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10 septiembre 2021

Fronteras: la fragmentación del espacio geográfico

La línea fronteriza que separa la ciudad mexicana de Tijuana (a la derecha)
de los arrabales de la estadounidense San Diego.

(Fuente: Wikimedia Commons)

“No hay viaje sin que se crucen fronteras: políticas, lingüísticas, sociales, psicológicas, también las invisibles que separan un barrio de otro en la misma ciudad, las existentes entre las personas, las tortuosas que en nuestros infiernos nos cierran el paso. Traspasar las fronteras; también amarlas por cuanto definen una realidad, una individualidad, le dan cuerpo salvándola así de lo indistinto pero sin idolatrarlas, sin hacer de ellas ídolos que exigen sacrificios de sangre. Saberlas flexibles, provisionales y perecederas como un cuerpo humano, y por ello dignas de ser amadas: mortales en el sentido de que, al igual que los viajeros, están sujetas a la muerte, y no ocasión y causa de muerte como lo han sido y lo son tantas veces.” Así ve y concibe las fronteras Claudio Magris, triestino y, por consiguiente, hombre fronterizo, en el prefacio de su libro El infinito viajar. [1]

Hay muchas maneras de ver, considerar, definir, enjuiciar las fronteras. El geopolitólogo francés Jacques Ancel, en su Géographie des frontières, dice que “la frontera es una isobara política que fija, durante un tiempo, el equilibrio entre dos presiones: equilibrio de masas, equilibrio de fuerzas”. [2] Y para el escritor mexicano Jorge Volpi “las fronteras son construcciones imaginarias, límites ficticios que demarcan el ámbito de poder de quien las traza”. [3] Encontraríamos muchas más.

Alfio Squillaci, escritor y difusor cultural italiano, basándose en dos obras de especial relevancia por lo que respecta al tema, traza aquí un interesante panorama de las divisiones territoriales y hace hincapié en los conceptos de muro (separación infranqueable) y frontera (separación permeable) que puede resultar bastante esclarecedor (y también polémico, sin duda) para quien se interese por estas cuestiones.

Albert Lázaro-Tinaut

El muro de Berlín, un claro ejemplo de aberración fronteriza.

Pensar las fronteras

Por Alfio Squillaci

La mayor construcción humana realizada hasta ahora parece ser la Gran Muralla china que, dicen, es perfectamente perceptible a simple vista desde las naves espaciales. El Vallum de Adriano, las murallas servianas y aurelianas, en cambio, testimonian que, por muy grande que fuera el poder expansionista de Roma, en muchos momentos de su historia necesitó defenderse de sus enemigos o separarse de sus vecinos. En la antigua Roma, la palabra hostis significaba tanto ‘enemigo’ como ‘forastero’: Hostis enim apud maiorem nostros indicebatur, quem nunc peregrinum decimus (‘Nuestros antepasados denominaban enemigo a quien hoy llamamos forastero’), escribía Cicerón en De officiis.

El muro más escandaloso y contradictorio construido en Europa, el de Berlín, que cayó en 1989, fue levantado en una sola noche por el régimen comunista, cuya ideología oficial proclamaba el internacionalismo y la paz entre los pueblos hermanos, que no dudó en separar a sus propios proletarios de los otros, pese a seguir repitiendo aquello de “proletarios del mundo, uníos”, y cuyos correligionarios italianos, en su himno Bandiera rossa, cantaban: “Non più nemici, non più frontiere; sono i confini rosse bandiere” (‘No más enemigos, no más fronteras: son los confines banderas rojas’).

Por otra parte, después de haber preconizado con fervor que “antes o después todos los muros caerán”, los papas se encerraron entre las sólidas y antiquísimas murallas de la Ciudad del Vaticano, denominadas leoninas, construidas en una época en que era prudente hacerlo, cuando Roma, sin murallas, había sido devastada: unas murallas, las vaticanas, custodiadas, como todos los muros que son a la vez fronteras, por tropas, aunque en este caso se trate de guardias suizos.

Aspecto actual de las murallas leoninas, que encierran
el Estado de la Ciudad del Vaticano.

(Fuente: PDFslide)

Cabe suponer, pues, que incluso quienes se aferran a la consigna no border, cuando regresan a sus casas después de las batallas internacionalistas y mundialistas, cierran la puerta con llave y se recluyen entre sus propios muros domésticos, estableciendo así una frontera infranqueable entre “el dentro” y “el fuera”. Por mucho que las mejores conciencias proclamen la amistad entre los pueblos, y por mucho que se proponga el acercamiento entre las personas de buena voluntad, siempre prevalece y se manifiesta el impulso de separarse: los muros levantados por cualquier ideología, política, religiosa o de otra índole, ponen de manifiesto las contradicciones.

Pero conviene saber distinguir. Régis Debray argumenta que los muros no son las fronteras, o ya no lo son, o lo son solamente a veces, y no todos lo son, ni siempre. Por regla general, los muros se levantan durante largos períodos de la historia, o bien con prisas, en una sola noche, para separar claramente a unos de otros.

