08 febrero 2016

Lo que queda de Haití (a los seis años del terremoto que devastó el país)

El “bidonville” popular de Jalousie, en Puerto Príncipe, fue pintado 
de vivos colores en 2013 (con un coste de 1,4 millones de dólares) 
para ocultar al “gueto blanco” de Pétionville una triste realidad: 
la miseria de sus 45.000 habitantes.
(Fuente: ABC News)

En julio de 2011, este transeúnte publicó el post Haití en su agónico estertor perpetuo, donde resumía la historia de aquel país antillano y reproducía un breve pero significativo artículo de Manuel Rivas.
Lyonel Trouillot.
(Fuente: Libération)

¿Qué ha cambiado en Haití seis años después del tremendo sismo que devastó el sur del país y su capital? Dejemos que nos lo explique el 
novelista, poeta e intelectual haitiano Lyonel Trouillot en una entrevista publicada en el diario francés Libération con motivo de la presentación en París de su libro Kannjawou [1].

Los haitianos no tenemos ningún control sobre nuestro país
En enero de 2010, un terremoto causó la muerte de unas 300.000 personas en Haití. Seis años después, mientras el Palacio Nacional permanece derrumbado sobre sí mismo como símbolo de un país hundido, las elecciones presidenciales [2] han tenido lugar en medio de un clima político espantoso: después de haber quedado en segundo lugar en la primera vuelta, Jude Célestin –que ya había sido candidato en 2010– optó por retirarse ante “los fraudes y esta mascarada”, según sus propias palabras. Jovenel Moïse, el hombre designado por el presidente saliente, Michel Martelly, inauguró entonces una nueva forma de democracia en el Caribe: una segunda vuelta… con un solo candidato.
Jude Célestin.
(Fuente: Le Nouvelliste)

Lyonel Trouillot, que es vicepresidente de la Asociación de Escritores del Caribe, acaba de publicar una nueva obra, Kannjawou. En esta entrevista evoca la “denegación de soberanía” de Haití y su legitimación por parte de la comunidad internacional.
Jean-Louis Le Tousset

Para usted estas elecciones han sido una farsa…
– ¿Cómo puede vivir Haití con una mentira montada con el consentimiento de la comunidad internacional? Un candidato previamente elegido, escogido por el ejecutivo y las instancias internacionales: ese es el cuadro que se nos presentó. Ello anticipa una catástrofe institucional: un presidente que no será reconocido por el país pero sí por quienes lo han prefabricado. Desde hace diez años nos movemos en el mismo escenario. Michel Martelly, elegido por la comunidad internacional junto con una minoría haitiana hace cinco años saca de su sombrero a un nuevo candidato que cuenta con el beneplácito internacional. Es algo vertiginoso. Un diplomático de quien callaré el nombre me ha dicho: “Lyonel, vosotros que estáis acostumbrados a los dictadores, ¿por qué no soportáis a un corrupto durante unos cuantos años más?”.
Michel Martilly en febrero de 2011, durante la campaña para las elecciones 
que le llevarían a la presidencia de Haití el 14 de mayo de aquel año.
(Foto © Ramón Espinosa / AP)

Cree usted, pues, que se trata con toda evidencia de la dominación de las instancias internacionales mediante unas elecciones amañadas de antemano.
– Es la primera vez que esto resulta tan evidente. Más allá del carácter corrupto del gobierno que impone a su candidato, surge un conflicto entre la población haitiana y la “internacional”: Unión Europea, Estados Unidos, ONGs, observadores internacionales. Es la primera vez que los haitianos expresan un rechazo masivo a ese diktat sobre la realidad haitiana. Cuando hay diplomáticos que te dicen: “Bueno, habrá una segunda vuelta entre tal y tal, no hay otra opción”, el país sólo puede constatar que ya no es un país y que la denegación de su soberanía es un hecho. Incluso los partidos políticos locales se muestran sorprendidos: “Pero, ¡es imposible elegir a alguien nombrado de antemano!”, dicen. La rápida reacción de las fuerzas extranjeras, predispuestas a continuar con esta parodia, es humillante y detestable. Dejar que Haití tomara las riendas y se ocupara de sus asuntos supondría reconocer el fracaso de sus ayudas, de esas muletas impuestas por la comunidad internacional, la cual impulsó nuevas elecciones inmediatamente después del terremoto mientras era evidente que para los haitianos había muchas otras prioridades. Podría ser divertido que los ciudadanos europeos preguntaran a sus propios gobernantes: ¿por qué se convocaron deprisa y corriendo nuevas elecciones en un país donde acababan de morir trescientas mil personas?, ¿por qué auspician ustedes unas elecciones sabiendo quién las ganará? Se trata pues, a todas luces, de la imposición de una apariencia de democracia en Haití.
Manifestación antigubernamental y contra la injerencia 
internacional en la capital haitiana, Puerto Príncipe.
(Fuente: Haïtí Liberté)

