27 agosto 2010

Ronda en el recuerdo y en su historia

El centro de Ronda. En primer término, la plaza de toros.
En el centro, el Puente Nuevo, y al fondo, el nucleo
antiguo de la ciudad.


El transeúnte intenta congregar recuerdos de su primer y único viaje a Ronda, hace ya la friolera de… cuarenta años. Se desplazó allí desde Sevilla –donde había sido destinado como recluta del ejército–, invitado por su amigo y compañero de confinamiento Juan Gil, con quien se ha reencontrado al cabo del tiempo gracias a las redes sociales que pueblan el ciberespacio.

En cuatro décadas, huelga decirlo, los recuerdos se hacen imprecisos, se extravían en los laberintos del cerebro, pero algunos momentos continúan gratamente frescos en la memoria de este transeúnte. El del autobús en el que viajaba, por ejemplo, que se iba desvencijando a medida que recorría a velocidad de mulo una carretera polvorienta, de asfalto raído y torpemente remendado, y que pareció quedarse sin aliento mientras ascendía con insoportable estrépito una cuesta en las proximidades de la localidad gaditana de Algodonales, cuyos contrastes de teja y cal asomaban al fondo del paisaje. El vehículo se detuvo en lo alto de una loma con el motor humeante, y hubo que apearse mientras el conductor, entre improperios y súplicas a la Virgen de su devoción, trataba de reparar una avería con la que parecía estar muy familiarizado ante la mirada de tres o cuatro hombres que observaban con curiosidad y las manos cruzadas a la espalda las entrañas de la vieja máquina.


Algodonales, en la sierra de Líjar,
al noreste de la provincia de Cádiz.

(Foto © Andalucian Adventure.com)



La larga espera, bajo un sol de justicia, propició, como ocurre en estos casos, y más en Andalucía, c
onversaciones espontáneas, chistes y chismes. No faltaban los amistosos ánimos al improvisado mecánico, seguidos de las inevitables muletillas (que suelen escandalizar al resto de peninsulares) inseparables del lenguaje local.

A pesar de todo, el viejo cacharro con su paciente conductor y “to’l ganao”, como decía una mujer sin edad que se encargó de animar la espera, llegó a Ronda. Fue una más de las experiencias de un viajero todavía no muy experimentado, pero no la primera. Al entonces joven transeúnte aquello le pareció muy auténtico, digno del “color local” que tanto había entusiasmado a los viajeros franceses de hace un siglo y medio. Sin duda, la reciente lectura del Voyage en Espagne de Gauthier influía mucho en las fantasías de aquel muchacho curioso y anheloso de pequeñas aventuras. Aquella Andalucía, donde el analfabetismo era todavía una sangrante lacra y la miseria una realidad palpable, representaba para él, bien educado en una Barcelona gris, aunque permanentemente activa en lo cultural, un mundo lleno de secretos cuyo descubrimiento le cautivaba, como le habían cautivado sus gentes desde que llegó allí, su hospitalidad, su generosidad, su desapego de lo superfluo siempre que no tuviera que ver con el fervor religioso (en el que los elementos paganos, heterodoxos y excéntricos saltaban a la vista) que hervía en su sangre.



Vista de las huertas de Los Molinos
desde el mirador de la Alameda del Tajo.

(Foto © spain.on-map.net)

Los recuerdos que el transeúnte conserva de Ronda son momentos, lugares, personas, emociones, una sesión de cine en la que se quedó dormido de puro cansancio, un sol que caía a plomo sobre los tejados, el “Balcón del Coño”[1], en el parque de la entonces llamada Alameda de José Antonio, ahora Alameda del Tajo (con su bello quiosco), que se asoma sobre las abruptas paredes del espectacular precipicio de más de 180 metros de altura sobre las huertas de Los Molinos. Tierras abruptas en las que camparon a sus anchas bandoleros y contrabandistas –como los famosos “Tempranillo” y “Tragabuches” –, algunos retratados por Gustave Doré, cuando en la primera década del siglo XIX Napoleón las amenazaba, y que no abandonaron su provechosa labor hasta bien entrado el siglo XX. El Museo del Bandolero es una institución en Ronda.

