Escena del entusiasmo popular por la entrada de Giuseppe Garibaldi y sus tropas
en Nápoles (capital del Reino de las Dos Sicilias) el 7 de septiembre de 1860,
según un dibujo coloreado del artista suizo Franz Wenzel.
El transeúnte tiene la convicción de que la historia
no es precisamente una disciplina que se estudie bien (o, dicho de otro
modo y en otros términos, de que solo se enseña, y casi siempre mal e
ideológicamente distorsionada, la historia nacional, olvidando que el resto del
mundo también existe y en él no han ocurrido únicamente los grandes
enfrentamientos bélicos).
No es frecuente que se tengan conocimientos
medianamente amplios de lo que supusieron las unificaciones de países como
Alemania e Italia en el siglo XIX, ni de cómo estaban constituidos los grandes
imperios modernos: a la pregunta de qué diferencia hubo entre el Imperio
austriaco y el Imperio austrohúngaro, por ejemplo, pocos saben contestar
coherentemente, si es que tienen alguna respuesta; y si nos alejamos un poco
hacia oriente, ¿cuántos sitúan el Imperio otomano en toda su extensión
geográfica y saben cuál fue su capital?
Por eso, a este transeúnte le parece oportuno
presentar este texto en el que, a través de un personaje tal vez algo
secundario, pero sin duda importante, se revisa parte del proceso de
unificación de lo que en 1861 acabaría siendo el Reino de Italia. Agradece,
pues, a Lucio D’Isanto que se haya prestado a la reducción y adaptación del
texto que presenta a continuación.
Europa vista desde el Japón a mediados del siglo XIX.
Antonio Scialoja: cuando la lira unió a Italia
Por Lucio
D’Isanto
Hay figuras históricas que tuvieron una gran
importancia, gozaron de gran popularidad y al cabo del tiempo han sido
olvidadas. Se trata, por lo general, de personas que contribuyeron, con ideas y
acciones, a la evolución de sus países. Una de ellas es Antonio Scialoja, que
fue diputado por Pozzuoli (Nápoles) tras las elecciones de 1848, durante la brevísima experiencia constitucional del Reino de las Dos
Sicilias, y más tarde ministro de la importantísima cartera de Finanzas del Reino de Italia en un año
crucial, 1866. Se convirtió así en uno de los protagonistas de la vida política
italiana de aquella época.
Antonio Scialoja.
Rescatar esta ilustre figura es útil para entender
mejor algunos aspectos de la actualidad. Las vicisitudes de la lira, que acabó
convirtiéndose en moneda única en toda Italia, nos permiten comprender mejor
los vaivenes actuales del euro y el debate que inflama últimamente las crónicas
de la prensa. Scialoja fue decisivo en aquella fase histórica, y se le recuerda como el economista italiano más autorizado en el
período que va de 1850 a 1870.
Antonio Scialoja nació el 31 de julio de 1817 en el
entonces pequeño municipio de San Giovanni a Teduccio, convertido hoy en un
barrio de la periferia oriental de Nápoles. Lo bautizaron con el nombre de
Antonio en honor de su tío, que fue uno de los mártires de la República
Partenopea en 1799; su familia, de ideas liberales, originaria
de España, se estableció en el sur de Italia a comienzos del siglo XVI, en la
época de los primeros virreyes
españoles.
En Scialoja
destaca “el amor por la economía social” (se ha dicho que fue un precursor del
socialismo liberal). Su obra de juventud Principi
di economia sociale esposti in ordine ideologico (1840), fruto de sus
estudios económico-filosóficos, supuso una sorpresa en los ámbitos científicos,
sobre todo teniendo en cuenta que la había escrito un muchacho de 23 años. Sin
embargo, levantó sospechas en el gobierno borbónico del Reino de las Dos
Sicilias, donde se temía que Scialoja se sirviera de las teorías científicas y
del tecnicismo económico para difundir el liberalismo.
El Reino de las Dos Sicilias, creado en 1816 e integrado en el nuevo Reino de Italia en 1861.
Fue gobenado por una rama de los Borbones españoles.
En 1844 viajó a Francia e Inglaterra, lo cual le
permitió darse a conocer en los ámbitos científicos y liberales de ambos
países. Al año siguiente, al no haber conseguido la cátedra de Economía
Política de la Universidad de Nápoles, emigró al Piamonte, donde Cesare
Alfieri, el magistrado supremo de la Reforma de los Estudios, le proporcionó la
misma cátedra en la Universidad de Turín.
Scialoja regresó a Nápoles tras los violentos
disturbios de 1848, cuando se formó el gobierno de tintes liberales presidido
por Carlo Troja tras la constitución que se vio obligado a firmar Fernando
II de las Dos Sicilias, y fue nombrado ministro de Agricultura y Comercio.
En aquel confuso contexto contribuyó a instaurar un parlamento relativamente
moderno y avanzado con la oposición de un soberano que solo esperaba el momento más oportuno para derogar aquella constitución emanada a regañadientes, lo que conseguiría
a medias (pues únicamente pudo suspenderla) en 1849.
Fernando II de las Dos Sicilias.
