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27 febrero 2011

Martin Niemöller como actor de la intrahistoria

Martin Niemöller en un acto del Consejo Mundial de las Iglesias,
en septiembre de 1954.

(Foto © John Dominis/Time & Life Pictures/Getty Images)

Hace poco cayó en las manos del transeúnte, amigo de coleccionar curiosidades, una “entrada” o pase para una conferencia del pastor y teólogo luterano alemán Martin Niemöller en Heldelberg, un papelito de color verde apagado. La charla tuvo lugar el 21 de junio de 1947, y no se especifica sobre qué versó. Y puesto que se trata de eso, de una curiosidad (que por principio ha de interesar mínimamente a una persona curiosa), le dio por averiguar quién era el personaje en cuestión. Y le parece que su biografía bien merece ser divulgada, pues es, en cierto modo, una prueba de la relatividad de las “verdades históricas” cuando pretenden ser absolutas, o una manera de ver la intrahistoria, más o menos tal como la definió Miguel de Unamuno.


Nacido en Lippstadt, una ciudad mediana de Westfalia, el 14 de enero de 1892, este eclesiástico murió en Wiesbaden (Hesse) el 6 de marzo de 1984. Tras su graduación como oficial-cadete de la Marina Imperial alemana, participó activamente en la primera guerra mundial –y fue incluso condecorado con la Cruz de Hierro de primera clase– como primer oficial de un submarino que contó entre sus gestas el hundimiento de treinta y cinco buques, aunque para él uno de esos hundimientos, que tuvo lugar el 25 de enero de 1917, supuso una carga de conciencia que luego le resultaría insoportable: “Marcó un punto de no retorno en mi vida, ya que me hizo abrir los ojos ante la imposibilidad absoluta de un universo moral”, comentaría a sus biógrafos Jay Winter, Jay y Blaine Baggett [1]. Acabó la guerra, sin embargo, como comandante de otro submarino, el U-67, que echó a pique tres navíos aliados.

El submarino U-67, a cuyo mando
estuvo Martin Niemöller al final
de la primera guerra mundial.


Terminado aquel conflicto, en el que Alemania sufrió una derrota, muy mal digerida, las reflexiones llevaron a Niemöller a estudiar teología en el seminario de la Universidad de Münster, y en 1924 recibió las órdenes de pastor de la Iglesia luterana. Destinado en 1931 a una parroquia de la periferia de Berlín, simpatizó con el nazismo, fue incluso miembro de los Freikorps (‘Cuerpos francos’, unas milicias combatientes autónomas que los nazis retomaron de las que había creado Federico II de Prusia en el siglo XVIII, durante la guerra de los Siete Años, y que utilizaron para defender las fronteras alemanas ante un hipotético ataque del Ejército Rojo) y acató el nacionalismo anticomunista y antisemita de Hitler. [2]

En la época de sus tanteos
con el nazismo.


Sin embargo, cuando en 1933 los nazis pusieron en práctica la Gleichschaltung (‘sincronización’) para imponer el control totalitario y crearon el ministerio de Asuntos Eclesiásticos con el objetivo de controlar a las Iglesias e imponerles el Arierparagraph (‘párrafo ario’), que excluía a todo ciudadano de ascendencia judía, Niemöller decidió oponerse a tal cláusula y en mayo de 1934 fundó, con otro pastor y teólogo luterano, Dietrich Bonhoeffer (1906-1945) y el teólogo suizo Karl Barth (1886-1968), la Bekennende Kirche (Iglesia de la Confesión), cuyo propósito era servir “no al pueblo alemán o a la historia, sino a la palabra soberana de Dios”, la cual rechazó la sumisión de la Iglesia al Estado.

Al mismo tiempo, los confesantes rompieron toda relación con la Iglesia Evangélica Alemana, que continuó fiel al régimen nazi.
La nueva Iglesia fue objeto de desprestigio público y persecución, y el 1 de julio de 1937 Martin Niemöller fue arrestado por la Gestapo –que hacía tiempo que había “pinchado” su teléfono–, acusado de “traición al Estado y el Partido”, y condenado en marzo de 1938 a siete meses de prisión, que de hecho ya había cumplido; para privarlo de libertad, fue detenido nuevamente por la Gestapo y enviado al campo de concentración de Sachsenhausen y, en 1941, al de Dachau, donde permaneció hasta que fue liberado por tropas estadounidenses el 5 de mayo de 1945. Cuando estaba en Dachau su hija pequeña, Jutta, falleció de difteria, su hijo mayor murió combatiendo en Pomerania y otro hijo suyo fue hecho prisionero por el Ejército Rojo.

