El
Daesh* (denominación que se da a sí mismo), o Estado Islámico, también
conocido por la sigla en inglés ISIS (Islamic State of Iraq and Syria) está
sembrando el terror no solamente en las zonas que controla, especialmente
dentro de las fronteras de Irak y Siria, sino también más allá de éstas, como
se ha demostrado en la tremenda masacre perpetrada en París el viernes 13 de
noviembre.
Este transeúnte
no entrará ahora en debates que podrían no tener fin. Desea más bien presentar
un artículo del político y experto Mario Giro, que desde 2014
es subsecretario de Asuntos Exteriores del gobierno italiano.
Giro (Roma, 1958), miembro de la Comunidad de
San Egidio, está implicado desde los años ochenta en el diálogo
interreligioso, en concreto con el mundo islámico, en el que se ha
especializado, y además de haber colaborado en varias tareas de desarrollo en África,
en 1996 participó en las reuniones para resolver la crisis de Burundi, y aquel
mismo año estuvo presente en las negociaciones del pacto para el futuro de
Albania y tuvo un papel destacado en las difíciles conversaciones entre el
presidente de Serbia, Slobodan Milošević, y el líder kosovar moderado Ibrahim
Rugova para garantizar la enseñanza en lengua albanesa en las escuelas de
aquella región, entonces serbia, que se independizaría unilateralmente en 2008
con el apoyo de los Estados Unidos. En 2006, además, participó en diversas
misiones de mediación en el Sudán del Sur.
Distinguido en
2010, en París, con el Premio por la Paz Preventiva de la Fundación Chirac por
su contribución al diálogo entre los pueblos en guerra de África y los
Balcanes, Giro es, pues, una voz autorizada, por sus amplios conocimientos
sobre el mundo musulmán, para opinar sobre el tema que nos ocupa. A este
transeúnte le parece útil divulgar sus opiniones –aunque personalmente
no comparta algunas de ellas– para conocer mejor el trasfondo de esa realidad
trágica que nos ha conmovido muy recientemente porque ha supuesto un golpe tremendo para un “Occidente” que, como consecuencia de sus muchos y graves errores, ahora
se siente más inseguro que nunca. He aquí, pues, la traducción de la parte más
sustancial de su artículo titulado “Parigi: il branco di lupi, lo Stato Islamico e quello
che possiamo fare”.
* Daesh (داعش) es el acrónimo árabe de ad-Dawlah al-Islamiyah fī
'l-Iraq wa-sh-Sham (Estado Islámico de Irak y Siria).
© de este mapa:
Laura Canali / Limes
Algunas claves para entender la complejidad del islamismo en el Oriente Medio
Por Mario
Giro
¿Estamos en
guerra? La guerra, en efecto, existe, pero en principio no es la nuestra: es la
que los musulmanes mantienen entre sí desde hace mucho tiempo. Estamos ante un enfrentamiento sanguinario entre concepciones radicalmente distintas
del islamismo que se remonta a la década de 1980; un desafío en el que se
entrelazan intereses hegemónicos encarnados por las distintas potencias
musulmanas (Arabia Saudita, Turquía, Egipto, Irán, los países del Golfo, etc.)
en el contexto de esa globalización que ha vuelto a agitar la historia.
Se trata de una
guerra intraislámica sin cuartel que se combate en diversos frentes, en los que
surgen continuamente monstruos nuevos, cada vez más terribles: desde el GIA argelino
de los años noventa hasta al-Qaeda y el Daesh, pasando por la Yihad Islámica
egipcia. El periodista Igor Man los llamaba “la
peste de nuestro siglo”. En esta guerra nosotros, europeos y occidentales, no
somos los protagonistas principales: es nuestro narcisismo el que nos lleva a
pensar que estamos siempre en el centro de todo. Los auténticos
protagonistas son otros.
Los atentados de
París han tenido como objetivo aterrorizarnos, echarnos del Oriente Medio,
que es lo que realmente se pretende. Se trata de una especie de “guerra de los
Treinta Años islámica” en la que estamos implicados a causa de nuestra
(antigua) presencia en aquella región y de nuestros intereses. La ideología del
Daesh siempre ha sido muy clara en este sentido: crear un Estado allí donde los
estados actuales fueron establecidos por extranjeros, por lo que son “impuros”.
El Daesh lucha
por el poder usando el arma de la “religión verdadera”. Pretende consolidar la umma musulmana (la
“casa del islam”, que incluye las comunidades musulmanas en el extranjero) como
representación única y legítima del islamismo contemporáneo. Es lo que en el lenguaje
islámico se denomina fitna:
una escisión, un cisma en el mundo musulmán o, para entendernos, una guerra
política “en la” religión, que manipula los signos de la ésta del mismo modo
que los nazis usaban signos paganos mezclados con ficciones cristianas. El Daesh, como al-Qaeda, mata sobre todo a musulmanes y ataca a
cualquiera que se entrometa en ese conflicto.
