20 junio 2011

Enzo Del Re, el ‘cantastorie’ ácrata

Enzo Del Re durante una de sus actuaciones.
(© Simulardu / Creative Commons, 2009)

El pasado 6 de junio, un día lluvioso y húmedo, murió en Mola di Bari, la localidad adriática donde había nacido el 24 de enero de 1944, un personaje cuya actitud ante la vida y la sociedad lo harían excepcional en la compleja y cambiante realidad italiana: era Vincenzo Del Re, conocido como Enzo Del Re.

No es fácil definirlo, pero sí trazar algunos rasgos de su personalidad. Hombre solitario, radical, consecuente consigo mismo durante toda su vida, defensor de unos principios éticos e ideológicos muy próximos al anarquismo (o quizá, matizando un poco más, a la acracia), jamás se comprometió con ninguna formación política y mantuvo a macha martillo su independencia personal. A partir de la firmeza de sus ideas participó en la lucha social mediante una peculiar manera de hacer música, de “cantar historias”, acompañado de un instrumento de percusión muy singular: una silla (a veces, una maleta de cartón) y de los chasquidos de su lengua (el linguafono, llamaba a ese instrumento bucal) para marcar el ritmo de sus canciones. *

Era su manera de aplicar a todo y en todo la lucha de clases, huir del lujo y de la vanidad de exhibir lo superfluo. Se negaba a subir a un automóvil (un “artilugio”, decía, que te somete al padrone), y se declaraba “viandante por decisión existencial”. Cuando enfermó de nefritis aguda no aceptó un trasplante, aunque sí se sometía a diálisis, afirmando que sus métodos (comer sólo pulpo, “octopus”, como él lo denominaba) eran mejores que los de la ciencia y servirían para regenerar sus maltrechos riñones. Genio y figura…


El Palazzo Roberti, en Mola
di Bari, donde se instaló la
capilla ardiente de Enzo Del Re.

(Fuente: eneaportal.unile.it)


No fue únicamente eso lo que determinó su personalidad. Aunque fueron muchas las letras de sus “historias” cantadas y recitadas en italiano, solía usar el maulese, el arcaico dialecto proprio de su lugar de nacimiento, como un elemento más de su identidad. A Mola dedicó muchas de sus creaciones, baladas de amor y de reivindicación social; su apego a aquella tierra pobre y alejada de casi todas las vicisitudes históricas que tuvieron lugar durante su vida fue absoluto, pero no ingenuo, como demuestra el “piropo” que le dedica al final de una de las composiciones de su disco Maule, el más comprometido socialmente de los que grabó: “Non c’è città più arretrata di te…” (‘No hay ciudad más atrasada que tú…’).

Del Re era un hombre culto, había estudiado humanidades clásicas, se había dedicado al teatro y había colaborado estrechamente con el polifacético y polémico Dario Fo (distinguido con el premio Nobel de literatura en 1997), con quien compartía no pocos rasgos de personalidad. Era, además, un hombre apasionado por la etimología: escrutaba cuidadosamente las palabras que utilizaba en sus textos; los escribía primero en su dialecto y luego los traducía con esmero al italiano. Desde aquel rincón perdido donde nació fue abriéndose camino, poco a poco, sin prisa, como a él le gustaba, por casi toda Italia. Una Italia que lo miraba con cierto recelo, que lo consideraba un “bicho raro original” y solía compadecerse de él.


Foto de Annalisa Colucci
que ilustra la cubierta del disco
La mia sedia
, de Enzo Del Re.


En abril de 2009 dio un concierto en la plaza de la Repubblica de Parma, ataviado con su característica boina roja de lana y ropas sencillas: era una prueba de fuego para él, un meridional, un terrone, en el rico y desarrollado norte de Italia. Había estado toda la tarde sentado en la misma plaza vendiendo personalmente sus casetes de audio (¡sus recitales grabados podían durar más de cinco horas!), como un humilde top manta. Lo anunciaron como un “corpofonista”, y al principio el público, numeroso pero escéptico y curioso, no le prestó mucha atención; pero al cabo de un cuarto de hora se hizo el silencio y se produjo el fenómeno de la comunicación. “Estaba allí como una tortuga, acorazado y desvergonzado –dice su amigo, compositor y cantante como él, Vinicio Capossella en un artículo publicado el 12 de junio en el diario La Repubblica–, tratando de que unos miles de personas se adaptaran a él. Su música era pura propaganda, adecuada para comunicar con las grandes masas. Su obstinación, su tozudez a toda prueba, la coraza de su coherencia, consiguieron hechizar la plaza, como lo hubiera hecho Umm Kalzum o un muecín ante cualquier platea oceánica de una enorme reunión ideológica. Recluido en un rincón, con su silla, con la mirada dirigida a lo lejos, más allá del público, mirando al sol del porvenir”.

