Entrada al municipio de Ciboure (a la izquierda de la imagen)
en el puente Charles de Gaulle sobre el río Nivelle.
A la derecha, Sant-Jean-de-Luz.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
en el puente Charles de Gaulle sobre el río Nivelle.
A la derecha, Sant-Jean-de-Luz.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
Ciboure (Ziburu, en vasco) es una pequeña localidad separada por el río Nivelle (Ur Ertsi, en vasco, cuyas aguas provienen de tierras navarras) de otra mayor y más conocida: Saint-Jean-de-Luz (Donibane Lohizun), con la que comparte estación ferroviaria y un pequeño puerto fluvial. Para pasar de la una a la otra hay que cruzar el río con alguna embarcación (suele estar en servicio una barca-transbordador para pasajeros) o bien dar un pequeño paseo, pasar el río por el puente Charles de Gaulle de la carretera D 810 (un ramal –denominado allí avenue Jean Jaurès– de la carretera general que enlaza París con Hendaya y el puente internacional de Irún) y bajar hacia el mar por el otro lado.
El transeúnte aprovechó una reciente estancia en Donostia para visitar estas dos localidades del lado francés de Euskal Herria [1]. Disfrutó primero de la paz invernal de Saint-Jean-de-Luz, donde comió espléndidamente, y aprovechó las primeras horas de la tarde, antes de emprender el viaje de regreso a la capital guipuzcoana, para darse una vuelta por Ciboure, a cuya entrada se había instalado un gran parque de atracciones en el que los niños parecían disfrutar de atracciones, chuches y ese algodón de azúcar que se conoce como barbe à papa.
En esta ocasión no va a describir tan bellos lugares, aunque aproveche para decir que en Ciboure nació en 1875 el compositor Maurice Ravel, el del famoso y magnífico Boléro (tan mal comprendido muchas veces). Va a contar una pequeña aventura, una de esas experiencias que dan sentido, pese a todo, a la vida del viajero.
La iglesia de Saint Vincent
y la Croix blanche, en Ciboure.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
Con su cámara de fotos siempre a punto para captar lo insólito, lo efímero y aquello que le llama la atención, el transeúnte pasó frente a la iglesia de Saint Vincent (con su “Cruz Blanca”, etapa de uno de los ramales del Camino de Santiago) y se adentró por la rue Pocalette, paralela al paseo que sigue la ribera del río. Hizo varias tomas de detalles y también de las fachadas de esas bonitas casas que caracterizan las tierras vascas, con sus maderas pintadas de colores alegres (azul, verde, grana…) y, despreocupado y pendiente de lo que se ofrecía a sus ojos, se vio sorprendido en la desembocadura de aquella calle por tres gendarmes que lo rodearon de inmediato y le preguntaron, de sopetón, qué estaba fotografiando.
–Perdone, monsieur, pero en la calle por la que ha pasado está prohibido tomar fotos. Muéstreme los clichés.
–No he visto ningún cartel que lo indicara –replicó el transeúnte, que suele tener mucho aplomo en estos casos, pues ha pasado por experiencias parecidas en países sometidos a regímenes totalitarios. Se suponía que no era el caso de Francia, por lo que nada debía temer.
El gendarme fue observando las imágenes en la pantalla de la cámara y obligó al transeúnte a borrar algunas, cosa que éste hizo, mal que le pesara, arrepentido ahora de no haberse plantado ante tan caprichosa decisión de un don nadie uniformado. A veces le cuesta un poco reaccionar en caliente.
–Un documento de identidad, por favor… (pièce d’identité, se dice en francés, para asombro del foráneo, a quien le parece que en Francia la identidad puede despiezarse).
–¿Puedo saber qué es esto?
–Nada, monsieur, se trata sólo de un control rutinario.
El gendarme que se había apoderado del documento de identidad del transeúnte se alejó unos pasos, se conectó con su radioteléfono a algún misterioso lugar y transmitía a su también misterioso interlocutor los datos del sospechoso, que mientras tanto era custodiado por sus otros dos compañeros. Más allá, en los muelles, a orillas del río, había dos furgones celulares y otros seis o siete gendarmes.
En un momento dado, el que transmitía los datos se acercó al transeúnte y le preguntó qué significaba esa enigmática abreviatura “c/” que precedía al nombre de la calle donde vive.
–Significa rue, monsieur.
–Ah, cal-le… –suspiró tranquilizado después de haber hecho gala de su estupendo espagnol, y volvió sobre sus pasos.
La desembocadura del río Nivelle
desde los muelles de Ciboure (donde
estaban apostados los gendarmes
con sus furgones). A la derecha,
el faro de Saint-Jean-de-Luz.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
Uno de los uniformados que retenían al transeúnte (aunque sin ponerle las manos encima en ningún momento, ¡sólo hubiese faltado eso!) empezó a interrogarlo. Le llamaba la atención que el sospechoso hablara tan fluidamente el francés y le preguntó a qué se debía. ¿Había vivido el sospechoso en Francia? ¿No? Étonnant... En lugar de contestarle, el sospechoso le espetó, irónico (siempre en fluido francés, claro):
–Hay otras lenguas que hablo mejor.
