos yugoslavos. Las cosas no son sólo blancas o negras, como se ha oído durante los actos del centenario.


Detención de Princip
inmediatamente después
del atentado.

Humillada también por haber tenido que escuchar siempre a los mismos a través de los medios de comunicación, y consternada porque nadie invitara a Zlatko Dizdarević [2], quien hubiera podido decir muchas cosas ineresantes acerca de lo que simboliza ese centenario, cuya conmemoración ha contribuido, lamentablemente, a dividir todavía más a la sociedad bosnia.

Humillada porque algunos de esos mismos periodistas ni siquiera se tomaron la molestia de aprender que el nombre de la ciudad no se pronuncia Sarajevo o Sarazhevo, sino SARAYEVO.

Humillada porque vi a decenas de “VIPs” pavonear por la ciudad. Parecía evidente que ellos eran las auténticas “vedettes” de las conmemoraciones y atraían la atención de los medios occidentales, los que “daban tono” a esas conmemoraciones que, al final, acabaron convirtiéndose en celebraciones. BHL [3] estuvo ausente de la ciudad durante los últimos quince años, y ahora que todos los medios internacionales habían desembarcado en ella, pudo hacer su show particular y lanzar la idea de recoger un millón de firmas para que Bosnia entrara en la UE… Eso no es ayudar a Bosnia, sino humillarla, considerarla una república bananera. Sin embargo, BHL no está solo en ese empeño: lo que le interesaba era su promoción personal, en todo su esplendor, de cara a la galería mundial. Fue tan triste…


Bernard-Henry Lévy.
(Foto © Patrick Kovarik / AFP)

Humillada por una organización lamentable de un festival que ha costado dos millones de euros a los contribuyentes de la Unión Europea. Comprenderán que si alguien quería asistir a un acontecimiento cultural relacionado con las conmemoraciones, tenía que estar muy bien relacionado con los organizadores, es decir, formar parte de los VIPs. No era posible comprar entradas ni en el Teatro Nacional para ver la pieza de Bernard-Henry Lévy, ni para asistir a un concierto de Amira Medunjanin [4], por ejemplo, pues todas las butacas habían sido reservadas previamente. En fin, nadie se tomó la molestia de organizar todo esto pensando en el público local…

Sin embargo, los sarajevianos fueron invitados a asistir a un concierto de la Orquesta Filarmónica de Viena a través de una pantalla gigante instalada frente a la Vijećnica [5]. Otra humillación: la mitad de la ciudad cerrada al tráfico para que pudieran desplazarse los VIPs en sus limusinas negras, mientras que los sarajevianos debían contentarse con unas docenas de viejas sillas de plástico situadas en un aparcamiento, bajo un sol de justicia. Había que sentirse muy motivado para quedarse allí… Por la noche, otra gran decepción, según quienes tuvieron la suerte de verlo, e incluso de oírlo: el espectáculo de Haris Pašović [6].


Pantalla gigante a través de la cual los ciudadanos de Sarajevo
pudieron seguir el concierto de la Orquesta Sinfónica de Viena
frente al renovado edificio de la Vijećnica.
(Fuente: The New York Times)

Humillada, en fin, por el escaso eco que ha tenido en la prensa internacional el fiasco de las conmemoraciones en Sarajevo… “Estamos invadidos por el capitalismo, la comunidad internacional, el Fondo Monetario…”, podía leerse, sin embargo, en las pancartas de un reducido grupo de sarajevianos que protestaban ante la Vijećnica el 28 de junio de 2014. Fue poco antes del tan esperado concierto y justo en frente de los platós de las televisiones. Pero las emisoras de radio lo silenciaron…

Como sarajeviana tengo que estar satisfecha, no obstante, de que mis conciudadanos hubieran entendido perfectamente las reglas del juego y se hubieran largado de la ciudad con la intención de no enterarse de nada. Es lo único que se puede hacer ante los “grandes”. Sarajevo será siempre un escenario para el teatro de los “grandes”. Ni más, ni menos.


Homenaje de la comunidad serbia a Gavrilo Princip ante
el monumento erigido en su memoria en la zona de Sarajevo
perteneciente de la Republica Srpska.
(Foto © Fehiim Demir / EPA)

Este texto, traducido del francés por Albert Lázaro-Tinaut,
fue publicado el 6 de julio de 2014 por BH Info.


