Martin Niemöller en un acto del Consejo Mundial de las Iglesias,
en septiembre de 1954.
(Foto © John Dominis/Time & Life Pictures/Getty Images)
en septiembre de 1954.
(Foto © John Dominis/Time & Life Pictures/Getty Images)
Hace poco cayó en las manos del transeúnte, amigo de coleccionar curiosidades, una “entrada” o pase para una conferencia del pastor y teólogo luterano alemán Martin Niemöller en Heldelberg, un papelito de color verde apagado. La charla tuvo lugar el 21 de junio de 1947, y no se especifica sobre qué versó. Y puesto que se trata de eso, de una curiosidad (que por principio ha de interesar mínimamente a una persona curiosa), le dio por averiguar quién era el personaje en cuestión. Y le parece que su biografía bien merece ser divulgada, pues es, en cierto modo, una prueba de la relatividad de las “verdades históricas” cuando pretenden ser absolutas, o una manera de ver la intrahistoria, más o menos tal como la definió Miguel de Unamuno.
Nacido en Lippstadt, una ciudad mediana de Westfalia, el 14 de enero de 1892, este eclesiástico murió en Wiesbaden (Hesse) el 6 de marzo de 1984. Tras su graduación como oficial-cadete de la Marina Imperial alemana, participó activamente en la primera guerra mundial –y fue incluso condecorado con la Cruz de Hierro de primera clase– como primer oficial de un submarino que contó entre sus gestas el hundimiento de treinta y cinco buques, aunque para él uno de esos hundimientos, que tuvo lugar el 25 de enero de 1917, supuso una carga de conciencia que luego le resultaría insoportable: “Marcó un punto de no retorno en mi vida, ya que me hizo abrir los ojos ante la imposibilidad absoluta de un universo moral”, comentaría a sus biógrafos Jay Winter, Jay y Blaine Baggett [1]. Acabó la guerra, sin embargo, como comandante de otro submarino, el U-67, que echó a pique tres navíos aliados.
El submarino U-67, a cuyo mando
estuvo Martin Niemöller al final
de la primera guerra mundial.
Terminado aquel conflicto, en el que Alemania sufrió una derrota, muy mal digerida, las reflexiones llevaron a Niemöller a estudiar teología en el seminario de la Universidad de Münster, y en 1924 recibió las órdenes de pastor de la Iglesia luterana. Destinado en 1931 a una parroquia de la periferia de Berlín, simpatizó con el nazismo, fue incluso miembro de los Freikorps (‘Cuerpos francos’, unas milicias combatientes autónomas que los nazis retomaron de las que había creado Federico II de Prusia en el siglo XVIII, durante la guerra de los Siete Años, y que utilizaron para defender las fronteras alemanas ante un hipotético ataque del Ejército Rojo) y acató el nacionalismo anticomunista y antisemita de Hitler. [2]
Sin embargo, cuando en 1933 los nazis pusieron en práctica la Gleichschaltung (‘sincronización’) para imponer el control totalitario y crearon el ministerio de Asuntos Eclesiásticos con el objetivo de controlar a las Iglesias e imponerles el Arierparagraph (‘párrafo ario’), que excluía a todo ciudadano de ascendencia judía, Niemöller decidió oponerse a tal cláusula y en mayo de 1934 fundó, con otro pastor y teólogo luterano, Dietrich Bonhoeffer (1906-1945) y el teólogo suizo Karl Barth (1886-1968), la Bekennende Kirche (Iglesia de la Confesión), cuyo propósito era servir “no al pueblo alemán o a la historia, sino a la palabra soberana de Dios”, la cual rechazó la sumisión de la Iglesia al Estado.