–¿Habla usted vasco? –se empezaba a vislumbrar por dónde iban los tiros.
–No.
–Pero, ¿lo entiende?
–Por qué quiere saber esas cosas, si se trata de un control rutinario, como dicen ustedes.
–Obedecemos órdenes, monsieur.
Un típico panier à salade
('ensaladera'), como son conocidos
popularmente los furgones celulares
de la Gendarmería francesa.
(Foto: Collection CHARLYDESIGN93)
No sabe por qué (o quizá sí), al transeúnte le pasaron por la cabeza otros momentos en que había oído y leído esa frase: los ejecutores nazis obedecían órdenes, los agentes comunistas siempre obedecían órdenes, los sicarios de las dictaduras más sangrientas se defendían en los juicios con esa misma afirmación y trataban de pasar así la responsabilidad de sus atrocidades a entes superiores. Decidió provocar:
–Si quiere interrogarme, hagamos las cosas como es debido: lléveme a comisaría, póngame en contacto con un representante diplomático español para que me facilite un abogado y conozca mi situación…
–Pero... monsieur, por favor, no exagere…
–Oiga, gendarme –al transeúnte ya no le parecía un monsieur: ¡se acabaron las buenas maneras y era hora de formalidades!–; si alguien exagera y monta el pollo (en fait tout un fromage, se dice en francés), son ustedes.
–¡Cuidado con lo que dice, monsieur!
–Escuche, soy un ciudadano libre y honesto y creo estar en un territorio libre…
–Sin duda, pero en las circunstancias actuales... ya me entiende… los extranjeros…
¡Ay lo que dijo! El transeúnte no le dejó acabar la frase, de modo que no sabe cómo iba a terminarla, ni le importa.
–¡No soy un extranjero! Soy un ciudadano europeo y estoy chez moi (es decir, en mi casa), ¿me entiende usted? ¿O es que Francia se ha dado de baja de la Unión Europea y yo no me he enterado, gendarme?
El transeúnte fingió indignación y hasta cierto desprecio al pronunciar la palabra gendarme, separando un poco las sílabas; pero la verdad es que empezaba a divertirse. El uniformado titubeó, no sabía qué decir, se sentía indefenso pese al armamento que colgaba de su cintura.
Su compañero, que había permanecido en silencio, le tocó el hombro para tranquilizarlo, y el tercero regresó con su radioteléfono y pidió al que tocaba el hombro del que se había puesto nervioso que anotara toda la filiación del transeúnte, cosa que hizo en un pequeño bloc.
–Bueno, ¿se puede saber qué pasa conmigo, gendarmes? Porque a este paso voy a perder el tren.
–Nada, no se preocupe, monsieur. Ya le hemos dicho que es un control rutinario –contestó el del radioteléfono.
–Bonjour, la routine…! (¡Pues vaya rutuina…!) –una vez más, el transeúnte no pudo evitar la ironía provocadora.
–No hemos de hacerle ningún reproche… Es… es sencillamente que en esa calle tiene su casa un ministro –añadió bajando la voz (tal vez debería entenderse lo de “ministro” en femenino, habida cuenta de que un importante miembro del gobierno francés, mujer ella, fue alcaldesa de Saint-Jean-de-Luz, como averiguó luego el transeúnte a través de internet)–. En Francia la ley prohíbe fotografiar cualquier edificio público –prosiguió el gendarme en cuestión, ya en tono conciliador–: un Ayuntamiento, una Préfecture, una estación de tren… Se lo digo para que lo tenga en cuenta. Nosotros estamos aquí para algo (pour quelque chose), entiéndalo.
Detalle de una fachada en Ciboure.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
La casa de un ministro, hombre o mujer (personaje público), resultaba ser un edificio público, con la particularidad de que nada indicaba esa condición extraordinaria.
–Tenga, y muchas gracias, monsieur –dijo el que había anotado concienzudamente los datos en el carnet (no sé si copió incluso la foto…), mientras le devolvía al transeúnte su documento de identidad.
–Por esta parte puede tomar clichés de todo lo que quiera –añadió el del radioteléfono esbozando una sonrisa forzada y mostrando con un amplio gesto de su mano derecha la parte ribereña del río. El transeúnte estuvo a punto de pedirles que se pusieran bien para retratarlos, pero no quiso provicar más y prefirió hacerse el maleducado y volverles la espalda para seguir su camino. Es lo que en España se dice popularmente “despedirse a la francesa” y los franceses dicen “filer à l’anglaise” (largarse a la inglesa).