Aquella traicionera decisión del borbón hizo que Scialoja fuera detenido y encarcelado. Durante un escandaloso proceso que tuvo resonancias en toda
Europa, ocho exministros y cuarenta y cuatro exdiputados
fueron acusados de lesa majestad. Uno de ellos, Silvio Spaventa, fue condenado a muerte, y Scialoja a nueve años de reclusión: sin embargo, las presiones
internacionales obligaron al rey, al cabo de tres años, a
conmutar las penas por la de exilio perpetuo del reino. Scialoja decidió
establecerse en Turín, pero mientras tanto su cátedra había sido ocupada por otra persona.
Fue Cavour, por
aquel entonces ministro de Agricultura del Reino de Cerdeña, que lo tenía en
gran estima, quien, en 1853, acudió en su ayuda nombrándolo asesor legal de la
Oficina del Catastro del Piamonte. Scialoja tuvo un papel decisivo en la
Reforma Agraria y redactó importantes textos de derecho y economía. Al mismo
tiempo, divulgó las ideas liberales de Cavour en los periódicos Il Risorgimento e Il Secolo XIX. Más tarde, cuando Cavour fue nombrado presidente del
Consejo de Ministros, le encargó oficiosamente delicadas tareas diplomáticas.
Pero destaca por encima de todo una obra fundamental, Note e confronti dei bilanci del Regno di
Napoli e degli Stati Sardi (1857), donde explica cómo el Piamonte, en pocos
años, se había convertido en uno de los países económicamente más avanzados de
Europa, mientras que el Reino de las Dos Sicilias, que Fernando II se empeñaba
en mantener ajeno al mundo moderno, permanecía “encajonado entre el agua
bendita (los Estados Pontificios) y el agua salada (del mar)” y era uno de los
más atrasados. Vaticinó además, con gran visión de futuro, lo que ocurriría
cuando se hiciera realidad la ansiada unificación de Italia: sostenidas por un
férreo régimen aduanero, que las mantenía al margen de toda competencia, las
industrias meridionales serían barridas por las piamontesas que, gracias al
régimen competitivo instaurado por Cavour y al libre comercio, ofrecían
productos de mayor calidad a buenos precios.
Camillo Benso, conde de Cavour, retratado en 1864 por Francesco Hayez.
En la misma
obra, Scialoja pone de manifiesto que el balance económico de las Dos Sicilias
era activo solo porque los gobiernos borbónicos tendían a atesorar en vez de
invertir, mientras que el Piamonte estaba en déficit porque invertía en
ferrocarriles y en la modernización de la agricultura, lo cual producía
riqueza.
Cuando se proclamó la unidad de Italia (1861) Scialoja
fue elegido diputado y, tras la muerte de Cavour, nombrado Secretario General
del Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio. Sin embargo, cuando tuvo
que demostrar realmente su valía fue a la hora de hacer frente a los gastos de
la Tercera
Guerra de la Independencia (1866), para cuya tarea fue nombrado ministro de
Finanzas. Tomó entonces la atrevida e impopular
decisión –revolucionaria en aquella época– de desvincular la lira, como unidad
monetaria de la Italia unida, de la paridad con el oro y de imprimir papel
moneda. Ello permitió a Italia afrontar sus compromisos con los acreedores
nacionales y los del mercado internacional.
Billete de 2 liras con la efigie de Cavour, impreso por el American Bank Note Company
de Nueva York, emitido por el Banco Nacional del Reino de Italia el 25 de julio de 1866.
El liberal Scialoja mantuvo arduas polémicas con el
otro gran economista italiano de aquella época, Francesco Ferrara, que
defendía las tesis proteccionistas, vigentes sobre todo en los imperios
centrales. En 1874, enfermo, se estableció en Egipto, donde fue nombrado
consejero financiero del virrey Ismail Pashá, un
hombre de mentalidad europea que intentó reordenar las finanzas del país
(sometido entonces al Imperio otomano).
Al agravarse su estado de salud, Scialoja regresó a
Italia y murió en la isla de Procida, próxima a Nápoles, el 13 de octubre de
1877.
Traducción del italiano y
adaptación: Albert Lázaro-Tinaut
El autor
Lucio d’Isanto
(Nápoles, 1951) se licenció en Ciencias Políticas en 1975 con una tesis sobre
Antonio Scialoja, y en 1980 terminó su especialización en la Escuela Superior
de Administración Pública. Entre 1975 y 1979 trabajó como investigador en la cátedra
de Historia Contemporánea de la Facultad de Ciencias Políticas de la
Universidad de Nápoles. Publicó los ensayos Figure e problemi del meridionalismo (1978), Privilegi della città di Pozzuoli nel periodo vicereale (2012,
texto basado en dos documentos inéditos, escrito en en colaboración con su hijo
Claudio) y Pasquale – Un moderno Candido
nel vortice della storia (2013, sobre las vicisitudes de su padre, Pasquale
D’Isanto, internado por motivos políticos en el campo de exterminio nazi de
Mauthausen, del que fue uno de los escasos supervivientes). Fue funcionario del Ministerio de Justicia italiano y juez de paz de Pozzuoli. Falleció el 5 de junio de 2017.
(Este texto es
una adaptación abreviada, autorizada por el autor, Lucio D’Isanto,
de su
artículo “Antonio Scialoja: Quando la lira unì l’Italia”, publicado en Altritaliani.net el 25 de julio de
2015.)
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