Al mismo tiempo, los confesantes rompieron toda relación con la Iglesia Evangélica Alemana, que continuó fiel al régimen nazi. La nueva Iglesia fue objeto de desprestigio público y persecución, y el 1 de julio de 1937 Martin Niemöller fue arrestado por la Gestapo –que hacía tiempo que había “pinchado” su teléfono–, acusado de “traición al Estado y el Partido”, y condenado en marzo de 1938 a siete meses de prisión, que de hecho ya había cumplido; para privarlo de libertad, fue detenido nuevamente por la Gestapo y enviado al campo de concentración de Sachsenhausen y, en 1941, al de Dachau, donde permaneció hasta que fue liberado por tropas estadounidenses el 5 de mayo de 1945. Cuando estaba en Dachau su hija pequeña, Jutta, falleció de difteria, su hijo mayor murió combatiendo en Pomerania y otro hijo suyo fue hecho prisionero por el Ejército Rojo.
Nunca se ha sabido muy bien hasta qué punto Martin Niemöller se enemistó con Hitler, al margen de los asuntos de la Iglesia. De hecho, él mismo confesó en junio de 1945, durante una conferencia de prensa en Nápoles, que “nunca se había peleado con Hitler sobre cuestiones políticas, sino únicamente por razones religiosas” (los hechos cantan: en 1931 proclamaba desde el púlpito que Alemania necesitaba un Führer y difundía los puntos de vista de Hitler sobre raza y nacionalidad; y cuando Hitler retiró a Alemania de la Liga de las Naciones, en octubre de 1933, Niemöller le envió un telegrama de felicitación). En aquella misma conferencia de prensa afirmó, sin sonrojarse, que en 1939, tras su detención, se había ofrecido como combatiente a la Marina alemana.
Estas declaraciones públicas, naturalmente, lo convirtieron en sospechoso a los ojos de los vencedores de la guerra, y cuando pretendió visitar la Gran Bretaña se desencadenó una campaña contra él, en la que participó incluso el arcediano de Lancaster, quien manifestó que “la visita del pastor en este momento no puede ser más que perjudicial”. Sí que visitó en cambio, sin problemas, la Unión Soviética (años más tarde, en 1967, sería honrado con el premio Lenin por su labor a favor de la paz; en 1971 le fue otorgada, por la misma razón, la Cruz al Mérito de la República Federal de Alemania).
Incorporado tras su liberación al movimiento pacifista, presidió la Iglesia Protestante de Hesse y Nassau (1947-1961) y protagonizó una gira mundial para reconocer la culpa colectiva por la persecución nazi y los crímenes cometidos contra la humanidad, en nombre de la Iglesia Evangélica Alemana: su libro Stuttgarter Schuldbekenntnis (‘Confesión de culpabilidad de Stuttgart’, escrito antre 1946 y 1947) recoge sus reflexiones sobre esta cuestión. También presidió Consejo Mundial de las Iglesias.
Con su primera esposa, Else, en 1961,
poco antes de que ella muriera en
un accidente de tráfico y él resultara
herido de consideración el 7 de agosto
de aquel mismo año.
Como pacifista fue un muy activo en la lucha por el desarme nuclear, tras considerar inmoral el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki; en 1959 unas duras declaraciones contra el estamento militar lo llevaron de nuevo ante los tribunales. Más tarde lideró el Movimiento Alemán por la Paz, desde donde se opuso abiertamente a la guerra de Vietnam: en 1965 y en pleno conflicto viajó a Vietnam del Norte y se entrevistó con el presidente comunista Hồ Chí Minh, lo cual levantó una fuerte polémica, sobre todo cuando comentó que “está claro que el presidente de Vietnam del Norte no es un fanático, sino una persona con mucha determinación y un hombre poderoso, pero con capacidad para escuchar a los demás, algo poco frecuente en una persona de su posición”.
Pese a su gran personalidad y sus fuertes convicciones, que lo enfrentaron a políticos de talla, nunca perdió su característico sentido del humor. En 1982, durante la celebración de sus 90 años, dijo que había comenzado su carrera política como un ultraconservador que deseaba el regreso del Kaiser –siempre se declaró monárquico–, pero se había convertido en un revolucionario: “Si vivo hasta los 100 años –añadió– tal vez acabe siendo anarquista”.
