El monasterio de
Mor Gabriel, en el sudeste de Anatolia.
(Foto © Hubert Longépé)
(Foto © Hubert Longépé)
Siguiendo las huellas del monje anacoreta Juan Mosco, se supone que nacido
en Damasco antes del año 550 y muerto probablemente en Roma en el 619,
el escritor escocés William Dalrymple emprendió un largo viaje a través de las tierras del antiguo Imperio bizantino, cuyas experiencias relata en su voluminosa obra From the Holy Mountain: A Journey in the Shadow of Byzantium (1997), donde narra con minuciosidad las vicisitudes de los cristianos de Oriente desde los tiempos más antiguos hasta el siglo XX.
el escritor escocés William Dalrymple emprendió un largo viaje a través de las tierras del antiguo Imperio bizantino, cuyas experiencias relata en su voluminosa obra From the Holy Mountain: A Journey in the Shadow of Byzantium (1997), donde narra con minuciosidad las vicisitudes de los cristianos de Oriente desde los tiempos más antiguos hasta el siglo XX.
Juan Mosco dejó una obra fundamental para conocer la historia de aquellas
comunidades en su época: el Λειμών
(‘Leimon’), muy divulgado durante toda la Edad Media, que no sería traducido y
editado hasta siglos más tarde, primero en latín por el teólogo y humanista
italiano Ambrogio Traversari (Venecia, 1475) con el título Pratum spirituale, y
mucho después (1624) en francés, a partir de la versión latina, por Fronton du
Duc con el título Pré spirituel.
El manuscrito del Prado espiritual (que en la primera edición española, debida a Juan Basilio
Sanctoro, publicada en Madrid en 1674, se presenta como “Recopilado de autores
antiguos clarissimos y Santos Doctores”), se custodia actualmente en el
monasterio ortodoxo de Iviron, en el Monte Athos. Hacia allí dirigió sus
primeros pasos Dalrymple y consiguió, con una
pequeña estratagema, tenerlo en sus manos.
Después de ingresar en el monasterio palestino de San Teodosio, Mosco vivió
durante diez años entre los eremitas del valle del Jordán y, junto con su
discípulo Sofronio (que más tarde sería
nombrado patriarca de Jerusalén) viajó por Siria, Cilicia, Egipto y las islas
del Egeo. Tras la ocupación de Jerusalén por los persas (614) tuvo que
refugiarse en Constantinopla y finalmente en Roma.
Los dos fragmentos que se reproducen a continuación están tomados de la
edición española de la obra de Dalrymple. [1]
Albert
Lázaro-Tinaut
El Imperio bizantino en tiempos de Justiniano (siglo VI).
El periplo de Juan Mosco por el
Mediterráneo oriental
Si en la
primavera del año 578 hubierais estado sentados en un cerro mirando hacia
Belén, habríais divisado dos figuras con cayado en la mano que salían del gran
monasterio de San Teodosio en el desierto. Ambos (un monje anciano de barba
canosa, acompañado por otro monje que parecía mucho más joven, erguido y quizá
un poco adusto, atajaban en dirección sureste por los prados de Judea hacia la
metrópoli fabulosamente rica de Alejandría.
Sofronio
representado como patriarca de Jerusalén y santo en un icono bizantino.(Fuente: www.conocereisdeverdad.org)
Era el inicio de
un viaje extraordinario que llevó a Juan Mosco y a su discípulo Sofronio el
sofista en un arco por todo el mundo bizantino oriental. Se proponían recoger
la sabiduría de los padres del desierto, de los sabios y los místicos del
Oriente bizantino, antes que su frágil mundo, que se hallaba en avanzado estado
de decadencia, se desmoronara al fin y desapareciera. El fruto de sus viajes
fue el libro que tenía ante mí en aquel momento. Hoy es un texto bastante
desconocido en Occidente, pero hace mil años se contaba entre los libros más
famosos de toda la gran literatura de Bizancio.
Los caravasares
bizantinos eran bastante rústicos y la aristocracia provincial griega no
disfrutaba recibiendo visitas. Según el escritor bizantino Cecaumeno “es un error
celebrar reuniones sociales, porque los invitados se limitan a criticar tu
gobierno de la casa e intentan seducir a tu esposa”. Así que allá donde iban,
los dos viajeros se alojaban en monasterios, cuevas y ermitas remotas, y comían
frugalmente con los monjes y los ascetas. Y parece ser que Juan Mosco anotaba
en todos los lugares los relatos que oía de los dichos de los padres y demás
anécdotas e historias milagrosas.
Una katisma,
sencillísima construcción donde se solía refugiar un solo monje eremita.