Muchos muros son bastiones fortificados; y si eran bastiones incluso en el espacio ucrónico de Blade Runner, imaginemos lo que significan en nuestro mundo terrenal. Los muros se erigen contra los hostis mencionados por Cicerón, y manifiestan sin ambages un non prevalebunt claro y hostil como el de los cristianos romanos contra las fuerzas infernales. Las fronteras, en cambio, son “un asunto intelectual y moral”, según Debray, a menudo un signo que no es visible (en las nieves de los Alpes, por ejemplo), tampoco olfativo como el de los animales, que marcan su territorio para separarlo del de los demás derramando líquidos corporales.

El paso fronterizo entre España y Gibraltar.
(Fuente: EFE)

Las fronteras son signos de demarcación en un área geográfica concreta. Allí donde es posible, en una carretera o en un puerto de montaña, la frontera, ese muro ideal, se abre o se cierra. Las fronteras tienen la entrada y la salida por la misma puerta, presentan una doble funcionalidad, como el rostro bifronte de Jano, y no deniegan el paso a todos, como los muros: dicen estos sí y estos no. El muro impide el paso y la frontera lo regula. Es un filtro: el reino de los pasaportes, de los visados, de los salvoconductos sellados, donde la estatalidad se impone al pueblo-nación. Como dice Debray, era deber de los reyes, de donde procede el concepto de regere fines, mantener las fronteras.

Últimamente, los medios de comunicación refieren construcciones de muros en muchos lugares del mundo, y la historia nos informa de que las fronteras se han multiplicado en los últimos cincuenta años: desde 1991 se han trazado al menos 27.000 kilómetros de nuevas fronteras, dice Debray, especialmente en Europa y Eurasia. Y nuevas fronteras, unas veces con muros, otras no, surgen por doquier. El geopolitólogo Michel Foucher ha calculado que entre 2009 y 2010 se produjeron veintiséis casos de conflictos transfronterizos graves.

Las fronteras, además de delimitar estados o naciones, encierran identidades. Ya Hume, en su ensayo sobre el intelecto humano, en vez de identidad que supone una rígida lógica aristotélica (A=A), adoptaba el término psicológico sameness (que podríamos traducir como “simismidad”, es decir, reflejo identitario). Aunque algunos antropólogos tiendan a negar, incluso ontológicamente, cualquier identidad; y aunque gentes bienintencionadas, celebridades y el cantante utopista John Lennon cantaran Imagine there’s no countries, los pueblos se obstinan en vivir por su cuenta, y reclaman más fronteras.

Es lo que se viene observando en la historia reciente, y lo que se supone que continuará sucediendo en el futuro. Cuando se disolvió el Imperio soviético, los eslovacos no quisieron convivir con los checos, ni los croatas con los serbios, ni los ucranianos con los rusos; y hoy, el pueblo kurdo se resiste a abolir las fronteras que lo mantiene repartido entre tres países…

En contrapartida, hay una idea internacional expresada por importantes minorías intelectuales que no solo da por descontada o inevitable la sociedad multicultural, multiconfesional y multiétnica: la preconiza, la difunde, la invoca, trata de imponerla. ¿En qué modelo histórico que funcione y resulte satisfactorio se inspiran esos optimistas “sin fronteras”? ¿Tal vez en el irlandés, cuando durante cuatro siglos los irlandeses han peleado a sangre y fuego con los ingleses? ¿O en el de la extinta Yugoslavia, que tuvo y acabó rechazando violentamente su sociedad multicultural, multiconfesional y multiétnica? Cuando esa sociedad fue concebida por poetas y pensadores idealistas y paneslavistas entusiastas de la idea de reunir a todos los eslavos del sur dentro de la misma y única frontera, acabó haciéndose realidad, primero por la monarquía y luego por la fuerza bruta del socialismo “casi real” de Tito, al cabo de unas décadas, a costa de mucha sangre inocente derramada, se decidió que aquel hermoso proyecto no tenía sentido y no podía seguir funcionando. Y así fue como los pueblos de la antigua Yugoslavia establecieron fronteras entre ellos, casi siempre frágiles y a menudo sometidas al control de fuerzas militares de las Naciones Unidas. 

Soldados de las Naciones Unidas en Bosnia.
(Fuente: Revista Ejército)

Para redactar este texto me he basado fundamentalmente en dos ensayos: “Pensare la frontiera”, que forma parte del libro 
Il pensiero meridiano, de Franco Cassano, y Éloge des frontières, de Régis Debray. [4] 

ﷺ ﷺ ﷺ

[1] Claudio Magris: El infinito viajar. Traducción de Pilar García Colmenarejo. Editorial Anagrama, Barcelona, 2008.
[2] Jacques Ancel: Géographie des frontières. Éditions Gallimard, París, 1938.
[3] Jorge Volpi: “Las trompetas de Jericó”, en El País, Madrid, 14 de noviembre de 2005, p. 16.
[4] Franco Cassano: Il pensiero meridiano. Laterza, Bari, 2003; pp. 53-66. / Régis Debray: Éloge des frontières. Folio, Éditions Gallimard, París (eBook), 2013.

