(Fuente: Papel en blanco, www.papelenblanco.com)
El transeúnte ha comprado un solo libro de Michel Houellebecq, seudónimo de Michel Thomas (Saint-Pierre, isla de la Reunión, 1956, como parece que dicen los documentos, o 1958, como él afirma). Es quizá su novela más celebrada: Les particules élémentaires (1998) [1], finalista del premio Goncourt (galardón que acabaría consiguiendo el autor en 2010), que gozó del reconocimiento casi unánime de la crítica francesa y se convirtió, además, en “el mejor libro del año” gracias a los redactores de la revista Lire. Confiesa el transeúnte que las aventuras de sus protagonistas, Bruno y Michel, le produjeron tal aburrimiento que abandonó la lectura cuando no había terminado ni siquiera la primera de las tres partes de aquella obra de “anticipación de los años venideros”. La superficialidad de su prosa insípida no le transmitía nada en absoluto.
Cubierta de la primera edición
de Les particules élémentaires (1998).
En una entrevista a Lucie Ceccaldi, la madre de Michel Houellebecq, publicada en 2008 por el semanario L’Express [2], al preguntársele por qué se burlaba del proyecto de su hijo de escribir una obra de ciencia ficción y si creía que éste tenía talento, respondió: “Ça n'est pas qu'il n'a pas de talent, mais il ne connaît rien ni à la science ni à la fiction” (‘No es que no tenga talento, pero no sabe nada ni de ciencia ni de ficción’). A Houellebecq, como provocador nato, se le deben, entre muchísimas otras, unas manifestaciones publicadas el año 2001 en la revista Lire donde manifestaba sin tapujo alguno su islamofobia con expresiones tan “reverentes” como que el islam es “la religion la plus con” (vulgarismo que se podría traducir por “estúpida” o, vulgarmente también, por “gilipollas”). El hombre se caracteriza, además, por su antifeminismo enfermizo.
El transeúnte no ha vuelto a pensar ni en el personaje ni en sus obras hasta que ha leído en ‘Babelia’ una opinión de Alberto Manguel que lo ha tranquilizado: no es, pues, el único que ha llegado al tedio leyendo a Houellebecq (“artista del escándalo”, lo ha definido alguien). Y no sólo Manguel, para tranquilidad suya y de este transeúnte, es crítico con Houellebecq: Francisco Rosa Novalbos, refiriéndose a la novela Plataforma [3], dice lo siguiente: “Uno piensa, tras leer unas doscientas páginas de Plataforma, que ha sido objeto de un timo editorial [...]: el amigo Michel se ha hecho famoso y cualquier cosa que haga se vende. Doscientas, o más, páginas de relatos turísticos y pornográficos que, a la postre, terminan por aburrir, aunque en ocasiones pueden llegar a excitarte; entonces nos apartamos de la lectura durante unos minutos... Si no fuera porque se trata de Houellebecq y porque, poco a poco, se van desentrañando los intríngulis de la industria turística (agencias de viajes, complejos hoteleros...) aderezados con aforismos críticos e irónicos sobre la sociedad occidental que a golpe de martillo la van desarticulando cual picapedrero nietzscheano, la novela podría haber sido dejada sin leer más o menos a la mitad. Al final te das cuenta que has de volver a leerla, que no la has comprendido bien”.
El texto de Manguel, reproducido a continuación, es suficientemente explícito, por lo que sobran otros comentarios. El transeúnte sólo añade que, por supuesto, su opinión es del todo subjetiva, y se expone a las reacciones más feroces: también éstas serán bienvenidas, sobre todo si están razonadas.
Michel Houellebecq visto por el dibujante, caricaturista
y videoartista Kzerphii Toomk a partir de una fotografía
del polaco Mariusz Kubik (2009).