Nunca se ha sabido muy bien hasta qué punto Martin Niemöller se enemistó con Hitler, al margen de los asuntos de la Iglesia. De hecho, él mismo confesó en junio de 1945, durante una conferencia de prensa en Nápoles, que “nunca se había peleado con Hitler sobre cuestiones políticas, sino únicamente por razones religiosas” (los hechos cantan: en 1931 proclamaba desde el púlpito que Alemania necesitaba un Führer y difundía los puntos de vista de Hitler sobre raza y nacionalidad; y cuando Hitler retiró a Alemania de la Liga de las Naciones, en octubre de 1933, Niemöller le envió un telegrama de felicitación). En aquella misma conferencia de prensa afirmó, sin sonrojarse, que en 1939, tras su detención, se había ofrecido como combatiente a la Marina alemana.

Niemöller representado entre la esvástica y la cruz
en la cubierta de un número de la revista Time.


Estas declaraciones públicas, naturalmente, lo convirtieron en sospechoso a los ojos de los vencedores de la guerra, y cuando pretendió visitar la Gran Bretaña se desencadenó una campaña contra él, en la que participó incluso el arcediano de Lancaster, quien manifestó que “la visita del pastor en este momento no puede ser más que perjudicial”. Sí que visitó en cambio, sin problemas, la Unión Soviética (años más tarde, en 1967, sería honrado con el premio Lenin por su labor a favor de la paz; en 1971 le fue otorgada, por la misma razón, la Cruz al Mérito de la República Federal de Alemania).

Incorporado tras su liberación al movimiento pacifista, presidió la Iglesia Protestante de Hesse y Nassau (1947-1961) y protagonizó una gira mundial para reconocer la culpa colectiva por la persecución nazi y los crímenes cometidos contra la humanidad, en nombre de la Iglesia Evangélica Alemana: su libro Stuttgarter Schuldbekenntnis (‘Confesión de culpabilidad de Stuttgart’, escrito antre 1946 y 1947) recoge sus reflexiones sobre esta cuestión. También presidió Consejo Mundial de las Iglesias.


Con su primera esposa, Else, en 1961,
poco antes de que ella muriera en
un accidente de tráfico y él resultara
herido de consideración el 7 de agosto
de aquel mismo año.


Como pacifista fue un muy activo en la lucha por el desarme nuclear, tras considerar inmoral el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki; en 1959 unas duras declaraciones contra el estamento militar lo llevaron de nuevo ante los tribunales. Más tarde lideró el Movimiento Alemán por la Paz, desde donde se opuso abiertamente a la guerra de Vietnam: en 1965 y en pleno conflicto viajó a Vietnam del Norte y se entrevistó con el presidente comunista Hồ Chí Minh, lo cual levantó una fuerte polémica, sobre todo cuando comentó que “está claro que el presidente de Vietnam del Norte no es un fanático, sino una persona con mucha determinación y un hombre poderoso, pero con capacidad para escuchar a los demás, algo poco frecuente en una persona de su posición”.

Pese a su gran personalidad y sus fuertes convicciones, que lo enfrentaron a políticos de talla, nunca perdió su característico sentido del humor. En 1982, durante la celebración de sus 90 años, dijo que había comenzado su carrera política como un ultraconservador que deseaba el regreso del Kaiser –siempre se declaró monárquico–, pero se había convertido en un revolucionario: “Si vivo hasta los 100 años –añadió– tal vez acabe siendo anarquista”.


En 1946 escribió el poema reproducido a continuación, basado en el sermón que pronunció con motivo de la Pascua de aquel año (“¿Qué hubiera dicho Jesucristo?”) y que se hizo muy popular, aunque se dudó durante mucho tiempo de su autoría y algunos lo atribuyeron a Bertolt Brecht; las manifestaciones su esposa Sybille, después de su muerte, y las investigaciones que haría al respecto Harold Marcuse [3] –uno de los mayores investigadores de la obra de Niemöller–, sin embargo, disiparon las dudas. La siguiente es una de las diversas versiones que circulan de este poema:


Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,

guardé silencio,

porque yo no era comunista.


Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,

guardé silencio,

porque yo no era socialdemócrata.


Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,

no protesté,

porque yo no era sindicalista.


Cuando vinieron a llevarse a los judíos,

no protesté,

porque yo no era judío.


Cuando vinieron a buscarme,

no había nadie más que pudiera protestar.


[Als die Nazis die Kommunisten holten, / habe ich geschwiegen; / ich war ja kein Kommunist. // Als sie die Sozialdemokraten einsperrten, / habe ich geschwiegen; / ich war ja kein Sozialdemokrat. // Als sie die Gewerkschafter holten, / habe ich nicht protestiert; / ich war ja kein Gewerkschafter. // Als sie die Juden holten, / habe ich nicht protestiert; / ich war ja kein Jude. // Als sie mich holten, / gab es keinen mehr, der protestieren konnte.]

Sin embargo, hay otras versiones, como la que se puede escuchar aquí.


Niemöller con el premio Nobel de química estadounidense
Linus Pauling y su segunda esposa, Sibylle, en 1983,
pocos meses antes de su muerte.


Martin Niemöller fue, pues, una figura controvertida, que se movió en todo momento entre su apego al nacionalismo alemán, profundamente monárquico, su relación de amor-odio con el nazismo (Hitler quiso reconstruir el imperio perdido) y su compromiso con la paz, fruto seguramente de una no muy disimulada necesidad de catarsis. Características que han definido muchas biografías, sobre todo de actores secundarios en el escenario de la historia.


[1] Jay Winter, Jay y Blaine Baggett: 1914-18: The Geart War and the Shaping of the 20th Century. Londres, BBC Books & Nueva York, Penguin Books, 1996.
[2] Véase el estudio de Robert Michael: “Theological Myth, German Antisemitism, and the Holocaust: The Case of Martin Niemoeller”, en Holocaust Genocide Studies, Oxford, 1987, 2 (1), pp. 105-122. (Este artículo se puede descargar íntegro, previa suscripción, a través del enlace http://hgs.oxfordjournals.org/content/2/1/105.full.pdf.)

[3] Véase http://www.history.ucsb.edu/faculty/marcuse/niem.htm.


08 diciembre 2010

¿500 años del árbol de Navidad?

El árbol navideño levantado frente a la reconstruida Casa
de la Hermandad de las Cabezas Negras, en Riga.

(Foto © Gilles en Lettonie: http://gillesenlettonie.blogspot.com/)

Nadie duda del origen pagano del árbol que tradicionalmente se adorna en el mundo cristiano (e incluso, por influjo de las modas y de la mercadotecnia, en otros lugares donde el cristianismo es minoritario, como el Japón, el sudeste asiático o Dubai, por ejemplo) durante las Navidades. Se discute, en cambio, el lugar donde se utilizó por primera vez este símbolo del solsticio de invierno como elemento navideño, y también cómo y cuándo lo adoptaron los cristianos.

El caso es que este año la capital de Letonia, Riga, celebra los 500 años de la colocación del primer árbol de Navidad del mundo. Cuenta la tradición letona que Martín Lutero en persona, mientras paseaba por un bosque próximo a Riga, quedó admirado por la luz de la luna reflejada en las ramas de un abeto y arrancó un pequeño ejemplar de este árbol para regalárselo a sus hijos; de ahí nació, según los letones, la idea de cristianizar la vieja tradición pagana del Yule*, símbolo del sol en las culturas septentrionales de Europa, con la que se invocaba al astro diurno en el solsticio de invierno, el día del año en que el sol luce más brevemente en el hemisferio Norte.

Conocido grabado que representa
a Martín Lutero con su familia ante
un árbol de Navidad.


Difícilmente el futuro reformador Lutero (que en 1510 era sacerdote católico y profesor de teología en la Universidad de Wittenberg) pudo regalar entonces el árbol a sus hijos, ya que no se casó hasta 1525, después de haber sido declarado hereje por el papa León X en 1518, ni tuvo hijos, que se sepa, antes de su matrimonio.

Lo cierto es que en la actual Letonia, como en otros lugares del norte de Europa, el árbol, y más concretamente de abeto, de hojas perennes, tenía para los pobladores paganos una significación muy especial, y era frecuente de que se encendieran pequeñas velas en sus ramas para evocar la luz solar. Se utilizaba también el muérdago como planta sagrada, y las parejas propiciaban la fertilidad besándose bajo las ramas este arbusto. Además, se colocaban bajo el abeto bayas de acebo, consideradas un alimento agradable para los dioses de la naturaleza.