Este texto, traducido del italiano y parcialmente resumido por Albert Lázaro-Tinaut, fue publicado en L’Intellettuale Dissidente, Roma, el 28 de abril de 2021. TRANSEÚNTE EN POS DEL NORTE agradece al autor su amable autorización para reproducirlo.

08 febrero 2016

Lo que queda de Haití (a los seis años del terremoto que devastó el país)

El “bidonville” popular de Jalousie, en Puerto Príncipe, fue pintado 
de vivos colores en 2013 (con un coste de 1,4 millones de dólares) 
para ocultar al “gueto blanco” de Pétionville una triste realidad: 
la miseria de sus 45.000 habitantes.
(Fuente: ABC News)

En julio de 2011, este transeúnte publicó el post Haití en su agónico estertor perpetuo, donde resumía la historia de aquel país antillano y reproducía un breve pero significativo artículo de Manuel Rivas.
Lyonel Trouillot.
(Fuente: Libération)

¿Qué ha cambiado en Haití seis años después del tremendo sismo que devastó el sur del país y su capital? Dejemos que nos lo explique el 
novelista, poeta e intelectual haitiano Lyonel Trouillot en una entrevista publicada en el diario francés Libération con motivo de la presentación en París de su libro Kannjawou [1].

Los haitianos no tenemos ningún control sobre nuestro país
En enero de 2010, un terremoto causó la muerte de unas 300.000 personas en Haití. Seis años después, mientras el Palacio Nacional permanece derrumbado sobre sí mismo como símbolo de un país hundido, las elecciones presidenciales [2] han tenido lugar en medio de un clima político espantoso: después de haber quedado en segundo lugar en la primera vuelta, Jude Célestin –que ya había sido candidato en 2010– optó por retirarse ante “los fraudes y esta mascarada”, según sus propias palabras. Jovenel Moïse, el hombre designado por el presidente saliente, Michel Martelly, inauguró entonces una nueva forma de democracia en el Caribe: una segunda vuelta… con un solo candidato.
Jude Célestin.
(Fuente: Le Nouvelliste)

Lyonel Trouillot, que es vicepresidente de la Asociación de Escritores del Caribe, acaba de publicar una nueva obra, Kannjawou. En esta entrevista evoca la “denegación de soberanía” de Haití y su legitimación por parte de la comunidad internacional.
Jean-Louis Le Tousset

Para usted estas elecciones han sido una farsa…
– ¿Cómo puede vivir Haití con una mentira montada con el consentimiento de la comunidad internacional? Un candidato previamente elegido, escogido por el ejecutivo y las instancias internacionales: ese es el cuadro que se nos presentó. Ello anticipa una catástrofe institucional: un presidente que no será reconocido por el país pero sí por quienes lo han prefabricado. Desde hace diez años nos movemos en el mismo escenario. Michel Martelly, elegido por la comunidad internacional junto con una minoría haitiana hace cinco años saca de su sombrero a un nuevo candidato que cuenta con el beneplácito internacional. Es algo vertiginoso. Un diplomático de quien callaré el nombre me ha dicho: “Lyonel, vosotros que estáis acostumbrados a los dictadores, ¿por qué no soportáis a un corrupto durante unos cuantos años más?”.
Michel Martilly en febrero de 2011, durante la campaña para las elecciones 
que le llevarían a la presidencia de Haití el 14 de mayo de aquel año.
(Foto © Ramón Espinosa / AP)

Cree usted, pues, que se trata con toda evidencia de la dominación de las instancias internacionales mediante unas elecciones amañadas de antemano.
– Es la primera vez que esto resulta tan evidente. Más allá del carácter corrupto del gobierno que impone a su candidato, surge un conflicto entre la población haitiana y la “internacional”: Unión Europea, Estados Unidos, ONGs, observadores internacionales. Es la primera vez que los haitianos expresan un rechazo masivo a ese diktat sobre la realidad haitiana. Cuando hay diplomáticos que te dicen: “Bueno, habrá una segunda vuelta entre tal y tal, no hay otra opción”, el país sólo puede constatar que ya no es un país y que la denegación de su soberanía es un hecho. Incluso los partidos políticos locales se muestran sorprendidos: “Pero, ¡es imposible elegir a alguien nombrado de antemano!”, dicen. La rápida reacción de las fuerzas extranjeras, predispuestas a continuar con esta parodia, es humillante y detestable. Dejar que Haití tomara las riendas y se ocupara de sus asuntos supondría reconocer el fracaso de sus ayudas, de esas muletas impuestas por la comunidad internacional, la cual impulsó nuevas elecciones inmediatamente después del terremoto mientras era evidente que para los haitianos había muchas otras prioridades. Podría ser divertido que los ciudadanos europeos preguntaran a sus propios gobernantes: ¿por qué se convocaron deprisa y corriendo nuevas elecciones en un país donde acababan de morir trescientas mil personas?, ¿por qué auspician ustedes unas elecciones sabiendo quién las ganará? Se trata pues, a todas luces, de la imposición de una apariencia de democracia en Haití.
Manifestación antigubernamental y contra la injerencia 
internacional en la capital haitiana, Puerto Príncipe.
(Fuente: Haïtí Liberté)