En 1946 escribió el poema reproducido a continuación, basado en el sermón que pronunció con motivo de la Pascua de aquel año (“¿Qué hubiera dicho Jesucristo?”) y que se hizo muy popular, aunque se dudó durante mucho tiempo de su autoría y algunos lo atribuyeron a Bertolt Brecht; las manifestaciones su esposa Sybille, después de su muerte, y las investigaciones que haría al respecto Harold Marcuse [3] –uno de los mayores investigadores de la obra de Niemöller–, sin embargo, disiparon las dudas. La siguiente es una de las diversas versiones que circulan de este poema:
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío.
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
[Als die Nazis die Kommunisten holten, / habe ich geschwiegen; / ich war ja kein Kommunist. // Als sie die Sozialdemokraten einsperrten, / habe ich geschwiegen; / ich war ja kein Sozialdemokrat. // Als sie die Gewerkschafter holten, / habe ich nicht protestiert; / ich war ja kein Gewerkschafter. // Als sie die Juden holten, / habe ich nicht protestiert; / ich war ja kein Jude. // Als sie mich holten, / gab es keinen mehr, der protestieren konnte.]
Sin embargo, hay otras versiones, como la que se puede escuchar aquí.
Martin Niemöller fue, pues, una figura controvertida, que se movió en todo momento entre su apego al nacionalismo alemán, profundamente monárquico, su relación de amor-odio con el nazismo (Hitler quiso reconstruir el imperio perdido) y su compromiso con la paz, fruto seguramente de una no muy disimulada necesidad de catarsis. Características que han definido muchas biografías, sobre todo de actores secundarios en el escenario de la historia.
[1] Jay Winter, Jay y Blaine Baggett: 1914-18: The Geart War and the Shaping of the 20th Century. Londres, BBC Books & Nueva York, Penguin Books, 1996.
[2] Véase el estudio de Robert Michael: “Theological Myth, German Antisemitism, and the Holocaust: The Case of Martin Niemoeller”, en Holocaust Genocide Studies, Oxford, 1987, 2 (1), pp. 105-122. (Este artículo se puede descargar íntegro, previa suscripción, a través del enlace http://hgs.oxfordjournals.org/content/2/1/105.full.pdf.)
[3] Véase http://www.history.ucsb.edu/faculty/marcuse/niem.htm.
Nacido en Lippstadt, una ciudad mediana de Westfalia, el 14 de enero de 1892, este eclesiástico murió en Wiesbaden (Hesse) el 6 de marzo de 1984. Tras su graduación como oficial-cadete de la Marina Imperial alemana, participó activamente en la primera guerra mundial –y fue incluso condecorado con la Cruz de Hierro de primera clase– como primer oficial de un submarino que contó entre sus gestas el hundimiento de treinta y cinco buques, aunque para él uno de esos hundimientos, que tuvo lugar el 25 de enero de 1917, supuso una carga de conciencia que luego le resultaría insoportable: “Marcó un punto de no retorno en mi vida, ya que me hizo abrir los ojos ante la imposibilidad absoluta de un universo moral”, comentaría a sus biógrafos Jay Winter, Jay y Blaine Baggett [1]. Acabó la guerra, sin embargo, como comandante de otro submarino, el U-67, que echó a pique tres navíos aliados.
El submarino U-67, a cuyo mando
estuvo Martin Niemöller al final
de la primera guerra mundial.
Terminado aquel conflicto, en el que Alemania sufrió una derrota, muy mal digerida, las reflexiones llevaron a Niemöller a estudiar teología en el seminario de la Universidad de Münster, y en 1924 recibió las órdenes de pastor de la Iglesia luterana. Destinado en 1931 a una parroquia de la periferia de Berlín, simpatizó con el nazismo, fue incluso miembro de los Freikorps (‘Cuerpos francos’, unas milicias combatientes autónomas que los nazis retomaron de las que había creado Federico II de Prusia en el siglo XVIII, durante la guerra de los Siete Años, y que utilizaron para defender las fronteras alemanas ante un hipotético ataque del Ejército Rojo) y acató el nacionalismo anticomunista y antisemita de Hitler. [2]
Sin embargo, cuando en 1933 los nazis pusieron en práctica la Gleichschaltung (‘sincronización’) para imponer el control totalitario y crearon el ministerio de Asuntos Eclesiásticos con el objetivo de controlar a las Iglesias e imponerles el Arierparagraph (‘párrafo ario’), que excluía a todo ciudadano de ascendencia judía, Niemöller decidió oponerse a tal cláusula y en mayo de 1934 fundó, con otro pastor y teólogo luterano, Dietrich Bonhoeffer (1906-1945) y el teólogo suizo Karl Barth (1886-1968), la Bekennende Kirche (Iglesia de la Confesión), cuyo propósito era servir “no al pueblo alemán o a la historia, sino a la palabra soberana de Dios”, la cual rechazó la sumisión de la Iglesia al Estado.