Mosco extremó la
tradición ortodoxa del monje vagabundo. En Occidente,
al menos desde que san Benito impuso el voto de estabilidad a principios del siglo VI, los monjes casi siempre permanecían enclaustrados en sus celdas. Pero en las iglesias orientales, lo mismo que en el hinduismo y el budismo,
ha existido siempre la tradición de que los monjes puedan ir libremente de
un gurú a otro gurú, de un maestro espiritual a otro maestro espiritual, recogiendo la sabiduría y los consejos de cada uno de ellos como hacen aún los sadhus indios. Los monjes ortodoxos griegos todavía no hacen voto de estabilidad. Y si después de haber vivido un tiempo en un monasterio deciden que desean sentarse a los pies de otro maestro en un monasterio distinto, seguramente en un lugar de Grecia diferente (o de hecho en el Sinaí o en Tierra Santa), entonces, son libres de hacerlo así.
al menos desde que san Benito impuso el voto de estabilidad a principios del siglo VI, los monjes casi siempre permanecían enclaustrados en sus celdas. Pero en las iglesias orientales, lo mismo que en el hinduismo y el budismo,
ha existido siempre la tradición de que los monjes puedan ir libremente de
un gurú a otro gurú, de un maestro espiritual a otro maestro espiritual, recogiendo la sabiduría y los consejos de cada uno de ellos como hacen aún los sadhus indios. Los monjes ortodoxos griegos todavía no hacen voto de estabilidad. Y si después de haber vivido un tiempo en un monasterio deciden que desean sentarse a los pies de otro maestro en un monasterio distinto, seguramente en un lugar de Grecia diferente (o de hecho en el Sinaí o en Tierra Santa), entonces, son libres de hacerlo así.
Cubierta de la
primera edición
española del Prado espiritual
(Madrid, 1674).
española del Prado espiritual
(Madrid, 1674).
El Prado espiritual es
una colección de los dichos, anécdotas e historias sagradas más memorables que
Mosco recogió en sus viajes, y su escritura corresponde a una larga tradición
de reunir apotegmas o máximas de los Padres. No obstante, los escritos de Mosco
son infinitamente más evocadores, gráficos e irónicos que los de cualquiera de sus rivales contemporáneos, y constituyen casi el único ejemplo del género que
ha llegado a nosotros y que aún puede leerse con verdadero placer.
Y es que además
de transmitir un mensaje espiritual todavía convincente, su lectura resulta
también a otro nivel tan amena como la de un libro de viajes fascinante. Mosco
hizo lo que hace hoy el moderno escritor de libros de viajes: recorrió el mundo
en busca de historias extrañas y sorprendentes relatos de viajeros. En realidad
su libro puede leerse como la gran obra maestra de la literatura de viajes
bizantina, ya que su autor, además de ser un escritor divertido y lleno de
vitalidad, cuenta una historia extraordinaria.
Leyendo entre líneas las memorias de Juan Mosco, es evidente que él y su
compañero viajaron en una época peligrosa. Tras el fracaso del gran intento de
Justiniano de restablecer el imperio, Bizancio se había visto sometida al
ataque de ávaros, eslavos, godos y lombardos por el oeste; de oleadas de
nómadas del desierto cada vez más numerosas y de las legiones de la Persia
sasánida por el este. Las grandes ciudades del Mediterráneo oriental se
hallaban en rápida decadencia: en Antioquía, las cabañas de refugiados llenaban
el centro de las anchas avenidas romanas que habían sido en tiempos un
hervidero de actividad y comercio. En los otros importantes puertos mediterráneos (Tiro, Sidón, Beirut,
Seleucia) apenas había actividad; muchos estaban retrocediendo a la condición
de aldeas de pescadores.
El monasterio
bizantino de San Bishoy, en Uadi el-Natrum (Egipto).
(Fuente: Mundo monástico, enero de 2014)
(Fuente: Mundo monástico, enero de 2014)
En el monasterio
de Mor Gabriel [2]
Por primera vez
duermo en un monasterio en el que podría haberse alojado Juan Mosco, y oigo los
mismos cantos del siglo V, entonados bajo los mismos mosaicos. Frente a mí se
alza el muro de la que quizá sea la iglesia más antigua de Anatolia que sigue
abierta. La construyó el emperador Anastasio en el año 512: antes que Santa
Sofía, antes que Ravena, antes que el Monte Sinaí. […]
Entrada del
monasterio de Mor Gabriel.
(Foto © Cihan / European Syriac Union)
(Foto © Cihan / European Syriac Union)
El día en Mor
Gabriel empieza a las cinco y cuarto con el toque de las campanas del
monasterio que anuncian los maitines. Después de cuatro días de haber
disfrutado de la hospitalidad de los monjes y haberme quedado a dormir hasta
tarde, me pareció que sería adecuado hacer acto de presencia. Así que esta
mañana cuando empezaron a repicar las campanas, en vez de taparme la cabeza con
el almohadón más a mano, me levanté, me vestí a la luz de la lámpara y me abrí
paso por el patio vacío siguiendo el eco del canto monástico.