Por lo que dice, entiendo que Haití continúa siendo “un chavalito” en manos de la comunidad internacional.
– Exactamente, lo cual significa que no somos dueños de nuestro país. Los diplomáticos son muy claros al respecto. Es como si hoy la independencia de Haití fuera imposible. Probablemente haya algo de eso, pero también de racismo velado: Haití no es más que un pequeño rebaño de negros dispuestos a obedecer a la comunidad internacional como a un buen pastor, porque ese rebaño no sabría de qué modo ni por dónde avanzar. Ese no es el caso, evidentemente. Esta situación de dependencia se reforzó en 1986, tras la caída del régimen de Jean-Claude Duvalier [3]. La intervención estadounidense de 1994 marca, en mi opinión, el inicio de esa dominación: las misiones extranjeras se ocultaron bajo otras denominaciones e influyeron decisivamente en la realidad política. Luego ocurrió la catástrofe del terremoto y el país se convirtió en una cobaya perfecta para experimentar las políticas de las potencias occidentales.
Vehículos blindados estadounidenses ante el Palacio Presidencial 
de Puerto Príncipe en septiembre de 1994.
(Fuente: solutionshaiti.blogspot.com)

¿Cómo y dónde se expresa el malestar de los haitianos?
– ¡En todas partes! En las emisoras de radio, en la calle, en la prensa, en las redes sociales y, fuera del país, en las comunidades haitianas, especialmente las de los Estados Unidos y Canadá. El mensaje que lanza la calle es este: “Hace diez años que ustedes fracasan, y fracasan en nuestro nombre. Nos organizan elecciones de las que ya conocen el ganador”. Otros ciudadanos dicen: “Esto no funcionará, ya que la organización de las elecciones ha sido confiada a personas corruptas y el candidato ha sido elegido por ustedes [la comunidad internacional]”. ¿Y qué les contestan?: “Bueno, no hilen tan fino, y además, ¿qué es lo que quieren?, ¿quieren elecciones? Pues ya las tienen, ¿de qué se quejan?”. Estas elecciones, en muchos aspectos, me recuerdan la voluntad de París de organizar a cualquier precio un escrutinio en la República Centroafricana. Cuando me encuentro con ciudadanos franceses, estadounidenses o canadienses y me refiero a la situación impuesta por sus propios representantes, parecen caer de las nubes y suelen exclamar: “¡Es increíble! Pero ¿cómo es posible?”.
A menudo, las organizaciones internacionales en Haití priorizan la propaganda.(Fuente: Asociación Audiovisual Educar desde la Infancia)

¿Cómo vive usted esa presencia internacional?
– De hecho, vivimos separados. En Haití, la mayoría de los extranjeros no viven realmente allí, no mantienen contactos con el país. No tienen el humor del país. Ni siquiera escuchan lo que dice la gente del país. Digamos que se trata de una dominación afable. Ellos viven en los guetos blancos. Cuanto peor vayan las cosas en el país, más necesaria será la ayuda de las ONGs. Esta dependencia de las instituciones del Estado está reforzada por la poderosa presencia de las ONGs. Es la “caricia” de la ocupación. “Somos amables –nos dicen–, os ayudamos, os traemos libros: os gustan los libros, ¿verdad?” Haití se radicaliza con respecto a la presencia extranjera. Haití es un paciente tratado con tranquilizantes desde hace diez años.
Viñeta ilustrativa de la ayuda internacional divulgada por la Misión 
de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití.
(© Jerry Rosembert Moise / BIT)

Y Francia, ¿qué dice?
– Francia no dice nada, y transfiere a la Unión Europea la responsabilidad de la situación. Es una actitud bastante maliciosa echarle la culpa a Europa. Con respecto a Francia, por razones históricas y, sobre todo, por parte de los intelectuales haitianos, se mantiene una relación amistosa porque siempre se comparte algo. Ahora, sin embargo, es innegable que se está perdiendo ese espíritu de fraternidad con respecto a Francia, ya que han surgido muchas dudas. En el ámbito popular, en cambio, la situación es distinta. Evidentemente existe un pasado colonial, pero cuenta mucho la herencia que ha dejado la lengua. Aunque, en verdad, la lengua es la de la élite, la de la burguesía, la de las clases dominantes. Los hablantes criollos, que no saben francés, ven en la lengua un instrumento que les impide expresarse. La imagen de Francia paga el precio de sus crímenes históricos y de los crímenes económicos perpetrados por la élite haitiana… que habla francés. La lengua francesa es vista, por lo tanto, como un instrumento de dominación.
El presidente francés François Hollande, recibido con honores 
en el aeropuerto de Puerto Príncipe el 12 de mayo de 2015.
(Foto © Héctor Retamal / AFP)