Al mismo tiempo, los confesantes rompieron toda relación con la Iglesia Evangélica Alemana, que continuó fiel al régimen nazi. La nueva Iglesia fue objeto de desprestigio público y persecución, y el 1 de julio de 1937 Martin Niemöller fue arrestado por la Gestapo –que hacía tiempo que había “pinchado” su teléfono–, acusado de “traición al Estado y el Partido”, y condenado en marzo de 1938 a siete meses de prisión, que de hecho ya había cumplido; para privarlo de libertad, fue detenido nuevamente por la Gestapo y enviado al campo de concentración de Sachsenhausen y, en 1941, al de Dachau, donde permaneció hasta que fue liberado por tropas estadounidenses el 5 de mayo de 1945. Cuando estaba en Dachau su hija pequeña, Jutta, falleció de difteria, su hijo mayor murió combatiendo en Pomerania y otro hijo suyo fue hecho prisionero por el Ejército Rojo.
Nunca se ha sabido muy bien hasta qué punto Martin Niemöller se enemistó con Hitler, al margen de los asuntos de la Iglesia. De hecho, él mismo confesó en junio de 1945, durante una conferencia de prensa en Nápoles, que “nunca se había peleado con Hitler sobre cuestiones políticas, sino únicamente por razones religiosas” (los hechos cantan: en 1931 proclamaba desde el púlpito que Alemania necesitaba un Führer y difundía los puntos de vista de Hitler sobre raza y nacionalidad; y cuando Hitler retiró a Alemania de la Liga de las Naciones, en octubre de 1933, Niemöller le envió un telegrama de felicitación). En aquella misma conferencia de prensa afirmó, sin sonrojarse, que en 1939, tras su detención, se había ofrecido como combatiente a la Marina alemana.
Estas declaraciones públicas, naturalmente, lo convirtieron en sospechoso a los ojos de los vencedores de la guerra, y cuando pretendió visitar la Gran Bretaña se desencadenó una campaña contra él, en la que participó incluso el arcediano de Lancaster, quien manifestó que “la visita del pastor en este momento no puede ser más que perjudicial”. Sí que visitó en cambio, sin problemas, la Unión Soviética (años más tarde, en 1967, sería honrado con el premio Lenin por su labor a favor de la paz; en 1971 le fue otorgada, por la misma razón, la Cruz al Mérito de la República Federal de Alemania).
Incorporado tras su liberación al movimiento pacifista, presidió la Iglesia Protestante de Hesse y Nassau (1947-1961) y protagonizó una gira mundial para reconocer la culpa colectiva por la persecución nazi y los crímenes cometidos contra la humanidad, en nombre de la Iglesia Evangélica Alemana: su libro Stuttgarter Schuldbekenntnis (‘Confesión de culpabilidad de Stuttgart’, escrito antre 1946 y 1947) recoge sus reflexiones sobre esta cuestión. También presidió Consejo Mundial de las Iglesias.
Con su primera esposa, Else, en 1961,
poco antes de que ella muriera en
un accidente de tráfico y él resultara
herido de consideración el 7 de agosto
de aquel mismo año.