Escribiendo sobre gustos [4]
Por Alberto Manguel
Los enamoramientos de los otros suelen asombrarnos. Ante el apasionado elogio que alguien pueda hacer de un autor que a nosotros nos parece abominable, tratamos de entender esa emoción con los argumentos que el lector pueda ofrecernos. Casi siempre fallamos. Es que pedir que alguien nos diga por qué lo conmueve una cierta página que a nosotros no nos gusta es como pedir a Don Quijote que nos demuestre que Dulcinea no es, como la vemos, Aldonza Lorenzo. Sin embargo, los lectores persistimos en querer explicarnos, infructuosamente: siglos de crítica literaria han nacido de este incauto impulso.
Yo sé que la obra de Michel Houellebecq ha sido alabada por lectores que juzgo inteligentes, y he intentado muchas veces reconocer el supuesto encanto, inteligencia y humor que aducen sus defensores. No lo he logrado. He pedido, a quienes juzgan a Houellebecq "el más importante escritor francés de nuestro tiempo" (Fernando Arrabal, entre otros), que me muestren algún párrafo, alguna línea sin la cual "el mundo sería más pobre". Nunca lo han hecho. Han aducido en cambio razones políticas, sociales, psicológicas; han hablado de provocación, de avasalladora crítica del mundo occidental, de embestida contra la hipocresía de nuestro tiempo, de épater le bourgeois. Dudo, sin embargo, que decir, como lo hace uno de sus protagonistas, que los hombres sólo quieren "una dulce esposa que les lleve la casa y cuide a los niños", o una prostituta ocasional, épate a nadie en la época de Berlusconi o DSK. [5]
Curiosamente, al defender a Houellebecq, pocos hablan de literatura. Quiero decir: pocos hablan de eso que diferencia la invectiva, o la confesión, o el catequismo, o cualquier otro artefacto verbal, de la creación literaria. Digo no saber por qué exactamente un texto me importa, pero sé que cuando leo busco en la escritura algo que me atrape y me conmueva, no a través de argumentos, sí a través de una tensión creada por las palabras mismas. Eso no me ha ocurrido nunca leyendo a Houellebecq. Doy un ejemplo al azar, tomado de la página 315 de la novela Plataforma, muy bien traducida por Encarna Castejón: "Del amor me cuesta hablar. Ahora estoy seguro de que Valérie fue una radiante excepción. Se contaba entre esos seres capaces de dedicar su vida a la felicidad de otra persona, de convertir esa felicidad en su objetivo. Es un fenómeno misterioso. Entraña la dicha, la sencillez y la alegría; pero sigo sin saber por qué o cómo se produce. Y si no he entendido el amor, ¿de qué me serviría entender todo lo demás?". El estilo es chato, monótono, perfectamente adecuado a la banalidad de la idea que propone: "No sé qué cosa es el amor".
Alan Pauls [6], en lo que imagino es un esfuerzo por elogiar a Houellebecq, ha descrito su tono como el de "un burócrata vitalicio atrapado en la peor de las situaciones: no poder evitar ocuparse de un mundo que ya no lo desea". Exactamente, y no sé por qué un lector sensato elegiría leer página tras página de "burocracia vitalicia". Se dirá que es el narrador quien habla, no Houellebecq. De acuerdo, pero algo más buscamos en un texto literario que la repetición de la banalidad cotidiana, el eco fiel de la tontería sentimental. Houellebecq ha dicho que se rehúsa "hacer literatura". Quizás sea esa la razón por la cual él y yo no nos entendemos.
[1] Michel Houellebecq: Les particules élémentaires. Flammarion, París, 1998. 318 páginas. Esta novela fue traducida al español por Encarna Castejón y publicada por Editorial Anagrama, de Barcelona, en 1999.
[2] “Lucie Ceccaldi : ‘Ce ne sont pas aventures, ce sont des emmerdements’”, en L’Express, 29 de abril de 2008.
[3] Francisco Rosa Novalbos: “La auténtica ampliación del campo de batalla", en Cuadernos de Materiales, Madrid, núm. 18. Plataforma (Plateforme), traducida por Encarna Castejón, fue publicada por Anagrama en 2001.
[4] Artículo publicado en el suplemento ‘Babelia’ del diario El País, Madrid, núm. 1031, 27 de agosto de 2011.