[1] Festividad religiosa ortodoxa de san Vito, que serbios y búlgaros celebran coincidiendo con el 15 de junio del calendario juliano (28 de junio del calendario gregoriano). Esta fecha coincide con varios acontecimientos históricos significativos: tradicionalmente, con la batalla de Kosovo (o del Campo de los Mirlos), en 1389, en la que serbios y bosnios se enfrentaron a los ejércitos del Imperio otomano; el Tratado de Versalles, que ponía fin a la primera guerra mundial, en 1919; la constitución del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos (Constitución de Vidovdan) promulgada por Alejandro I de Serbia, en 1921; y la ruptura entre los comunistas yugoslavos y la Unión Soviética, en 1948. 
[2] Destacado periodista bosnio, considerado uno de los expertos más solventes y respetados por su posición independiente y crítica con respecto a la guerra de Bosnia y a las diversas realidades sociopolíticas en el antiguo espacio yugoslavo.
[3] Se refiere al filósofo y escritor francés Bernard-Henry Levy. Fue uno de los primeros intelectuales que pidieron públicamente una intervención internacional en la guerra de Bosnia y denunció los abusos de los serbios en los campos de prisioneros bosnios.
[4] Joven intérprete de sevdah, la música tradicional bosnia, que ha cosechado muchos éxitos y se ha hecho célebre internacionalmente.
[5] El edificio de la biblioteca nacional bosnia, que se convirtió en uno de los símbolos de la ciudad sitiada al haber sido bombardeada y quemada por los serbios en agosto de 1992. Ahora, reconstruido, es la nueva  sede del Ayuntamiento de Sarajevo.
[6] Célebre director teatral y de cine bosnio.


Clicad sobre las imágenes para ampliarlas.


25 abril 2010

Flashes: En Leiden con Paul Celan


Cuando el transeúnte visitó la ciudad holandesa de Leiden, hace dos años y medio, descubrió que en las paredes de varios edificios próximos a la Universidad se reproducían poemas de unos cuantos poetas universales, como este de Paul Celan (perteneciente a su libro Die Niemandsrose [‘La rosa de nadie’], de 1963), del que transcribe la traducción castellana de José Luis Reina Palazón*:

MEDIODÍA CON CIRCO Y CIUDADELA


En Brest ante los anillos en llamas,

en la carpa que al tigre vio saltar,

allí te oí, finitud, que cantabas,

allí te vi, Mandelstamm.


Sobre la rada el cielo colgante,

la gaviota sobre la grua vino a estar.

Lo infinito cantaba, lo constante, –
tú, cañonera, te llamas “Baobab”.


Saludé a la tricolor

con una rusa palabra –

Lo perdido no se perdió,

el corazón, fuerte plaza.


Tal vez en otra ocasión hable de Leiden; ahora, sin embargo, el transeúnte quiere detenerse brevemente en la figura de Paul Celan, uno de los mayores poetas del siglo XX, un judío asquenazí cuyo verdadero nombre era Paul Antschel, en su alemán familiar, o Ancel, en rumano, apellido éste con el que formó el anagrama de su seudónimo.


Celan nació en Czernowitz, una ciudad periférica del entonces Imperio austrohúngaro, el 23 de octubre de 1920, y se suicidó en París, arrojándose al Sena desde el puente Mirabeau, el 20 de abril de 1970. Czernowitz era entonces una ciudad de la Bucovina rumana (su nombre, en rumano, es Cernăuţi), y actualmente pertenece a Ucrania con el nombre eslavizado de Chernivtsi (Чернівці). Lugar de encuentro de culturas, pues en los años de la infancia del escritor convivían allí judíos (que eran mayoría, unos 42.600), rumanos (unos 30.400), alemanes (16.400), ucranianos (11.200), polacos (9000), rusos (1500) y húngaros (600).

Celan recibió su primera educación en hebreo (su padre era un judío sionista y ortodoxo), pero la lengua familiar era el alemán de su madre. Ya en su adolescencia abandonó las ideas sionistas y se aproximó a grupos socialistas judíos que en aquella época apoyaban la causa republicana durante la guerra civil en España. Cuando las tropas alemanas ocuparon su ciudad natal, durante la segunda guerra mundial, sus padres fueron deportados a campos de exterminio, en los que murieron, y él fue enviado a Moldavia y sometido a trabajos forzados. Al finalizar la guerra se estableció en Bucarest, en 1947 fue a Viena, y al año siguiente llegó a Francia. Vivió también en Ginebra (donde trabajó como traductor para las instituciones internacionales), Alemania e Israel.