Como pacifista fue un muy activo en la lucha por el desarme nuclear, tras considerar inmoral el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki; en 1959 unas duras declaraciones contra el estamento militar lo llevaron de nuevo ante los tribunales. Más tarde lideró el Movimiento Alemán por la Paz, desde donde se opuso abiertamente a la guerra de Vietnam: en 1965 y en pleno conflicto viajó a Vietnam del Norte y se entrevistó con el presidente comunista Hồ Chí Minh, lo cual levantó una fuerte polémica, sobre todo cuando comentó que “está claro que el presidente de Vietnam del Norte no es un fanático, sino una persona con mucha determinación y un hombre poderoso, pero con capacidad para escuchar a los demás, algo poco frecuente en una persona de su posición”.
Pese a su gran personalidad y sus fuertes convicciones, que lo enfrentaron a políticos de talla, nunca perdió su característico sentido del humor. En 1982, durante la celebración de sus 90 años, dijo que había comenzado su carrera política como un ultraconservador que deseaba el regreso del Kaiser –siempre se declaró monárquico–, pero se había convertido en un revolucionario: “Si vivo hasta los 100 años –añadió– tal vez acabe siendo anarquista”.
En 1946 escribió el poema reproducido a continuación, basado en el sermón que pronunció con motivo de la Pascua de aquel año (“¿Qué hubiera dicho Jesucristo?”) y que se hizo muy popular, aunque se dudó durante mucho tiempo de su autoría y algunos lo atribuyeron a Bertolt Brecht; las manifestaciones su esposa Sybille, después de su muerte, y las investigaciones que haría al respecto Harold Marcuse [3] –uno de los mayores investigadores de la obra de Niemöller–, sin embargo, disiparon las dudas. La siguiente es una de las diversas versiones que circulan de este poema:
Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío.
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.
[Als die Nazis die Kommunisten holten, / habe ich geschwiegen; / ich war ja kein Kommunist. // Als sie die Sozialdemokraten einsperrten, / habe ich geschwiegen; / ich war ja kein Sozialdemokrat. // Als sie die Gewerkschafter holten, / habe ich nicht protestiert; / ich war ja kein Gewerkschafter. // Als sie die Juden holten, / habe ich nicht protestiert; / ich war ja kein Jude. // Als sie mich holten, / gab es keinen mehr, der protestieren konnte.]
Sin embargo, hay otras versiones, como la que se puede escuchar aquí.
Niemöller con el premio Nobel de química estadounidense
Linus Pauling y su segunda esposa, Sibylle, en 1983,
pocos meses antes de su muerte.
Linus Pauling y su segunda esposa, Sibylle, en 1983,
pocos meses antes de su muerte.
Martin Niemöller fue, pues, una figura controvertida, que se movió en todo momento entre su apego al nacionalismo alemán, profundamente monárquico, su relación de amor-odio con el nazismo (Hitler quiso reconstruir el imperio perdido) y su compromiso con la paz, fruto seguramente de una no muy disimulada necesidad de catarsis. Características que han definido muchas biografías, sobre todo de actores secundarios en el escenario de la historia.
[1] Jay Winter, Jay y Blaine Baggett: 1914-18: The Geart War and the Shaping of the 20th Century. Londres, BBC Books & Nueva York, Penguin Books, 1996.
[2] Véase el estudio de Robert Michael: “Theological Myth, German Antisemitism, and the Holocaust: The Case of Martin Niemoeller”, en Holocaust Genocide Studies, Oxford, 1987, 2 (1), pp. 105-122. (Este artículo se puede descargar íntegro, previa suscripción, a través del enlace http://hgs.oxfordjournals.org/content/2/1/105.full.pdf.)
[3] Véase http://www.history.ucsb.edu/faculty/marcuse/niem.htm.
29 comentarios:
Hola!!!
Interesante nota, por cierto jamás leí sobre el tema y me interesaron los personajes que nombras…
Te tengo en los viajero actualizados por eso vengo por aquí, cada vez que veo que haz actualizado.
Feliz domingo y un abrazo de oso.
Gracias por acudir tan rápidamente a la llamada de esta bitácora, Común, incluso antes de que terminara de pulir la entrada, que ahora ya está del todo a punto. Fidelidades como la tuya son un gran aliciente para mí.
