Manifestantes rumanos en las calles de Bucarest el 22 de diciembre de 1989
con la bandera nacional sin los símbolos comunistas. (Fuente: BBC News)
Penetrar
en los entresijos de la historia siempre es tarea arriesgada, y si este
transeúnte lo hace ahora, procura que sea cautamente, basándose en
informaciones relativamente recientes que le parecen verosímiles con la perspectiva de más de
veinticuatro años desde los acontecimientos relatados.
Lo
último que leyó sobre el tema se debe al periodista italiano Luca Negri, quien
en el periódico romano L’Occidentale
ofrecía datos relevantes, de ser ciertos y estar contrastados, sobre la
realidad de la denominada Revoluția
română din 1989
(‘Revolución rumana de 1989’) que estalló en la ciudad transilvana de Timişoara
el 16 de diciembre de aquel año y concluyó con el vergonzoso juicio sumarísimo y
la inmediata ejecución de Nicolae Ceaușescu y su esposa Elena en
Târgovişte el 25 de diciembre, tras la huida de ambos del palacio presidencial
de Bucarest tres días antes.
El helicóptero en el que huía
el matrimonio Ceaușescu desde
la sede del Comité Central del
Partido Comunista Rumano
(22 de diciembre de 1989).
Dice Negri
que “en general, nos fiamos poco de las revoluciones que consiguen cambiar el
régimen de un país […], pues deberían ser consideradas más bien golpes de
Estado”. Aunque es cierto que, incitados por aquella inmensa manifestación
popular del 16 de diciembre en Timişoara y los por líderes en la sombra que la
organizaron, los habitantes de Bucarest salieron multitudinariamente a las calles y
boicotearon un discurso del dictador, quien en un momento dado comprendió que
sus veintidós años en el poder llegaban a su fin e intentó desesperadamente huir
en helicóptero con su esposa; si bien la revuelta de Bucarest fue popular y supuso
la expresión del odio de sus súbditos al Conducător
(‘líder’ o ‘caudillo’), parece que algo se estaba cociendo entre bambalinas.
Sobre
ello investigó a fondo durante dos décadas el periodista rumano Grigore
Cartianu, quien en 2010 publicó el polémico y voluminoso libro Credeam că facem revoluţie, nu lovitură de
stat (‘Creíamos que era una revolución, no un golpe de Estado’), en el que
saca conclusiones que a este transeúnte le parecen interesantes.
Grigore Cartianu.
En opinión de Cartianu, después de aquella revuelta decisiva tuvo lugar una “contrarrevolución” todavía más sanguinaria (se calcula que durante la Revolución rumana hubo más de 1100
muertos) en la que estuvieron implicados numerosos exponentes del régimen
comunista próximos a Moscú. Ceaușescu había plantado cara a la
URSS –se había opuesto abiertamente a la intervención en Checoslovaquia, en
1968, por ejemplo– y pretendía que su régimen fuera independiente de las
directrices soviéticas, lo cual lo convirtió en un déspota que, aunque despertara
simpatías en Occidente, lo equiparaba en cierto modo, por su línea dura, a
líderes intransigentes como el norcoreano Kim Il Sung.
En aquel
mes de diciembre de 1989 la perestroika
de Gorbachov empezaba a derrumbar el Telón de Acero y el muro de Berlín ya
había caído. Poco antes, personalidades significadas de la política occidental habían
rendido honores al Conducător, quien,
rodeado de una “corte” fiel, alentaba a la perfección el culto a su
personalidad y a la de su esposa Elena (quien, sin haber terminado siquiera los
estudios primarios, acumulaba títulos científicos de varios países). Sin
embargo, y en ese contexto, el presidente de los Estados Unidos, George Bush
(padre), y Mijaíl Gorbachov urdieron –según Cartianu– una trama para hacer caer
el régimen rumano: sutilmente, la Unión Soviética iba infiltrando tanto en el
ejército de Rumanía como en la tristemente célebre Securitate –los temidos servicios secretos del partido comunista
rumano– a muchos de sus agentes. ¡Cuesta creer la afirmación del periodista
según la cual llegaron a entrar en el país, sin levantar sospechas, casi
setenta mil agentes soviéticos!
A partir
de tales interrogantes se podría deducir que los movimientos revolucionarios de
diciembre de 1989 no fueron tan “espontáneos” como siempre se ha asegurado: el
Kremlin, con el beneplácito de Washington, podría haber estado detrás de
aquellos movimientos y habría hecho caer en una trampa (mortal, en este caso) a
Nicolae Ceaușescu, ante la evidencia de que
éste jamás se habría sumado a los grandes cambios que se preparaban en el
panorama europeo.
Nicolae Ceaușescu y su esposa Elena tras su detención. (© AFP)
Ello no
justifica, sin embargo, que el matrimonio Ceaușescu fuera literalmente linchado
en un proceso muy poco judicial y muy confuso, y abatido a tiros como si de
alimañas se tratara. Lo que ocurrió tras la Revolución rumana, hechos como los
del 14 de junio de 1990, promovidos por los nuevos gobernantes “democráticos”
de Rumanía para “calmar los ánimos” de la ciudadanía, demuestran que la
situación no estaba controlada. Aquel día convencieron a veinte mil mineros de
provincias para que llegaran a Bucarest, armados con barras de hierro, para
atajar un supuesto “complot fascista”: durante dos días, aquellos hombres
engañados sembraron el pánico en las calles de la capital del país agrediendo a
opositores, periodistas y viandantes, creyendo que así colaboraban a asentar la
democracia. No hicieron más que asentar en el poder a quienes se habían
apoderado de él tras la caída del régimen sanguinario y desaforado del Conducător.
Otra imagen de la revolución: un grupo de manifestantes
se ha apoderado de un carro de combate. (© R. Sigheti/Reuters)
¿Qué hay
de cierto en lo que explica Grigore Cartianu y se ha divulgado ampliamente en
Rumanía desde que se publicó su libro (que ha inspirado otras obras sobre el
tema)? Este transeúnte no juzga nada, se limita a explicar algo a lo que no
parece que hayan prestado mucha atención los media occidentales. Nos quedamos con la sensación de que aún hoy, en Rumanía, las cosas parecen no estar muy claras.
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