Escribió en prosa, pero sobre todo poesía, una poesía críptica plagada de referencias bíblicas, en la que solía jugar con las palabras y los sonidos, lo cual dificulta su interpretación y su traducción, por lo que tuvo dificultades para publicarla. También destacó como traductor literario al alemán y el hebreo.

El transeúnte no se detendrá aquí a detallar su biografía y su obra, que pueden encontrarse fácilmente en la red. Sólo mencionará su desencuentro con Martin Heidegger, a causa de la postura de éste ante el nazismo, aunque el pensamiento del alemán pesó mucho sobre su personalidad intelectual, igual que el de Theodor Adorno, con quien también tuvo discrepancias, ya que ninguno de los dos mostró el interés por su obra que él esperaba. Quien sí lo mostró, en cambio, fue George Steiner, el cual lo reconoció como uno de los grandes poetas de su época.

El Holocausto y el exilio marcaron indeleblemente su subconsciente, hasta el punto de lo que lo condujeron a la autodestrucción. Niemend / seugt für den / Zeugen (‘Nadie / testimonia por el / testigo’) , escribió en uno de sus poemas de Atemwende (‘Cambio de aliento’, 1967): tres versos que invitan, sin duda, a reflexionar.

* Paul Celan: Obras completas. Traducción de José Luis Reina Palazón. Prólogo de Carlos Ortega. Editorial Trotta, Madrid, 1999. 4.ª edición, 2004, p. 183.

© de la fotografía inicial: Albert Lázaro-Tinaut.
El retrato de Paul Celan es de autor desconocido.

24 diciembre 2009

En Travnik, tras los pasos de Ivo Andrić


En el otoño de 2008, el transeúnte recorrió durante unos cuantos días las maltratadas tierras de Bosnia-Herzegovina, empujado por los dolorosos recuerdos de las imágenes de una guerra que se había desencadenado pocos años antes en medio de Europa, en el corazón de los Balcanes, a una distancia relativamente pequeña de su casa; y quedó cautivado por los paisajes, las ciudades y, sobre todo, la gente que allí encontró. Con las heridas de aquella guerra aún mal cerradas y las cicatrices visibles por doquier, se movió un poco al azar por el territorio de un país casi inexistente, que le habría parecido fantasmagórico si no hubiera sido por la vitalidad y la dignidad de sus habitantes. Volverá a hablar más de una vez de él en esta bitácora.

Alguien procedente de allá, que había huido a tiempo de la hecatombe, recomendó al transeúnte que se adentrara en el centro de aquel espacio geopolítico y visitara dos ciudades que habían sido claves en la historia del país: Travnik y Jajce. A Travnik ya tenía previsto ir, si podía, atraído por la biografía y la obra de Ivo Andrić, el escritor que nació allí y que fue distinguido con el premio Nobel de literatura en 1961. El transeúnte había leído en su adolescencia la primera traducción al castellano de su obra más conocida, Un puente sobre el Drina, cuando el editor Caralt la publicó, en 1963.


Bosnia-Herzegovina (BH a partir de ahora) es un país dividido en dos entidades nacionales: la Federación de Bosnia-Herzegovina (Federacija Bosne i Hercegovine o croato-musulmana, como algunos la denominan), que ocupa el 51% del territorio, y la República Serbia (Republika Srpska), que ocupa el 49%. Esta división, bastante azarosa y que comportó grandes movimientos de población, fue establecida por el acuerdo de Dayton (oficialmente: General Framework Agreement for Peace –GFAP–, estipulado el 21 de noviembre de 1995 en la base aérea estadounidense de Wright-Patterson, cerca de Dayton, Ohio), que, según la historia oficial –la realidad la contradice constantemente–, resolvió el “conflicto civil yugoslavo” y, de paso, “el conflicto de Bosnia” (¡fijaos en el eufemismo tras el que se enmascaró aquella espantosa tragedia que dejó asolado el país entre los años 1992 y 1995!). Pero, de hecho, en la actual BH se enfrentan, además de otros más ocultos y sutiles, y sobre todo más oscuros, los intereses de tres grandes comunidades muy bien definidas: los serbo-bosnios, los bosnio-croatas y los bosniacos (bošnjaci, denominados Musulmanes, con m mayúscula, durante muchos años y hasta hace relativamente poco, por los regímenes titista y post-titista yugoslavos), sin que tengan ningún papel representativo en las instancias políticas algunas minorías nada menospreciables, como los judíos o los rom (gitanos), por ejemplo.