Había sido una experiencia interesante, sobre todo para comprobar eso que se dice: que la República Presidencial Francesa se ha convertido en un estado policial desde que monsieur Nicolas Sarkozy (Sarko para el populacho) obra de timonel e “ingeniero” a la vez. En los años 70 del siglo pasado el transeúnte –barbudo y con ropa tejana, ¡a quién se le ocurre!– había sido detenido arbitrariamente en el norte de la Argentina (concretamente en el aeropuerto de Resistencia, topónimo que ya se las trae, en la provincia del Chaco) y sometido casi a juicio sumarísimo por un inmenso militar que no hubiera cabido en un armario de dos cuerpos, y que no lo soltó hasta que la lentísima comunicación telefónica con algún centro de seguridad de Buenos Aires le aseguró que no había ningún sospechoso con su nombre ni con sus características; y también lo detuvieron brevemente en Esztergom, al norte de la Hungría comunista, por haber sido testigo de una pelea callejera. Después de la experiencia vascofrancesa se le formó en la mente, por una curiosa asociación de ideas, un nuevo y absurdo topónimo irónicopolítico: República Soviética Sarkozyana (RSS).
Vayan ustedes con cuidado, pues las fronteras aún existen en esta Europa del quiero y no puedo, tan desunida como siempre. En Irún se lo dijeron claramente al transeúnte: con la supuesta desaparición de las fronteras físicas esperaron que, de algún modo, se estableciera algo semejante a aquella utópica República del Bidasoa con la que soñó ingenuamente Pío Baroja, “una república sin frailes, sin dogmas que nos atormenten, sin moscas y sin carabineros”, como recordó su sobrino, Pío Caro Baroja, durante de la inauguración en el centro del ensanche iruñés del monumento al gran autor de la denominada Generación del 98 (tan enemigo él de esos honores) [2], con motivo del cincuentenario de la muerte de éste, en el año 2006. Pero eso también fue un sueño utópico: las relaciones entre las poblaciones de ambas orillas del río Bidasoa son prácticamente inexistentes, y los intentos de organizar actos conjuntos casi siempre han fracasado.
No sólo los Pirineos separan la península Ibérica del resto de Europa; no sólo los Alpes separan dos conceptos de europeísmo, ni sólo las aguas del Rin dividen los territorios de Francia y Alemania. Lo que más separa a los europeos de uno u otro Estado es la falta de voluntad: ¡esta sí que es común!
[1] Denominación, en vasco, de lo que en castellano se conoce como Vasconia, es decir el espacio europeo –documentado desde el siglo XVI–, dividido entre los estados español y francés, donde se manifiestan la cultura y la lengua vascas.
[2] Baroja lo expresó por boca de uno de sus personajes más famosos, el marino autobiógrafo Shanti Andía: “A mí, la verdad, la gloria no me entusiasma. La gloria no es para los países lluviosos; tener una estatua a orillas del Mediterráneo, en una ciudad de Andalucía, de Valencia o de Italia, está bien; pero, ¿qué voy a hacer yo si en premio de este libro me levantan una estatua en Lúzaro? ¿Estar recibiendo constantemente la lluvia en la espalda? No, no; soy muy reumático y ni en efigie me gustaría estar así, a la intemperie”.
Haced clic sobre las imágenes para ampliarlas.
El transeúnte aprovechó una reciente estancia en Donostia para visitar estas dos localidades del lado francés de Euskal Herria [1]. Disfrutó primero de la paz invernal de Saint-Jean-de-Luz, donde comió espléndidamente, y aprovechó las primeras horas de la tarde, antes de emprender el viaje de regreso a la capital guipuzcoana, para darse una vuelta por Ciboure, a cuya entrada se había instalado un gran parque de atracciones en el que los niños parecían disfrutar de atracciones, chuches y ese algodón de azúcar que se conoce como barbe à papa.
En esta ocasión no va a describir tan bellos lugares, aunque aproveche para decir que en Ciboure nació en 1875 el compositor Maurice Ravel, el del famoso y magnífico Boléro (tan mal comprendido muchas veces). Va a contar una pequeña aventura, una de esas experiencias que dan sentido, pese a todo, a la vida del viajero.
La iglesia de Saint Vincent
y la Croix blanche, en Ciboure.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
Con su cámara de fotos siempre a punto para captar lo insólito, lo efímero y aquello que le llama la atención, el transeúnte pasó frente a la iglesia de Saint Vincent (con su “Cruz Blanca”, etapa de uno de los ramales del Camino de Santiago) y se adentró por la rue Pocalette, paralela al paseo que sigue la ribera del río. Hizo varias tomas de detalles y también de las fachadas de esas bonitas casas que caracterizan las tierras vascas, con sus maderas pintadas de colores alegres (azul, verde, grana…) y, despreocupado y pendiente de lo que se ofrecía a sus ojos, se vio sorprendido en la desembocadura de aquella calle por tres gendarmes que lo rodearon de inmediato y le preguntaron, de sopetón, qué estaba fotografiando.
–Perdone, monsieur, pero en la calle por la que ha pasado está prohibido tomar fotos. Muéstreme los clichés.