Usted ha dicho que el lenguaje diplomático se ha relajado: eso ¿qué significa?
– “Me siento muy feliz de estar en su país, tan encantador como desesperante.” Es una frase que me dijo una autoridad consular. La diplomacia se ha ido relajando. Los obstáculos del lenguaje han desaparecido. Incluso los oficiales estadounidenses dicen frases de este estilo: “Su país tiene tantos problemas que he de trabajar para ustedes incluso los sábados”. Ahí no hay ni un ápice de diplomacia. El propio presidente Martelly es la viva expresión de ese lenguaje más bien ramplón. En un discurso, por ejemplo, puede decir groserías como que le gustaría acostarse con una mujer a la que ve… entre el público. Y los diplomáticos le sonríen la “gracia”. Mertelly ha sido el director de orquesta de esa degeneración del lenguaje. Veo en esa actitud, tanto en boca del presidente como en la de la diplomacia, la negación de Haití como entidad. Y ese lenguaje desacomplejado, percibido por la población, equivale a borrar la huella de lo que llegó a ser Haití.
El presidente Martelly dirigiéndose a la Asamblea General 
de las Naciones Unidas, en Nueva York, el 1 de octubre de 2015.
(Fuente: El Día, Santo Domingo)

Catástrofe lingüística, pero también catástrofe espiritual…
– En efecto, así es. Las iglesias evangélicas han supuesto la mayor catástrofe moral que ha sufrido Haití. El individuo se siente cada vez menos ciudadano: es un hermano de Cristo. Sostienen en su discurso que el hombre es un lobo para el hombre, recomiendan no confiar en el vecino, ni en nadie. Ese viraje sectario es inaudito, y el conservadurismo de esas iglesias, abominable. Se vio claramente cuando se produjo el terremoto. El eco procedente de esas iglesias era este: “No habéis seguido los caminos del Señor, y ahora sufrís su castigo”. Ese viraje religioso empezó bajo la dictadura de Jean-Claude Duvalier y supuso el inicio de la “sutil invasión” evangélica.
Traducción del francés: Albert Lázaro-Tinaut


[1] Lyonel Trouillot: Kannjawou, Éditions Actes Sud, Arles-Paris. 2016. La entrevista se publicó en el diario parisino Libération el 23 de enero de 2016.

[2] La primera vuelta de las últimas elecciones presidenciales a las que se alude, con 56 candidatos en liza, tuvo lugar el 25 de octubre de 2015, y el presidente Martelly fue posponiendo la segunda, prevista en principio para el 24 de enero de 2016 y no celebrada. El 20 de enero Jude Célestin anunció que retiraba su candidatura mediante un comunicado en el que decía que "quienquiera que sea la persona que participe en los comicios del 24 de enero será un traidor a la Patria"; de hecho, en la segunda vuelta habría un solo candidato, Jovenel Moïse. Tras la dimisión de Martelly el 7 de febrero de 2016, el Parlamento haitiano suscribió un acuerdo de gobierno de transición para un período de 120 días.

[3] Duvalier, conocido como “Bébé Doc”, fue un dictador que dirigió los destinos de Haití entre 1971 y 1986.


23 junio 2013

¿Qué utilidad tiene la presidencia rotatoria de la Unión Europea?


En tiempos de vacas gordas son posibles muchas cosas, aunque no resulten realmente imprescindibles. Por ejemplo, la institución y el mantenimiento de la presidencia rotatoria de la Unión Europea.

Esta práctica, considerada oficialmente un órgano interno del Consejo de la UE y una responsabilidad institucional, funciona desde 1958; en efecto, entre enero y junio de aquel año Bélgica ejerció la primera presidencia semestral del entonces Mercado Común Europeo, costumbre que se mantiene hasta nuestros días y a la que se han ido incorporando los Estados que pasaban a formar parte de la Unión. Cuando esto se publica, ostenta la presidencia Irlanda, que el próximo 1 de julio pasará el relevo a Lituania.

Imagen coloreada de la firma en Roma del Tratado del Mercado Común
Europeo (25 de marzo de 1957), germen de la actual Unión Europea.

¿Cuál es el papel del Estado que preside durante medio año la UE? Fundamentalmente, organizar y presidir las reuniones del Consejo y resolver los problemas que se presenten en la práctica, con el asesoramiento (o la “asistencia”, según la terminología comunitaria) de un secretario general que suele ser ciudadano de otro país, no del que preside el Consejo.

El transeúnte no se perderá aquí en cuestiones administrativas y legales que forman parte de la enorme maquinaria burocrática de la carísima institución supranacional. Sólo añadirá que por una decisión adoptada en el Acta Final del Tratado de Lisboa (2007), tres años más tarde entraron en vigor unas nuevas reglas que establecían un sistema de colaboración entre tres presidencias consecutivas para formular un programa de trabajo a más largo plazo.

Sede la Comisión Europea, en Bruselas.