Travnik, a unos 70 kilómetros al noroeste de Sarajevo, es actualmente la “capital” del cantón (pequeña entidad político-administrativa) de la Bosnia Central (Srednjobosanskog kantona), uno de los diez kantoni adjudicados por el acuerdo de Dayton a la Federación de BH. Como muchos otros, es un cantón mixto donde conviven en relativa armonía unos 50.000 ciudadanos de, por lo menos, dos de las tres grandes comunidades que conforman la realidad humana de BH: bosnio-croatas y bosniacos. La ciudad, de forma alargada, con una estructura casi calcada de la de Sarajevo, se extiende de este a oeste sobre las dos orillas del río Lašva, y los barrios septentrionales y meridionales trepan por las colinas y las pendientes de las montañas.

Lugar estratégico en el valle del Lašva, encajado entre los macizos montañosos de Vlašić, al norte, y Vilenica, al sur –que forman parte de los Alpes Dináricos–, Travnik ha tenido siempre un papel histórico destacado, primero como asentamiento de pobladores neolíticos y después como colonia romana (en la provincia de Iliria); más tarde, dentro del Imperio bizantino, estuvo integrada en el reino de Croacia –se la conocía como la “Croacia Roja” –. En el siglo XII, cuando se formó el reino independiente de Bosnia, que tenía su capitalidad en Jajce, el territorio de Travnik pasó a ser una provincia (župa Lašva) y en la ciudad se construyó, a principios del siglo XV, la fortaleza (el Kaštel). Después, a partir del año 1463, cuando el reino fue anexionado por Mehmet II, sultán de la Sublime Puerta, y se inició el largo período de la ocupación otomana, Travnik fue sede del visir de Bosnia, y a comienzos del siglo XIX se convirtió también, aún como ciudad otomana, en un importante centro diplomático al establecerse allí representantes de los gobiernos de Austria y Francia.


La presencia de legaciones extranjeras, “cristianas”, en Travnik supuso un cambio notable en la dinámica de la ciudad. Aquel momento está magistralmente descrito por Ivo Andrić en una de sus mejores obras: Crónica de Travnik. A pesar de las resistencias y reticencias de los dignatarios locales, temerosos de que los extranjeros instaurasen costumbres perversas y, sobre todo, acabaran con sus prebendas, en las postrimerías del mes de febrero de 1807, “el último día del ayuno del ramadán, una hora antes de la cena ritual, bajo el frío sol que marchaba a su ocaso, la gente de los barrios bajos pudo contemplar la llegada del cónsul”, dice Andrić al final del primer capítulo de la novela refiriéndose a la aparición en la ciudad del representante del entonces mítico –especialmente en aquellos parajes– Napoleón Bonaparte, y de su pequeño séquito. Y continúa narrando Andrić: “En el centro de la comitiva, sobre un caballo tordo, gordo y viejo, cabalgaba el cónsul general francés, el señor Jean Daville, un hombre alto de ojos azules, cara rubicunda y bigotes rubios. Junto a él, un compañero de viaje casual, el señor Pouqueville, que se dirigía a Jannina, donde su hermano era cónsul de Francia. Tras ellos, a unos cuantos metros de distancia, montaban Pardo, el judío de Split, y dos corpulentos habitantes de Sinj al servicio de Francia”. Y al comienzo del segundo capítulo del libro, leemos: “El séquito del cónsul se alojó en la posada, y el cónsul y el señor Pouqueville, en la casa de Josif Baruh, el judío más rico y respetable de Travnik, porque la mansión que se estaba restaurando para el consulado francés no estaría acabada hasta dos semanas más tarde”.