–No he visto ningún cartel que lo indicara –replicó el transeúnte, que suele tener mucho aplomo en estos casos, pues ha pasado por experiencias parecidas en países sometidos a regímenes totalitarios. Se suponía que no era el caso de Francia, por lo que nada debía temer.
El gendarme fue observando las imágenes en la pantalla de la cámara y obligó al transeúnte a borrar algunas, cosa que éste hizo, mal que le pesara, arrepentido ahora de no haberse plantado ante tan caprichosa decisión de un don nadie uniformado. A veces le cuesta un poco reaccionar en caliente.
Una de las pocas fotos de la rue Pocalette
que el transeúnte logró salvar.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
que el transeúnte logró salvar.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
–Un documento de identidad, por favor… (pièce d’identité, se dice en francés, para asombro del foráneo, a quien le parece que en Francia la identidad puede despiezarse).
–¿Puedo saber qué es esto?
–Nada, monsieur, se trata sólo de un control rutinario.
El gendarme que se había apoderado del documento de identidad del transeúnte se alejó unos pasos, se conectó con su radioteléfono a algún misterioso lugar y transmitía a su también misterioso interlocutor los datos del sospechoso, que mientras tanto era custodiado por sus otros dos compañeros. Más allá, en los muelles, a orillas del río, había dos furgones celulares y otros seis o siete gendarmes.
En un momento dado, el que transmitía los datos se acercó al transeúnte y le preguntó qué significaba esa enigmática abreviatura “c/” que precedía al nombre de la calle donde vive.
–Significa rue, monsieur.
–Ah, cal-le… –suspiró tranquilizado después de haber hecho gala de su estupendo espagnol, y volvió sobre sus pasos.
La desembocadura del río Nivelle
desde los muelles de Ciboure (donde
estaban apostados los gendarmes
con sus furgones). A la derecha,
el faro de Saint-Jean-de-Luz.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
Uno de los uniformados que retenían al transeúnte (aunque sin ponerle las manos encima en ningún momento, ¡sólo hubiese faltado eso!) empezó a interrogarlo. Le llamaba la atención que el sospechoso hablara tan fluidamente el francés y le preguntó a qué se debía. ¿Había vivido el sospechoso en Francia? ¿No? Étonnant... En lugar de contestarle, el sospechoso le espetó, irónico (siempre en fluido francés, claro):
–Hay otras lenguas que hablo mejor.
–¿Habla usted vasco? –se empezaba a vislumbrar por dónde iban los tiros.
–No.
–Pero, ¿lo entiende?
–Por qué quiere saber esas cosas, si se trata de un control rutinario, como dicen ustedes.
–Obedecemos órdenes, monsieur.
Un típico panier à salade
('ensaladera'), como son conocidos
popularmente los furgones celulares
de la Gendarmería francesa.
(Foto: Collection CHARLYDESIGN93)
No sabe por qué (o quizá sí), al transeúnte le pasaron por la cabeza otros momentos en que había oído y leído esa frase: los ejecutores nazis obedecían órdenes, los agentes comunistas siempre obedecían órdenes, los sicarios de las dictaduras más sangrientas se defendían en los juicios con esa misma afirmación y trataban de pasar así la responsabilidad de sus atrocidades a entes superiores. Decidió provocar:
–Si quiere interrogarme, hagamos las cosas como es debido: lléveme a comisaría, póngame en contacto con un representante diplomático español para que me facilite un abogado y conozca mi situación…
–Pero... monsieur, por favor, no exagere…
–Oiga, gendarme –al transeúnte ya no le parecía un monsieur: ¡se acabaron las buenas maneras y era hora de formalidades!–; si alguien exagera y monta el pollo (en fait tout un fromage, se dice en francés), son ustedes.
–¡Cuidado con lo que dice, monsieur!
–Escuche, soy un ciudadano libre y honesto y creo estar en un territorio libre…
–Sin duda, pero en las circunstancias actuales... ya me entiende… los extranjeros…
¡Ay lo que dijo! El transeúnte no le dejó acabar la frase, de modo que no sabe cómo iba a terminarla, ni le importa.
–¡No soy un extranjero! Soy un ciudadano europeo y estoy chez moi (es decir, en mi casa), ¿me entiende usted? ¿O es que Francia se ha dado de baja de la Unión Europea y yo no me he enterado, gendarme?
El transeúnte fingió indignación y hasta cierto desprecio al pronunciar la palabra gendarme, separando un poco las sílabas; pero la verdad es que empezaba a divertirse. El uniformado titubeó, no sabía qué decir, se sentía indefenso pese al armamento que colgaba de su cintura.
Su compañero, que había permanecido en silencio, le tocó el hombro para tranquilizarlo, y el tercero regresó con su radioteléfono y pidió al que tocaba el hombro del que se había puesto nervioso que anotara toda la filiación del transeúnte, cosa que hizo en un pequeño bloc.
–Bueno, ¿se puede saber qué pasa conmigo, gendarmes? Porque a este paso voy a perder el tren.