Lego en materia jurídica europea, el transeúnte considera que no están los tiempos para gastos probablemente suprimibles, sobre todo desde que el 1 de enero de 2010 empezó a ejercer como primer presidente del Consejo Europeo el hasta entonces jefe del ejecutivo belga Herman A. Van Rompuy. ¿Es realmente necesario que exista, de hecho, esa doble presidencia: la del señor Van Rompuy  y la del representante del Estado miembro que ejerce la presidencia de turno? ¿No sería suficiente la presidencia única, poniendo a su disposición no sólo las tareas de los comisarios, sino también las del Parlamento Europeo, con 754 diputados representantes de todos los Estados miembros?

Sede del Parlamento Europeo, en Estrasburgo.

La UE, con sus contradicciones, sus luchas partidistas internas y su desmedida burocracia (que incluye traductores e intérpretes de y a cada una de las lenguas de los Estados miembros, además de una importantísima legión de funcionarios que viajan constantemente y se instalan en costosos alojamientos) cuesta muchísimo dinero a los contribuyentes. En este sentido, el diario letón Neatkarīgā Rīta Avīzes denunciaba el pasado 10 de junio que cuando a Letonia le corresponda asumir la presidencia rotatoria (prevista para el primer semestre de 2015), el país gastará en seis meses unos setenta millones de lats (alrededor de cien millones de euros al cambio actual). [1]

En un breve pero concienzudo análisis, quien firma el artículo (el periodista Juris Paiders) se pregunta, no sin cierta ironía, si Letonia contribuirá acaso a cambiar las cosas en la Unión, y dice que con ese dinero su pequeño país podría prestar una ayuda muy necesaria a los agricultores, construir una nueva biblioteca nacional, salvar a alguna gran empresa industrial que se encamina hacia la quiebra o crear nuevos puestos de trabajo para los 102.000 desempleados registrados ahora mismo en las oficinas de paro de Letonia (que no son poca cosa en un país de poco más de dos millones de habitantes).

Sede del Banco Central Europeo, en Fráncfort.

La cuestión no es trivial, y debería hacernos reflexionar (o más bien debería hacer reflexionar a la clase política europea) sobre los descomunales gastos que origina la Unión, en los que no parece que se produzcan recortes significativos. Gastos que, huelga decirlo, pagan los contribuyentes de cada Estado en función de diversos parámetros, empezando por los sueldos y las dietas de los eurodiputados y sus constantes desplazamientos, generalmente en avión y muchas veces en clase preferente. Quizá no fuera mala idea sacar más partido a las nuevas tecnologías y usar, por ejemplo, las videoconferencias para realizar muchas de las reuniones, lo cual evitaría tantos viajes.

Sede del Tribunal de Cuentas de la Unión, en Luxemburgo.

El transeúnte no tiene los elementos de juicio necesarios para denunciar estas situaciones, pero las apunta porque su olfato le dice que, seguramente, hay muchos intereses detrás de tanto gasto y de las elevadas sumas de dinero que probablemente se dilapidan a espaldas del ciudadano comunitario. De ahí la legítima sospecha de que la denominada “crisis económica” ha sido concebida en este mundo tan globalizado para empobrecer a la parte más débil de la sociedad y, sin duda, para beneficio de unos miles de privilegiados.


Quizá estas cuestiones puedan ser rebatidas con argumentos creíbles: sería deseable. En cualquier caso, si a alguien le apetece entrar más profundamente en materia tiene a su disposición un estudio de Covadonga Ferrer Martín de Vidales, formulado desde el punto de vista jurídico, publicado por la ECSA (European Community Studies Association) que se puede leer aquí.

Albert Lázaro-Tinaut

[1] Está previsto que Letonia adopte el euro como unidad monetaria en 2014.

01 octubre 2011

La voz a otros debida: Los bosques finlandeses sentidos por Alessandro Pavolini

Paisaje característico de la Finlandia centro-oriental.
(Foto © www.teije.nl)

Alessandro Pavolini (Florencia, 27 de septiembre de 1903 - Dongo, Lombardía, 28 de abril de 1945) fue un notable jerarca de la Italia fascista, además de destacado periodista y fino escritor. Hijo del poeta y filólogo Paolo Emilio Pavolini (1864-1942, eminente estudioso de las lenguas y literaturas nórdicas y traductor del poema épico finés Kalevala, manteniendo el metro y el ritmo originales), se dejó llevar por los intereses culturales de éste. Además, estudió Derecho en la Universidad de Florencia y Ciencias Sociales en la de Roma. 

Fue muy activo políticamente durante la dictadura fascista (se había adherido al Fascio en 1923) y ejerció como ministro de Cultura Popular. También estuvo entre los firmantes, en 1938, del “Manifiesto de la raza”, con el que Mussolini promovió las leyes raciales fascistas. Por otra parte, participó como reportero, pero también militarmente, en la guerra colonial de Etiopía, cuyos avatares dejó escritos en el libro Disperata (1937). 

Pese a que sus enfrentamientos con otros jerarcas del régimen hicieron que cayera en desgracia durante cierto tiempo, no fue apartado de algunos cargos políticos. Tras la destitución de Mussolini y la caída del régimen (25 de julio de 1943) se refugió en Alemania; sin embargo, cuando Hitler impulsó, en septiembre del mismo año, la efímera República Social Italiana (conocida como República de Salò), Pavolini fue nombrado secretario provisional del nuevo Partido Fascista Republicano. Fue, además, uno de los creadores y primer comandante del cuerpo paramilitar de las Brigadas Negras (junio de 1944). 