Al-Qaeda exigía que se eliminaran las bases estadounidenses de
Arabia Saudita con la intención de apoderarse de aquel Estado (y también de
Sudán y Afganistán, en connivencia con los talibán). Pero el Daesh
aspira a más: conquistar “los corazones y las mentes” de la umma; exigir
el fin de toda intervención occidental y rusa en Siria e Irak; crear un nuevo
Estado donde existió un antiguo califato: Mesopotamia.
Desde el punto de vista geopolítico,
sin embargo, se observa una novedad: mientras que al-Qaeda actuaba en unos estados que todavía eran
relativamente fuertes, el Daesh se aprovecha de su fragilidad en el
mundo líquido, donde resulta más fácil rebasar las fronteras. En síntesis: no existe un
choque de civilizaciones sino que se produce, desde hace mucho tiempo, un
choque dentro de una civilización.
A partir de esa
realidad incontestable, a Occidente y a Rusia se les plantean dos problemas. El primero es externo, y se refiere a su presencia (política, económica y militar)
en el Oriente Medio: la cuestión es si y cómo permanecer allí. El segundo es
interno: cómo defender nuestras democracias, basadas en la convivencia entre
personas de distintos orígenes, cuando los musulmanes residentes en ellas están
de alguna manera comprometidos con una causa tan brutal. Cómo preservar nuestra
civilización de las violentas turbulencias de esa otra civilización tan
próxima. Si nos limitamos a pedir venganza sin haber entendido el contexto,
implicándonos cada vez más en la contienda del Oriente Medio y utilizando el
mismo lenguaje belicoso que los terroristas, echamos piedras sobre nuestro
propio tejado.
Hay que reforzar más el uso de nuestros servicios de inteligencia y la coordinación entre
cuerpos policiales, sobre todo en el ámbito de las colectividades inmigrantes
de origen árabo-islámicas, que representan una importante fuente de recursos
para el terrorismo islámico. A la vez, debe llamarnos la atención que los atentados se
multipliquen a medida que el Estado Islámico pierde terreno en Siria. Es necesario, además, mantener la serenidad en nuestro ámbito social, lo cual significa no ceder a los llamamientos al odio, pues escuchar a quienes piden
venganza puede hacer que, por rencor, nuestras ciudades se conviertan en
guetos enfrentados desde los que se difundiría, sin duda, la cultura del desprecio y la
enemistad.
Sería propio de
aprendices de brujo inconscientes prender fuego a nuestro clima social y
provocar resentimientos. Eso sólo serviría para facilitar insensatamente el control
de las comunidades islámicas occidentales a los terroristas, cediendo a su
lógica del odio en nuestros propios países.
Por otra parte,
debemos establecer políticas comunes sobre la guerra de Siria, que es el crisol
donde de configuran los terroristas. Imponer una tregua y negociar se ha
convertido en una prioridad estratégica, porque solamente el final de aquel
conflicto podrá ayudarnos. Añadir guerra a la guerra solamente puede producir efectos devastadores, como proclama el papa Francisco con respecto a Siria. Hasta ahora
hemos cometido muchos errores: Occidente ha actuado dividido, algunos gobiernos
han entrado en acción, otros han optado por el silencio pero han proporcionado
armas, y algunos se han mostrado vacilantes; nunca se ha hablado de
forma consensuada, con una sola voz, a los estados vecinos de Siria e Irak.
Por último,
hemos de ocuparnos urgentemente del resto de la región geopolítica
mediterránea: Libia, que para Italia es prioritaria (allí, por lo menos, se ha
frenado el conflicto bélico mediante el embargo de armas); el Yemen; la
estabilización de Irak; la fragilidad del Líbano, de Egipto, de Túnez…
Aunque, en
parte, todas esas crisis están relacionadas entre sí, hay que distinguir entre
ellas. Al Daesh le sería muy útil reunirlas en un único conflicto de grandes proporciones (su propaganda es clara al respecto) para mostrarse más poderoso de lo que
realmente es. Para evitarlo se necesitan alianzas muy sólidas con los Estados
islámicos que consideramos moderados: sería una manera de evitarles caer en la
trampa de yihadismo, que pretende llevarlos a su
terreno. Cada conflicto, tanto en el Oriente Medio como en el Mediterráneo,
requiere un tratamiento específico, y hay que esforzarse para hacer esa labor
conjuntamente. En otras palabras: permanecer en el Oriente Medio requiere un
compromiso político continuo y de largo alcance.