En aquellos años, la cotidianidad de Travnik se precipitó hacia una profunda transformación. Los comisionados de los imperios de Occidente impulsaron los intercambios comerciales y la ciudad se convirtió en etapa imprescindible en las nuevas rutas impuestas por la modernización del Imperio otomano. Después de siglos de aislamiento y de un cierto oscurantismo, por sus calles comenzaron a pasear extranjeros, hablantes de diversas lenguas que utilizaban el francés como lingua franca. No pasarían muchos años hasta que los Habsburgo, amparados en las decisiones del Congreso de Berlín, se hicieran cargo de la administración de Bosnia (1868), iniciasen de esta manera la expansión del Imperio austrohúngaro hacia los Balcanes centrales y emprendieran un proceso de industrialización alrededor de Travnik, especializado mayormente en la manufactura textil y la madera. Cuando en 1908 el territorio bosnio se integró de facto en el Imperio bicéfalo, la ciudad y su entorno habían perdido buena parte de su legendaria “autenticidad balcánica” (lo que los franceses denominaban couleur locale), aunque la mayoría de sus habitantes nunca se benefició del progreso económico y, por tanto, no modificó demasiado su estilo de vida tradicional. En el barrio viejo el transeúnte aún halló algunos –escasísimos– vestigios de esa tradición, y pensó que sería bueno que el veneno del mercantilismo no le diera el golpe de gracia. Inshallah!

La Travnik de hoy es lo que queda de la gran transformación que sufrió la ciudad durante los años en que BH formó parte de Yugoslavia (1918-1992) y como consecuencia de la guerra reciente. Pese a que bosniacos y bosnio-croatas están integrados, oficialmente, en la misma Federación, continúan divididos en muchos sentidos, como en el delicado terreno de la educación (los programas educativos de las tres grandes comunidades que conforman BH, por ejemplo, son diferentes, y más vale no hablar de las enormes contradicciones que se encuentran en los manuales de historia); la convivencia aparenta normalidad –o al menos es lo que le pareció al transeúnte cuando visitó la ciudad y lo que le manifestaron, con su espontaneidad hacia el extranjero, siempre bienvenido y acogido con la tradicional hospitalidad balcánica, las personas con las que habló–. Sin embargo, la separación física entre las dos comunidades en Travnik es manifiesta. Mientras que las instituciones croatas (católicas) se sitúan al sur del núcleo urbano (es decir, en la orilla derecha del Lašva), en la orilla izquierda del río se asientan mayoritariamente los bosniacos. La iglesia de la ahora reducidísima comunidad ortodoxa también se halla al sur de la ciudad, en los barrios de mayoría católica.


Desde el punto de vista monumental, la islámica otomana es, sin duda, la cultura que ha dejado la arquitectura más interesante. Al transeúnte le impresionó la bellísima mezquita Sulejmanija, conocida popularmente como Šarena džamija (‘la mezquita coloreada’), uno de los escasos templos musulmanes decorados tanto interior como exteriormente. La parte inferior, a nivel de la calle, que soporta el templo con hileras de formidables columnas, es el Bezistan, el bazar. El edificio se acabó de construir en el año 1757 y es una de las joyas del arte islámico en los Balcanes.

La Šarena džamija se levanta en el barrio más oriental de la ciudad, el más antiguo, conocido como Donjoj Čaršiji, la parte baja, donde está también la Sahat-kula na Musali (la torre del reloj de Musala) y la zona más animada de Travnik, con cafés, restaurantes y un sinnúmero de joyerías que ofrecen una cantidad impresionante y muy variada de piezas de plata, oro y oro blanco de gran belleza a precios bastante atractivos para los visitantes procedentes del “mundo rico” (“¿Cómo se puede vender todo esto?”, se preguntaba el transeúnte al ver aquellos tesoros). También se encuentra, en la plazoleta que se abre delante del bazar, una pequeña librería y una serie de comercios tradicionales. De esta plazoleta arranca la calle más larga y popular de Travnik, la Bosanska ulica, que atraviesa casi toda la ciudad de este a oeste.

Después de haber recorrido esta parte del núcleo urbano, el transeúnte cruzó –¡con todas las precauciones del mundo!–, la Magistralni put, es decir, la carretera general M-5, y reunió ánimos para trepar por las primeras estribaciones del macizo de Vlašić, donde descubrió uno de los arrabales más interesantes de Travnik. De repente, a partir del lienzo blanco de un cementerio islámico y con la mirada fija en un panorama sorprendente de minaretes que se alzan a diversos niveles por la pendiente de la montaña, se dio cuenta de que cruzaba una serie de mahali, pequeños barrios musulmanes casi superpuestos. Entre las mezquitas, más grandes o más pequeñas, diseminadas por este sector destaca por la elegancia de sus líneas la Jeni džamija (la ‘mezquita nueva’), a los pies del Stari grad, ampliación otomana del Kaštel medieval, con su minarete de piedra gris, que domina Travnik y buena parte del valle desde la altura rocosa donde se asienta.

