16 julio 2012

El viaje a Inglaterra de Leandro Fernández de Moratín

La Torre de Londres en 1795, según un grabado de Joseph 
Mallord William Turner publicado en el Pocket Magazine.
(© British Museum)

En un recentísimo artículo de Manuel Martínez Rivero [1] el transeúnte encuentra el hilo que le conduce a las Apuntaciones sueltas de Inglaterra [2] de Leandro Fernández de Moratín. 

Moratín (Madrid, 1760 - París, 1828), intelectual ilustrado, visitó Inglaterra, y permaneció sobre todo en Londres, durante un largo viaje por Europa a finales del siglo XVIII; un periplo que duró cinco años, del que regresó a Madrid en 1797. Pudo permitirse tal privilegio para su época yendo en calidad de Secretario de Interpretación de Lenguas. 

Leandro Fernández de Moratín 
retratado por Goya en 1799.

No es necesario hablar aquí con detalle de la biografía y la obra literaria de Leandro Fernández de Moratín, ampliamente conocidas y consultables en cualquier enciclopedia o a través de la red. Sí que conviene, en cambio, conocer algunas características de esta obra, en la que se mezclan relatos de viaje, diario personal y correspondencia privada, y donde destacan “la estructura de las notas; el estilo en que se redactan; la comparación y el contraste; el reflejo de las experiencias personales; el punto de vista y las máscaras del viajero; la representación del mismo frente a los otros; los recursos narrativos; la relación entre la representación de la ciudad y la organización de la escritura; las opiniones sobre las sociedad británica y sus costumbres, sobre la libertad y la organización económica”, como afirma el profesor Rafael Alarcón Sierra. [3] “La importancia del viaje es ampliamente reconocida –dice el profesor Alarcón en su artículo–. En España, el Conde de Campomanes en su Discurso sobre la educación popular o Jovellanos en su Elogio de Carlos... así lo afirman. Por ello, no sólo será un objetivo al alcance de la aristocracia, sino que desde los gobiernos ilustrados se promocionan y subvencionan los viajes que pueden ser útiles para el país. De este modo, muchos viajes se convierten en una empresa de interés político, patrocinada por estadistas como Aranda, Floridablanca o Godoy. Ya Felipe V había promulgado en un real edicto (de 1718) la posibilidad de que se otorgaran subvenciones a los ciudadanos para instruirse o perfeccionarse en su arte. Las sociedades económicas pronto imitarán el ejemplo de los soberanos y sus ministros.” A Moratín no le resultó difícil, pues, que su amigo y protector Manuel Godoy, entonces primer ministro del rey Carlos IV de España, le proporcionara los medios económicos y el referido cargo para emprender tan dilatado viaje. 

Manuel Godoy (1767-1851), 
retratado por Goya en 1801.
(© Real Academia de San Fernando, Madrid)

Éste no fue el primero que hizo, pues en 1787 ya había ido a Francia en misión diplomática gracias a una acertada intervención de Jovellanos, ya que en París Moratín conoció a Goldoni y descubrió las excelencias del teatro francés, circunstancias que no son en absoluto ajenas a la obra teatral que escribiría posteriormente. Y en 1792 tuvo otra oportunidad de viajar al extranjero. 

Esta vez, gracias a Godoy y con el favor, además, del conde de Aranda, Moratín iría no sólo a Inglaterra, sino también a los Países Bajos, Suiza, Alemania e Italia, país que siempre había deseado conocer “para estudiar sus antigüedades” y sobre el que escribiría otro libro: Viage a Italia [4], en el que recoge también sus impresiones de los otros países visitados. 

A continuación se transcriben algunos fragmentos de las impresiones de Moratín en Londres. 

Albert Lázaro-Tinaut



 Plano de las ciudades de Londres y Westminster en 1797, 
según J. Wallis.


Fragmentos de las Apuntaciones sueltas de Inglaterra
de Leandro Fernández de Moratín 

Encontrones por las calles. Los ingleses que van de prisa, sabiendo que la línea recta es la más corta, atropellan cuanto encuentran; los que van cargados con fardos o maderos, siguen su camino, no avisan a nadie y dejan caer a cuantos hallan por delante. […] 

El Príncipe de Gales se emborracha todas las noches: la borrachera no es en Inglaterra un gran defecto, ni hay cosa más común que hallar sujetos de distinción perdidos de vino en las casas particulares, en los cafés y en los espectáculos. Cuando un extranjero asiste a una mesa de ingleses, pocas veces puede escapar de la alternativa de embriagarse como los otros, o de perder la amistad con el dueño de la casa y cuantos asisten al festín; ni ha de dejar de beber cuando beben otros, ni ha de beber menos de cuanto beben los demás. […] 

Hay además en Inglaterra, y especialmente en Londres, varias sociedades que llaman clubs, que celebran sus juntas y comidas en días fijos y determinados, tal vez semanalmente, y tal vez con menos frecuencia. Unas se componen de sujetos de la misma profesión, comerciantes, abogados, literatos, artífices, etc., y otras de gentes acomodadas que se reúnen para hacer prosperar uno u otro ramo o establecimiento. La comida se paga a escote, y después de ella se leen o pronuncian discursos, se disputan los puntos en cuestión, se vota y resuelve lo conveniente al objeto de su instituto. Otras hay que celebran sus juntas sin comida, y sólo tienen una en algún día señalado. Lo cierto es que a estas incorporaciones (que podrían en cierto modo compararse a nuestras sociedades económicas) debe la Inglaterra una gran parte de su prosperidad. […]


Servicio de té inglés de finales del siglo XVIII, según
una pintura del artista suizo Jean-Étienne Liotard.