Un gran abrazo.
Un texto histórico y muy informativo. Un cordial saludo mi querido amigo Albert.
Un personaje muy singular es que nos traes, Albert.
Me parece que fue una persona con un refrito ideológico bastante acentuado. ël mismo, creo, se da cuenta al decir que si llega a los 100 años acabará siendo anarquista. Entiendo que es muy dificil tener esos vandazos tan extremos.
Lo dicho, muy singular.
Un abrazo.
¡Con cuánta contradicción cargamos todos y cada uno de nosotros! No es tan difícil, en una sola vida, atravesar una y otra vez la amplia gama de colores. Resumir es poner de relieve la anécdota, aquel detalle que mejor (nos) conviene.
Me encantó leer este texto lleno, efectivamente, de intrahistoria.
Saludos.
Antonio Arroyo.
Gracias por tu amable comentario, Phivos.
Saludos cordiales.
José Antonio: en los países perdedores de las guerras que ellos iniciaron suelen darse personajes como este. En el fondo se sienten moralmente culpables de haber colaborado con los tiranos y tratan de reconducir sus vidas, aunque en su fuero interno permanezcan ciertas ideas totalitarias que disimulan como pueden. En el caso de los eclesiásticos, a veces esto resulta aún más evidente. El actual papa también estuvo de alguna manera relacionado con las juventudes hitlerianas, y recordarás cuántos esfuerzos de hicieron para "marginar" aquel pecado de juventud (por otra parte, Ratzinger, un hombre de espíritu abierto durante el Concilio Vaticano II, ha involucionado claramenrte desde entonces: siempre queda "algo"...).
Te agradezco esta aportación al debate.
Un abrazo también para ti.
Rioderradeiro: todos somos contradictorios, es cierto, aunque hay personas que han evolucionado hacia valores humanos positivos y otras que han hecho lo contrario (evito citar nombres). La biografía de Niemöller es más compleja de lo que puede explicarse en un resumen como el mío y, además, tras su muerte quedan muchas preguntas en el aire: en mi opinión, su trasfondo nacionalista nunca estuvo muy lejos de la ideología nazi, con todos los matices que se puedan hacer al respecto. Quien no es consecuente consigo mismo necesita ponerse una máscara para sobrevivir con cierta dignidad...
Gracias por tu comentario y un saludo.
Me alhaga tu comentario, Antonio. A veces hace falta conocer biografías como la de Niemöller para comprender un poco mejor los entresijos de la historia, que siempre se explica con parcialidad. Aunque también en mi texto conviene leer entre líneas.
Un saludo cordial.
Albert, me gustan estos textos tuyos donde rescatas personalidades poco conocidas,controverdidas. Y también me gusta que se hable de la segunda guerra mundial y de todo lo que conllevó con serenidad. Muchos jovencitos apenas saben lo que pasó o no dan crédito a lo que pasó. Muy peligroso.
Un abrazo,
Anne
Tienes razón, Anne, se están perdiendo muchos referentes, y es mal asunto que se olvide la historia, porque eso lleva a cometer los mismos trágicos errores que se cometieron en el pasado. La escuela no transmite los valores esenciales, y creo que debería hacerlo con ejemplos todavía recientes, como las guerras mundiales, de las que aún quedan supervivientes.
Me gusta curiosear, y aprovecho todas las ocasiones para hacerlo. Lo que digo al principio es verídico, cayó en mis manos ese papelito (¡puedo demostrarlo, lo tengo en casa!) y de ahí y de mi curiosidad ha salido este texto tras un poco de investigación (¡viva Internet!).
Han sido varias las personas que también me han dicho, via e-mail, que les ha gustado. Me alegro.
Gracias, como siempre, por tu comentario, y un abrazo también para ti.
Tus entradas son excelentes, Albert. Y siempre tengo que esperar a tener un rato para poder leerlas con cierta calma. Porque además sé que después me apetecerá comentar algo.