Pues bien, se dice que en diciembre de 1510 los miembros de la cofradía de los comerciantes solteros de Riga (que en 1687 pasó a denominarse Hermandad de las Cabezas Negras) fueron a un bosque cercano a la ciudad, cortaron un gran abeto, lo plantaron en medio de la plaza donde tenían su sede, lo decoraron con flores de papel y luego lo quemaron en medio de una gran algarabía en la que fluyeron abundantemente la cerveza y otras bebidas alcohólicas. Este hecho está documentado por una de las grandes especialistas mundiales en temas navideños, la condesa Maria Hubert von Staufer (Leeds, Inglaterra, 1945 – Palma de Mallorca, 2007), según reconoció en enero de 2002 la organización Christmas Archives International, con sede en Londres, y lo corrobora, entre otras entidades, la Asociación Canadiense de Productores de Árboles de Navidad.


No cabe duda de que Lutero nada tuvo que ver con el surgimiento de esa idea, sino que los mercaderes se dejaron llevar por la antigua tradición pagana: hacía poco más de tres siglos que los alemanes habían emprendido la cristianización de los pueblos del Báltico oriental, y apenas doscientos años que la religión romana se había arraigado con cierta fuerza en aquellas tierras, por lo que el paganismo continuaba muy presente en la mentalidad popular.


Han sido muchos los artistas, humoristas
y diseñadores que han interpretado desde
diferentes puntos de vista el árbol navideño.
Éste, del francés Serge Loverde, adornaba el
centro de la localidad francesa de Aubagne
durante las Navidades de 2009.

(Foto © Serge Loverde)

La tradición católica, por su parte, suele atribuir el abeto navideño al monje inglés Winfrid (nacido alrededor del año 675), que en 716 fue enviado a cristianizar las paganas tierras de Alemania, donde murió a manos de los “bárbaros” (las crónicas los identifican con una partida de bandidos y ladrones que asaltaron a los “elegantes” misioneros cristianos, bien dotados económicamente por el Papado), junto a otros cincuenta compañeros de misión, el día de Pentecostés del año 754, lo cual lo convirtió en mártir de la Iglesia romana, que lo elevó a los altares como san Bonifacio.

La leyenda dice que los paganos de Escandinavia y del norte de la actual Alemania veneraban el Yggdrasil (Árbol del Universo), un fresno sagrado cuya extremidad llegaba hasta el cielo (donde se hallaba la fortaleza de Valhalla, que acogía a los guerreros muertos en combate, y Asgard, el palacio del dios Odín) y cuyas raíces se internaban en el lúgubre reino de los muertos, Helheim, identificado también con el infierno. Parece que a Winfrid se le ocurrió un día hacerse con un hacha y cortar un Yggdrasil para plantar, en su lugar, un pino, árbol de hoja perenne, que adornó con manzanas –símbolo del pecado original y de las tentaciones– y velas –representación de la luz del mundo, que emanaba de Jesucristo–. Las manzanas fueron reemplazadas más tarde por bolas y las velas, por lucecitas de colores. Lo de los regalos al pie del árbol vino más tarde.


La tradición alemana dice que el primer árbol de Navidad se colocó en 1605 en algún lugar de las tierras germánicas (según los franceses, era un abeto de los Vosgos levantado en la actual plaza Kebler de Estrasburgo, en Alsacia), y que la costumbre se extendió muy pronto a Escandinavia y, ya en el siglo XIX, a Inglaterra y otros numerosos países.

El árbol de Navidad que hizo decorar la Reina Victoria de Inglaterra
en 1848, adornado con velas, dulces y un ángel en lo alto, según
un grabado aparecido en The Illustrated London News.


En España lo introdujo, al parecer, la princesa rusa Sofía Sergueievna Troubetzkoy (1838-1898), la cual, después de enviudar de su primer marido –un hermano de Napoleón Bonaparte– se casó con José Isidro (Pepe) Osorio y Silva-Bazán, duque de Sesto y de Alburquerque y Marqués de Alcañices, quien desempeñó un importante papel en la Restauración borbónica. Se dice que en su palacio del paseo del Prado de Madrid, situado donde actualmente se levanta el edificio del Banco de España, lució en 1870, por primera vez en España, el árbol de Navidad.