El bandolero José María “El Tempranillo”
(1805-1833) retratado por el pintor
británico John Frederick Lewis
a principios de la década de 1830.
De él dijo Prosper Mérimée: “En
España manda el Rey, pero en Sierra
Morena manda'el Tempranillo".


Y poco más allá del mirador, el Puente Nuevo (del siglo XVIII), sobre la garganta del tajo formada por el río Guadalevín, que une el casco antiguo con los barrios altos y que conservaba entonces un tipismo acorde con la leyenda mítica forjada por los viajeros románticos, ejemplificada por el mesón que ocupaba su interior, cuyo personal atendía vestido de bandolero. Y ascendiendo por la calle de Tenorio, con sus viejas casas colgantes que dan, por su parte trasera, al precipicio, se llegaba hasta otro magnífico mirador, el del Campillo.


Detalle del monumento a Rainer
Maria Rilke, en los jardines
del Hotel Victoria de Ronda.

(Foto © Miguel Borrego)


El transeúnte recuerda lugares que ahora le costaría mucho situar, con sus asnos, aguaderos, lavanderas y unos árboles aún jóvenes que apenas daban sombra. Recuerda su breve paseo hasta el lujoso Hotel Victoria, donde se había alojado Rainer Maria Rilke, en cuyos jardines se levanta hoy un monumento al poeta, y los paseos al caer de la tarde por el centro de la ciudad, que aprovechaban los jóvenes en busca de pareja para piropear y cortejar a las muchachas, que simulaban despreciarlos en ese universal juego de las seducciones. Y recuerda, cómo no, a una muchacha francesa que practicaba alegremente para nosotros un pícaro y muy ingenuo exhibicionismo sobre un banco, en una plazoleta desierta.


Los rondeños se sienten orgullosos de su plaza de toros, muy probablemente la más antigua del mundo (fue edificada en el siglo XVIII) y la que tiene el ruedo más grande. El ambiente taurino está muy presente en la ciudad, que se considera la cuna de la tauromaquia moderna, y goza de gran tradición. No en vano era rondeño el más histórico de los toreros, Pedro Romero (1754-1839), a quien retrató Goya con su hermano José.


Luis Cernuda en la Alameda de Ronda (1934).

No ha olvidado el transeúnte un aperitivo al que invitó a Juan y a unos cuantos amigos suyos junto a los mismísimos muros de aquella vieja plaza, con lo mejor de lo mejor, gambas y otros frutos de mar incluidos (un pequeño lujo para la época), y la sorpresa que tuvo cuando pidió la cuenta: no podía creer que todo aquel banquete regado con decenas de cervezas y algún fino costara menos de 40 pesetas de entonces (lo que hoy serían apenas unos 25 céntimos de euro). Pese a que por Ronda hubieran pasado personajes de la talla de Prosper Mérimée, Gustave Doré, Washington Irving, Rilke, el poeta Luis Cernuda, Dionisio Ridruejo (que estuvo allí desterrado en la década de 1940), Orson Welles o Ernest Hemingway [2], la ciudad estaba aún lejos de convertirse en la meta turística de nuestros días, uno de los lugares más visitados de Andalucía.


Ronda de noche.
(Foto © Perkins McQuail)

Estos recuerdos, a los que no va añadir más datos sobre la ciudad, fácilmente localizables en la Red, le sirven al transeúnte para referirse a la reciente publicación de un curioso libro: La historia de Ronda en versos, cuyo autor, Juan Antonio Ordóñez (rondeño de la cosecha de un año trágico: 1936) ha escrito en octavas y versos endecasílabos de rima asonante, a modo de romance. Sin pretensiones literarias, pero “sin caer en el uso de ripios ni de reiteraciones”, como dice en la carta que le escribió el erudito eclesiástico Gonzalo Huesa después de haber leído el manuscrito –y que publica póstuma a manera de prólogo–, Ordóñez relata la historia de la ciudad desde la época prehistórica hasta la actualidad, haciéndonos saber desde el principio algo que llama mucho la atención, y es que

Nuestro lugar bajo el mar
se encontraba en los comienzos,

cuando el mundo despertaba

de un largo y profundo sueño.


