
En el centro, el Puente Nuevo, y al fondo, el nucleo
antiguo de la ciudad.
El transeúnte intenta congregar recuerdos de su primer y único viaje a Ronda, hace ya la friolera de… cuarenta años. Se desplazó allí desde Sevilla –donde había sido destinado como recluta del ejército–, invitado por su amigo y compañero de confinamiento Juan Gil, con quien se ha reencontrado al cabo del tiempo gracias a las redes sociales que pueblan el ciberespacio.
En cuatro décadas, huelga decirlo, los recuerdos se hacen imprecisos, se extravían en los laberintos del cerebro, pero algunos momentos continúan gratamente frescos en la memoria de este transeúnte. El del autobús en el que viajaba, por ejemplo, que se iba desvencijando a medida que recorría a velocidad de mulo una carretera polvorienta, de asfalto raído y torpemente remendado, y que pareció quedarse sin aliento mientras ascendía con insoportable estrépito una cuesta en las proximidades de la localidad gaditana de Algodonales, cuyos contrastes de teja y cal asomaban al fondo del paisaje. El vehículo se detuvo en lo alto de una loma con el motor humeante, y hubo que apearse mientras el conductor, entre improperios y súplicas a la Virgen de su devoción, trataba de reparar una avería con la que parecía estar muy familiarizado ante la mirada de tres o cuatro hombres que observaban con curiosidad y las manos cruzadas a la espalda las entrañas de la vieja máquina.

al noreste de la provincia de Cádiz.
(Foto © Andalucian Adventure.com)
La larga espera, bajo un sol de justicia, propició, como ocurre en estos casos, y más en Andalucía, conversaciones espontáneas, chistes y chismes. No faltaban los amistosos ánimos al improvisado mecánico, seguidos de las inevitables muletillas (que suelen escandalizar al resto de peninsulares) inseparables del lenguaje local.
A pesar de todo, el viejo cacharro con su paciente conductor y “to’l ganao”, como decía una mujer sin edad que se encargó de animar la espera, llegó a Ronda. Fue una más de las experiencias de un viajero todavía no muy experimentado, pero no la primera. Al entonces joven transeúnte aquello le pareció muy auténtico, digno del “color local” que tanto había entusiasmado a los viajeros franceses de hace un siglo y medio. Sin duda, la reciente lectura del Voyage en Espagne de Gauthier influía mucho en las fantasías de aquel muchacho curioso y anheloso de pequeñas aventuras. Aquella Andalucía, donde el analfabetismo era todavía una sangrante lacra y la miseria una realidad palpable, representaba para él, bien educado en una Barcelona gris, aunque permanentemente activa en lo cultural, un mundo lleno de secretos cuyo descubrimiento le cautivaba, como le habían cautivado sus gentes desde que llegó allí, su hospitalidad, su generosidad, su desapego de lo superfluo siempre que no tuviera que ver con el fervor religioso (en el que los elementos paganos, heterodoxos y excéntricos saltaban a la vista) que hervía en su sangre.

desde el mirador de la Alameda del Tajo.
(Foto © spain.on-map.net)
Los recuerdos que el transeúnte conserva de Ronda son momentos, lugares, personas, emociones, una sesión de cine en la que se quedó dormido de puro cansancio, un sol que caía a plomo sobre los tejados, el “Balcón del Coño”[1], en el parque de la entonces llamada Alameda de José Antonio, ahora Alameda del Tajo (con su bello quiosco), que se asoma sobre las abruptas paredes del espectacular precipicio de más de 180 metros de altura sobre las huertas de Los Molinos. Tierras abruptas en las que camparon a sus anchas bandoleros y contrabandistas –como los famosos “Tempranillo” y “Tragabuches” –, algunos retratados por Gustave Doré, cuando en la primera década del siglo XIX Napoleón las amenazaba, y que no abandonaron su provechosa labor hasta bien entrado el siglo XX. El Museo del Bandolero es una institución en Ronda.

(1805-1833) retratado por el pintor
británico John Frederick Lewis
a principios de la década de 1830.
De él dijo Prosper Mérimée: “En
España manda el Rey, pero en Sierra
Morena manda'el Tempranillo".
Y poco más allá del mirador, el Puente Nuevo (del siglo XVIII), sobre la garganta del tajo formada por el río Guadalevín, que une el casco antiguo con los barrios altos y que conservaba entonces un tipismo acorde con la leyenda mítica forjada por los viajeros románticos, ejemplificada por el mesón que ocupaba su interior, cuyo personal atendía vestido de bandolero. Y ascendiendo por la calle de Tenorio, con sus viejas casas colgantes que dan, por su parte trasera, al precipicio, se llegaba hasta otro magnífico mirador, el del Campillo.