–Nada, no se preocupe, monsieur. Ya le hemos dicho que es un control rutinario –contestó el del radioteléfono.
–Bonjour, la routine…! (¡Pues vaya rutuina…!) –una vez más, el transeúnte no pudo evitar la ironía provocadora.
–No hemos de hacerle ningún reproche… Es… es sencillamente que en esa calle tiene su casa un ministro –añadió bajando la voz (tal vez debería entenderse lo de “ministro” en femenino, habida cuenta de que un importante miembro del gobierno francés, mujer ella, fue alcaldesa de Saint-Jean-de-Luz, como averiguó luego el transeúnte a través de internet)–. En Francia la ley prohíbe fotografiar cualquier edificio público –prosiguió el gendarme en cuestión, ya en tono conciliador–: un Ayuntamiento, una Préfecture, una estación de tren… Se lo digo para que lo tenga en cuenta. Nosotros estamos aquí para algo (pour quelque chose), entiéndalo.
Detalle de una fachada en Ciboure.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
La casa de un ministro, hombre o mujer (personaje público), resultaba ser un edificio público, con la particularidad de que nada indicaba esa condición extraordinaria.
–Tenga, y muchas gracias, monsieur –dijo el que había anotado concienzudamente los datos en el carnet (no sé si copió incluso la foto…), mientras le devolvía al transeúnte su documento de identidad.
–Por esta parte puede tomar clichés de todo lo que quiera –añadió el del radioteléfono esbozando una sonrisa forzada y mostrando con un amplio gesto de su mano derecha la parte ribereña del río. El transeúnte estuvo a punto de pedirles que se pusieran bien para retratarlos, pero no quiso provicar más y prefirió hacerse el maleducado y volverles la espalda para seguir su camino. Es lo que en España se dice popularmente “despedirse a la francesa” y los franceses dicen “filer à l’anglaise” (largarse a la inglesa).
Había sido una experiencia interesante, sobre todo para comprobar eso que se dice: que la República Presidencial Francesa se ha convertido en un estado policial desde que monsieur Nicolas Sarkozy (Sarko para el populacho) obra de timonel e “ingeniero” a la vez. En los años 70 del siglo pasado el transeúnte –barbudo y con ropa tejana, ¡a quién se le ocurre!– había sido detenido arbitrariamente en el norte de la Argentina (concretamente en el aeropuerto de Resistencia, topónimo que ya se las trae, en la provincia del Chaco) y sometido casi a juicio sumarísimo por un inmenso militar que no hubiera cabido en un armario de dos cuerpos, y que no lo soltó hasta que la lentísima comunicación telefónica con algún centro de seguridad de Buenos Aires le aseguró que no había ningún sospechoso con su nombre ni con sus características; y también lo detuvieron brevemente en Esztergom, al norte de la Hungría comunista, por haber sido testigo de una pelea callejera. Después de la experiencia vascofrancesa se le formó en la mente, por una curiosa asociación de ideas, un nuevo y absurdo topónimo irónicopolítico: República Soviética Sarkozyana (RSS).
Vayan ustedes con cuidado, pues las fronteras aún existen en esta Europa del quiero y no puedo, tan desunida como siempre. En Irún se lo dijeron claramente al transeúnte: con la supuesta desaparición de las fronteras físicas esperaron que, de algún modo, se estableciera algo semejante a aquella utópica República del Bidasoa con la que soñó ingenuamente Pío Baroja, “una república sin frailes, sin dogmas que nos atormenten, sin moscas y sin carabineros”, como recordó su sobrino, Pío Caro Baroja, durante de la inauguración en el centro del ensanche iruñés del monumento al gran autor de la denominada Generación del 98 (tan enemigo él de esos honores) [2], con motivo del cincuentenario de la muerte de éste, en el año 2006. Pero eso también fue un sueño utópico: las relaciones entre las poblaciones de ambas orillas del río Bidasoa son prácticamente inexistentes, y los intentos de organizar actos conjuntos casi siempre han fracasado.
Detalle del monumento a Pío Baroja en la plaza Zabaltza de Irún,
obra del artista asturiano Sebastián Miranda, inaugurado en 2006.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
obra del artista asturiano Sebastián Miranda, inaugurado en 2006.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
No sólo los Pirineos separan la península Ibérica del resto de Europa; no sólo los Alpes separan dos conceptos de europeísmo, ni sólo las aguas del Rin dividen los territorios de Francia y Alemania. Lo que más separa a los europeos de uno u otro Estado es la falta de voluntad: ¡esta sí que es común!
[1] Denominación, en vasco, de lo que en castellano se conoce como Vasconia, es decir el espacio europeo –documentado desde el siglo XVI–, dividido entre los estados español y francés, donde se manifiestan la cultura y la lengua vascas.