Es tarea prioritaria infiltrarse en la espiral de los foreign fighters [combatientes
extranjeros] para acabar con sus redes de captación. No me sorprende en
absoluto que entre quienes atentaron en París hubiera viejos conocidos de la
policía francesa. Existen también filones residuales de los años noventa que no
fueron aniquilados por completo y que se reactivan para apoyar a quienes
consideran hegemónicos en su ámbito. Puede que haya combatientes extranjeros que
regresen a sus países: se trata de entender la génesis del fenómeno.
Se ha hablado de
“lobos solitarios”: ahora estamos en presencia de una manada. Un restaurante,
un café, un estadio, una sala de conciertos…, no representan objetivos reales
imaginables, señal de que quienes ejecutan esas acciones no necesitan un adiestramiento especial para hacerlo.
Lo que sorprende es que dispongan de armas de guerra, que no son fáciles de
conseguir en Francia. Combatir el fenómeno de los foreign fighters significa
implicar a las comunidades islámicas, no empujarlas hacia la salida.
Y todo eso debe
hacerse simultáneamente. Gritar que estamos en guerra sin saber en qué guerra,
invocando irresponsables actos de venganza y reacciones armadas, hace que
podamos caer fácilmente en la emboscada yihadista. Ahí es precisamente donde el
Estado Islámico quiere llevarnos para poder acceder al islam europeo y, sobre
todo, al de los países del sur de nuestro continente. Quieren dividir el
terreno en dos bandos contrapuestos, jugando con el hecho, que dan por
descontado, de que los musulmanes acabarán poniéndose de su parte. Por esta
razón, la propaganda del Daesh (como antes la de al-Qaeda) parece dirigida a
Occidente, pero en realidad le está hablando a la umma islámica para
que reaccione.
Contener y parar
la guerra de Siria es el único modo de drenar el lago terrorista. La operación
será larga y compleja, habrá más atentados, pero es el único camino que, a la
larga, servirá para alcanzar el objetivo. Se trata (y no es fácil) de hacer que
dialoguen enemigos acérrimos, de ceder asientos en las mesas de negociación a
gente que no nos gusta (Assad y los suyos) o a formaciones rebeldes ambiguas;
pero es el único modo. Ir a Siria por separado, en cambio, es complacer a la
Daesh y facilitar sus estrategias: un Occidente y una Rusia divididos en todos los
frentes favorecen a quienes están creando un “Estado” alternativo: lo que digo
no es más que repetir una vieja lección de historia.
¿Conviene,
pues, una operación militar europea directa, boots on the ground [botas
sobre el terreno]? Me parece que no, al menos por ahora, pues podría conducir a la
derrota. Lo que se necesita, y con urgencia, es que los rebeldes sirios y las
milicias de Assad, con sus respectivos aliados, entiendan que existe un enemigo
común, se sienten y hablen. El Estado Islámico se presenta muy hábilmente a la umma como una opción “distinta”, sin alianzas con nadie, patriótico,
anticolonialista, no global ni envenenado por intereses extranjeros, y
puramente islámico, duro pero nacional (en el sentido que tienen, para el islam
político, patria y nación). Si se actuara así se pondría en peligro la
supervivencia de todos: de Occidente, de Rusia, de Assad, de los rebeldes, de
los kurdos y de las otras minorías. Los únicos que parecen haberlo entendido
son los kurdos, para quienes hay un único enemigo común surgido del vacío de
poder. Las negociaciones deben partir de estas premisas, y en ellas han de
participar también los rusos y los iraníes.
El objetivo
mínimo es una tregua inmediata; el máximo, un pacto para el futuro de Siria.
Sólo si se cumplen estas condiciones se podrá emprender una operación
internacional terrestre que intente estabilizar el país y poner al Daesch de
espaldas contra la pared. Sólo así podrá desvelarse qué es realmente el
Estado Islámico: un hatajo de ex militares iraquíes y de fanáticos yihadistas
procedentes del pasado que se han estado aprovechando de nuestra división.
Claro que se puede optar por otra solución; despreocuparse de todo y retirarse, irse del Oriente
Medio, renunciar a todos los intereses y abandonar a los países del sur a su
dramático destino. Hay quien lo piensa, hay quien lo propone. Si Occidente abandonara el Oriente Medio, probablemente se detendrían los atentados en
Europa pero, en contrapartida, aumentaría el número de víctimas en aquella
región. De hacerlo, permitiríamos que el lago yihadista se convirtiera en un mar, lo cual
no es una opción.
Traducción del
italiano y adaptación: Albert Lázaro-Tinaut
(Esta es una
versión reducida del artículo de Mario Giro “Parigi: il branco di lupi, lo
Stato Islamico e quello che possiamo fare”, publicado en Limes, Rivista
italiana di geopolitica, el 14 de noviembre de 2015.)
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