Lista de trastos, máquinas e instrumentos que se necesitan en Inglaterra para servir el té a dos convidados en cualquier casa decente:

1. Una chimenea con lumbre. 
2. Una mesa pequeña para poner el jarrón del agua caliente. 
3. Una mesa grande, donde está la bandeja con las tazas y demás utensilios. 
4. Un jarrón con agua caliente. 
5. Un cajoncillo para tener el té. 
6. Una cuchara mediana para sacarlo. 
7. Una tetera, donde se echa el té y el agua caliente. 
8. Un jarrillo con leche. 
9. Una taza grande con azúcar. 
10. Unas pinzas para cogerla. 
11. Unas parrillas. 
12. Un plato para la manteca. 
13. Otro plato para las rebanadas de pan con manteca, que se ponen a calentar sobre las parrillas. 
14. Un cuchillo para partir el pan y extender la manteca. 
15. Un tenedor muy largo para retostar las rebanadas antes de poner la manteca. 
16. Un cuenco para verter el agua con que se enjuagan las tazas cada vez que se renueva en ellas el té. 
17. Dos platillos. 
18. Dos tazas. 
19. Dos cucharillas. 
20. Una gran bandeja en la mesa grande para todos estos trastos. 
21. Otra bandeja, más pequeña, donde se ponen las tazas de té, las rebanadas de pan y el azúcar para servicio de los concurrentes. 

Todo esto es necesario para servir dos tazas de té con leche. Si es más libre el hombre que menos auxilios extraños necesita para el cumplimiento de sus deseos, las gentes cultas ¡qué lejos están de conocer la libertad! ¡Cuántas manos trabajan para que el cortesano sorba un poco de agua caliente! ¡Qué necesidades ficticias le rodean! ¡Cómo gime el infeliz bajo la pesada cadena que le doran las artes! […] 

El canguro es un animal nuevamente descubierto, Líbreme Dios de querer hacer una descripción facultativa de él. Non nostrum. Diré solamente que es poco más o menos del tamaño, pelo y color tostado de una cabra; la cabeza bastante parecida a la de un conejo, particularmente en las orejas; las piernas de atrás muy largas, y las de adelante sumamente cortas, de manera que camina en dos pies o a saltos, ayudándose con las manos cuando lo necesita; tiene la cola larga y peluda. Es animal pacífico y de buenas costumbres. […] 

 Canguros, según un grabado francés del siglo XIX.

En Inglaterra hay absoluta libertad de religión: en obedeciendo a las leyes civiles, cada cual puede seguir la creencia que guste, y sólo se llama infiel al que no cumple sus contratos. No ha muchos años que un lord se hizo turco, se fue a Constantinopla, estableció un bonito serrallo, y vivió como un verdadero musulmán hasta que el Profeta le llamó a gozar del prometido paraíso. El célebre lord Georg Gordon, sentenciado a cinco años de prisión por revoltoso y tumultuario, se ha hecho judío en la cárcel, ha sufrido la circuncisión, se ha dejado crecer la barba, y hoy día se llama Abraham. [...]

Los pies de las inglesas son de enorme magnitud; y tan lejos está éste de ser un defecto en las damas, que las que no los tienen de forma tan gigantesca están expuestas a la censura pública. Cuando vino de Prusia a casarse a Londres la que hoy es Duquesa de York, observó la corte con mucho sentimiento, que tenía los pies chicos; se habló en los papeles periódicos de estas notable falta, y se hizo mucha burla en coplas y caricaturas, que salieron entonces, de la pequeñez intolerable de sus pies. […] Las mujeres de este país no reciben una educación tan atada y monjuna como las nuestras; se crían con más libertad y holgura; saltan y corren, y así se forman y robustecen cuanto es necesario, según las facultades y el temperamento físico de cada una. No teniendo en su niñez aprisionados los miembros, ni angustiado el ánimo, se hacen altas, fornidas y bien dispuestas, y el pie, en su crecimiento, participa, como las demás partes del cuerpo, de los privilegios de esa libertad. […]


El Seven Dials, un barrio pobre del centro de Londres, a finales 
del siglo XVIII, según un grabado de la época.
(Fuente: Smithsonian.com)

[1] Manuel Rodríguez Rivero: “A los pies de las inglesas”, en ‘Babelia’ (El País), Madrid, núm. 1077, 14 de julio de 2012, p. 16. 
[2] Leandro Fernández de Moratín: Apuntaciones sueltas de Inglaterra. Cuaderno de un viaje. Ediciones Península, Barcelona, 2003. 128 pp. [Otra edición de esta obra, cuidada y anotada por Ana Rodríguez Fischer, fue publicada por Ediciones Cátedra, Madrid, en 2005.] 
[3] Rafael Alarcón Sierra: “Las Apuntaciones sueltas de Inglaterra de Leandro Fernández de Moratín: libro de viajes y fundación de una escritura moderna”, en Bulletin Hispanique, Burdeos, vol. 209-1 (2007), pp. 157-186. 
[4] Existen dos ediciones recientes de esta obra: una con el título corregido ortográficamente, Viaje a Italia, publicado por Laertes, Barcelona, en 1988 (con prólogo de José Doval), y otra –una edición crítica a cargo de Belén Tejerina a partir de la edición de 1867 de M. Rivadeneyra, Madrid– que conserva la grafía original, Viage a Italia, publicada por Espasa-Calpe, Madrid, en 1991. 

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