[5] Con estas iniciales Manguel alude a Dominique Strauss-Kahn, el político francés que en mayo de este año tuvo que dimitir del cargo de director gerente del Fondo Monetario Internacional al verse involucrado en un supuesto escándalo sexual, por el que fue detenido en los Estados Unidos.
[6] Escritor, periodista cultural y profesor de teoría literaria argentino (Buenos Aires, 1959), ganador del Premio Herralde de Novela en 2003.

de Les particules élémentaires (1998).
En una entrevista a Lucie Ceccaldi, la madre de Michel Houellebecq, publicada en 2008 por el semanario L’Express [2], al preguntársele por qué se burlaba del proyecto de su hijo de escribir una obra de ciencia ficción y si creía que éste tenía talento, respondió: “Ça n'est pas qu'il n'a pas de talent, mais il ne connaît rien ni à la science ni à la fiction” (‘No es que no tenga talento, pero no sabe nada ni de ciencia ni de ficción’). A Houellebecq, como provocador nato, se le deben, entre muchísimas otras, unas manifestaciones publicadas el año 2001 en la revista Lire donde manifestaba sin tapujo alguno su islamofobia con expresiones tan “reverentes” como que el islam es “la religion la plus con” (vulgarismo que se podría traducir por “estúpida” o, vulgarmente también, por “gilipollas”). El hombre se caracteriza, además, por su antifeminismo enfermizo.
El transeúnte no ha vuelto a pensar ni en el personaje ni en sus obras hasta que ha leído en ‘Babelia’ una opinión de Alberto Manguel que lo ha tranquilizado: no es, pues, el único que ha llegado al tedio leyendo a Houellebecq (“artista del escándalo”, lo ha definido alguien). Y no sólo Manguel, para tranquilidad suya y de este transeúnte, es crítico con Houellebecq: Francisco Rosa Novalbos, refiriéndose a la novela Plataforma [3], dice lo siguiente: “Uno piensa, tras leer unas doscientas páginas de Plataforma, que ha sido objeto de un timo editorial [...]: el amigo Michel se ha hecho famoso y cualquier cosa que haga se vende. Doscientas, o más, páginas de relatos turísticos y pornográficos que, a la postre, terminan por aburrir, aunque en ocasiones pueden llegar a excitarte; entonces nos apartamos de la lectura durante unos minutos... Si no fuera porque se trata de Houellebecq y porque, poco a poco, se van desentrañando los intríngulis de la industria turística (agencias de viajes, complejos hoteleros...) aderezados con aforismos críticos e irónicos sobre la sociedad occidental que a golpe de martillo la van desarticulando cual picapedrero nietzscheano, la novela podría haber sido dejada sin leer más o menos a la mitad. Al final te das cuenta que has de volver a leerla, que no la has comprendido bien”.
El texto de Manguel, reproducido a continuación, es suficientemente explícito, por lo que sobran otros comentarios. El transeúnte sólo añade que, por supuesto, su opinión es del todo subjetiva, y se expone a las reacciones más feroces: también éstas serán bienvenidas, sobre todo si están razonadas.

y videoartista Kzerphii Toomk a partir de una fotografía
del polaco Mariusz Kubik (2009).
(Fuente: Blog de Kzerphii Toomk, http://kzerphii.20minutes-blogs.fr/)
Escribiendo sobre gustos [4]
Por Alberto Manguel
Los enamoramientos de los otros suelen asombrarnos. Ante el apasionado elogio que alguien pueda hacer de un autor que a nosotros nos parece abominable, tratamos de entender esa emoción con los argumentos que el lector pueda ofrecernos. Casi siempre fallamos. Es que pedir que alguien nos diga por qué lo conmueve una cierta página que a nosotros no nos gusta es como pedir a Don Quijote que nos demuestre que Dulcinea no es, como la vemos, Aldonza Lorenzo. Sin embargo, los lectores persistimos en querer explicarnos, infructuosamente: siglos de crítica literaria han nacido de este incauto impulso.