Hay fósiles en las rocas

y vestigios en el suelo

que demuestran que las aguas

cubrieron a Ronda en tiempos.


Restos de la ciudad Romana de Acinipo,
conocida como Ronda la Vieja.

(Foto © T. Hines)


Aunque el autor insista en que ha escrito el libro para los rondeños y para quienes conocen bien la ciudad, se trata, sin duda, de una rara curiosidad a lo largo de la cual se puede recorrer, así versificada, la larga vida de Ronda. El texto está ilustrado con numerosísimas fotografías en blanco y negro, algunas de indudable valor histórico, dibujos y mapas de situación, lo cual supone, sin duda, un rico valor añadido. Además, se destacan en negrita los nombres, topónimos y conceptos más relevantes.



Arco de Felipe V, que sustituyó
a una antigua puerta árabe
en 1742.
(Foto © Fernando / Picasa)

Tal vez Juan Antonio Ordóñez se haya sentido algo incómodo a la hora de narrar los tiempos más recientes (“El presente”) sin herir susceptibilidades, por lo que la obra pierde un poco de ritmo e intensidad a partir de la postguerra civil, es decir, cuando él era todavía un adolescente. Ello, sin embargo, no quita mérito al conjunto, que se lee con gusto y del que se obtiene mucha más información de lo que pudiera parecer. En este sentido, la obra es seria y honesta, y no estorba en la biblioteca del viajero inquieto.

No abundan las historias locales libres de toques eruditos y aparato crítico, por lo que este libro ofrece una oportunidad atractiva, amena, incluso divertida, a cualquier profano de conocer la historia de Ronda. Además, resulta una invitación simpática para ir a visitar aquella hermosa ciudad andaluza. Al transeúnte, por lo menos, se le han despertado las ganas de regresar allí, al cabo de cuarenta años.



Juan A. Ordóñez
La historia de Ronda en versos

Edición del autor, Ronda, 2010
236 páginas

ISBN: 978-84-614-1684-4

Precio de venta: 20 euros
Pedidos al autor: juorlopez@gmail.com







[1] Para quienes no conozcan el lugar, hay que aclarar que es la denominación popular de un mirador sobre la cornisa rocosa, desde el que se contempla un espléndido paisaje a los pies del promontorio, situado a más de 700 metros sobre el nivel del mar. La tradición sostiene que era frecuente que los visitantes exclamaran “¡Coño!” cuando se asomaban desde allí, por primera vez, al precipicio.


[2] Hemingway, muy amigo del torero Antonio Ordóñez (1932-1998), a quien seguía en sus giras, visitó con frecuencia Ronda. Welles, otro gran amigo de Ordóñez, quiso ser enterrado en la finca que éste tenía en Ronda y que hoy pertenece a sus herederos. Hemingway escribió: “Es a Ronda a donde habría que ir, si vais alguna vez a España a pasar una luna de miel o con una amiguita. La ciudad entera y sus alrededores son un decorado romántico”.


Clicar sobre las imágenes para ampliarlas.

22 agosto 2010

¿Abuso o manipulación?


El transeúnte se ve obligado a informar que durante los últimos días esta bitácora está recibiendo cientos de visitas desde un servidor situado en la localidad de Centerville, en el estado de Tennessee (Estados Unidos). Proceden, concretamente, del servidor AMAZON.COM, y ello se puede apreciar en las imágenes que se muestran, tomadas en el día de hoy (el transeúnte se excusa por su mala calidad; si se pincha sobre ellas, pueden ampliarse para ver mejor los detalles).



Es difícil entender las razones de este abuso, que podría considerarse incluso manipulación para incrementar (¿por qué?) el número de visitas desde los Estados Unidos, que se ha duplicado en tres días. El transeúnte cree oportuno poner en evidencia este hecho, que falsea el número total de visitas a esta bitácora (17570 desde la fecha de instalación del contador, el 6 de diciembre de 2009, de las cuales 1027 procedentes de los Estados Unidos, cuando hace cuatro días las del país norteamericano apenas alcanzaban las 500).