Alessandro Pavolini, vestido con 
su uniforme de jerarca fascista, 
en una foto retocada.

Tras la ocupación de Roma por los Aliados en junio de 1944, participó en la defensa de Florencia y con sus francotiradores resistió durante varios días cuando la ciudad fue tomada, en agosto del mismo año. Al final de la guerra, y tras un intento de huida a la desesperada, fue herido y capturado por los partisanos. Procesado por colaboracionismo con el enemigo, fue condenado a muerte y fusilado con otros prisioneros el 28 de abril de 1945. Al día siguiente, su cadáver quedó colgado por los pies, junto al de Benito Mussolini, en el Piazzale Loreto de Milán.

Es evidente que Pavolini no se significó precisamente por su pacifismo ni mucho menos por un espíritu democrático, sino todo lo contrario. Le gustaba afirmar, con cierto orgullo, que Mussolini y él eran las personas más odiadas por los italianos. ¿Qué pinta pues un villano totalitarista, con las manos manchadas de sangre, en esta bitácora? El transeúnte siempre ha querido separar –hasta cierto punto, claro– las artes de las ideologías, aunque a veces las artes sean claros exponentes de esas ideologías. Quienes rechazamos los totalitarismos, haríamos mal si dejáramos de leer, por citar algunos nombres, a Gabriele D’Annunzio, Curzio Malaparte, Luigi Pirandello, Ezra Pound, Knut Hamsun o Pierre Drieu La Rochelle, simpatizantes del fascismo o el nazismo; o a Vladímir Maiakovski, Maksim Gorki, Pablo Neruda o Jean-Paul Sartre por haber estado próximos ideológicamente al estalinismo. Lo mismo podríamos decir con respecto a las artes plásticas, la música y el cine. Para quien lo desee, el debate está servido. 

Luigi G. De Anna, profesor de la universidad finlandesa de Turku y prologuista de la reedición de Nuovo Baltico [1] –obra de la que se ha extraído el texto que sigue–, dice que “Pavolini tenía el ojo atento del periodista, pero por formación era un literato”, y que “su carrera política avanzó al mismo paso que la del intelectual”. En cualquier caso, leyendo su texto sobre los abedules de los bosques de Finlandia, con un lenguaje casi lírico, difícilmente se puede identificar al escritor refinado con el fanático jerarca fascista.


Bosque de abedules cerca de Kouvola (sudeste de Finlandia).
(Fuente: http://onnila.wordpress.com/tag/kouvola/)


El más allá de los árboles 

Por Alessandro Pavolini 

Desde hace un mes, en el Báltico veo abedules. Estoy dulcemente obsesionado por los bosques. 

Anoche no conseguía dormir y salí al bosque, entre los abedules, bajo un cielo sin estrellas, no por la oscuridad, sino por el resplandor. No esperaba, por supuesto, toparme con un reno, ni oír algún aullido, como la Novia del Lobo sobre la que escribe Aino Kallas [2]. Mis fantasías eran más bien vegetales. 

Acariciaba los troncos, duros, vivos, fríos; miraba las ramas que se sumergían en las tenues sombras. Los abedules permanecían inmóviles, con su aspecto ensoñado y meditativo. 

En su vida, anclada a un único punto preciso de la tierra –pensaba yo–, los árboles quizá presientan otra vida, probablemente sueñen con ese más allá que les espera como lo contrario de su existencia en el bosque. Lo mismo que los hombres cuando imaginan el Paraíso. 

La existencia del árbol es sumamente lenta, sin cambios de ritmo ni acontecimiento alguno. Esta es su primera característica. La segunda es el no poderse mover, el estar sujeto para siempre al mismo metro cuadrado. Y la tercera es esa pesadumbre, que tan bien se advierte por las noches, de no poder compartir su vida con la de ningún semejante, no poder fundirse en un abrazo con otro ser vivo hasta la ilusión amorosa de hacerse unidad. Los árboles apenas se tocan, rozan sus hojas, se acarician levemente con esos dedos ciegos, sufren la desazón del deseo sin poder alcanzarse del todo. Una maldición los mantiene aislados y sedentarios.

Algún día, sin embargo, tú, abedul, que no has experimentado nada más que tu simple existencia, sentirás que algo ocurre en tu base. Algo brusco, rápido, indiscutible. Serán los golpes del hacha de un leñador finés. Se te presentará de este modo la muerte liberadora como lo opuesto de la vida: según tus presentimientos de esta noche y de muchas otras noches, cuando yo me acuesto y tú permaneces en pie.

Abedules cortados para 
la industria madedera.
(Foto © Victor Sagaydashin)

Toda la vida te has mantenido inmóvil en tu lugar, centinela de ti mismo. A partir de aquel momento entrarás en tu más allá, empezarás a moverte y sentirás la voluptuosidad divina de la horizontalidad. Y ya desnudado de ramas, hojas y raíces, reducido a tu esencia, al tronco, empezarás a viajar horizontalmente arrastrado por la corriente de un río, y durante ese viaje no te detendrás. 