Cada recital suyo era único y de duración imprevisible, porque solía alargar sus historias añadiéndoles code nuevas, a menudo improvisadas y casi siempre recitadas. Era algo que formaba parte de su ritual, de su espontaneidad, de su talento. Bakunin fue para él un referente intelectual e ideológico, pero en un momento dado los “¡Viva Bakunin!” que aparecían en sus canciones fueron sustituidos por “¡Giap giap Ho Chi Minh!”. Símbolos de lucha por unos ideales y maneras elocuentes y muy personales de evolucionar consecuente y coherentemente. Una de sus aspiraciones era actuar durante ocho horas –una jornada laboral– y cobrar por ello la misma retribución diaria que un obrero metalúrgico.


Cubierta del disco Il banditore (1974),
que contiene algunas de las canciones
más populares
de Enzo Del Re.

Sus “historias”, a pesar de todo, se abrieron paso y captaron la atención de un público cada vez más numeroso y fiel. Algunas de esas composiciones ya son antológicas: “Lavorare con lentezza” (‘Trabajar con lentitud’; vedle y escuchadle aquí), “Avola” (con letra de Dario Fo, aquí), “Comico” (aquí), “Ammenazze u murte” (‘Amenazas de muerte’, cantada en dialecto maulese, aquí), “Il Superuomo” (‘El Superhombre’, aquí) y, en particular “Scittrà” (en dialecto, aquí), una ácida parodia de la superstición que se superpone a las creencias religiosas: scittrà es la palabra que se usa en su tierra para ahuyentar a los gatos:

“Un día cierta familia, al salir de la iglesia, volvía con el alma en paz después de oír misa e incluso haber comulgado… Pero al ver a una gata negra olvidaron a todos los santos y se tocaron por delante, y mientras se tocaban y gritaban 'scittrà!', unos le daban puntapiés, otros le arrojaban piedras, y la gata maullaba con desespero: '¡Qué culpa tengo yo de haber nacido con el pelo negro!; enfureceos con la naturaleza que me ha dado el pelo negro'. Y, ensangrentada, oye aquellos gritos como martillazos en su cabeza… 'scitt scitt scittrà'…”


Supersticiones que, en efecto, tienen un poder sobrenatural en el sur de Italia. Ni él mismo pudo evitarlas después de su muerte: su familia, para la que siempre fue una oveja negra (una “pecora rossa”, decían), se empeñó en celebrar un funeral religioso, aunque no pudieron vestirlo con un traje oscuro, como marca la tradición: yacía en el ataúd con su vestimenta habitual y su inseparable boina roja de lana. El furgón fúnebre fue recibido ante la iglesia con un aplauso cerrado: “Era un aplauso emocionado, de revancha, casi de rabia, y de afecto. Muchos no pudieron aplaudir porque levantaban hacia el cielo el puño cerrado, el del lado del corazón”, dice Caposella en el artículo mencionado. Los amigos, los "camaradas", permanecieron fuera del templo, bajo la lluvia, y le rindieron al mismo tiempo un homenaje ateo. Ni siquiera les permitieron llevar el ataúd a hombros hasta el cementerio: lo volvieron a introducir en el furgón, al que siguió el cortejo.


Imagen de la despedida a Enzo Del Re por parte de sus camaradas
a la puerta de la iglesia, en Mola di Bari, después del funeral religioso.

(Fuente: La Repubblica, Bari, 8.6.2011)

Un muchacho que encabezaba la marcha sujetaba por una pata, alzándola como una bandera, la silla, el instrumento de percusión de Enzo. Dice Vinicio Caposella: “El granizo la hacía sonar con golpes de nudillos, sonoros e impregnados de rabia… Su último viaje fue una visión bíblica, aquel granizo caía con furia sobre el pueblo, como si quisiera castigarlo por no haber sabido reconocer a su profeta, para ofrecer un signo tangible a su despedida”.

En uno de sus recitales dijo: “En la silla se vive y se muere”. La silla representaba para él algo más que un instrumento de percusión: era un símbolo cuyo misterio quedaba revelado con aquellas palabras: se refería a Sacco y Vanzetti, los dos emigrantes anarquistas italianos que fueron ejecutados en la silla eléctrica el 23 de agosto de 1927 después de un polémico juicio en los Estados Unidos que levantó agrias polémicas en ambas orillas del Atlántico. El cuerpo de Enzo Del Re, que vivía solo, fue encontrado 24 horas después de su muerte sentado en una silla y con la cabeza apoyada en una mesa. El pulpo, ese octópodo al que Mola rinde tributo cada año con una Sagra (fiesta popular) y que según él tenía propiedades curativas –nadie pudo quitarle de la cabeza tal convencimiento– no fue remedio suficiente para su enfermedad renal. La obstinación que siempre le caracterizó llegó hasta sus últimas consecuencias.


* Si alguien quiere leer la letra de algunas de sus canciones, puede hacerlo a través de este enlace:
http://www.ildeposito.org/archivio/autori/autore.php?id_autore=106.


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