¿Qué extraños intereses se ocultan tras este importante flujo de visitas? ¿Se trata únicamente del capricho de un blogger? Si alguno de los lectores de esta bitácora ha tenido experiencias parecidas, se agradecerá que lo comente.


15 agosto 2010

Post scriptum. Prensa, humor y confusiones toponímicas


Un mes y medio después de haber escrito su comentario sobre las confusiones toponímicas, en el que ponía en entredicho la deontología periodística, llega a conocimiento del transeúnte a través de Le Courrier des Balkans una evidencia que, si no fuera porque afecta a un hecho trágico (el terremoto de Haití, en enero de este año) –e incluso a pesar de ello– debería convertirse en paradigmático de las malas prácticas de la profesión y de la falta de rigor de agencias de prensa y medios, que divulgan noticias sin contrastar su veracidad.

En su edición del 20 de enero de 2010, la web satírica en rumano Trombon publicaba la increíble noticia titulada “Romania a tramis ajutoare in Tahiti” (‘Rumanía ha enviado ayuda a Tahití’, ver aquí), firmada por Ionut –Ionut Fortea, uno de los redactores de la publicación en línea–, que reproducimos traducida:

"En Tahití se produjo ayer un incidente cómico, cuando un batallón de tropas de montaña de Rumanía provocó hilaridad en la paradisíaca isla de la Polinesia Francesa.

Debido a una lamentable confusión del Ministerio de Defensa, se cambió el destino de la ayuda para las víctimas del terremoto de Haití, de modo que un batallón de tropas de montaña y 2000 toneladas de alimentos, agua, mantas y medicamentos fueron enviados en dirección totalmente opuesta, es decir, a la isla de Tahití, situada en el Pacífico Sur.

'Me dicen que no hay necesidad de convertir esto en un espectáculo. Quiero decir que hay nombres que se parecen mucho: Haití, Tahití, Mahití, Papití [por Papeete], y ¡vaya mierda!, suenan igual', afirmó el ministro de Defensa, Gabriel Oprea, a times.ro.”

Ni siquiera la foto trucada (cosa que resulta muy evidente y que el transeúnte reproduce al comienzo de este Post scriptum) hizo sospechar a algunos medios de comunicación que se trataba de una broma de mal gusto. La “noticia” se propagó por casi todo el mundo, y hasta se hizo eco de ella el Canal+ francés de televisión, cuyo programa Édition spéciale bromeó sobre la incompetencia de las autoridades rumanas, pese a que el semanario Courrier International ya había advertido de su probable falsedad.

Y para muestra, otros tres botones: un video del canal de televisión mexicano Televisa (aquí), otro del canal boliviano eju.tv (aquí) y el de otra cadena televisiva hispana que se encuentra en Youtube (aquí). Una sencilla comprobación de la fuente de la información, cuya línea editorial es clara y utiliza, para más inri, la supuesta agencia times.ro, que imita astutamente el estilo periodístico del diario británico The Times, habría bastado, por lo menos, para levantar sospechas.

La escasa formación de las nuevas generaciones de periodistas parece no tener remedio. Ayer mismo, la versión digital del prestigioso diario barcelonés La Vanguardia informaba sobre el incendio que destruyó más de 1100 hectáreas en el municipio de Barjas, en la provincia de León: en el titular, la localidad castellanoleonesa aparecía con el nombre de la madrileña Barajas, error que no fue corregido pese a los diversos comentarios de los lectores. Alegarán, quizá, que la mitad de la plantilla estaba de vacaciones, o culparán de ello a un infeliz becario…

¿Ver para creer o leer la prensa para no creer? He aquí la cuestión.

Foto: Trombon / times.co.

09 agosto 2010

[Marginalia] La armónica heterogeneidad narrativa de Alberto Baeyens

Alberto Baeyens.

En Aragón va saliendo a la luz la obra de una nueva generación de narradores y poetas que despuntan como promesas para la literatura en castellano. Alberto Baeyens es uno de esos narradores, que en el libro Naturaleza casi muerta ofrece una muestra heterogénea, pero a la vez armónica, de su capacidad literaria.