[2] Baroja lo expresó por boca de uno de sus personajes más famosos, el marino autobiógrafo Shanti Andía: “A mí, la verdad, la gloria no me entusiasma. La gloria no es para los países lluviosos; tener una estatua a orillas del Mediterráneo, en una ciudad de Andalucía, de Valencia o de Italia, está bien; pero, ¿qué voy a hacer yo si en premio de este libro me levantan una estatua en Lúzaro? ¿Estar recibiendo constantemente la lluvia en la espalda? No, no; soy muy reumático y ni en efigie me gustaría estar así, a la intemperie”.
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25 comentarios:
Albert, has relatado con gracia y acierto, una anécdota que no tiene gracia y se produce cada vez con más frecuencia en un país que se vanagloriaba de ser una tierra de acogida y donde respetar los derechos humanos en toda su amplitud,no era ley sino costumbre. La libertad, igualdad y fraternidad son euros que suenan a hueco.
De todos modos Albert, el conocer el francés con todos sus entrecijos y sutilezas no le puede más que parecer sospechoso a un gendarme fronterizo! Te tomaron por un espía, j´en mets ma main au feu!
Un abrazo de una franchuta, querido Albert.
Anne
Gracias por yu comentario, Anne. Si he relatado la anécdota ha sido porque, como digo y dejo entender, aquellos gendarmes eran unos tristes personajes colocados allí para proteger a "un ciudadano especial", como si la Constitución francesa hiciera distinciones entre ciudadanos. ¿Dónde estaba la "égalité"?
Tiene gracia que pudieran tomarme por un espía: no han visto suficientes películas para saber que los espías son gente mucho más discreta y no van por ahí con grandes cámaras réflex, sino que disimulan con instrumentos mucho más sofisticados (pero tal vez los de hoy en día ni siquiera saben hacer bien su trabajo...). Vieron a un "étranger" cámara en ristre y con una mochila en la espalda, en un pueblecito al que suelen llegar pocos extranjeros, sobre todo en invierno, cosa que también despierta sospechas. Además, desde que el Estado francés se ha implicado más en el llamado "problema vasco", es de duponer que se han encendido otras alarmas (eso, sobre todo, explica esa vigilancia exagerada).
En fin, no sólo Francia ha cambiado y ha perdido algunos valores de su pasado: eso ha ocurrido en muchos países y está ocurriendo, con consecuencias aún más graves, también en los Estados Unidos. Lo mío es sólo anecdótico, pero creo que también sintomático de un mundo que "envejece mal".
También en esta España que algunos creen más "moderna" de lo que es en realidad, las apariencias engañan y el "supercontrol" también se da en exceso: lo pude comprobar en la frontera de Gibraltar y se puede ver a diario en la de Andorra (que, por fortuna, ha dejado de ser, al menos oficialmente, un paraíso fiscal).
Un abrazo, Anne.
Albert! A dos pasos de Arthostal, a la vuelta de la esquina, se encuentra un callejon cuyo nombre no te diré por razones de seguridad no menos franceses. Ven una mañána y haz fotos a los dos empleados de limpieza y una pequeá maquina limpiadora que lavan todos los dias a dos veces la dicha calle. Y ten cuidado porque allí, en el antiguo convento restaurado, dicen, vive no un ni una ministo del gobierno catalan, sino una persona del ayuntamento que se ha permitido el lujo mientras la calle colindante le ocurre el baño una vez en la semana y aun menos, a todo el bario lleno de escrementos y meadas (algunas de mi perro, tu amigo Gosho, verdad) a veces en una quincena de dias, mientras eta pesona disfruta de una higiene diaria que pagamos todos! Intenta de tomar fotos y el nombre del altocargo cuya calle lavan dos veces y nunca se seca, como el pasillo del dormitorio en la mili, porque a mi me lo negaron los empleados y si te piden el DNI o te den una paliza, no hullas a la francesa - resiste! Estas en tu casa tambien! En su aseo -Ciudad vella! Un saludo.Krassi.
Estimado Krassi: me has dado una excelente idea. Iré un día y comprobaré lo que me dices (cosa que no dudo en absoluto), y tal vez la aventura me dé para un "post scriptum" de esta entrada, en clave barcelonesa. Será curioso comprobar el trato de unos y otros (gendarmes franceses y guardias urbanos, quiero decir, tal vez incluso Mossos d'Esquadra).
Si eso ocurre (o sea, si tengo problemas), te dedicaré el post, aunque tal vez se lo dedique a Gosho para que no vayan a pedirte explicaciones... ¡por chivato!
Un abrazo.
Una anécdota jugosa, relatada con irónico acierto.
Estas cosas pasan, así es. Más de un amigo me ha contado situaciones similares en Francia, con una policía que da un trato que deja mucho que desear. Es realmente penoso.
En otro orden de ideas, perdona, estimado Albert, pero el otro día con un ordenador que no era el mío, que volaba y se metía por mil rincones, me dejó sin seguimiento de una serie de blogs que me gustan. Hoy, ya en el mío, me toca deshacer este entuerto vergonzoso, debido a mi torpeza sin duda.