Yo sé que la obra de Michel Houellebecq ha sido alabada por lectores que juzgo inteligentes, y he intentado muchas veces reconocer el supuesto encanto, inteligencia y humor que aducen sus defensores. No lo he logrado. He pedido, a quienes juzgan a Houellebecq "el más importante escritor francés de nuestro tiempo" (Fernando Arrabal, entre otros), que me muestren algún párrafo, alguna línea sin la cual "el mundo sería más pobre". Nunca lo han hecho. Han aducido en cambio razones políticas, sociales, psicológicas; han hablado de provocación, de avasalladora crítica del mundo occidental, de embestida contra la hipocresía de nuestro tiempo, de épater le bourgeois. Dudo, sin embargo, que decir, como lo hace uno de sus protagonistas, que los hombres sólo quieren "una dulce esposa que les lleve la casa y cuide a los niños", o una prostituta ocasional, épate a nadie en la época de Berlusconi o DSK. [5]
Curiosamente, al defender a Houellebecq, pocos hablan de literatura. Quiero decir: pocos hablan de eso que diferencia la invectiva, o la confesión, o el catequismo, o cualquier otro artefacto verbal, de la creación literaria. Digo no saber por qué exactamente un texto me importa, pero sé que cuando leo busco en la escritura algo que me atrape y me conmueva, no a través de argumentos, sí a través de una tensión creada por las palabras mismas. Eso no me ha ocurrido nunca leyendo a Houellebecq. Doy un ejemplo al azar, tomado de la página 315 de la novela Plataforma, muy bien traducida por Encarna Castejón: "Del amor me cuesta hablar. Ahora estoy seguro de que Valérie fue una radiante excepción. Se contaba entre esos seres capaces de dedicar su vida a la felicidad de otra persona, de convertir esa felicidad en su objetivo. Es un fenómeno misterioso. Entraña la dicha, la sencillez y la alegría; pero sigo sin saber por qué o cómo se produce. Y si no he entendido el amor, ¿de qué me serviría entender todo lo demás?". El estilo es chato, monótono, perfectamente adecuado a la banalidad de la idea que propone: "No sé qué cosa es el amor".
Alan Pauls [6], en lo que imagino es un esfuerzo por elogiar a Houellebecq, ha descrito su tono como el de "un burócrata vitalicio atrapado en la peor de las situaciones: no poder evitar ocuparse de un mundo que ya no lo desea". Exactamente, y no sé por qué un lector sensato elegiría leer página tras página de "burocracia vitalicia". Se dirá que es el narrador quien habla, no Houellebecq. De acuerdo, pero algo más buscamos en un texto literario que la repetición de la banalidad cotidiana, el eco fiel de la tontería sentimental. Houellebecq ha dicho que se rehúsa "hacer literatura". Quizás sea esa la razón por la cual él y yo no nos entendemos.
[1] Michel Houellebecq: Les particules élémentaires. Flammarion, París, 1998. 318 páginas. Esta novela fue traducida al español por Encarna Castejón y publicada por Editorial Anagrama, de Barcelona, en 1999.
[2] “Lucie Ceccaldi : ‘Ce ne sont pas aventures, ce sont des emmerdements’”, en L’Express, 29 de abril de 2008.
[3] Francisco Rosa Novalbos: “La auténtica ampliación del campo de batalla", en Cuadernos de Materiales, Madrid, núm. 18. Plataforma (Plateforme), traducida por Encarna Castejón, fue publicada por Anagrama en 2001.
[4] Artículo publicado en el suplemento ‘Babelia’ del diario El País, Madrid, núm. 1031, 27 de agosto de 2011.
[5] Con estas iniciales Manguel alude a Dominique Strauss-Kahn, el político francés que en mayo de este año tuvo que dimitir del cargo de director gerente del Fondo Monetario Internacional al verse involucrado en un supuesto escándalo sexual, por el que fue detenido en los Estados Unidos.
[6] Escritor, periodista cultural y profesor de teoría literaria argentino (Buenos Aires, 1959), ganador del Premio Herralde de Novela en 2003.