Hoy, como bien sabemos, los abetos navideños se cultivan en plantaciones, se suelen vender a precios abusivos en mercadillos, floristerías y centros comerciales, y para los ahorradores los hay de plástico, desmontables. La tradición, como tantas otras cosas, se ha mercantilizado, y el árbol de Navidad se ha convertido, ¡cómo no!, en uno más de los artículos de consumo de cada mes de diciembre.



Plantación de abetos navideños en los Estados Unidos.
(Foto © USDA Natural Resources Conservation Service / FlickreviewR)


* Yule ha dado nombre a la Navidad en algunas lenguas: Jul, en danés, noruego y sueco; Jól, en islandés y feroés; Joulu, en finlandés; Jõulud, en estonio.

Clicad sobre las imágenes para ampliarlas.

16 mayo 2010

Flashes: “Los músicos de Bremen” en Riga

El monumento a los Músicos de Bremen (Brēmenes muzikanti),
de la escultora Krista Baumgaertel, detrás de la iglesia
de San Pedro, en Riga. (© Albert Lázaro-Tinaut)

Los músicos de Bremen (Die Bremer Stadtmusikanten) es un célebre cuento tradicional alemán, concretamente de la Baja Sajonia, recogido por los hermanos Karl y Wilhelm Grimm en la segunda edición de sus Kinder- und Hausmärchen (‘Cuentos para la infancia y el hogar’, 1819). En los países de lengua alemana, y después en todo el mundo, esta historia de animales tuvo mucho éxito (aquí podéis leer una versión en castellano), y muchísimos ilustradores han representado a sus protagonistas (un asno, un perro, un gato y un gallo) en numerosos libros y revistas infantiles.

Curiosamente, en la capital de Letonia, Riga, encontramos un monumento –denominado, en letón, Brēmenes muzikanti–, que representa la manera como se muestran tradicionalmente estos cuatro animales. La explicación de la presencia de este monumento es sencilla: Riga fue fundada en 1201 por un alto eclesiástico procedente de Bremen, Albrecht (Alberto) von Buxthoeven (Bexhövede, Baja Sajonia, 1165 - Riga, 1229), que fue el primer obispo de Livonia y que al año siguiente fundó también la orden militar de los Fratres militiae Christi, más conocidos como Hermanos de la Espada o Caballeros Portaespadas, los cuales fueron decisivos en las denominadas Cruzadas del Norte para la cristianización de los pueblos paganos del Báltico oriental.

El monumento que encontramos en el núcleo medieval de Riga (Vecrīga), junto al ábside de la iglesia de San Pedro, obra de la escultora Krista Baumgaertel, fue un regalo que la ciudad de Bremen hizo, en 1990, a la comunidad wesfaliana que hermana la capital letona con la ciudad alemana de Ense (Westfalia del Norte).


El monumento dedicado a Die Bremer
Stadtmusikanten, situado junto
al Ayuntamiento de la ciudad alemana
de Bremen e inaugurado en el año 1953.
Es obra del escultor Gerhard Marcks.
(© Magnus Manske, 2004)


Esta historia tradicional ha dado lugar a muchas interpretaciones artísticas, no únicamente obras de ilustradores de cuentos, como el transeúnte ha explicado, sino también de escultores (ésta de Riga es un ejemplo de ello, y lo es también la escultura del alemán Gerhard Marcks, que se inauguró en la ciudad de Bremen en 1953) y de dibujantes de cómics, músicos, autores teatrales (en 1977, el polifacético cantante y escritor brasileño Chico Buarque se inspiró en ella para escribir y musicalizar Os santimbancos; también se han hecho adaptaciones trasladadas a nuestro tiempo, como por ejemplo una ambientada en los Balcanes en guerra, presentada en el Theater Laboratorium de Oldemburgo).


Los cuatro animales protagonistas
del cuento Los músicos de Bremen,
según una ilustración de Roser
Capdevila para un capítulo
de la serie de televisión Las tres
mellizas
(carátula de un DVD
de Cromosoma, 2005).



Pero los animales de los Músicos de Bremen han sido especialmente protagonistas de películas de animación y series televisivas: en 1994, por ejemplo, uno de los capítulos de la serie Las tres mellizas, realizada por la ilustradora Roser Capdevila y producida por Cromosoma para la Televisió de Catalunya, recogía este cuento. ¡En Japón, la historia hasta se ha incluido en una serie de estilo anime!


Traducción del catalán: Carlos Vitale