Ya ha dicho el transeúnte que uno de los motivos que lo llevaron a Travnik era seguir los pasos de Ivo Andrić, autor controvertido, sobre todo desde la desaparición de la Federación de Yugoslavia, y reivindicado (o infamado, según el caso) por las tres comunidades: nació en Dolac, en la Bosnia entonces controlada por el Imperio austrohúngaro, el 9 de octubre de 1892; era de nacionalidad serbia, pero de religión católica; estudió en Zagreb, Cracovia, Viena y Graz, se consideró siempre yugoslavo y murió en Belgrado (capital de la República Federal Socialista de Yugoslavia), donde residía, el 13 de marzo de 1975. ¿Quién no quiere “para los suyos” una gloria nacional yugoslava, un premio Nobel de literatura “por la fuerza épica con la que describió los destinos humanos de la historia de su país”? Pero, ¿qué país? Para muchos, aún Yugoslavia; para los serbios, Serbia, donde había fijado la residencia –en Belgrado está el principal museo dedicado a su memoria y la fundación que administra los derechos de autor de sus obras–; para los bosnios, naturalmente, Bosnia, donde nació y donde están los escenarios en los que se desarrollan sus obras más notables, Na Drini ćuprija (‘Un puente sobre el Drina’) –un puente de la ciudad de Višegrad, integrada ahora en la República Srpska, a pocos kilómetros de la frontera con Serbia– y Travnička hronika (‘Crónica de Travnik’), las dos publicadas en 1945, después de la segunda guerra mundial.

Sea como fuere, Andrić vivió en Travnik, en una elegante y bonita casa que hallamos en el número 13 de la calle Zenjak, limítrofe con barrio antiguo de la ciudad, convertida ahora en museo-memorial, con un restaurante algo chic en los bajos donde muchas parejas celebran su banquete de bodas. Al transeúnte le dijeron que nació allí, pero las fuentes fidedignas señalan que su madre lo alumbró en una localidad próxima que se llama Dolac. En todo caso, aquella casa de Travnik fue su casa y, además de numerosas fotografías, una decoración y un mobiliario muy “a la otomana” y un montón de recuerdos, conserva una buena colección de ediciones de sus obras y de traducciones a diversas lenguas.

El transeúnte no podía quedarse mucho más tiempo en Travnik. No pudo visitar la madraza, por ejemplo, en el extremo oriental de la ciudad, ni el mausoleo de Ibrahim-dedo, algo alejado del centro, en las afueras, junto a la carretera de Sarajevo; ni el Museo de la Ciudad. Sí que vio de pasada los mausoleos de los visires, la torre Hasanpašić y la céntrica mezquita de Hadzhi Alibei.


Para salir de la ciudad, igual que para llegar a ella, el transeúnte tuvo que caminar un buen rato hasta la estación de autobuses, que está al oeste de la ciudad, en el barrio de Kasarna, en el otro extremo del centro histórico. Se dijo que volvería a Travnik para visitarla con más calma, aun sabiendo que el viajero se siente inevitablemente atraído por los cantos de sirena de los lugares que desconoce.

Referencias bibliográficas:


-
Ivo Andrić: Crónica de Travnik. Traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Pištelek. Editorial Debate, Barcelona, 2001. Las citas se han reproducido de esta edición.
-
Ivo Andrić: Un puente sobre el Drina. Traducción de Luis del Castillo. Editorial Debate, Barcelona, 1996.

Fotografías, de arriba abajo:

- Travnik al atardecer desde las alturas septentrionales.

- El río Lašva.

- Una postal de Travnik de finales del siglo XIX.

- Sello del correo militar austrohúngaro de Bosnia-Herzegovina.

- La Šarena džamija (‘mezquita coloreada’) y las columnas del Bazistan (bazar).

- Imagen de la parte baja de la ciudad vieja.

- La Jeni džamija (‘mezquita nueva’).

- Ivo Andrić delante del puente sobre el Drina en Višegrad.
- La casa-museo de Ivo Andrić.
- La mezquita de Hadzhi Alibei.

© de las fotografías: Albert Lázaro-Tinaut.


Podéis clicar sobre las fotografías para agrandarlas.


Agradecimiento: a Džana, por haber alentado al transeúnte a viajar al corazón de Bosnia.


Traducción del catalán: Carlos Vitale.