No conocía a Martin Niemoller; sí, el poema que has colocado. Creo que los bandazos son propios de todos nosotros, el propio Unamuno del que hablas los tuvo (y muchos) referido a la cuestión religiosa. Sinceramente, creo que es muy normal (y hasta algo aconsejable) dar ciertos bandazos a lo largo de tu vida. Pienso que los que permanecen muy fieles a una misma idea a lo largo de toda su vida o son muy dogmáticos (y algo fanáticos) o han sido capaces de pensar bastante a fondo sobre el tema desde muy pronto.
En el caso del nazismo, hoy es bastante más fácil hablar y estamos ya muy condicionados. En su época muchos de los que hoy consideramos grandes personalidades se vieron atraídos por el. No creo que fuese difícil que, especialmente los que creen en la teleología histórica, en los fines cerrados de la historia, se vean muy atraídos por algunos sistemas así. Es más, tiendo a considerar valientes y lúcidos a muchos de los que, en su día, no lo hicieron, más que cobardes a los que sí.
Una figura extraordinaria en este sentido es, para mí, Jan Karski.
Te paso un enlace por si fuese de tu interés y de todos los lectores
http://www.raoulwallenberg.net/es/salvadores/polacos/karski-57/jan-karski-mensajero/
Un placer, como siempre.
Javier
www.javierfarto.wordpress.com
Tus comentarios son siempre muy enriquecedores, Javier, y aportan mucho a los debates que yo pretendo establecer con mis entradas en esta bitácora.
Mencionas precisamente a un personaje que me interesa mucho, Jan Karski. No sé si sabes que Acantilado acaba de publicar en castellano su "Historia de un Estado clandestino" y que EL PAÍS SEMANAL de anteayer le dedicó un largo reportaje con varias fotografías. Tal vez en algún momento escriba sobre él (antes, sin embargo, quiero leer ese libro, uno de los muchos que están en mi "lista de espera", que supera con creces la de la Seguridad Social...).
Acepto que pueda ser bueno (y lícito) dar bandazos en la vida; sin embargo, creo que si uno tiene claras las ideas, es muy loable que sea consecuente consigo mismo toda la vida, aunque, por supuesto, sus ideas deben evolucionar en función de la experiencia que va adquiriendo. No necesariamente se ha de ser un dogmático o un fanático para conseguirlo.
Por otra parte, es evidente que cada persona es un mundo, y que sus circunstancias vitales (aquí pasamos a Ortega...) marcan la evolución de su vida. Lo peor es cuando quedan sospechas, como han quedado en el personaje que presento: ¿ha cambiado realmente o ha utilizado una estrategia para salir bien parado? Quizá nunca lo sepamos, pero la firmeza con que siempre defendió sus ideas básicas es, por lo menos, inquietante.
Y coincido contigo en que deben situarse los "hechos" y las personas en el contexto histórico. También aquí tenemos casos patentes de evolución desde posiciones fascistas o fascistoides a todo lo contrario, y viceversa (lo cual me parece mucho peor). Juzgar sin tener en cuenta las circunstancias no es razonable y dice poco a favor de quienes lo hacen (por razones ideológicas o por simple incapacidad).
Gracias una vez más por tu valuosa aportación y por la fidelidad con que sigues esta bitácora.
Un abrazo.
Hola, Albert
Pues no sabía lo de Karski en el Semanal y en Acantilado. Parece que esta editorial sigue haciendo una selección magnífica de sus clásicos.
Tomo buena nota. Graciñas!
Javier
muchas gracias para tu visita!
estoy estudiando español, desculpame si no es perfecto!!
un saludo!
En efecto, Javier: el catálogo de EL ACANTILADO es una referencia de alta calidad y de toda confianza.
Me satisface comprobar que tenemos intereses comunes.
Saludos de nuevo.
LA FENICE: tu castellano es perfecto, sólo le falta un acento en "discúlpame"...
Tu blog me gusta mucho, ya me he incluido entre sus seguidores, y te agradezco que hayas querido estar entre los míos.
Gracias también a ti por tu visita y un saludo cordial desde Barcelona.