Maria Rilke, en los jardines
del Hotel Victoria de Ronda.
(Foto © Miguel Borrego)
El transeúnte recuerda lugares que ahora le costaría mucho situar, con sus asnos, aguaderos, lavanderas y unos árboles aún jóvenes que apenas daban sombra. Recuerda su breve paseo hasta el lujoso Hotel Victoria, donde se había alojado Rainer Maria Rilke, en cuyos jardines se levanta hoy un monumento al poeta, y los paseos al caer de la tarde por el centro de la ciudad, que aprovechaban los jóvenes en busca de pareja para piropear y cortejar a las muchachas, que simulaban despreciarlos en ese universal juego de las seducciones. Y recuerda, cómo no, a una muchacha francesa que practicaba alegremente para nosotros un pícaro y muy ingenuo exhibicionismo sobre un banco, en una plazoleta desierta.
Los rondeños se sienten orgullosos de su plaza de toros, muy probablemente la más antigua del mundo (fue edificada en el siglo XVIII) y la que tiene el ruedo más grande. El ambiente taurino está muy presente en la ciudad, que se considera la cuna de la tauromaquia moderna, y goza de gran tradición. No en vano era rondeño el más histórico de los toreros, Pedro Romero (1754-1839), a quien retrató Goya con su hermano José.
No ha olvidado el transeúnte un aperitivo al que invitó a Juan y a unos cuantos amigos suyos junto a los mismísimos muros de aquella vieja plaza, con lo mejor de lo mejor, gambas y otros frutos de mar incluidos (un pequeño lujo para la época), y la sorpresa que tuvo cuando pidió la cuenta: no podía creer que todo aquel banquete regado con decenas de cervezas y algún fino costara menos de 40 pesetas de entonces (lo que hoy serían apenas unos 25 céntimos de euro). Pese a que por Ronda hubieran pasado personajes de la talla de Prosper Mérimée, Gustave Doré, Washington Irving, Rilke, el poeta Luis Cernuda, Dionisio Ridruejo (que estuvo allí desterrado en la década de 1940), Orson Welles o Ernest Hemingway [2], la ciudad estaba aún lejos de convertirse en la meta turística de nuestros días, uno de los lugares más visitados de Andalucía.
Estos recuerdos, a los que no va añadir más datos sobre la ciudad, fácilmente localizables en la Red, le sirven al transeúnte para referirse a la reciente publicación de un curioso libro: La historia de Ronda en versos, cuyo autor, Juan Antonio Ordóñez (rondeño de la cosecha de un año trágico: 1936) ha escrito en octavas y versos endecasílabos de rima asonante, a modo de romance. Sin pretensiones literarias, pero “sin caer en el uso de ripios ni de reiteraciones”, como dice en la carta que le escribió el erudito eclesiástico Gonzalo Huesa después de haber leído el manuscrito –y que publica póstuma a manera de prólogo–, Ordóñez relata la historia de la ciudad desde la época prehistórica hasta la actualidad, haciéndonos saber desde el principio algo que llama mucho la atención, y es que
Nuestro lugar bajo el mar
se encontraba en los comienzos,
cuando el mundo despertaba
de un largo y profundo sueño.
Hay fósiles en las rocas
y vestigios en el suelo
que demuestran que las aguas
cubrieron a Ronda en tiempos.

conocida como Ronda la Vieja.
(Foto © T. Hines)
Aunque el autor insista en que ha escrito el libro para los rondeños y para quienes conocen bien la ciudad, se trata, sin duda, de una rara curiosidad a lo largo de la cual se puede recorrer, así versificada, la larga vida de Ronda. El texto está ilustrado con numerosísimas fotografías en blanco y negro, algunas de indudable valor histórico, dibujos y mapas de situación, lo cual supone, sin duda, un rico valor añadido. Además, se destacan en negrita los nombres, topónimos y conceptos más relevantes.
Tal vez Juan Antonio Ordóñez se haya sentido algo incómodo a la hora de narrar los tiempos más recientes (“El presente”) sin herir susceptibilidades, por lo que la obra pierde un poco de ritmo e intensidad a partir de la postguerra civil, es decir, cuando él era todavía un adolescente. Ello, sin embargo, no quita mérito al conjunto, que se lee con gusto y del que se obtiene mucha más información de lo que pudiera parecer. En este sentido, la obra es seria y honesta, y no estorba en la biblioteca del viajero inquieto.
No abundan las historias locales libres de toques eruditos y aparato crítico, por lo que este libro ofrece una oportunidad atractiva, amena, incluso divertida, a cualquier profano de conocer la historia de Ronda. Además, resulta una invitación simpática para ir a visitar aquella hermosa ciudad andaluza. Al transeúnte, por lo menos, se le han despertado las ganas de regresar allí, al cabo de cuarenta años.

La historia de Ronda en versos
Edición del autor, Ronda, 2010
236 páginas
ISBN: 978-84-614-1684-4
Precio de venta: 20 euros
Pedidos al autor: juorlopez@gmail.com
[1] Para quienes no conozcan el lugar, hay que aclarar que es la denominación popular de un mirador sobre la cornisa rocosa, desde el que se contempla un espléndido paisaje a los pies del promontorio, situado a más de 700 metros sobre el nivel del mar. La tradición sostiene que era frecuente que los visitantes exclamaran “¡Coño!” cuando se asomaban desde allí, por primera vez, al precipicio.
[2] Hemingway, muy amigo del torero Antonio Ordóñez (1932-1998), a quien seguía en sus giras, visitó con frecuencia Ronda. Welles, otro gran amigo de Ordóñez, quiso ser enterrado en la finca que éste tenía en Ronda y que hoy pertenece a sus herederos. Hemingway escribió: “Es a Ronda a donde habría que ir, si vais alguna vez a España a pasar una luna de miel o con una amiguita. La ciudad entera y sus alrededores son un decorado romántico”.
Clicar sobre las imágenes para ampliarlas.