Por lo que dice, entiendo que Haití continúa siendo “un chavalito” en manos de la comunidad internacional.
– Exactamente, lo cual significa que no somos dueños de nuestro país. Los diplomáticos son muy claros al respecto. Es como si hoy la independencia de Haití fuera imposible. Probablemente haya algo de eso, pero también de racismo velado: Haití no es más que un pequeño rebaño de negros dispuestos a obedecer a la comunidad internacional como a un buen pastor, porque ese rebaño no sabría de qué modo ni por dónde avanzar. Ese no es el caso, evidentemente. Esta situación de dependencia se reforzó en 1986, tras la caída del régimen de Jean-Claude Duvalier [3]. La intervención estadounidense de 1994 marca, en mi opinión, el inicio de esa dominación: las misiones extranjeras se ocultaron bajo otras denominaciones e influyeron decisivamente en la realidad política. Luego ocurrió la catástrofe del terremoto y el país se convirtió en una cobaya perfecta para experimentar las políticas de las potencias occidentales.
Vehículos blindados estadounidenses ante el Palacio Presidencial 
de Puerto Príncipe en septiembre de 1994.
(Fuente: solutionshaiti.blogspot.com)

¿Cómo y dónde se expresa el malestar de los haitianos?
– ¡En todas partes! En las emisoras de radio, en la calle, en la prensa, en las redes sociales y, fuera del país, en las comunidades haitianas, especialmente las de los Estados Unidos y Canadá. El mensaje que lanza la calle es este: “Hace diez años que ustedes fracasan, y fracasan en nuestro nombre. Nos organizan elecciones de las que ya conocen el ganador”. Otros ciudadanos dicen: “Esto no funcionará, ya que la organización de las elecciones ha sido confiada a personas corruptas y el candidato ha sido elegido por ustedes [la comunidad internacional]”. ¿Y qué les contestan?: “Bueno, no hilen tan fino, y además, ¿qué es lo que quieren?, ¿quieren elecciones? Pues ya las tienen, ¿de qué se quejan?”. Estas elecciones, en muchos aspectos, me recuerdan la voluntad de París de organizar a cualquier precio un escrutinio en la República Centroafricana. Cuando me encuentro con ciudadanos franceses, estadounidenses o canadienses y me refiero a la situación impuesta por sus propios representantes, parecen caer de las nubes y suelen exclamar: “¡Es increíble! Pero ¿cómo es posible?”.
A menudo, las organizaciones internacionales en Haití priorizan la propaganda.(Fuente: Asociación Audiovisual Educar desde la Infancia)

¿Cómo vive usted esa presencia internacional?
– De hecho, vivimos separados. En Haití, la mayoría de los extranjeros no viven realmente allí, no mantienen contactos con el país. No tienen el humor del país. Ni siquiera escuchan lo que dice la gente del país. Digamos que se trata de una dominación afable. Ellos viven en los guetos blancos. Cuanto peor vayan las cosas en el país, más necesaria será la ayuda de las ONGs. Esta dependencia de las instituciones del Estado está reforzada por la poderosa presencia de las ONGs. Es la “caricia” de la ocupación. “Somos amables –nos dicen–, os ayudamos, os traemos libros: os gustan los libros, ¿verdad?” Haití se radicaliza con respecto a la presencia extranjera. Haití es un paciente tratado con tranquilizantes desde hace diez años.
Viñeta ilustrativa de la ayuda internacional divulgada por la Misión 
de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití.
(© Jerry Rosembert Moise / BIT)