Un saludo afectuoso.
Agradezco tu comentario, Isabel. Es lamentable que algunos uniformados franceses hayan perdido los modales que caracterizaban a nuestros vecinos del norte; pero no son los únicos: en muchos lugares el hecho de vestir uniforme parace más una licencia de corso que la identificación para complir con un servicio ciudadano. Aún recuerdo la "autoridad" de los cobradores de los tranvías de Barcelona cuando vestían uniforme y reprendían a voz en grito a los pasajeros...
En fin, para mí no deja de ser una anécdota y una aventura más, lo que me ocurrió.
Un saludo cordial.
Hola
No recuerdo si alguna vez te dejé un gracias por este espacio.
Gracias por compartir conmigo tus anadanzas.
Un abrazo y que tengas un buen día y un excelente comienzo de semana
PG
Irena, no debes agradecerme nada; soy yo quien tiene que agradeceros a mis lectores vuestra fidelidad y vuestras palabras de aliento.
Comparto tu abrazo y tus buenos deseos.
Molt bona i trista l'anècdota. En aquestes circumstàncies crec que és millor l'ironía, com vas fer tu, que l'agresivitat. Ara que mereix fer-se pública.
Gràcies per regalar-nos totes aquestes históries.
Tens raó, i per això en circumstàncies com aquesta intento asserenar-me i "imposarme": he vist que funciona. Si els plantes cara sense por, afluixen, però si titubeges i t'espantes, estàs perdut, perquè aleshores fan servir tota l'autoritat que els han donat i la que es prenen pel seu cantó.
Gràcies a tu per llegirme i prendre't la molèstia de deixar-me unes paraules.
Historia muy bonita e interesante, así dicho y escrito. Salutos
Está claro que Francia se ha convertido en un estado policial, eso lo reconocen la mayoría de los franceses, voy con frecuencia a Francia y tengo amigos allí. Eso hace perder popularidad al presidente Sarkozy, mucha gente se arrepiente de haberlo votado.
Para darse cuenta de lo que representa esa situación propongo que escruban ustedes FRANCE ETAT POLICIER en su buscador de Google y lean lo que encuentren, porque hay cosas que asustan.
Lo suyo, Albert, no es nada comparado con la realidad de todos los días, sobre todo en el cinturón industrial de París.
Le felicito por el artículo y la denuncia que expresa.
Saludos.
Benjamín Oñate
Albert: he leido con regocijo su manera de contar y ¡alas! su manera de reaccionar ante la prepotencia borgiana de estos tres tristes gendarmes.
Fui presa de las mazmorras de Pinochet en Chile; víctima de la dictadura argentina de Videla y perseguida- al igual que mi familia- por la deshonrosamente célebre Operación Cóndor (la de América Latina, claro, no de la que bombardeó Guernica, así que algo entiendo de estas estupideces humanas de hombres ( y mujeres)protegidos pos sus vestimentas.
Como Usted, tengo pues esa sensación casi a priori de indigestión cuando me encuentro en situaciones como esa; algo parecido me pasó, por lo grostesco, digo, una tarde en la frontera vial entre Bratislava y Viena. Pero ese relato no viene al caso; más vale quiero agradecerle las hermosas fotos del país de donde viene mi abuela materna, Dona Fermina.
Y si timepo tiene en sus viajes, que le codicio, visíteme otra vez yaunque sea en mis blogs;
risas y llantos,se lo prometo.
Marta Zabaleta, Londres.
Ciudadana latinoamerican y europea.
Gracias por tu comentario, amigo Phivos.
Olá! Albert
Lindo lugar! Liberdade sempre!
Abraços,
Lu
Benjamín: si antes ya lo sospechaba, ahora, después de mi experiencia, soy consciente de que, en este sentido (afortunadamente, no en otros) Francia ha cambiado mucho.
Lo peor que tienen estas cosas es el "efecto contagio", y no creo ser muy ingenuo si pienso que hay cierta intencionalidad (no me atrevo a usar la palabra "complot") para mantener más a raya a los ciudadanos, pues coinciden demasiadas cosas para que el mundo se haya puesto del revés, ¿no le parece?
A veces me pregunto qué hay detrás de eso que llaman "terrorismo internacional", y no tengo dudas sobre los orígenes de la "crisis económica" y los intereses que la acompañan.
En este sentido, sentémenos a esperar y verlas venir...
Gracias por su aportación a este debate y un saludo cordial y cómplice.
Marta: Para quien ha vivido en persona esas atroces experiencias, lo que me ocurrió a mí es nimio, pura anécdota (de hecho ya lo percibí como tal). Como menciono en mi relato, tuve el "placer" de conocer los modales de los militares argentinos, que no fueron precisamente amables conmigo, aunque tampoco crueles (en aquel momento el régimen de Isabel Perón se estaba hundiendo, y daría paso a lo peor). Cuando recuerdo aquellos momentos, me resulta difícil no imaginar al uniformado que se ocupó de mí, unos meses o años más tarde, "a las órdenes" de los nuevos mandatarios argentinos, todos perfectamente uniformados.