Todavía era de
noche, el alba apenas había empezado a apuntar en
el horizonte. Estaban encendidas todas las lámparas de la iglesia y proyectaban una débil luz titilante sobre los antiguos mosaicos bizantinos del coro. Dejé los zapatos en la puerta y me quedé al fondo de la iglesia. A mi izquierda, cuatro monjas con faldas y blusas negras se arrodillaban en una alfombrilla de junco. Delante de mí había una fila de niños que escuchaban a un monje anciano. Lucía una larga barba patriarcal y cantaba el texto de un enorme códice manuscrito, colocado en un facistol de piedra al norte del presbiterio. Cada frase llegaba a un tono culminante y luego bajaba hasta una conclusión casi inaudible.
el horizonte. Estaban encendidas todas las lámparas de la iglesia y proyectaban una débil luz titilante sobre los antiguos mosaicos bizantinos del coro. Dejé los zapatos en la puerta y me quedé al fondo de la iglesia. A mi izquierda, cuatro monjas con faldas y blusas negras se arrodillaban en una alfombrilla de junco. Delante de mí había una fila de niños que escuchaban a un monje anciano. Lucía una larga barba patriarcal y cantaba el texto de un enorme códice manuscrito, colocado en un facistol de piedra al norte del presbiterio. Cada frase llegaba a un tono culminante y luego bajaba hasta una conclusión casi inaudible.
Inscripción en
alfabeto siríaco en Mor Gabriel.
(Fuente: www.morgabriel.org)
(Fuente: www.morgabriel.org)
La iglesia
empezó a llenarse; al poco rato, la fila de niños ocupaba toda la longitud de
la nave. Llegó otro monje, el padre Ciriaco, y se dirigió al presbiterio.
Empezó a cantar junto a otro facistol repitiendo el canto del monje
anciano: el primer monje entonaba una frase que pasaba a Ciriaco, que la
repetía y la pasaba a su vez.
El canto iba de un facistol a otro, rápidas sílabas de arameo ligadas en una sola elisión de canto sacro.
El canto iba de un facistol a otro, rápidas sílabas de arameo ligadas en una sola elisión de canto sacro.
Algunos de los
chicos mayores se habían acercado a los facistoles y permanecían de pie detrás
de los monjes, y cantaban con ellos. El coro continuó, tan profundo y resonante
como el gregoriano pero con un aire más oriental; las modulaciones monódicas,
extrañamente escurridizas, reverberaban bajo las retumbantes bóvedas bizantinas.
Al poco rato,
una mano invisible descorrió las cortinas del presbiterio; un muchacho que
sujetaba un incensario humeante hizo resonar sus cadenas. Toda la congregación
inició una larga serie de postraciones: los fieles se arrodillaban y bajaban la
cabeza hasta el suelo, de modo que desde atrás sólo se veía una hilera de
traseros empinados. Lo único que diferenciaba el culto del que podría
celebrarse en una mezquita era que los fieles se santiguaban una y otra vez
mientras realizaban las postraciones. Así rezaban los primeros cristianos,
exactamente como lo describe Mosco en el Prado espiritual. Parece que en
el siglo VI los musulmanes tomaron sus técnicas de culto de
la práctica cristiana existente. El Islam y los cristianos orientales han conservado la convención cristiana primitiva; los cristianos occidentales son los que han roto con la sagrada tradición.
la práctica cristiana existente. El Islam y los cristianos orientales han conservado la convención cristiana primitiva; los cristianos occidentales son los que han roto con la sagrada tradición.
Ceremonia
religiosa siríaca en el monasterio de Mor Gabriel.
(Fuente: www.morgabriel.org)
(Fuente: www.morgabriel.org)
[1] William Dalrymple: Desde el Monte Santo. Viaje a la sombra
de Bizancio. Traducción de Ángela Pérez. Ediciones Península, Barcelona, 2000.
558 páginas.
[2] Mor Gabriel, cerca de la localidad de Midyat (en el sudeste de la península
de Anatolia, muy cerca de la frontera de Turquía con Siria) es el monasterio
siríaco más antiguo que se conserva. El cristianismo siríaco mantiene
las tradiciones más primitivas, así como la lengua aramea (uno de cuyos dialectos,
al parecer, era el que hablaba Jesús) como lengua de culto.
al parecer, era el que hablaba Jesús) como lengua de culto.
Clicad sobre las imágenes para ampliarlas.
7 comentarios:
Un gran documento, muchas gracias por mostrar, (como siempre).
Saludos.-
Muchas gracias por tu comentario, Juan Antonio.
Hola Albert, gracias por acercarnos figuras tan desconocidas como interesantes. Saludos. http://bit.ly/1mJHvOC
Gracias a ti, amigo, por leerme y opinar.
Me ha gustado mucho este documento porque nos descubre como los ritos religiosos tienen su historia y con el paso del tiempo muchos de ellos siguen vigentes. Como siempre de tus publicaciones se sale sabiendo algo nuevo. Enhorabuena
un abrazo
fus
Gracias una vez más fus por seguir tan fielmente este blog, por opinar e interesarte por lo que publico.
Un abrazo (y perdona que no te haya contestado antes, no había visto tu comentario).
Muy interesante. Una duda, yo tengo un Prado Espiritual de 1624, de Gerona, ¿eso significaría que la primera edición española no seria de 1674?
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