Y Francia, ¿qué dice?
– Francia no dice nada, y transfiere a la Unión Europea la responsabilidad de la situación. Es una actitud bastante maliciosa echarle la culpa a Europa. Con respecto a Francia, por razones históricas y, sobre todo, por parte de los intelectuales haitianos, se mantiene una relación amistosa porque siempre se comparte algo. Ahora, sin embargo, es innegable que se está perdiendo ese espíritu de fraternidad con respecto a Francia, ya que han surgido muchas dudas. En el ámbito popular, en cambio, la situación es distinta. Evidentemente existe un pasado colonial, pero cuenta mucho la herencia que ha dejado la lengua. Aunque, en verdad, la lengua es la de la élite, la de la burguesía, la de las clases dominantes. Los hablantes criollos, que no saben francés, ven en la lengua un instrumento que les impide expresarse. La imagen de Francia paga el precio de sus crímenes históricos y de los crímenes económicos perpetrados por la élite haitiana… que habla francés. La lengua francesa es vista, por lo tanto, como un instrumento de dominación.
El presidente francés François Hollande, recibido con honores 
en el aeropuerto de Puerto Príncipe el 12 de mayo de 2015.
(Foto © Héctor Retamal / AFP)

Usted ha dicho que el lenguaje diplomático se ha relajado: eso ¿qué significa?
– “Me siento muy feliz de estar en su país, tan encantador como desesperante.” Es una frase que me dijo una autoridad consular. La diplomacia se ha ido relajando. Los obstáculos del lenguaje han desaparecido. Incluso los oficiales estadounidenses dicen frases de este estilo: “Su país tiene tantos problemas que he de trabajar para ustedes incluso los sábados”. Ahí no hay ni un ápice de diplomacia. El propio presidente Martelly es la viva expresión de ese lenguaje más bien ramplón. En un discurso, por ejemplo, puede decir groserías como que le gustaría acostarse con una mujer a la que ve… entre el público. Y los diplomáticos le sonríen la “gracia”. Mertelly ha sido el director de orquesta de esa degeneración del lenguaje. Veo en esa actitud, tanto en boca del presidente como en la de la diplomacia, la negación de Haití como entidad. Y ese lenguaje desacomplejado, percibido por la población, equivale a borrar la huella de lo que llegó a ser Haití.
El presidente Martelly dirigiéndose a la Asamblea General 
de las Naciones Unidas, en Nueva York, el 1 de octubre de 2015.
(Fuente: El Día, Santo Domingo)

Catástrofe lingüística, pero también catástrofe espiritual…
– En efecto, así es. Las iglesias evangélicas han supuesto la mayor catástrofe moral que ha sufrido Haití. El individuo se siente cada vez menos ciudadano: es un hermano de Cristo. Sostienen en su discurso que el hombre es un lobo para el hombre, recomiendan no confiar en el vecino, ni en nadie. Ese viraje sectario es inaudito, y el conservadurismo de esas iglesias, abominable. Se vio claramente cuando se produjo el terremoto. El eco procedente de esas iglesias era este: “No habéis seguido los caminos del Señor, y ahora sufrís su castigo”. Ese viraje religioso empezó bajo la dictadura de Jean-Claude Duvalier y supuso el inicio de la “sutil invasión” evangélica.
Traducción del francés: Albert Lázaro-Tinaut


[1] Lyonel Trouillot: Kannjawou, Éditions Actes Sud, Arles-Paris. 2016. La entrevista se publicó en el diario parisino Libération el 23 de enero de 2016.

[2] La primera vuelta de las últimas elecciones presidenciales a las que se alude, con 56 candidatos en liza, tuvo lugar el 25 de octubre de 2015, y el presidente Martelly fue posponiendo la segunda, prevista en principio para el 24 de enero de 2016 y no celebrada. El 20 de enero Jude Célestin anunció que retiraba su candidatura mediante un comunicado en el que decía que "quienquiera que sea la persona que participe en los comicios del 24 de enero será un traidor a la Patria"; de hecho, en la segunda vuelta habría un solo candidato, Jovenel Moïse. Tras la dimisión de Martelly el 7 de febrero de 2016, el Parlamento haitiano suscribió un acuerdo de gobierno de transición para un período de 120 días.

[3] Duvalier, conocido como “Bébé Doc”, fue un dictador que dirigió los destinos de Haití entre 1971 y 1986.