Me pasaré por sus blogs y compartiré sus desahogos, siempre necesarios cuando se ha sufrido tanto.
Acepte mi abrazo solidario.
Lu: Tu sonrisa, siempre alegre y franca, viene muy bien cuando se piensa en los distintos "sistemas" de represión: es como la de un hada portadora de aliento positivo.
Me uno a tu jovial expresión: "Libertade sempre!". Ojalá que el nuevo rumbo que ha emprendido tu país, Brasil, y el talento de los jóvenes que estáis contribuyendo a cambiar las cosas, os conduzca a la prosperidad y a esa libertad que todos los pueblos anhelan.
Abrazos también para ti.
Y a veces, Albert, lo peor es que algunos de mi generación están demasiado domesticados para revolverse. Fuera de la máquina, sólo ven nihilismo y eso nos lleva al estranjero de Camus: todo da igual
Me gusta tu comentario, Javier, porque pone de manifiesto una de las razones que llevan a la actual situación de prepotencia por parte de lo que antes se conocía como "la autoridad competente". Los que vivimos los años grises de la represión franquista sabemos muy bien que bajo los uniformes se ocultan unos cuerpos cuyos cerebros han sido "programados" para reprimir, y que a veces basta una actitud firme y atrevida ante ellos para desarmarlos.
Lo peor es que eso (la represión y el "supercontrol") va a más, y detrás se ocultan a veces intereses inconfesables. Puede que algún día también quienes plantamos cara a esa autoridad policial sin autoridad moral seamos víctimas de sus "procedimientos".
Gracias también a ti por participar activamente en este debate.
Mi experiencia con los sheriffs es más agria que dulce y en alguna situación parecida a esta me he encontrado. Saludos.
Es uno de los riesgos del viajero y, a la vez, una aventura más que aunque sea agria, como dices, cuando queda atrás se convierte en otra expiernecia cargada a la mochila.
Agradezco una vez más tus comentarios y la fidelidad con que sigues esta bitácora.
Estimado Albert:
la agradezco con modestia pero regocijo sus moderadas palabras dirigidas a mí.
Y si, como usted bien lo dcie, las noche sy los dias viruales sirven de cmanio cuando yala dia s enos escapa por la maldita cronologia.
Cuidese mucho, que vivimos tiempos de cuidado, en casi todas partes,pareciera.
Marta.
jusawami: o no me había fijado, o no te hacía de esas tierras... Son tierras peligrosísimas, sin duda, para quienes arrastramos cierto sobrepeso, porque cuando uno va a comer o cenar levita y asciende hasta que su paladar toca el cielo.
Yo creo que cada vez somos todos más sospechosos que nunca (acabaremos sospechando de nosotros mismos) para los poderes de turno, sobre todo los que vivimos en las periferias: ¿por qué será? Aunque a este lado de la frontera no me pareció levantar sospecha alguna, sino todo lo contrario: si soy un enamorado de las tierras vascas no es sólo por las facilidades que se dan para cometer pecado de gula, sino por la evidente honestidad y la simpatía de las gentes, siempre amables, abiertas a la conversación y no tan calladas como dices respecto a ciertas cosas: quizá es que a algunos no les parecí sospechoso (cosa que dice mucho a favor de ellos). Mi semana en Donostia y otros lugares de Guipúzcoa fue una gozada, y lo del otro lado del Bidasoa, una aventura más, no hay que exagerar: por eso he ironizado sobre ella.
Tienes mucha razón cuando te refieres a esos conceptos que se convierten en tópicos insoportables: conviene no sólo erradicarlos, sino también denunciarlos. Los problemas o los conflictos no los crea sólo una parte, sino que se alimentan de la ignoracia o la mala fe la "otra parte" cuando los utiliza a su conveniencia.
Gracias por participar en este debate y un saludo cordial.
la ministra Alliot Marie tiene un piso en esa misma calle. te darías cuenta porque además de las tres "ensaladeras" que suele haber al lado de la playa de Ziburu hay numerosos policías de paisano. da igual si llueve o haga sol o si ella no este tampoco.
los habitantes de esta población solemos tener nuestros desacuerdos con estos gendarmes muy habitualmente. si encima hablas en euskara te paran sistematicamente.
lo peor de todo es que a estos policias los pagamos nosotros, también estan cuando ella no esta.
piensenlo, si abarcamos la paga de una media de 3 furgonetas mas otros tantos policias por cada cargo político francés, sale un buen gasto de dinero público.
por hablar de algo positivo de mi pueblo sin embargo, por si te sirve de dato en esa mismo muelle, hoy llamado quai ravel, tambien habito el pionero del quebec michel Salaberry, el anarquista vasco marc legasse y en la misma casa de ravel tambien vivio hel pintor henri matisse. un saludo y continue con el blog!
perdon por mi español.
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