Ciao!
Se queda comprensible la aproximación que se ha hecho con Bertold Brechet, pues que los discursos se asemejan: la estructura de los versos, la temática.
Buenas informaciones nos traes, Lázaro.
Tienes razón, Marcelino, y la verdad es que cuando leí ese poema por primera vez, hace años, estaba atribuido a Brecht y yo también creí que era suyo, pero ahora parece demostrado que no, que lo escribió efectivamente Niemöller (aunque eso de las certezas siempre hay que tomarlo con las debidas precauciones).
Gracias por haber apreciado este texto y un saludo.
El nombre no es muy común por éstos lares, sin embargo me llama poderosamente la atención su biografía y las referencias. Considero cierta la afirmación de que siempre quedan resabios. Ningún tigre se vuelve vegetariano y si lo hace guarda en el fondo de su pensamiento el olor a carne.
También es un desconocido aquí, Justo, ha sido un descubrimiento casual para mí, y me doy cuenta de que resulta interesante la biografía de este hombre. Lo de los resabios, bueno, es verdad que quedan, pero hemos de ser cautos y no jusgar por juzgar: él ya habrá tenido, si acaso, sus problemas de conciencia.
Gracias por tu comentario.
..."Marcó un punto de no retorno en mi vida, ya que me hizo abrir los ojos ante la imposibilidad absoluta de un universo moral".
Pienso que màs do que nunca esto es verdad...
Que dificil es ser libre. Donde està la libertad e la justicia???!
Nellas calles del Cairo?
Van a ser libres los egipcios?
E a Tripoli?
E nosotros quien somos?
Somos libres?
Europa es libre?
Pergunto eu, sem ter a certeza de nada.
E ainda bem!
Como dizia um grande poeta português:
"Vem por aqui" — dizem-me alguns com os olhos doces
Estendendo-me os braços, e seguros
De que seria bom que eu os ouvisse
Quando me dizem: "vem por aqui!"
Eu olho-os com olhos lassos,
(Há, nos olhos meus, ironias e cansaços)
E cruzo os braços,
E nunca vou por ali...
A minha glória é esta:
Criar desumanidades!
Não acompanhar ninguém.
— Que eu vivo com o mesmo sem-vontade
Com que rasguei o ventre à minha mãe
Não, não vou por aí! Só vou por onde
Me levam meus próprios passos...
Se ao que busco saber nenhum de vós responde
Por que me repetis: "vem por aqui!"?
etc etc.
É um longo e belo e verdadeiro poema sobre a liberdade e a escolha...
"Eu tenho a minha loucura
e nunca vou por ali..."
Parabéns pela tentativa de seres livre!
o falcão
MJ FALCÃO: Muchas gracias por este comentario en forma de poema. No, desengañémonos: los seres humanos nunca somos libres, aunque nuestra libertad esté en nosotros mismos, en nuestro interior, pues somos esclavos, al menos, de las circunstancias. Y somos nosotros quienes decidimos a quiénes seguimos y a quiénes no... o no seguimos a nadie porque nos lo impongan.
Un saludo cordial.
Gracias.
El poeta es José Régio e el poema "Cântico Negro":Saludos
Albert: interesante personaje, como tantos otros de aquella Historia, con sus luces y sombras, con cambios de idearios motivados por sus vivencias y, por que no, por el resultado de la IIWW. Saludos.
MJ FALCÃO: Muchas gracias por esta aclaración. Había pensado que el poema era tuyo. José Régio es uno de los grandes poetas portugueses del siglo XX: hace años leí algunos poemas suyos.
VIAJERO IMPRESIONISTA: Das en el clavo, pues creo que el resultado de la segunda guerra mundial produjo giros copernicanos, por conveniencia o no, en muchas mentalidades. En el caso de Niemöller me quedan dudas, ya que se opuso desde el principio a los postulados raciales de Hitler, pero, como digo, parece que nunca renunció a sus ideas políticas. Estaba en su derecho, al fin y al cabo, si hemos de ser fieles a la libertad individual de las personas.
¡Salud!
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