Nacido en Zaragoza en 1981, Alberto Baeyens de Arce, filólogo, periodista y escritor, se licenció en Filología Hispánica y se interesó en un principio por la literatura medieval, como demuestra su ensayo “El ‘Mortal enemigo’: el diablo en la obra de Gonzalo de Berceo”,* y ahora ejerce el periodismo en Zaragoza Televisión.

De Naturaleza casi muerta se ha dicho en Lecturalia que “supone un conjunto de momentos breves que transcurren tangencialmente por los círculos de la rutina. Todo en este libro recuerda a esas personas calladas que viven al margen del mundo guardándose las joyas que tiene la vida en su gabardina de rebajas. Alberto Baeyens es un coleccionista de momentos, un escritor silencioso que a lo largo de su vida ha ido tomando nota de esos instantes que resumen una vida. Un trabajador incansable, un escritor que fotografía la vida”.

El transeúnte, después de haber leído el libro y de haber rastreado en lo todavía escaso que se ha dicho sobre su autor, coincide con esta apreciación, pero también con quienes ven en su escritura una cierta melancolía, producto tal vez de su interés por la cultura francesa, por Verlaine, por la chanson, por lo que representó París en las dos décadas anteriores a su nacimiento. Francia y el Brasil de los años sesenta y setenta han tenido para él, según sus propias declaraciones, un atractivo muy particular, fácil de descubrir a lo largo de las páginas de este libro, compuesto por relatos más bien breves, incluso microrrelatos.

Para que el lector pueda formarse una idea de la expresión literaria de Alberto Baeyens, el transeúnte transcribe a continuación uno de esos relatos, “Les feuilles mortes”, en el que intercala fragmentos del poema del mismo título que escribió Jacques Prévert y musicó Joseph Kosma en 1945, una canción que interpretarían luego, entre otros, Juliette Gréco (escuchadla aquí en una grabación de 1967), Yves Montand y Édith Piaf y que, traducida su letra al inglés, divulgarían, también entre otros, Nat King Cole, Frank Sinatra y Barbra Streisand; y que además adaptarían para el jazz Miles Davis y Duke Ellington, por ejemplo. Una canción que ha estado incluso en el repertorio de cantantes líricos de renombre como Plácido Domingo y Andrea Bocelli.

Naturaleza casi muerta y su autor prometen. El transeúnte recomienda su lectura.

* Publicado en Memorabilia. Boletín de Literatura Sapiencial, Universidad de Valencia, núm. 6 (2002). Puede leerse en línea a través de este enlace.


Les feuilles mortes

Cae la noche y se la ve esperar en la calle con un frío que pela. Hay ruido y luces de autobuses llenos de números y líneas imposibles. Cruza los brazos con gesto de molestia y mueve las rodillas con un tic nervioso, a lo mejor porque hay algo más allá, y eso inquieta a cualquiera, o a lo mejor porque se le están congelando los huesos.

Les feuilles mortes se ramassent à la pelle.
Tu vois, je n’ai pas oublié…


Pasan los minutos como peces que remontan un río y aparece un coche que no ha pasado la ITV desde el 99. Aunque parece que es azar, se para justo delante de ella. En el interior hay una sombra de alguien que promete, promete demasiadas cosas, tantas que ella abre la puerta del copiloto y se mete dentro.

Et la mer efface sur le sable
Les pas des amants désunis.


El coche, con muchas multas en su vida mecánica y muchos semáforos en rojo, desaparece camuflado con los demás, bajo la atenta mirada de los edificios, las ventanas y los portales. Varias calles torciendo a la izquierda primero, luego recto alguna que otra manzana, a la derecha y de nuevo a la izquierda.

Tu étais ma plus douce amie
Mais je n’ai que faire des regrets


El destino del viaje solo lo conocen los dos pilares del puente bajo el que se cobija el coche. Y dentro del coche, miles de secretos, de besos que fueron apasionados, como la pasión de las primeras vaces sabiendo que son las últimas. Puede que también haya palabras, pero para qué desgastar las cuerdas vocales si solo importan los sentimientos. Después, la misma tristeza de siempre.


Alberto Baeyens
Naturaleza casi muerta

Editorial Eclipsados, Zaragoza, 2009
88 páginas
ISBN: 978-84-937308-6-4