Viajar, fluir eternamente: el paraíso de quien tuvo raíces. Los grandes ríos gélidos atraviesan raudamente los bosques arrastrando troncos migrantes. Los conducen hacia el golfo de Finlandia, hacia el golfo de Botnia, según el camino que trazó el Gran Hielo cuando arrasó Finlandia y, a su paso, fue dejando cicatrices en forma de lagos y corrientes de agua. Si te encallas en un lago, abedul, unos hombres subidos a una balsa te empujarán para devolverte al curso de agua. (Pero, ¿será un lago o el recodo de un río? Es más difícil contar los lagos en Finlandia que las estrellas en el cielo: éstas son más numerosas, pero más fáciles de localizar. Quien pretende censar los lagos finlandeses no sabe cómo distinguir entre los que se enlazan entre sí por brazos de agua y los recodos de los ríos; entre los lagos salpicados de islas y los ríos que se bifurcan a partir de una isla. Y no salen las cuentas: cincuenta mil, sesenta mil, sesenta y cinco mil…)

Flotas y así prosigues tu camino… A veces te aflige una peligrosa sensación, una mezcla de placidez y temor, como la que sienten los hombres en la nuca al notar que el suelo se hunde bajo sus pies. Es cuando te precipitas en la vorágine de alguna cascada o sientes el trueno de unas cataratas. (He venido a Imatra para ver “la mayor cascada de Europa”, como me enseñaron en la escuela. Pero ya no puede verse, pues la ha aprisionado una gigantesca central hidroeléctrica. [3]) Los rápidos son los momentos líricos de la lenta y solemne épica de los ríos. El tronco salta en medio de aquella violencia inmóvil, de aquel fragor eterno y compacto, y en ese momento se purifica su corteza. 

Transporte fluvial de madera talada en el sur de la Carelia finlandesa.
(Foto © Hubert Stadler / Corbis) 

Cada vez más blanco, más del color del alma, el abedul alcanza su nirvana de árbol. De tanto en tanto siente el esfuerzo del salmón al remontar las aguas, o el topetazo con otro abedul. De este modo tiene lugar, al fin, el encuentro de tronco con tronco. Rozándolo, se dispone a abrazarlo, a confundirse con él en la unidad. 

Sin embargo, la fábrica de celulosa espera con sus fauces abiertas. Surge de repente en el tiempo, aislada en el espacio. Hasta ayer fue bosque y es bosque lo que la rodea.

Fábrica de celulosa, de pasta de madera, de cartón y papel: industria natural y sana como una planta, aquí, entre bosques y cascadas, en esa inmensa abundancia de madera, de vapor, de electricidad. […] Fábrica que funciona sin interrupción, con fuegos y luces permanentemente encendidos: en las nocturnas jornadas invernales, en medio de la nieve congelada; en las clarísimas noches estivales, entre prados verdes y rapados como los campos de golf de Escocia. […] 

Cuando, lejos de su bosque natal, el abedul llega a la fábrica, pasa del río a un canal y a una cinta dentada que lo trasporta hacia su Purgatorio. Se ve sumergido, y con él millones de árboles, en un malebolge [4] giratorio donde los troncos saltan y se entrechocan mientras se purgan, bajo el incansable hierro, de los residuos de su corteza. Allí sienten por última vez el aliento de la lluvia, del viento, de los hongos y de los arándanos. El tronco, mondo, blanco, vuelve a salir. Ahora será cuando las cuchillas eléctricas den cuenta de él. 

Traducción del italiano de Albert Lázaro-Tinaut 


[1] La primera edición de Nuovo Baltico de Alessandro Pavolini fue publicada por el editor Vallecchi de Florencia en 1935. Estos datos y el texto que se reproduce (pp. 113-118) han sido tomados de la edición al cuidado de Massimiliano Soldani publicada por la Società Editrice Barbarossa de Milán en 1998. 
[2] Aino Kallas (1878-1956) fue una destacada narradora y poeta finlandesa muy vinculada a Estonia, donde vivió y ambientó sus principales obras, entre las que sobresale la novela Sudenmorsian (‘La novia del lobo’, 1928), cuya acción se desarrolla, precisamente, en la isla estonia de Hiiumaa. 
[3] En la localidad de Imatra, en la Carelia del Sur (al sudeste de Finlandia, junto a la frontera rusa), se encuentra, en efecto, una gran central hidroeléctrica. La presa de Imatrankoski, construida en 1929, aprovecha los rápidos del río Vuoksi, que antes formaban una de las cataratas más grandes y bellas de Europa. 
[4] El Malebolge es el octavo círculo del “Infierno” de la Divina Comedia de Dante. Se divide en diez fosos circulares y concéntricos, cada uno de los cuales se dedica al castigo de una especie de fraudulentos (véase “Infierno” XVIII, 1-18). 

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